jueves, 28 de octubre de 2010

PALABRAS EN VOZ BAJA. Cuento.




                                              
 
…además de la sed, a las familias del pueblo
 aquello les pegoteaba un imprevisto  miedo. .
                                              
              De arriba les gritaron que despertaran y salieran hacia la vida, algo muy diferente a soltarle los perros o el habitual de levantarlos a puro fogonazo. A esa hora el sol alumbraba aquel escenario con años de discordia y el gentío del socavón, que al amanecer se encimara uno con otro para ser más Nosotros, respondió que subirían a discutir con el Señor un asunto muy complejo: el hueco guardaba la única fuente de agua en leguas a la redonda y arriba la sed ya dolía en los huesos y el alma. 

Las quince familias alejadas del pueblo a orillas del lago, -socavón de montaña y nudo de la vida- sobrevivían con sus hembras y crías, razón de ser Nosotros. Se decía que las mujeres habían empezado el descontento y que luego de alguna riña sería el principal asunto de todos. En pocos días se obligaron a no llevar más agua a la cima y esa vez cumplirían porque además de la sed, a las familias del pueblo aquello les pegoteaba un imprevisto miedo. A esos dueños de tierra, animales y templo los  ultrajaba que alguien de esa cava miserable, hijo o nieto de otros que antaño no se creían iguales, pudiera obligarlos a pagar por el agua. En tanto el muchacho de brazos musculosos que hablaría por los de abajo repetía que ellos todos juntos, ‘siendo Nosotros’, serían imbatibles y si nadie llenaba un cuenco en el lago para volcar en el repecho al pueblo, ganarían la disputa. Si al fin sólo ellos podrían subir semejante carga a escurrir por los canales de piedra al caserío;  una tarea feroz obligada desde chicos y una realidad constante para quienes se juraran afrontar ante cualquiera que el agua del lago, esa vez  debían ir a buscarla.

Así que esa mañana sin perros ni fogonazos les gritaron que fueran a conversar y uno sólo elegido subió al camino. El Señor  protegido por unos tipos casi ni lo miró, el muchacho algo le murmuró al acercarse y de pronto el otro alejó a los custodios con un gesto.  
- ¿Qué quieren con eso, hijos de puta? – encaró furioso el Señor.   
- Unos animales, algo de alcohol y cueros para el frío - dijo el enviado todavía con cierto miedo. 
- Eso es demasiado – demudado el hombre movió la cabeza.  
- El invierno pide más comida y abrigo – se animó el muchacho.
- Ya mismo discutimos eso y nada más – arriesgó el Señor con el desgano   de la sed y el apuro a resolver la imposición del otro al llegar. Y pronto se enredaron en ese regateo de siglos: si pagarían con seis gallinas o cuatro, dos ovejas o cinco y el precio de un toro más dos vacas, sin enterarse,  entraron en la misma discusión. Hasta acordar un arreglo que los de abajo habían impuesto al Señor con un imbatible murmullo: ‘si no regreso pronto y sano envenenan el lago’.
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MILONGA CON JAPONESES. Cuento.




-‘El tango me pone triste porque soy sentimental’ – engolando la voz, desde el primer asiento del ómnibus el pianista burlaba al cantor del grupo. 
- Dejame dormir, curda incurable- protestó el otro desde el fondo.
    
Desde salir de Calafate a Río Gallegos al amanecer en la ruta patagónica el día sombreaba un contorno anaranjado.     
- El frío marca dieciséis bajo cero y más al invierno llega a treinta – anunció el chofer como si eso fuera un record propio. Qué disparate, -se afirmó Ricardo el pianista- cuánto paisaje perdido en soledad y un frío para pingüinos. ‘Muchas veces al pensar en las duras madrugadas de mil colores pintadas por paleta singular me dan de encordar mi guitarra abandonada’, entonó con su memoria porque para él, la milonga sureña viene por meditaciones, vacas en la aguada y calderones de silencio. ‘A veces creo escuchar galopear la caballada rumbo a la acequia anhelada en la hora crepuscular’; un ataque gauchesco que al pianista enredaba a la nostalgia y buscó zafar mirando por la ventanilla. Por ahí en setiembre no era zona de nevada, pero las ruedas seguían quebrando escarcha y el desierto sólo cedía ante una majada de ovejas y el picotear de las aves kaukenes. Bicho enamoradón el kaukén, él sabía; de los arbustos enanos cada pareja se remonta inseparable al aire y dicen que los kaukenes al enviudar mueren de pena, algo que por ahí tendría desolaciones de milonga...

Pero de pronto al pianista algo le sobresaltó su meditación: como   llegadas de otra representación aparecieron unas figuras con ropa de oficinista corriendo al borde del camino. Un asunto confuso, se dijo porque si él luego de tocar como de costumbre apenas se demoró en el bar a tomar una ginebra, - o dos- sus espectros no eran resaca nocturna y sí japoneses trotando contra el vientazo del sur. Se veían cuatro o cinco tipos bien vestidos de sobretodo a solapa levantada, zapatos con brillo y gente de saludar enarbolando un  brazo, - apariciones más propicias a una imaginería de fogón en mitad de la pampa- aunque algo lo tranquilizó: por más que la gimnasia matutina fuera moda, él anoche muy pocos tragos.
      
         Al fin, siguió pensando, por Nuestra Amada Patria Argentina los españoles se pelearon con ingleses y franceses, luego llegaron a protegernos los yankis y ahora por la gélida estepa sureña con dieciseis bajo cero, vienen a invadirnos estos Hijos del Sol Naciente. Y es tiempo de sentir al menos un cachito de orgullo, porque si en el cine del cuarenta los japoneses eran unos sangrientos traicioneros hoy sabemos que además de bien informados ellos son altamente industriosos. Siempre al calificar a un japonés se debe agregar ‘industrioso’- sin olvidar  que si estos nipones como Uchima en mi barrio sur eran tintoreros todos iguales, hoy debemos saludarlos con educación. En principio por las dudas y ser gente ajena al peligro chino, esos mil cuatrocientos millones que ante el hambre pueden desenfundar una atómica grandota y no habrá Sociedad Rural que les frene la reforma agraria. Porque los chinos no son japoneses, - son comunistas chinos, no jodamos- y los japoneses son educados floristas que aprecian tararear ‘el tango me pone triste’. Sí, eso mismo que los antropólogos tangueros curten en la feria del pasado adoran estos japoneses invasores a transistor con reproducción automática. ¿Buscarán en el tango quejumbroso y lagrimero a la suerte que es grela fayando y fayando los largue parao, o andar bien en la vía sin rumbo y desesperao..? Qué contradicción, se dijo Ricardo y recordó aquel amigo atorrante que para venderle un viejo bandoneón a un japonés, le agregó un curso para tocar algunos temas bien sencillos. Un negoción, vaya un fuelle Doble A. más veinte clases de enseñanza Menozzi para desparramar arrabal por los bailongos del Social Kioto o el Defensores de Osaka, incitando en dos por cuatro a bailarines de presuroso paso. Sí, nada es casual; estos tipos nos estudiaron antes de entrar por la Patagonia a ocupar la naturaleza más rica del planeta, y como ellos se caen del mapa inventaron su derecho a invadir. Tá bien.

         Por ahí el ómnibus se detuvo. El chofer se calzó un abrigo y bajó al borde de la ruta donde había una camioneta con cuatro o cinco japoneses alrededor. Alguno daban saltitos de boxeador y saludaba a todo aquello que se moviera; son invasores bien educados creyó Ricardo si ya reventaron el bar del aeropuerto donde cada trago vale un dineral, bienvenidos kamikazes... Pero cómo, ¿antes nadie se avivó que la vocación japonesa por el tango era un avance del espionaje nipón en la región? Estos se aprendieron desde nuestra inmutable nostalgia a nuestro estilo de cambiar todo a cada rato, y bien se enteraron que para recuperar las Malvinas nosotros no sabíamos que whisky tomaban los kelpers, si preferían jugar póker abierto o cerrado y ni apenas, si las isleñas hacen mejor el amor cuando afuera llueve. El mundo tiene mal hecha la repartija y esta invasión es inevitable, sí señor. Hay millones de hambrientos que hacen artilugios para comer algo y en esta inmensidad repetimos el discurso de la abundancia hace quinientos años. Y aunque estos tipos sean educados y atentos quien parece ser el jefe podría hacernos el harakiri uno por uno; y además de masacranos las ballenas no vinieron a cobrar la bomba de los yankis en Hiroshima. Por lo menos, así que a ensayar ‘Aquel kimono de Armiño’ o ‘Geisha que te manyo de hace rato’ que pronto tendremos gardeles sintetizados cantando ‘silercio er la noche’ mejor que el mismo Gardel. De aquí en adelante afinaremos en escala pentatónica y a comer arroz con cuero. Estos nipones de saludarnos ‘sayonara sayonara’ conocen nuestro silbido a solas y el quejoso llanto que amontonamos dentro. Sí,  nos han tomado el tiempo y hasta saben porqué el tango me pone triste...

        El chofer volvió del frío y de un respingo retomó el volante.
- Qué mala suerte tuvo mi colega chileno: reventó una cubierta llevando cinco japoneses de excursión y si los tipos no corrían se congelaban  – dijo el hombre. Y una repentina mezcla de frescura y vergüenza hundió tanto a Ricardo en el asiento que casi lo desfonda.
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viernes, 15 de octubre de 2010

RENGLONES INCORREGIBLES. Poemas.


Todavía

No todos los instantes ya pasaron
y aún esperan tenaces,
imprevistos, furtivos.
Ocultos en la lluvia que enjuaga la ventana,
o en la invicta añoranza que irrumpe cada tanto.
Si algo ya nos dejó camino arriba.

Los momentos, parece,
no sólo son ayer de gorriones quebrando
el aire transparente de una tarde lejana.
Ni el sol recalentando la sangre adolescente.

Tal vez cada futuro es también una ausencia.
Sin el dulce regusto de niñez y nostalgia,
pudo ser un posible que no llegó a destino.

Sin aguardo de magia o resplandores
cada fugacidad es un acaso.
Muy íntimo y final. Sueño y milagro.
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Momento Irrepetible. 

Del silencio a la sombra la luz teje su trama
prolija, minuciosa, sin dejar una hilacha. 
A bullicio los pibes van cubriendo la escena
y al abrirse la escuela, ya entonces entra el día.

Convención de torcazas, vaivenes, revoleos
y atávico misterio a perderse lejano.  
Cada instante protege su perfil más oculto, 
con ecos y sonidos de rumor callejero. 

El momento es flamante,
único, recién hecho,
con cielo más opaco y verdor melancólico.

Ahí cruza la vecina que ni siquiera mira
y ya se desmelenan las ansias por el barrio. 
Eso sí que es la vida, no jodamos.

Sin respuesta probable me abruma el universo 
y hoy quizá necesite imaginarme dioses
que certeros acierten tanto enigma y mis ojos.
Pero ninguno de ellos, aún, me ha convocado.


Nuestro último café.

Hay bares tan opacos que ni siquiera muestran,
el brillo de unos ojos al decir sin reflejos
‘dejamos de querernos, los dos bien lo sabemos’.

En la misma mirada juntamos las palabras,
las tardes en el cuarto, los ardientes desnudos,
 y sin la menor huella de la emoción que fuimos,
dejamos los ‘te quiero’ del lado del silencio.

Sin ecos ni rencor, simplemente pasado
salimos a la calle.
Y apenas nos dejamos una misma sonrisa,
cada cual por su lado.

Cuando llega el adiós por esas cosas,
no es bueno esperarlo en Buenos Aires.
Que en otoño y te extraño,
tiene este modo tan cruel con el olvido.


Preguntas sin olvido.

                      
¿Dónde estarás, amor? Ni han devuelto tu nombre.
Aquel que tan breve parecía, íntimo, diminuto
al desnudarte silabeando tu nombre.

¿Es que aún tu aliento tibio sobrevuela
 el aire de una cárcel feroz y sin ventanas?

¿Y tu ojos, amor?

¿Siguen siendo tan grises absortos y redondos, 
tus ojos de encontrarnos decayendo la tarde? 
¿Esos dos brillos ansiosos de la vida
en calles fervorosas de canciones y pájaros?

Y también por tu ojos de mirarse en los míos 
Cruzarían los ultrajes de uniformes y absurdo. 
Con niños sollozantes robados en la noche   
y la pérfida mueca de banqueros y curas.

¿Dónde estarás amor?
¿No mantiene tu cuerpo el calor de una mano,
ni a tu piel la desvela un beso tembloroso?  

¿Y tu voz, amor mío?
¿Me nombró aquel minuto
 al sentirte arrastrada  y la gente impasible,
siguiendo su camino?

¿No me has llamado ni siquiera esa noche
 Sometida y violada por las fieras?
¿O mi nombre fue olvido    
  en la infamia constante de tu muerte? 

¿Más tanto nos quisimos, amor,
que callaste mi nombre?  (julio 2010)
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Experimento..
 
      Sin que haya algún posible que pudiera evitarlo,  el sol despierta y anda sin pausa ni demora.  Su átomo de eternidad le corresponde. 
     De esa lumbre reciente que atenuó el horizonte, el mismo sol opaco en la alameda ya se entrega al designio de la tarde.

     Las luces y la noche son formato de tiempo.  Un impulso incesante sin pactos ni retrasos.  Nada apremia su espera.
     Lo perpetuo es latido riguroso y  el día volverá, qué duda cabe, pero anhelos constantes acrecientan la tarde.
     

      Si muere un pibe de hambre cada cinco segundos se agotaron los dioses de leyenda y milagro. No más sermón errátil de compartir los panes
si muere un pibe de hambre cada cinco segundos. 
     El perjurio de magias y cielos del arcano, son antiguos borrones caídos en desuso. La continua derrota de esperanzar la espera.
     Hambrientas multitudes sin hallar pertenencia, príncipes sonrientes al temblor del vencido, patrones de la tierra  y burlas del Poder son siglo veintiuno.
     
       De persistir sin cambio el peso de los cuerpos, el aire que se eleva y otras físicas claras, es frívolo joder a nuestra especie a toda hora. En cuanto  si todo es un incipiente ensayo, - acaso experimento- es hora de avisarnos.  
Y digamos también, sólo para saberlo. Agosto 2009.
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Entonces los gorriones.
                                             

      A esta brizna del mapa sólo llegan gorriones. Parlanchines perpetuos rebuscando semillas, voraces que revuelan del surco hacia el tejado,

     Y con ellos no lucen garzas multicolores, engreídos flamencos ni calandrias sonoras. Son pájaros a secas, sin trino con estirpe conmemoran el aire que anuncia lejanías, festivos con los pibes saliendo de la clase y le dan resonancia a rincones sin eco. Digamos esta calle, un átomo en el mundo.

      Más conociendo el barrio sabemos un secreto: por aquí no discurren cóndores imponentes ni cuervos papagayos de campanario y templo. Y por mucho que agiten cotorras noticieras, - especie que no vuela- no inquieta a los gorriones fauna lejos del barrio. Más bien no presumimos de heroico territorio, pero el águila teme que los pájaros se unan en un chillido. Y en la furia del hambre amotinen los aires y nada los detenga en un vuelo infinito.  Y entonces sea el Entonces.  Julio del 2009
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Juventud divino reflejo.

                       
            Los años que se fueron son ideal de dicha reinventada. Nada le es imprevisto al templo juvenil, de dicha  desamor con sabor a tragedia. Y al sentir que la vida nos viene despareja, fin de etapa dorada y a otra cosa. Sin aula ni trabajo y alguna escena tampoco novedosa, a todo personaje corrido por el hambre lo tienta de  inmediato se un actor violento. Un dato muy exiguo que registra las Villas porque de  clase media arriba, no hay registro ni encuesta de sus adolescentes. Un barato recurso de fijarle delito a  la pobreza pero a  ‘chicos de su casa’, nunca. 
    
        Redoblan los lamentos si murió algún cantante y fulgura la rubia que se durmió desnuda, pero crece el olvido con los dientes del hambre que desgarra la especie. Ya no es noticia que tanto muerto de hambre nos retorna al primate, y muchos nos reiteran que un joven delincuente ya quebrado, si pueden endilgarle que acaba de balear a una embarazada, mejor luce en el informativo de la noche. Eso brilla didáctico al santificar la propiedad negando que cada crimen del hambre por el ocio obligado, son efecto previsto en cada uno. Y por más que el Poder le ordene al papa y sus obispos decir alguna frase por ‘esa infamia del hambre’, los curas cumplen hasta nueva orden y acaban con su parte. Que de inmediato han de copiar su rezo los agropecuarios adictos a la evasión de impuesto, agregando más renglones a la farsa.
  
        Cada cambio juvenil estilo es lógica en la historia, pero hoy parece aterrarlos emprender la existencia si el modo explotador tiene esta forma y rostro soltando  discurso de moralismo fácil. No hay juventud posible que pueda andar por calles con peldaños de niebla y sombra interminable, ni empezar cada día a comer como sea. Esa etapa de vida no es fábula estadística si la desgaja el hambre, aunque la juventud cargue crisis que agravan su trayecto, - vean a Freud y cofrades- y es conflicto en sí misma. Pero el poder insiste ‘con recital y ruido los jóvenes resisten’, en esa vuelta hacia el vacío les parece lejano el mundo en el que habitan. Al margen de tanta juventud pudiente del libreto que el Poder les reinventa, ¿qué hay del expulsado de madrugada y fábrica, laburante que ambula por los arrabales del sistema sin ninguna respuesta? Esos tan valederos que pretenden apenas, ver ganar a los buenos algún día.         


INTENTO DE RESISTIR JUNTO A ESAS  PIBAS  LABURANTES QUE CRUZAN LA PLAZA DE LANÚS DE MADRUGADA,
A VECES CUANDO HACE UN FRÍO QUE NI TE CUENTO.

   Que cerca están las malas letras de los tangos
de esa muchacha que al duro amanecer,
cinco de la mañana, despereza la calle.

Y de algún auto le guiñan un requiebro
Rubicundo nochero con toda la cara de baboso…

Un merodeo de absurdo melodrama la quiere convocar,
triste muchacha.
Envolverla en realidad pegajosa
de costurerita dando malos pasos
y según un ingenuo, sin necesidad.

Como si a ella no le es imprescindible
esa blusa tan linda, con el corte moderno.
Y esas sandalias, qué hermosas,
de sólo tres tirillas doradas que bien le quedarían.

Ser obrera de fábrica, madrugante del alba
es decir muy ausente.
No entender bien las cosas.
Ignorar por lejanas cuestiones importantes:
Saraos. Vernisagges. Alta costura.
Veraneos en el mar. Galanes rubios.

Ni compartir siquiera esas mullidas camas
en suntuosos privados con alguien divertido.

Mágicos bienestares. Felicidad. Deslumbre.
Donde el brillo incestuoso contraviene
nuestra verdad de adentro.

Mala letra de tango le manosea las nalgas
y la mañana es fría.

Es un metal deforme golpeando pantorrillas,
Un gesto sin sonrisa que le cruza la cara.
y endurece sus ojos al mirar la vidriera.  
Que es una celestina.
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CEUTA.
                       
                        Aquel sitio alucinante por donde caminara última vez en 1987.

Aquí vendrían los moros a ver el mar gigante
y tal vez antes de ello todo sería silencio.

   Llegarían remolinos del desierto infinito
 y las alas del pájaro serían infatigables
al cruzar la distancia desolada y desnuda.

   Dormiría en la arboleda un delirio de verdes
en errátiles días de horarios intangibles.
   Ni alguien recogería el fraseo de la lluvia
buscando la primera versión de una palabra.

  Tal vez, del monte Hacho se desprendiera Dios
en algún mediodía de soles desbocados.
Y acaso mostraría azorados sus ojos
cual gaviota extraviada en su propia tormenta.
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            Cantor de patio

Nadie sabe que fue del guitarrero
alentado a vino tinto y madrugada.
Y que era un gusto verlo al apilarse
montado en las seis cuerdas desgastadas.

El cantor que por ahi sigue cantando
Vestía su corbatín y un saco oscuro.

Remontaba canciones nostalgiosas,
palabras amarillas del olvido,
Las índoles del viento en cada estrofa
y un contracanto bronca en el rasguido.

Destemplado cantor del barrio antiguo,
Adherido al valsecito de su patio.

Decía de andares con hembras y cuchillos,
y amaneceres lerdos y neblinas.
El cantor melancólico del patio
Tenía en la voz simpleza de glicinas.

Tal vez se fue de gira entre el cordaje
el guitarrero aquel, de patio y vino.
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   AQUEL VECINO.

El hombre se escribía su versito
Iluso que una vez alguien dijera:
‘sí, es el que yo les digo, uno bajito
que vive aquí nomás, a dos veredas’.

Nadie lo vería andar, sombra en la niebla,
Perdiendo sin cesar sitio en la fila.
O soledoso algún domingo al parque
Para saber quién era ese tipo de la estatua.

Todo cuánto buscó lo halló deshecho,
Sin gloria ni manera de un regreso.
La vida hizo la suya sin mirarlo,
Ni un cacho de atención. Menos que eso.

La muerte lo emparvó sin darle aviso.
Una siesta, cansao, siguió de largo.
El hijo no llegó, estaba en viaje.
La esposa lloriqueó, más que llorarlo.

‘De puro cabezón no vivió mucho’,
la mujer ya ni siquiera lo corneaba.
El mundo sigue igual. Murió el vecino
que soñaba versitos. Casi nada.
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   POLITEAMA
                       
                        Palabras desde aquel bar,
                           mi rincón que un otoño se fuera.

A este Buenos Aires lo inventamos cien locos,
Cien tipos aburridos cerquita del suicidio.
Y esta tarde me puse a mirarle la entraña
/boliche de mi barrio, cómo se habrán reído/

Los sábados se instalan sobre mi lado óseo,
Ese costado duro donde adormece el canto.
Y este sábado agosto llueve todas las lluvias
Y yo esperando a nadie. Lo hago de tanto en tanto.

Tuñón pasó hace un rato. Me regaló angelitos.
Erdosain se fue lento chapoteando su angustia.
Un protestón barbudo me propone revueltas
Y gardeles de trapo cantando letras mustias.

Un diariero aguachento bancando pulmonías.
Taxi, va una pareja y amueblada furtiva.
Va un cafisho empolvado que olvidó el almanaque,
rebusque vespertino de yiranta aburrida.

/Qué sábado a la tarde de lluvia y compañía/
Ni está el loco de siempre explicando razones,
y este costado duro donde recuesto el canto
hoy lo mastica el solfa de antiguas frustraciones.


Me lo comen las minas que habitaron mi sábana
y amasados acordes de insomnio guitarrero.
Esta astucia constante de estafarme yo mismo
y mi triste zoncera de creerme mosquetero.

Politeama, boliche, te inventaré otro sábado.
Con pibes que nos suban remando la alegría
y que canten gritando su manera futura,
aunque la tarde escurra pañales de agonía.

Que entren sin importarle lo que dijimos antes,
y si importa, que apenas nos digan buenas tardes.
Que esta mufa no siga llorando letanías,
y se muera el cafisho y el diarero se salve.

Yo te juro, me borro de escribirte palabras
Aunque aquella no vuelva cuando llegue ese día.
Ni le diré al mozaico que manotea la guita
/un feca cuatro mangos... qué cara está la vida/
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PRIMAVERA

 Buenos Aires tal vez sea el sueño de algún mago.
Pero ciudad inevitable y mía
que al guiñarle un cachito de sonrisa,
 dispone repintar la primavera.  
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 El setiembre fecundo de luz y veintiuno          
es un vaso repleto de vino gusto a ganas.
Lucen dos colegialas de pelo a contraviento,
el color de tus ojos y tu blusa floreada.

Un motín de sonrisas ha sublevado el aire.
Y en este mediodía de soles derramados
vaga un dios, de festejo entre nosotros.
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UN PRECISO MOMENTO.

                                              
Debo decir, señora, que es tiempo de cambiarnos el trato.
De rozarnos un poco más al saludarnos,
digamos, más de cerca,
ausentes que sus hijos y los míos,
esos algo más que indiferentes,
no aprecien ni sospechen que me aferro a 
su blusa al decir ‘hola’,
y usted sonríe al callar que le ha gustado.

O que aguarda más que una caricia al paso,
al desgaire,
no ternura liviana de algún desconocido, 
sino un apriete más audaz y sustantivo que brote le mi mano. 
Un toque anunciación,
no que le augure el reino de los cielos; ¿para qué tanto?
pero al menos le convoque tibieza debajo de su falda.
En mitad del salón y sin testigos.

Porque usted y yo, señora, en este instante,
defendemos la vida como pocos.
Al desprender botones tras la piel intocada
de su torso anhelante,
y sus caricias de camisa abierta al vello de mi pecho.

Sí, lo sabemos, somos grandes
si contamos los años y algún nieto,
pero los labios saben recorrer por donde
y diestros son los dedos contra mi cinturón y sus breteles.

Y el clima a desnudez, tan implacable y sin aviso,
ya nos tendió en la cama enteramente.

Si al fin esto es lo cierto.
Nuestras bocas y manos comprendieron
que no existe el ‘demasiado tarde’,
ni frases ya escuchadas de remontar pasados
ni secretos perpetuos para siempre y por nada.

 La verdad de la especie entró en nosotros, sepa.
En todos los sentidos a pleno y sudorosos,
a culminarnos juntos en el gemido mutuo
de este único cuerpo que es el suyo y el mío

Y acaso sea el momento, mi amor, de empezar a tutearnos…
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POESÍA  DEMANDA  ILUSIONADA.

                                              
                                Y la poesía también sirve
                                   para molestar al rey.

    Rayo que nos lacera el corazón,
cigarrillo de lenta ceniza meditada,
desvelo por la sombra que acecha 
en la ventana de la aurora, 
cada tanto, también,
la poesía refulge tornasoles presuntuosos.

Sí. Y alquimias para conmemorar, ‘señoras y señores,
que las mariposas son díscolas flores desertoras,
 o un grácil surrealismo de angelitos pintores’.

¿Qué se dice de tanto palabraje
que humilla nuestra urgencia,  
- desgarrada, raída, sueño hilachas de trapo-
y cruentos lagrimones del fracaso  
que nos clava las uñas, costillas bien adentro?

 ¿De qué van los versitos incoloros si cada 
dos segundos se muere un pibe de hambre en el planeta?
¿Verso a hechura de un dios que ignora su tarea?

  La poesía repite seguir creciendo al hombre. 
Poemas mano a mano sin soledad tan sola.
 El unísono grito de remeros constantes,
extenuados de capitanear este naufragio de
errátiles gorriones, entre vendavales y tormenta.
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12  DE OCTUBRE  DE  1492.
                   
                     Llegaron con sus cruces y lanzas asesinas,
                        y nosotros sólo éramos personas.

  Y un imprevisto amanecer vinieron y llegaron,
jineteando en el lomo del mar estrepitoso.
Del mar, motín de sal y oquedad milenaria
inmemoriales hombres pisaron nuestra playa.

Aquí vagaría el sol desflorando la sombra,
satinando la pampa que era una resonancia.
Interminable y sola extraviada en los mapas,
la pampa indoblegable de todas las centurias.

  De metales y arneses vinieron y llegaron,
y aquí sólo el silencio de Dios y sus verdades.
Esa verdad en silencio que repiten los tiempos
sin sermones confusos ni discurso inventado.

  La inmensidad, un delirio, ensueño y desmesura
quebrada por navíos que llegaron de lejos.

  Y dicen, no se sabe todavía,
que por casa no había eco de los galopes
de caballadas potras, crin al viento y relincho.

Ni siquiera el arrullo rasguido de una viola
conmovería la calma de los anocheceres.

  Llegaron esos hombres de metales y arneses
a tanto territorio de soledad muy sola.
A esta incesante fragua de agobiadores soles
y enrojecida siesta demorando el paisaje.

  Vinieron y llegaron cuando cada montaña,
peldaño de misterio,
colgaba de los aires su racimo de aroma.
Y los ríos libertarios disponían del reflejo
y el contracanto al canto de pedregal y orilla.

  Sí, aquí soltaría el viento su natural capricho
cargando los pulmones de albedrío pajarero.
Bailaba la hojarasca del repleto follaje
y tronaba el prodigio de la mágica lluvia.

  Esos hombres llegaron y en la playa, nosotros.
Nosotros en la playa del tiempo que les digo,
achicados de asombro por la grandiosa nave
y metálicos seres venidos desde el agua.

  Tanto temor callamos. Y tampoco dijimos
que tal vez allí mismo haya empezado el hambre.

  Y ciertamente digo: de una choza a la otra
con palabras invictas hablamos del suceso.
Contamos la noticia.
Porque había aquí palabras que unidas a las nuevas,
traídas en los barcos,
son memoria y enigma del saber quienes somos.
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TODAVÍA

        No todos los instantes ya pasaron y aún aguardan tenaces.
   Imprevistos. Furtivos...

   Ocultos en la lluvia que enjuaga la ventana,
o en la invicta añoranza que irrumpe cada tanto
si algo ya nos dejó camino arriba.

   No son sólo un ayer de gorriones quebrando
el aire transparente de una tarde lejana.
Ni el sol febril curtiendo la sangre adolescente.

    Tal vez cada futuro es también una ausencia.
Sin el dulce regusto de niñez y nostalgia,
un posible que ausente no alcanzó su destino.

   Sin aguardo de magia o resplandores
cada fugacidad será un acaso
muy íntimo y final. Sueño y milagro.

   Entonces. Todavía.
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FUGAZ COMO LA TARDE. 

                                  
   Las palabras se pierden.
Ni bien rozan el aire su formato se esfuma,
hoja que deshilacha del silencio al olvido.

Esta ciudad ajena a sus ojos tan claros
y su complejo idioma,
una tarde nos hizo andar el mismo rumbo.

   Buenos Aires crecida de cuartos transitorios
es pródiga en romances que hagan pasar el rato.

   Algún brillo furtivo habremos visto juntos,
denuedo compartido por mostrarnos el alma.
Y acaso aconteciera, cachorros renacidos.
  
   Al vestirnos y el juego de abrochar su corpiño
adherimos al beso piel abrazo y memoria.
Todo cuanto teníamos.

   Minuto inolvidable, por decir de algún modo
sin pesares  de tango ni renglones que valgan.                                                    

   Esa piel vuelve a rachas junto a sus ojos claros.
Y la voz siempre enigma ya confunde su nombre.
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CUATRO FUTBOLEROS. Cuentos.


VIVAN  LOS DE  BLANCO,  MARICÓN.

- Vea don, a este paraje solía llegar una locomotora de trocha con dos vagones que sobraban para traer y llevar lo que fuera. A usted pueden servirle unas fotos del paradero adonde el trencito arrimaba cada miércoles y se iba como a las tres, – le habló al de cámara fotográfica el carrero don Lindo, quien hacía veinte años con su carretón de cuatro ruedas reemplazaba al trencito viniendo de Totoral, unos diez kilómetros.

El carrero decía su libreto como si acompasara el trote de la yunta; sin renglones ausentes y bien ensayados, acertaba nombre y fecha de las cruces que sobresalían de la huella.

- Vea, yo creo que al fin la muerte no sirve de nada – supo repetir por aquel sendero sin sorpresas que él anduviera de ida y vuelta tantas veces. Luego del primer rato, parecía que don Lindo, - un apelativo si existen para un carrero- ordenaba cada sentencia con palabras dictadas por esos potreros resecos y cruces de memorar muertes. Tan opacas que no las visitaba ni Dios. Entonces y por ahí, trote a tranco don Lindo le anoticiaba a su acompañante cierto asunto de dos paisanitos que ni alcanzaban los veinte años cuando se enfrentaron por un mundial de fútbol .

- ¿Y cómo sucedió, don? – inquirió el de la cámara.
- Ni me pregunte, algo feo de verdad. Usted sabe cuánto entusiasman los mundiales y por una de esas discordias sin valor que van creciendo, los dos muchachos sin odio y como en un juego acabaron embistiéndose más allá de todo. El hijo del único bolichero del lugar trenzado con el negrito que cuidaba ovejas del otro lado del cerro, nada imprevisto pero bien feo.
- ¿Se conocían?
- Desde siempre, de cada día y a cada rato; todas las tardes ni bien el negrito de las ovejas terminaba su trabajo entraba al almacén, se sentaba sobre un cajón y desde ahí se hablaban. El hijo del bolichero alardeaba con su cuchilla de cortar fiambre y el otro fingía esconder algo bajo el cuero que le hacía de chaleco, nada cerca de algo serio, pero llegado un mundial de fútbol se agrandan los enconos menos serios y más baratos. Y por una de esas, - aclaró la voz el carrero- una tarde los dos se hallaron viendo un partido sin más gente alrededor.
- ¿Vos de quién sos? – oyó el negrito. Tal vez dijera que ni sabía quién jugaba, si aquello de mirarse a saltos al fin cubría la ceremonia de pasar el tiempo sin decirse nada; hasta ahí dijo don Lindo y el fotógrafo le malició cierta urdimbre en el relato que no le dijo.
- Sí, yo elegí a los de blanco. ¿Y vos? – apuró el de tras el mostrador.
- Entonces yo soy de los color marrón – dijo el de las ovejas y ambos se callaron. El anochecer se iría insinuando y cuando hubo gol de los de blanco, el chico del boliche se lo gritó en la cara al sentado en el cajón. Pero cuando los de marrón igualaron el negrito tambén lo gritó y como enseguida ocurrió el segundo gol en contra de los blancos, él salió del local riéndose a carcajadas. Quizá sobre esta misma escena el tiempo hiciera lo suyo, pero el hijo del bolichero no soportó ‘la ofensa’ y con la cuchilla de cortar fiambre enseguida encerró al otro contra el barranco.
- Vivan los de blanco, maricón – lo encaró de frente y quizá llegara a puntearlo, pero el negrito lo manoteó y juntos se dieron contra ese frontón de piedra despareja, diez metros más abajo. Todo sin el mínimo lamento, - redondéo el carrero y dejó que el de la fotos enfilara al rastro del paradero. Ya contado el asunto al rato volvieron a transcurrir la huella y don Lindo volvería hablando de otra cosa. (6/010).

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SÁBADO A LA TARDE, LEJOS.
                                                       

     El hombre, profesor de español o spanish professor, según, esperaba en Miami su conexión a New York un sábado a la tarde y se distraía viendo a unos de sombreros y tacones que sobreactuaban su versión yanki de zona rural. Estos vuelan a Tampa, se dijo al oír sus palabras nasales y fingirse recién desmontados. Los tipos se imitaban a ellos mismos confundiendo el  ‘Ser’ con simular ser; cowboys que cuando pibe llamábamos convóys.
       The professor volvía de Waco, cerca de Dallas. Sumaba ya treinta años viviendo en USA donde al llegar lo conmoviera tanto paisaje irrepetible y el aire trayendo y alejando los sonidos. Por suerte el viento está libre de orgullos nacionales y de cartógrafos que discuten límites, pensó cuando alguien copó el salón de espera dando  los brincos y chillidos de la polca peliculera donde la chica rubia se casa con el  muchacho, valiente y trabajador...
     
          Tanto tiempo lejos de Argentina entraban a dolerle. Los freeway vigorosos y las cascadas dando contraluz a la montaña ya le fatigaban la mirada, y acaso debiera rearmar su asombro ante tantas estrellitas y panoramas gigantes. ‘Hay que quitarse  tanto paisaje y sobrecarga sensorial’, recordó comentar  una noche con Mary, su mujer. Y al mirar a un pelirrojo que levantó  una ceja desechando verlo, le sugirió ‘este cree que yo dinamité las Torres’…
       
       Volvía de cuatro semanas en Waco University, rutina de su clase en el Hispanic Departament a la orilla del Brazos Ríver y de ver apagarse la tarde. Eso sí, siempre a mano los  whiskys en aquella atmósfera de "Lo que el viento se llevó", su visión  demorada del sur que tanto le reprochaba Mary, quien lo aguardaría en el departamento del Village.

           Conocer es reconocer, pensó que diría Platón sin hablar de herencia genética ni cosa parecida cuando lo distrajo ver a un vaquero al ajustarse unos audífonos. Hacía muy bien el cowboy en oír música country, aunque si Platón entendía que la memoria humana; lo sufrido y amado;  era la ilusión de estar soñando un sueño, ¿qué le resucitaría al tipo aquel hacer sonar sus espuelas en un aeropuerto? Aunque empujarle metafísicas a ese valiente personaje,  - según la invención literaria de Zane Grey- no era tarea para él. Un latino enturbiado por cuatro whiskys que además lo hacían añorar las palomas de los bares porteños, picoteando maní entre los bebedores de cerveza. Y por ese mismo borde etílico recibía el ambiente futbolero de un Los Andes versus Témperley cuarenta años atrás, memorable tres a tres sobre la hora. ¿Aquel empate fue también una idea de Platón..? 

- Pasajeros a Denver, puerta diez - y uno alisó su sombrero al estilo John Wayne al desenfundar. A estos pelotudos que viajan a Tampa, - retomó the professor- les contaría de las presuntuosas palomas de Plaza de Mayo pero también de los torneos del sesenta, las épicas de Talleres de Escalada y las luchas tribales entre Almagro, San Telmo y Defensores. Y por favor, respeten mis cuatro whiskis from Dallas a Miami, yankis giles, porque a ustedes, ¿quién los eligió para marcarnos el paso y el camino? Presumen a puro sombrero, tacos y espuelas en Miami Airport que pueden cuánto quieren. Todos se sienten ‘wasp’; white, angle, saxon, protestant, mientras el mundo cada día les queda más lejos y ustedes siguen negando que sin acrobacias de alcoba con negras, asiáticas  y latinas la humanidad es puro verso. Vamos vaquero,  ustedes son buena gente, - saludan, sonríen- aunque son viva viva la soledad y por tanto ignorar al resto ni vislumbran el desprecio ajeno. Y al no saber exhiben orgullosos sus jardines con la ardillita que corre sobre la cerca, sin atisbos de  músculo en el alma. Viven acallando  el cañón de la palabra meta watching y watching TV en el salón de estar, desolados que cumplen un albedrío con instrucciones: ´circule con precaución, no trespassing y stop que te vigilan, yanki’. Así que no jodamos, sabemos quiénes son y por respeto a mis tragos, dejemos todo como está…
       
         Los vaqueros se desgranaron por el salón y the professor deliraba viendo lazos desplegados, alguien silbó al caballo Silver y el resto midiendo quién meaba más lejos. Qué aburrimiento mientras en Buenos Aires serían las cuatro de la tarde, sobre el campito de Gerli caería  un íntimo sol y en la tribuna de espaldas a la vía resonarían alientos y zapatasos. Y de vuelta en casa, qué oportuno sería un asadito con los amigos, comentar el partido tomando vino tinto; artera fantasía que entró a zumbarle en el cerebro junto al instinto de las palomas, Platón y las alienaciones del conocimiento.
-Pasajeros a New York, puerta catorce –  anunciaron y ahí the professor,  balanceando el cuerpo, preguntó al del audífono algo sin traducción posible.
- Che convóy, ¿no sabés cómo va el Porve? *
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      *  (El Porvenir,  tradicional equipo de los sábados en Argentina)
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VIBRANTE  IDILIO EN  EL ATLÉTICO.


- Le cuento, yo trabajo en una imprenta y el patrón, que hace la revista del Atlético, me mandó este sábado a cubrir el partido con Lezama Juniors porque él tenía una investigación periodística, se sonrió.  
- En la entrada lo ves a Serafín y anotá los goles que el resto lo escribo yo – y para dar mejor imagen me prestó un anotador de tapa dura y unos anteojos negros de los mejores. Llegué y el portero Serafín que conozco de pibe me saludó ¿’así que ahora sos  periodista y representante de jugadores, vago de mierda’?, y me ubicó en la platea de privilegio. Para mí una novedad y ni bien me senté surgió como un surgimiento ante mi vista la mujer más linda que vieron mis ojos… Sí, me gustan las frases lindas y le cuento de una morocha brutal enchufada en unos pantalones brillosos para enloquecer. Al preguntarme cuándo empezaba el partido yo ajusté los anteojos y la voz para decirle ‘en diez minutos’, pero le clavé a fondo la mirada fatal que tanto le gusta a las mujeres si yo las miro. Por supuesto, ella ahí mismo sintió mi personalidad como un golpe al corazón y entornó los ojos redondos y negros como dos luceros negros. Pero conmigo ojo porque se me ocurrió si la mina no pretendía sacarme del análisis previo del encuentro, aunque los dos ya flechados en lo profundo y miraditas van y palabritas vienen, se descargó un chaparrón que aprovechamos  para  acercarnos más. Algo pasajero pero lo mismo uno abrió una sombrilla grandota y otro de arriba le gritó ‘che frenchiberuti, cerrá el paraguas que ya somos libres’. Yo no entendí de qué se rieron cuatro o cinco tipos pero a la morocha y a mí casi nos joden el encanto. Esas cosas… Sí, en esa parte me duele bastante pero le sigo contando: empezó el partido, yo anoté el título de la nota Vibrante Triunfo del Atlético ante los Sanitarios de Lezama y a ella la deslumbró mi periodismo de anticipación, me dijo  aunque de entrada nomás la bestia Candotti, ese  animal del Lezama, nos  embocó un cañonazo de treinta metros y uno a cero. Entonces el Atlético reaccionó todos arriba alma corazón y vida, hasta que al petiso Pérez lo barrieron en el área y penal a favor nuestro. ‘Una instancia culminante del juego’, anoté con la mina cada vez más encimados. Un viejito de los vitalicios pidió ‘que lo tire el bizco Páez que  desorienta a los arqueros’ pero otro viejo le recordó que Páez había muerto en la navidad del ‘48 cuando gritó Muera Perón en la cola del pan dulce. Así que se preparó a patearlo el burro González ‘que bajo un denso y expectante silencio tomó carrera desde media cancha’, casi escribo;  pero la pelota pegó en el cartel del  Supermercado Fénix, en la vereda de enfrente, y la multitud de casi doscientos insultó a coro a la mamá y la hermana de González con frases irrepetibles’. No las anoté pero las recuerdo y ya le dije, ahí no me duele tanto doctor, más abajo.

      Al terminar el entretiempo y recomenzar el partido la morocha me convidó un caramelo, apoyando su mano en mi muslo que todavía la siento. Así que con mi clase habitual le pregunté ‘de qué medio periodístico sos’, ella frunció la naricita ‘de la revista El Gatito. ¿No la conocés?’. Toda una respuesta que me hizo subir la calentura a tres mil y en la misma jugada  al zurdo Jiménez le dieron una patada criminal, el referí no cobró, ellos salieron de contragolpe y dos a cero para los Sanitarios de Lezama. ‘¿Y ahora qué me dicen de los Derechos Humanos’, se largó el presidente del club, ‘no permitamos que en este viril deporte prolifere la tortura violenta’, pero el dueño del cabaret del barrio que ahora también es diputado del socialismo cristiano, lo hizo callar por eso de los humanos  ‘que repiten los comunistas’ y no tenía nada que ver. Mientras el partido seguía y con la mina íbamos a fondo ‘un delantero visitante de pura casualidad eludió a cuatro defensores del Atlético y anidó el esférico entre las mallas’. Tres a cero y a llorar a la iglesia, aunque si un día visita el Vaticano y le juran que Dios existe no le crea, es mentira. Ay, ahí sí, duele…Al fin íbamos saliendo y para que la morocha captara mi calidad natural le hice la pregunta clave en la orejita ¿cómo te llamás? Ella me suspiró ‘cincuenta dólares’ y sentí que en dos palabras me transcurriera un siglo.

¿Usted me habilita a contarle rápido qué sucedió de verdad? Al oír ‘cincuenta dólares’ en vez de gritarle igual que a González yo me quité los anteojos como si  terminara un verso y nos acercamos sin hablar ni bajar ninguno la mirada. Era linda de verdad, tal vez pasamos un minuto mirándonos con las manos juntas y cargadas de cierta dulzura dolorosa, algo que usted ni esperaría escuchar. Bueno, en ese momento yo pensaba sin pronunciar que cincuenta dólares jamás los había visto, porque era un pobre infeliz que recién vivía las dos horas más lindas de su vida, en tanto ella no me soltaba y su mirada se hizo más tristona, o dulce, no sé, para avisarme que sabía todo esa verdad que la gente parecida a nosotros nunca pronuncia. Para final me acercó algo sus labios para hacerme sentir ‘gracias, yo también’ y sentí sus uñas hundidas en mi piel  al irse apurada. Porque claro, eso pasa entre personas como ella y yo; se nos venía su amigo, marido o queseyó a imponer que no siguiera perdiendo el tiempo. Y si yo estoy aquí, doctor, usted no necesita imaginarse nada más. .
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     FUERTE, ABAJO Y LEJOS DE  MICHEL FOUCAULT.


         
         Cualquiera que atajara la pelota que a Jorgito Chopin le sacudieron aquel sábado en San Isidro, no hubiera hablado de otra cosa, pero él anduvo por el vestuario exhibiendo los guantes mágicos color rosa recién estrenados que le protegían sus dedos de pianista, y riéndose. Los locales quisieron  mostrarse ante su gente jugando contra Once Corazones un partido durísimo  y cuando el loquito Chopin agarró la última pelota con las dos manos, se fueron a llorar a la iglesia...
        
      La gente miraba desde unos escalones sobre parapetos de caños y era una linda tarde para jugar. Un sol de octubre, muchas minas vistosas,  unos pibes rubiecitos chillando y Once Corazones propuesto a jugar  prolijo, como siempre, pero   chocaron contra un equipo de camisetas de rugby y pierna demasiado fuerte que  protestaba  todo, así que decidieron no discutir con nadie sin descuidarse atrás. El ambiente se iría calentando, los jugadores, socios y familiares del San Isidro le reclamaban al referí el reglamento íntegro y ¿qué cobrás, hijo de puta? era lo más suave, y los línea se conviritieron en dos asustados personajes. A los Once también el público los alentaba: ‘negro de mierda’ o ‘judío asqueroso’,  y al narigón Aguilera que se divertía al esconderla bajo el pie izquierdo, una señora con un conjunto deportivo blanco; buenísima, le indicó ‘zurdo putito, no te hagas el vivo que te desaparecemos’. Por el segundo tiempo el Nene embocó un gol que casi no gritaron y ni ahí luego toquetearon la bola para perder tiempo. Había que irse tranquilos y sin calentar a nadie porque ya las mamás de los nenes rubiecitos les puteaban la tercera generación y en el final, uno a cero, cuando el referí apenas miró el reloj tres tipos de pelo engominado entraron al campo y chau ‘fair play’ para gente bien vestida. Uno de bigote cacheteó al juez para recordarle algún artículo escrito en inglés, ‘vos de aquí no salís, la puta que te parió’, otro bigotudo le manoteó el cogote y el partido, reglamentariamente, prosiguió. De inmediato centro al área de Once Corazones, penal del hombre invisible y en segunda escena del griterío y el Chopin ajustando sus guantes rosas, se ordenó la ejecución. El cuatro alisó el pastito con la pelota pidiendo ‘que no se adelante el arquero’, el referí le gritó a Jorgito ‘no se mueva de la línea’ y quizá sumara algo menos estridente. El de San Isidro tomó tres pasos de carrera, hamaque de Chopin y la inatajable bola abajo al rincón izquierdo hizo ‘chaf’ contra sus guantes y quedó seca. Hubo un silencio metálico, del fondo salieron jugando bien lejos para nadie, el heroico referí se animó a pitar el final y los dueños de casa lo siguieron puteando hasta el vestuario. Pero el hombre sobrevivió. 
     
         El penal que atajó Jorgito Chopin fue impresionante pero recién lo comentó  en el tren de vuelta con el Quelo Varela, el vendedor de libros.
- El referí era un turro. Sabía adónde pateaba el otro, me gritó no se mueva de la línea pero entredientes me aclaró ‘abajo, a tu izquierda’.
- ¿Y eso no fue una demostración de poder con mayúscula? 
- Qué lástima Quelo; no le pregunté si había leído a tu amigo Foucalt - y los dos se cagaron de risa.
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