domingo, 15 de agosto de 2010

A mi gato le encanta Mozart


Hoy me distraje observando a mi gato; con decoro, porque él es distante y sabe callar. En verdad, le anduve alrededor y por ahí recordé a Lord Byron: ‘el gato posee belleza sin vanidad, fuerza sin insolencia, coraje sin ferocidad; todas las virtudes del hombre sin sus vicios’. Una semblanza menos cínica que la de Ambrose Bierce: ‘gato. Suave autómata indestructible preparado por la naturaleza para recibir patadas cuando las cosas van mal en el círculo doméstico’.

Al mirarlo comprendo mejor porqué los gatos se tornan invisibles cuatro veces al día y cuando quieren, nadie pueden verlos de guardia baja, empobrecidos de lluvia y madrugada. Al tiempo de atenuar su exhibición cualquier gato se vuelve etéreo, inatacable, y su corazón late en una verdad lejana y superior… Y ya deberíamos respetar ese misterio.

Mi gato se llama Fidel y revive al escuchar música en mi falda; sigilo al distenderse, sutileza ajena a la gravedad, reflejo de mi espejo, cuerpo imperceptible. Al oir al Osvaldo Pugliese yumbeado de ‘Negracha’ o ‘La Cachila’, Fidel eriza su pelaje y pierde su mirada lejos. Eso me anima, aunque al Astor Piazolla de ‘Verano Porteño’ mi gato no lo disfruta. ‘Fidel, es música con esencia y te hace ver a Buenos Aires desde el cielo’, - le digo y él ni se entera. Y me apena que aún no aprendiera que el tango es una catarsis nostalgiosa y absurda, que de pronto irrumpe cabalgando un silbido para hablarnos muy quedo, despacito, de nuestras plenitudes sin testigos. Porque el tango es el vino a solas, el sueño demolido, la mirada de esa piba que a ráfagas retorna y a contraluz de todo pensamiento se adueña del momento. Fidel, el tango es en voz baja. Nos trabaja por adentro su rasguido de viola misteriosa si los gnomos del recuerdo nos llegan de costado, versallescos, o cuando los olvidos olvidados retornan de rebrote y se apropian al fin de nuestro cuerpo. Por eso el tango en alta voz y teatralero es una grosería de recién venido, porque sin confesarnos a solas cada tanto o deschavarle a otro ‘vos sabés como fueron esas cosas’, sería una música más, carnestolenda. En cambio, siempre nos vuelve el tango y no perdona...

Aunque ¿cómo contarle a un felino satisfecho el enigma tanguero de los derrotados: íntimo cigarrillo de ceniza meditada y un reloj de insaciable desgarro? En cambio, oyendo el ‘Concierto Número Cuatro de Mozart’ Fidel se hace una fiesta. Levita leve y ligero, gato definitivo hecho dos sílabas sin cuerpo que vuela en el sólo de corno de Dale Clevenger.
Y ya es bueno decirlo sin jactancias: mi gato tal vez sea un atigrado cualunque cabezón y sin prosapia pero su placer musical lo diferencia. Cualquier felino puede ser un amante a hurtadillas, merodeador de habitaciones sin apenas proyectar su sombra, clandestino de hacer silencios a su antojo y llevar en sus ojos el secreto de la libertad, aunque sin pedantería, ninguno supera a Fidel para disfrutar a Mozart en mi bemol mayor.____________________________________________________________ __

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