martes, 31 de agosto de 2010

Intento de Resistir.

INTENTO DE RESISTIR JUNTO A ESAS PIBAS LABURANTES QUE CRUZAN LA PLAZA DE LANÚS DE MADRUGADA,
A VECES CUANDO HACE UN FRÍO QUE NI TE CUENTO.

Que cerca están las malas letras de los tangos
de esa muchacha que al duro amanecer,
cinco de la mañana, despereza la calle.

Y de algún auto le guiñan un requiebro
Rubicundo nochero con toda la cara de baboso…

Un merodeo de absurdo melodrama la quiere convocar,
triste muchacha.
Envolverla en realidad pegajosa
de costurerita dando malos pasos
y según un ingenuo, sin necesidad.

Como si a ella no le es imprescindible
esa blusa tan linda, con el corte moderno.
Y esas sandalias, qué hermosas,
de sólo tres tirillas doradas que bien le quedarían.

Ser obrera de fábrica, madrugante del alba
es decir muy ausente.
No entender bien las cosas.
Ignorar por lejanas cuestiones importantes:
Saraos. Vernisagges. Alta costura.
Veraneos en el mar. Galanes rubios.

Ni compartir siquiera esas mullidas camas
en suntuosos privados con alguien divertido.

Mágicos bienestares. Felicidad. Deslumbre.
Donde el brillo incestuoso contraviene
nuestra verdad de adentro.

Mala letra de tango le manosea las nalgas
y la mañana es fría.

Es un metal deforme golpeando pantorrillas,
Un gesto sin sonrisa que le cruza la cara.
y endurece sus ojos al mirar la vidriera.
Que es una celestina.
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lunes, 30 de agosto de 2010

LABERINTO DE GARDEL Y EL INGLESITO. Cuento.

Y fue por ahí cuando el Inglesito, que descollara por milonga en el almacén doña Rosa de Turdera, entró a desovillar sobre Gardel y su extraña muerte. Les confieso que no era fácil seguir bien la palabra en aquel hombre que al decirla ya andaría respirando en otra frase. Porque a Jorge Luis el Inglesito era un gusto verlo con sus manos sobre el mástil de la guitarra, y contarnos de Carlos Gardel, el Zorzal Criollo. Es sabido que los poetas lucen su buen decir si les parece, pero era de atender cada renglón del Inglesito, con su trémula voz y esa mirada de tornarse opaca al mencionar alguna utopía, ‘de esas que adoran los pueblos’.

- Yo creo que cualquier historia requiere cierta ficción que la humanice; ninguna estadística vale ante la imaginación y el mito, esas neblinas – pronunció en aquel bodegón oloroso a moscato y aceitunas. 'Neblinas de la imaginación y el mito', repitió elevando su mirada al techo y ensillar una mano con la otra. Y así, hamacado en su bastón o una guitarra; quíén sabe; prosiguió ‘yo creo que sin creerse lo de Sancho y don Quijote, la historia de España no tendría pies ni cabeza’.

Con su modesto ‘yo creo’ el Jorge Luis nos compartió una duda, pero siguió ubicando cada frase en su sitio como ese personaje que relatara un cuento sin recordar bien la historia pero sí las voces para decirla. Y según todos ansiaban conocer la muerte de Gardel ‘y gustar la sal nutricia de lo verdadero’, el Inglesito nos sugirió que algún párrafo de la tragedia gardeliana en junio del '35 tenía sombras de verdad, y otras ni eso..
- Las noticias divulgaron que Carlos Gardel, el artista más respetado en América del Sur, murió quemado en un accidente de aviación en Colombia, un rumor que el historiador uruguayo Wilson P.Sarnari también podía desecharse – tartamudeó casi inaudible ese payador por el Camino de las Tropas. Que además de su relato, era de disfrutar cada resuello de silencio al irse por sus túneles de recordación…

Sí, me gusta recordar aquel imprevisto de Gardel y Jorge Luis Borges, el Inglesito, que quizá aconteciera en una realidad secundaria, impenetrable, como el rostro de esos parroquianos esquivos con quien al irse a morir a Suiza, les quitara sus rituales de velorio y llanto televisivo. Que ese Jorge Luis se fuera a morir tan lejos, dejó a muchos sin la foto del último jadeo y el fúnebre despliegue del gentío, y tal vez también me hace sentir en un tiempo prestado y sin relojes, ante esa instancia donde un tal Wilson P.Sarnari hablara en Montevideo con el Inglesito, y le aflojara de una ‘Pasión y Muerte de Carlos Gardel’ difíciles de suponer. A saber: en las horas previas del Zorzal Criollo antes de abordar su vuelo en Medellín hubo una mujer que lo abordara y lo llevara con ella para siempre. Esa liviandad y otras que Wilson P.Sarnari le ilustrara, fueron algunas que Jorge Luis el Inglesito despreciara pero sin quitarle una sílaba. Lo mismo que hiciera con otros enigmas que le propusiera el prestigioso historiador uruguayo.

- También culparon de el accidente a ese mozo Lepera, amigo del cantor y continuo abrevador de Amado Nervo, - nos deslizó el Inglesito su juicio literario- que por un enredo de polleras arremetió a balazos con toda la concurrencia. No pocos afirmaron que por demostrar el buen humor argentino, al piloto lo ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión, más otros pergeños de involucrar a Gardel en un folletín de entrecasa. Pero nadie portador de un secreto resiste siempre; toda verdad clandestina es insoportable y al fin confesará…

Por ahí el Inglesito nos advirtió que hubo otras ideas que le confiara cansinamente el historiador Wilson P.Sarnari, quien luego de escucharle sus milongas que eran leyenda, le daría más relaciones de ´La Verdadera Muerte de Gardel´. Como que antes del accidente el cantor popular charlara solamente con él; Sarnari y Gardel sólo a sólo hablando de cuánto desborda al hombre la adulación ajena, esa despótica imposición del absurdo. Y el Inglesito hasta se jactaría aguantarse a pie firme el parlamento del estudioso uruguayo sobre un Gardel entristecido, desolada marioneta sin magia o gardeleo vagando en algún turbio callejón del olvido.

- Carlos Gardel, artista virtuoso malversado igual que un partiquino por tantos imitadores con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango. Porque Gardel supo retirarse a tiempo; y era tan anticipada su memoria que alcanzó a confiarle a Wilson P.Sarnari su temor por el eco de su voz luego que él debiera quemarse en Medellín. ‘Tengo miedo Sarnari que hagan de mí un muñeco publicitario. ¡Qué vergüenza!’ – y temería el Morocho del Abasto que su inflexión arrabalera en la voz la deformara algún atorrante que nunca falta; le recitó unos titulares de prensa infame anunciando actuaciones en Quito y Bogotá, ya arruinado por el incendio, - o ‘ircerdio’- pero aclamado al entonar su primera estrofa. Los ‘periodistas’ calcularían sus hembras, los equívocos de su entrepierna y el suicidio de una millonaria madre de algún hijo suyo. Que cantaría como él pero un poco diferente...

- Mucha imbecilidad fue glosada por los perpetuos nocheros – supo reiterar el historiador uruguayo Wilson P.Sarnari antes de predecir que a Gardel lo deformarían los congeladores del arte. ‘Nadie cantará como el paradigmático Gardel, pontificarán os mediocres’, y se disculpó Sarnari por ‘paradigmático’, una palabra desechable igual al decir de Enrico Caruso ‘Gardel tenía una lágrima en la voz’, esa ambigua alabanza de italiano.

Acaso por ahí Jorge Luis, el Inglesito, aflojó los labios y sin llegar a la sonrisa prosiguió con lo escuchado esa noche en Montevideo sobre un Carlos Gardel que jamás abordó ningún avión y seguiría de lustroso smoking, de chambergo inclinado, moñito a pintas o su imperdonable atuendo de gaucho palaciego, pero siempre Gardel cantando y sonriendo por más que lucraran con su gloria los negociantes de un ‘Gardel, producto terminado’. Él nada menos, El Gran Modernizador, ¿podría ser un cómico en el tablado de la costanera, o recluido en un loquero o apedreado por imbéciles de una barra futbolera? Por favor, ni en broma. .

- Una noche lejos de mi patria Argentina, le escuché a Gardel cantar un deleznable tango que nunca apreciaría – dijo el Inglesito. y al oirlo reviví cierta calle de Palermo con una madreselva trepando a una tapia. Y lloré un llanto dictado por la voz compadre de Gardel y acaso, porque lo popular es un secreto en los pueblos, ¿no les parece? – y nos preguntó el Inglesito si se puede pensar en un Gardel arrumbado en un geriátrico depósito de viejos ensayando frente al espejo su sonrisa luminosa, ignorado por los demás ancianos derruidos que también se mean encima. Y según Sarnari, el Zorzal quizá sea otro cuerpo sin retorno de esa tumba previa y cada tanto entona ‘tal vez una noche me encane la muerte, y chau Buenos Aires no te vuelvo a ver’, hasta que llega un enfermero y lo calla de un sopapo. Pero confundir a Carlitos con bufón de discoteca es algo imperdonable.
Alguien interrumpió con voz chillona y Jorge Luis el Inglesito, antes o después de morirse en Ginebra, no interesa, se hamacó en su bastón o guitarra y sonrió al escuchar ‘no crean tanta zoncera, señores. En ese día de 1935 nadie pudo subir a Carlitos en un aeroplano que ni levantaría vuelo, porque el Morocho no era ningún gil.
- Y sí, no es mala idea. Jamás existiría un Gardel sin poesía de eternidad - concluyó el payador por milongas en aquel bodegón de Turdera. O en el lugar y hora que se prefiera.
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jueves, 26 de agosto de 2010

EL INFIERNO DE ROSELL. Novela,

Ediciones del Leopardo, 1a.edición año 2001.



Cuando yo era joven podía recordarlo todo.
Ya sea que hubiera ocurrido o no.
Mark Twain.

La narrativa debe respetar un precepto
que ahora no me acuerdo.
E.P.

Un ámbito donde resuenan voces

El terreno mide dos hectáreas y hoy acepta jardines del abandono, senderos bordeando charcos que fueran cauces y árboles imbatibles al sol; y en mediodías del verano del pastizal ha de subir cierta frescura con olor a trébol. Del portón de entrada crece un repecho de asfalto que lleva a un gimnasio con vestuarios resecos, escaleras de utilidad imprecisa y una cancha de tenis sin frecuentar; y al bajar una loma surge un estanque de enigmática aguaverde y un quincho de paja que con tiempo a favor, reuniría gente animosa de vino y carne asada. Aunque el patrullero merodeando la arboleda nos anuncia que éste no es un solar de esparcimiento.
Por encono a los encierros no hablaré del clima lúgubre y el rancio olor de los pabellones, de los hambrientos errantes por el barrio ni tampoco de esas pibas que por monedas curten resignadas contra el paredón del Instituto. Pero si criticar el albedrío sexual es de tanguero trasnochado, diré del promontorio de césped que mejora la vista del paisaje, la propicia sombra de los acacios en las horas de sol, y más allá del edificio de piedra gris y antiguas ventanas de madera, hay un espacio de propiedad discutible sin un estudio de título. Y al anotar "estudio de título" imagino al dueño de esa cancha de bochas que apenas mantiene alguna tabla lateral y donde antaño, luego de la siesta, rebotarían las voces de los jugadores de lisas y rayadas, que estribarían su cerveza o vasos de tinto al borde de esa tierra regada y protegida con esmero. Y que por ahí, quizá mantenga algún eco embrujando el entorno del lugar.

El boliche de la esquina tiene salida a la avenida, una puerta ladera a un ventanal de recibir el mundo y unas cuantas mesas con dos o tres sillas, por si acaso. Es verdad, el bar de Rosell ocupa un buen espacio; mitad de su piso está machimbrado y por algún embate modernista, el resto con baldosas enceradas rojas y blancas, y al mostrador de estaño lo envilecen pegotes de fórmica y un escurridor de vasos de plástico celeste. El galpón de atrás son cuatro paredes de chapa acanalada, sin servicios, y en el depósito donde se herrumbraron los útiles del canchero de las bochas, hoy duerme el lavacopas de don Rosell; ese pibe que pasa el día meta y dale tras la pileta de canilla cigüeña y le sobra tiempo para anotar hasta la respiración de todos.
En aquel ámbito se presumen carreros y estibadores ferroviarios resonando hace un siglo de silencio. Es un sitio apropiado para esperar y también para recordarle al señor Director, el gordo Müller, que dictaminar sobre la pertenencia del galpón y el límite medianero con don Rosell "será considerado de modo profesional luego de analizar debidamente el Proyecto".

-¿Qué proyecto, Castiglión? Por averiguar si ese galpón corresponde al Instituto pretendés cambiar la especie humana. Andá.
- Avivate gordo. Con el Proyecto romperíamos el tedio y vos cambiarías tu anonimato por la gloria. Serías ‘Müller, del Proyecto’ en lugar del gordo Mulleri, del Instituto Psiquiátrico. ¿Qué te parece?
- Bárbaro, ingeniero. Tendría fotos de tapa, autógrafos, las egresadas de periodismo se pondrían en bolas para pedirme una entrevista. Y es cierto, Müller es mejor: se pronuncia Miuler y oírlo impresiona al mismo Cacho.
- Eso, Mulleri es propio de capo mafioso; en cambio Müller, Dirigente del Proyecto Vanguardia de lo Simbólico, te calza fenómeno, gordo... ¿Lo viste a Cacho? ¿Sigue negando que se llama Pedro?
- Sí, ayer apareció temprano; yo me hechizaba viendo a los gorriones aparearse en la arboleda y él irrumpió a pedirme que colaborara. Es de no creer, ese turro me arruinó la mañana.
- ¿Sigue con su "negocio del alma" frente a la plaza?
- Siempre con su ventana a la ansiedad y al temor de la gente. Ayer llegó de manga a pedirme que colaborara y lo dije "no puedo Cacho, colaborara me traba la lengua".
- Qué perverso, eso es impronunciable. Y peor es colaboradora; yo tuve una y la nombraba Dora, más fácil. Si Cacho niega llamarse Pedro y te dijo esa palabrota, debiste rajarlo. Colaborara...
- Me espantó los gorriones de la arboleda y lo rajé. Tomátelas Cacho, no tengo un sope y me venís de catecismo. Andá a pedir a la sinagoga...
-¿Ahora entendés mi Proyecto, Müller? Olvidarías esas pavadas y discutiríamos cómo Trascender la Crisis y la nueva manera de ver el mundo.
- Esa frase me gusta. Y los otros bregarían por La Familia y las Tradiciones en Peligro. Sería lindo, Castiglión. Y por supuesto, sin discutir con Dios.
- Con Dios ni media palabra; ese es un asunto de ángeles y pecadores y nuestro Proyecto es de gente común. Además, si Dios existe es un problema de él.
- Me gusta el asunto. ¿Se llamaría Proyecto Vanguardia de lo Simbólico, nada más?
- También podría ser Vanguardia Simbólica del Proyecto. Veremos gordo, cada nombre será rebatible y debatido con detenimiento.
- Empezamos bien, ingeniero. Te felicito.

Müller y Castiglión solían divertirse barato, anhelando prolongar el día.


Caballeros a pedal igual son caballeros

Don Rosell el dueño del bar y Remigio, el cocinero del Instituto, dos veces por semana se realzan pedaleando por el barrio y al no repetir ningún recorrido con sus máquinas, algún atardecer alguien creyó ver la bici del bolichero en algún ignoto pasillo.
- Sí, visitando alguna viuda o a un viejo travesti – soltó Silvina su moralina barrial buscando desviar la fama cornuda de su marido.
Y en uno de esos coloquios ciclísticos de respiración entrecortada, Remigio le endosó a don Rosell emplear en su boliche al pibe de la cocina.
- Mirá Rosell, el pibe es una tortuga inofensiva, ni recuerda adónde jugaba con su hermano a tener miedo y en el Instituto los canas ya entraron a joderlo. Te conviene Rosell, llevátelo. Y estando Julián, a él no lo necesito.
Así acordaron un sudoroso pacto entre caballeros a pedal y la siguiente vez de inquietar al colesterol meta darle a la bicicleta, don Rosell anunció que Vladimiro le enseñaría escritura veloz al muchacho, algo mucho mejor que escurrir un trapo rejilla y pasarle el lampazo a la mugre.
- El pibe aprende rápido, Remigio, pero lo enloquece el culo de mi mujer.
- Eso es bueno Rosell, y si se la cojiera te haría un favor.
- Imaginate.
Los dos combatieron diez minutos más los triglicéridos y en el semáforo saludaron a Perry, el limpiador de parabrisas que irguió el dedo mayor, como saludan los caballeros de su clase.


Inventar una historia de olvido no me gusta

Les digo todos que antes de ser lavacopas yo viví en el Instituto del gordo Müller con los demás. De lo anterior casi no recuerdo nada; llegué ni bien cumplí dieciocho y me hicieron ayudar en la cocina. No era un buen laburo pero me salvé de pasarla en el pabellón con esos piantados de preguntarme ¿y como no te acordás, tarado?, y yo para calmarlos inventaba una historia. Eso de inventar asuntos no me cuesta mucho, pero me acuerdo de dónde vengo, cuántos éramos de familia, dónde nací y qué colectivo iba por mi barrio. Hasta ahí, fenómeno; entiendo si me hablan, qué forma tiene el obelisco de Buenos Aires y si se descuidan, cómo es un avestruz. Pero de mi vida anterior antes de laburar en el Instituto, no recuerdo casi nada. Y ahí, meta limpiar basura y Remigio elogiando a Julián, un tipo rapidísimo en pelar papas, su muy amigo o algo raro; y cada dí Remigio empecinado en hacerme correr en bicicleta porque el abuelo de él fue campeón no sé qué más. Un disparate. "Salí a pedalear conmigo, pibe, es fenómeno", él encaprichado y yo agarré viaje en venirme al bar. ¿Elegir? No, podía dormir en otra parte y no lo pensé dos veces: aquí no hay alcahuetes de mearse encima ni pretenden que sude medio litro pedaleando una bicicleta... Bueno, a este bar vienen a esperar unos veteranos de la vida, me tratan bien y ellos no niegan que aquí esperan. Desocupados, gente de primera; de entrada me enganché con Vladi, un fotógrafo y matricero que con una lima y un cacho de fierro te dibuja el mapa de Norteamérica, dicen, y él me explicó que los boliches de barrio y los bares lujosos igualan a los solitarios. Y de verdad, bien no le entendí que aquí escucharía hablar mucho del pasado, y que tanguerìa aparte, todos amamos el ayer por haberlo conocido, me dijo. ¿Te parece poco? Además Vladimir inventó un sistema para escribir en alta velocidad, un método exacto que requiere coordinar la sensibilidad del escriba, la adivinación de la frase siguiente y rapidez supersónica en la mano derecha. Parece difícil pero es sencillo y los mente retorcida ya dijeron que Vladimir me escondió un mecanismo en la mano como a un mentiroso de la televisión, pero él me aseguró "no hay artilugio, es un sistema y basta". ¿Cuántas palabras por minuto rinde un dactilógrafo veloz; cien? ¿Y un taquígrafo con ganas; cuatrocientas? Bueno, con Vladi todavía no contamos pero mientras yo escribo voy, vengo y enjuago alguna copa, me sobra espacio para apuntar las risas y amarguras de cualquiera. Registro instantáneo mejor al grabador más moderno, qué tanto joder, y en una semana, para probarme, el ingeniero Castiglión me dictó algo de los trenes, "anotá sin apuro". Y aunque yo no entendí del todo, Silvina, la señora de don Rosell, se quedó escuchando y cuando él dejó de dictarme ella sonrió despacito y se fue para adentro.

Y el ingeniero me dictó casi de corrido: "otra vez la noche; en el insomnio interminable allá lejos transcurre un tren para avisarnos que cada minuto falta menos, que el alba se renueva en miradas de otra gente y al fin, cada solitario en medio del desvelo es aquello que ha vivido, imaginado y olvidado a la vez. Y ahora mismo yo continúe siendo el pibe despeinado jugando con su perro por la vereda al sol; el zaguán donde comía las uvas y hoy ni siquiera acerco a mi recuerdo; el vislumbrado aliento de los caballos que viera en alguna remota madrugada; las calles que cambiarían de nombre a la nostalgia y la infancia que jamás dejará de reprocharme qué hice yo, tanto ensueño perdido tras violines y pájaros.
¿Hay algo más desolador que hincar los dientes sobre el endurecido hueso del tiempo? Es un ejercicio sensual que aterra y atrae a la vez, y ahora pienso que mis padres también atenderían el traquetear sobre las vías, rumor de caballada y algún silbo desafinado de cualquier trasnochado compadre. Aunque mis primeros renglones ni siquiera son eso: son rastros diluidos en su índole, las primeras estribaciones de la memoria, apenas una cadencia y quizá, un furtivo sonido que tanto duele no retener: la voz sin después de mi madre. Y aquel retrato indoblegable: un tren detenido allá abajo con sus ventanillas iluminadas en el centro de una noche lluviosa, y dos ojos como serían los míos; que eran mis ojos; descubriendo o inventando aquel minuto fugador tras la ventana de mi cuarto... ¿Qué será de aquel espacio costeado por las vías, mi casa a los seis años sin vereda de enfrente, donde el tren comenzó a moverse chocando sobre sí y los vagones fotogramas cambiantes y rápidos, apurados, más rápidos, a esfumarse navío orientado al enigma de la penumbra? Cuando mis ojos cautivados supieron de un prisma diferente en el asombro, porque luego llegaría el sideral silencio, el hueco de voces vaciando los trenes de la madrugada. ¿Existirán rostros más infecundos y ausentes que los de esos solitarios en trenes de la noche, rehenes de un destino inviolable?
Acaso, nunca sabré si los despóticos olvidos fijaron el rumbo cierto a mi tristeza, pero cruza un tren en la alta noche, el día se acerca otro poquito y los ojos de aquella mujer que habitaba mi corazón, guiaba las ganas de mi sangre y no un trofeo en competencias de la piel. Ella, el amor de añorar atardeceres detrás de la arboleda, alguna madrugada junto al río y su piel pétalo de mujer inolvidable. ¡Cuánto más la amaría si aún la habitaran pájaros y volviera a enamorarse dos horas por semana! Ingenuidades de mi desvelo, apenas eso, si en la madrugada resuena un tren llevándose el misterio y de nuevo a empezar".


El bar está ahí nomás en la esquina, Señor

- ¿Así que vos sos Cacho?
- Sí señor, yo soy Cacho y le rogué que viniera. Respetamos su tiempo pero tantos siglos lejos de usted, nos urgía verlo.
- No es molestia, los siglos son átomos de eternidad y me debía una visita por aquí. Dicen que este planeta es muy divertido
- Divertido es, Señor; pero la penuria crece y por eso insistimos en llamarlo.
- No acostumbro a salir del Cielo pero veremos qué hacer por los amigos. Y decime Cacho, para las arterias es bueno caminar, pero viajé mucho y quisiera sentarme un rato. ¿No hay un boliche en este barrio?
- Ni una palabra más, gran jefe; haberlo dicho. Aquí nomás, lindero al psiquiátrico de Müller está el bar de Rosell, toda buena gente. Lo invito.
- Hacés bien, porque yo siempre ando sin un mango encima.
- Señor, ese milagro es el que necesitamos ...
- No jodas – respondió el extraño al entrar con Cacho a ocupar la mesa del rincón.
- Señor, tenemos problemas religiosos y necesitamos apoyo.
- Después hablamos Cacho, no creo que sea tan grave el asunto.


Ser como son ellos siempre depende de...

Tal vez por aburrimiento, el gordo Müller, Director, le pidió un plano al ingeniero Castiglión y él me dictó cifras, características del suelo, niveles, medidas perimetrales, superficies linderas, servicios existentes, factibilidades de mejoras futuras y otros datos a granel. Ese trabajo de mensura y relevamiento es independiente del Proyecto, algo que promete ser de envenrgadura y que arribará a feliz término, le copié al Anteojito Gómez, y mientras yo tomo nota tal vez me nombren redactor del Proyecto. Ya me dijeron, y Castiglión me hizo registrar algo don Baldo, el viejo que lee el diario con una lupa. "Dijo Einstein que sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana". Don Baldo tiene consumición libre y al fin Rosell le cobra todo al gordo Müller. Pero eso después lo escribo.

Si dijera del bar de Rosell "es un boliche de barrio", me quedaría corto. Es un resumen del mundo, una síntesis; pinta tu aldea y serás universal, seguro oyeron esa pelotudez del Anteojito que ahora estudia aforismos con un profesor que en el boletín del Deportivo escribió "la pelota es redonda, ¡qué lástima¡". Bueno, además de él aquí frecuentan tipos de calidad, nada de engrupidos caretas de revista; son fulanos que te miran en los ojos para sentirse con vida, mirá qué fácil. Ninguno pierde tiempo diciendo grandes verdades; y ¿cuáles son, me querés decir? me preguntó ayer Vladimiro. Aquí nadie la juega de enérgico o cruel asesino de la película, si alguien matonea es una pose en joda, me dijeron, y el cura del barrio no se toma en serio ni el sermón. Bueno, ese tipo tiene una sobrina preciosa y si alguien lo saluda "¿qué tal esas confesiones, Padreé Pecado?, él tipo se ríe. Ya te digo, aquí se reúne gente de clase y claro, pertenecer a ellos depende de... Yo todavía no entré porque no tengo suficiente filo, me dicen siempre.

Ariel es un fanático por los héroes del pasado y se pone pesado con los homenajes o con libros donde se dice que la esposa del Coronel Tal era la hembra de Obispo Cual, y si Castiglión le corta el macaneo el asunto parece divertido porque de verdad, la onda histórica yo no la pesco...
- Ariel, no hinches más los quinotos. Es un desperdicio hincarle el diente al hueso del tiempo y caer en la retórica que al fin, no dice nada. Tanto rejunte de fecha y nombre es rastro diluido, cadencia sin estribaciones: los buenos aquí y los malos enfrente, el enemigo y violador de candorosas niñas contra nosotros, pueblo siempre trabajador y altivo. Los renglones escolares no traen relinchos de potrillo lanceado en el cogote ni gemidos de gente en el degüello, son letras vacías de llanto moribundo y olor a carne podrida. ¿Qué soñaría el gentío al achurarse en esteros y pantanos al entrarle la estaca costillas bien adentro, en una batalla ajena? ¿A esa "herida absurda" la sintieron gloriosa o nauseabunda como una muerte cualquiera? Ariel, ¿interesa saber si a fulanita la desvirgó su tío el coronel, si la madre del general fue mestiza o azabache, o si Evita fue mina de Magaldi? Dejate de joder, menos revisar encamadas y busquemos a los chorros de la tierra y el poncho, que no aparece.


Quien no acepta su nombre debe pedir hora

Si no amenazaba con un suicidio, cada tanto Julián decidía que el nombre recibido al nacer no le iba y así adoptó Héctor, desechado al saber la vocación guerrera del tipo; Tomás fue un Santo Varón que despreció al primer ¿qué Tomás, Julián?; y de Daniel disfrutó unos meses pero al descuido puede sonar Daniela y tu nombre se mujeriza, le advirtió un psicólogo primerizo que vaticinando era un campeón. Julián dijo la otra noche que si un día él acertaba la lotería ese tipo le hubiera indicado cómo atenuar su complejo de Edipo, afirmar su personalidad y otras disipaciones pelotudas. Lo confundió tanto que al suspender la cocina de Remigio para recorrer los azarosos caminos del mundo, dijo, Julián había internalizado que llamarse Alejandro honraba a un goleador futbolero y a otro Alejandro, menos notorio, que fuera emperador y él jamás conociera. Y todo eso le enredaba más el cerebro.
Un mediodía Julián anduvo del refugio del ómnibus a la esquina, frente al Instituto de Recuperación, pensando ¿quién puede recuperarse con el gordo Müller? Recién bañado en el Deportivo y salido a la calle, los del barrio y quienes aguardaban el ómnibus lo creían fugado del manicomio, así que cargó al hombro su descolorido bolso y cruzó la calle acordándose de Batman, Robin y si el negro Remigio está en dificultades, debo ayudarlo, se burló. El cana del Instituto ni lo miró y ya en la cocina Julián calculó de una ojeada hasta el olor de la heladera.
- ¿Qué hacés Remigio? - saludó al morocho cubierto por un delantal blanco y atrapado entre los cacharros. En un rincón, un interno de Müller con ojos saltones comía un sánguche mirando por la ventana, junto a otro de uniforme.
- Alejandro, ¿pelo cortado a serrucho?
- Sí, me queda bien; y de nuevo soy Julián, acordate Remigio.
- Entonces lavá las ollas. ¿Anduviste de viaje, Julián?
- Un paseo fenomenal. Día y noche con sol, siete meses sin llover y unas minas que cuando vengan a visitarme te caés de culo.
- Qué lindo. ¿Y por dónde queda eso, che?
- En las Galápagos, hotel cinco estrellas – se agrandó Julián.
- Sí, conozco, hay unos monos grandotes y jirafas por la calle. Y de casualidad, ¿no viste al Ser Nacional?
- No me cargues, nuestro Ser Nacional se oculta yo lo descubriré, vas a ver...
- Avisame, así me lo presentás. ¿No tenés hambre?
- De varios días. ¿Qué oculta ese recipiente?
- Guiso de osobuco, veinte porciones. Comés dos platos y chau Galápagos.
- ¿No me creés, negro? Te muestro las fotos. ¡Qué minas Remigio, para volverse loco!
- Ahora comé y después dejamos todo limpio.
- Negro, sos un dandy negro. ¿Por qué te llaman Remigio?
- Mi abuelo Remigio era un ciclista con cara de Remigio. ¿No te acordás?.
- Sí, pero me gusta volver a oírlo; Remigio. Suena lindo, ¿no?...


Los amigos de Cacho son de poco ritual

Cacho suele charlar con don Rosell pero los demás lo suponen un manguero que engrupe a la gente con el cuento de la Fé. El tipo no mira de frente y algunos le muestran su bronca de darle una piña si contesta mal; existe mala onda con Cacho y cuando criticó al Padreé Pecado, Julián salió en defensa del curita y el otro ni lo atendió.
- Este tipo tampoco me asusta, que cualquier día yo me fajo un tiro y chau con todo- murmuró Julián y se acaabó el asunto.

El otro día Cacho entró con un tipo estrafalario y el general Rodríguez les hizo la venia. Se sentaron en el rincón; todavía están; y yo seguí lavando y volviendo a lavar el último pocillo hasta que Rosell me mandó a dormir. Igual me escabullí a escribir un cuaderno entero que aún estoy ordenando; no es fácil ver a un tipo envuelto en esa neblina tan rara.

-¿Le gusta este lugar, señor?
- Lindo boliche, parece limpio. ¿Siempre venís?
- A menudo. Con Rosell, el dueño, nos tuteamos.
- Decime, ¿ de noche barren con aserrín o café mojado?
- Con café, un hábito bolichero, maestro. El lavacopas desparrama el café usado y barre con un escobillón viejo. Tiene otro aroma, vio.
- Me imagino. ¿Y todos te llaman Cacho?
- Por supuesto, mi nombre aquí es ese.
- ¿Y nadie sabe que vos sos San Pedro, Pedro? Si no sos ése yo no soy Dios. - - Pero aquí es mejor; si me reconocen empezarían a negarme. Ese es el problema religioso que le comenté. Si yo dijera "soy San Pedro" me internan en lo de Müller...
- ¿Y ese Müller quién es, Cacho?
- No se imagina, maestro. El dueño del manicomio, un tacaño. Ayer le pedí una limosna para mantener la fé y me echó a los gritos.
- Bueno, para la fe no se necesita guita. Es otro tema...
- Pero él es psicoanalista, mala gente. En el confesionario alguien se confiesa y listo, pero esos herejes oyen los pecados sin remordimiento. Competencia desleal, señor.
- Ojo Cacho, que tus palabras no tienen caridad cristiana.
- Perdón señor; la mayoría es buena gente aunque hay inconformes que nos discuten la creencia.
- Es que discutir no es malo, Cacho. Al contrario, es obra de la Creación.
- Ahí viene Rosell, ¿qué quiere tomar, maestro?
- Nada; me esperan un par de visitas largas.
- Hagamos gasto, señor. ¿Un cafecito?
- Pero muy liviano, Pedro; por la hipertensión, viste.
- Rosell, traé dos cafés. Uno livianito.
- ¿Aquí aún piden el café cargado o liviano? ¡Qué ingenuos!
- Sí, es parte del rito.
-¿Y los ritos sirven, Pedro?
- Aquí llámeme Cacho, por favor. ¿Usted me pregunta por los ritos, jefe?
- Si te pregunto es porque me olvidé.
- "Y Jesucristo dijo: Pedro, sobre esta piedra edificarás tu iglesia". ¿No fue una orden suya?
- Cacho, los ritos son un artificio y si no sirven, chau con ellos.
- Señor, los ritos aglutinan, fortalecen; es algo profundo, cultural.
-¿Y para la gente, el rito es bueno o es malo?
- Esa otra discusión, señor y por eso le pedimos que bajara a vernos.
- Aflojá con tanto misterio, Pedro. Si los ritos no sirven a la felicidad de todos, deben cambiar el libreto.
- Señor, a nosotros los ritos nos sirven.... Y no se olvide de nombrarme Cacho, por favor.
- ¿Y ustedes son los dueños de la verdad? Nunca imaginé eso, Cacho
- ¡Qué pena, señor, qué pena!
- No es para tanto, Pedro, no es para tanto. Ahí viene el café.


A veces, es la fuerza del saber

El hombre de cabello entrecano y zapatillas de trote, con vocación de escriba y autores en desuso, no visita demasiado el bar y sin embargo, a nadie asombró que no le extrañara el amigo de Cacho. Él lo miró como a un parroquiano más y siguió comentando alguna acrobacia del disparate humano, solía repetir para acompañarse el whisky doble.
- Ahora mismo es violada una turca en París, -dice el tipo - muere congelado un anciano en New York y pibes miserables hurguetea tachos de basura para llenar la panza. Todos integran la humanidad que quiere colonizar la luna; un Juez liquidó a su hija por baja perfomance social; la Reunión Cumbre aconseja más cárceles y barrios privados; Medio Oriente desempata por cadáveres y los Disfrutadores de Paseos Marineros se ríen alegremente y niegan ser de esa misma mierda...

Cuando ese hombre consigue a Castiglión y Vladimiro de laderos hilvana mejor su libreto protestón, aunque lo abruma seguir viviendo junto a la divorciada de otro escritor; de obra editada. Así que días pasados se enamoró en el ascensor de una muchacha nueva en el edificio. El hombre de inmediato decidió informar al mundo que el amor tenía los ojos pardos, la divorciada no perdonó tanta euforia por la mirada de otra y le gritó "haragán, mantenido, fuera del departamento". El canoso adujo no tener adónde y la mujer insistió, él siguió acomodando libros en la biblioteca y anunció que su enamoramiento era subversivo y liberador.
- ¿Quién organiza las peleas de pobres contra pobres? ¿Alguien controla la mística, el arte y las ganas de aparearse? Ya es la hora del nuevo amor...
- ¡Cuánta estupidez! –dijo la divorciada y quemó en la estufa un libro que él venía escribiendo.

Esa mujer cometió algo terrible, de mala hembra, se decía en el bar cuando entraron dos canas con rostro de averiguar. Los tipos volvieron ese mismo día y se lucieron junto al patrullero apoyando sus manos en la cintura, pero ni sombra del hombre canoso. En el bar discutieron tres noches si un quítame esos cuernos habilita a incendiar papeles escritos por su compañero de sábana. La mujer de Rosell repitió que los hombres son enfermos de machismo tarado, y el general Rodríguez se cansó de preguntar si romperle el cráneo a una mina con un diccionario grandote era un delito grave.


Un rato con los representantes obreros

Los del bar conocen la vida como venga y eso lo tienen claro, por eso Castiglión y Ariel decidieron inaugurar el Proyecto y aguantarse el contragolpe. Vos me preguntarás ¿qué Proyecto? y no respondo porque de tan secreto no tiene nombre oficial; yo no entendí eso de los roles pero escuché que el Proyecto es así y debería ser aquello muchas veces. Y además de usar palabras raras, - cualquier Proyecto es una conspiración contra la verdad, me dictó uno- yo habré dicho algo porque me preguntaron si ya escribía rápido.
- Sí, bastante – me agrandé.
- Entonces escribí el Diario de Campaña y callate – dijo Ariel. De verdad, gritó "que este marmota haga eso y no joda" y siguieron hasta las últimas consecuencias. Aquís se discute todo y cuando yo elegí el nombre para el anotador, Diario de la Liberación, uno dijo "qué tarado" y otro me aplaudió porque una conspiración del dos mil merecía un nombre original... Esa vez no me llamaron pelotudo, pero hubo respeto porque entraron tres tipos desconocidos a enterarse del Proyecto y yo anoté.
- Venimos en defensa de la clase obrera organizada y mandato otorgado por los compañeros trabajadores hace muchísimos años – apuró uno de anillo en la mano derecha.
- Sí señores, y si les molesta que lleguemos en un Mercedes Benz descapotable, preguntamos, ¿los patrones pretenden que el Secretario General del Comité Central Confederal viaje en carro? ¿Quieren que siga viviendo en Villa Sapito, sin disfrutar su lucha contra la oligarquía?
- O sin comprar cada tanto algún caballito de carrera – murmuró otro.
- Bien dicho, compañero, porque si queremos una sociedad organizada – dijo el número tres, de mirada fija- que los desocupados no sean instrumento del poder patronal. Nosotros representamos a quienes pagan la cuota sindical y no a los piqueteros atorrantes que no trabajan. Y dejen de perseguir a los heroicos sindicalistas averiguando su patrimonio en el exterior.
- Por eso y en nombre de la clase obrera silenciosa, nos ponemos al frente de este Proyecto Histórico – y se fueron dando las hurras. Los demás creyeron a esos tipos invitados de Müller y siguieron hablando de otra cosa.


Si llegan los antropólogos, chau Proyecto

Ocho es buen número para hablar si no aparece un charlatán regadera y chau con la conversación, pero nueve es multitud. Y al irse los vivillos del Central Confederal se quedaron Ariel, el ingeniero Castiglión, embroncado porque le interrumpieron su Teoría de la Ventana, fundamental para el Proyecto; Vladimir; el general Rodríguez, distraído, buscándose por ahí; y más tarde Remigio y Julián pasaron raudamente a dormir sin escala. Después Ariel lo convenció a Castiglión que su Teoría Ventanera merecía audiencia numerosa y no sólo cuatro gatos locos, y se largó a copar la reunión. "En esta histórica barraca", arrancó Ariel y al insinuar alguna hazaña de San Martín o Belgrano, Vladi le ganó de mano contando que por el año ‘78, aprovechando el Mundial, dijo, las fábricas cerraban a destajo y un sábado de lluvia sollozo buenosaires, él debió ir a una forja que dejaría veinte tipos sin laburo y llevó la cámara de fotos. Siendo el último jornal los muchachos cobrarían doble y se despedirían comiendo un asadazo; ritual parrillero con mucho vino y réquiem para un lechón. Y al ver una fotografía veinticinco años más tarde aquello resulta simpático...
¿Vos olvidaste la matanza que hubo esos días? – le gritaron, así que Vladi tomó aire y siguió.
- El matricero Vladimir llegó a la hora de morfar – lo saludó el negro Albornoz y algunos ya andaban como extrañados por los rincones del galpón, lavándose en los piletones, acomodando su ropa en el bolso y pocas palabras.
Todos saben de memoria la anécdota de Vladi, pero anoche, con el frío y a esa hora...
- ¿Y Albornoz, cuándo salís de vacaciones? –le pregunté, dijo el matricero. - En marzo, Vladimiro. Los bacanes veraneamos en marzo, con Frank Sinatra.
Y ahí Vladi suele preguntarse si la resignación de alguien cocinándose contra un horno a mil doscientos grados no es para pensar, pero ni bien el lechón estuviera a punto la fábrica empezaría a guardar los últimos rumores y antes de recibir el atroz silencio de galpón vacío y en última función de temporada, a pura pinza y muñeca Albornoz martineteó un recorte de acero a novecientos grados, como si amasara cerámica.
- Dale Albornoz, - dice Vladi que ahí disparó una foto y sube la voz- que en tres mil años los antropólogos te descubrirán y al estudiar tu obra de artesano diestro y el tótem que modelaste con un cacho de acero colorado, explicarán tus hábitos y alguna religión que nunca practicaste, Albornoz. Porque también existen antropólogos chantas que dirán "los metalúrgicos del siglo veinte practicaron una Dinámica Transicional Coordinada y Proyecciones Globales Totalizadas", o trabalenguas de Asumida Logística y otros versos. Sí Albornoz, los antropólogos pueden ser así, ¿no lo sabías? En treinta siglos más serán deslumbrados por esta civilización y llegarán multitudes de ellos a rendir un merecido homenaje al mejor forjador que pisara el planeta. Escribirán tu nombre, dirán laborioso y abnegado padre de familia que ni el sábado a la noche se ponía en pedo. Todo eso escribirán de vos, pero el lunes bien temprano comprá el diario y salí a buscar laburo, Albornoz, que ya vendrán los antropólogos, vas a ver...


Con pertrechos de cuartel disminuye la vulnerabilidad

Todos simulan atender si otro hace la suya, - de otra manera no sería vida- y reunidos cuatro nada más, el general Rodríguez insistió en conseguir unos pertrechos para fortalecer el Proyecto.
- Al menos unas escopetas de cazar perdices; solamente repitiendo Proyecto Proyecto a mano limpia, nos cagarán a palos.
- Sabias palabras mi general - Julián venía de pelar papas en la cocina pensando en el Ser Nacional, resabio de algo leído por los sesenta. Entra y sale del Instituto cuando quiere, aunque si toma algo en serio no anda con chiquitas; pone cara de qué me importa y ni bien el general Rodríguez repitió "consigamos unas escopetas porque sin acción nadie conocerá el Proyecto", Julián se embaló tanto que Remigio el cocinero debió calmarlo.
- Aguante varón – le dijo; y Julián, alborotado el pelo quería salir ya mismo tras la palabra empeñada, y el otro "no es para tanto Julián, las cosas hay que hacerlas con tiempo". Pero claro, Julián es colifa indomable de vuelo rasante más difícil que retroceder en chancletas, dijo alguien, y se chimenta que hizo un pacto con el Director, el gordo Müller.
- A Julián lo conozco de pibe, es mi amigo - Julián se defiende¿qué amigo?, yo soy amigo de Borges y no de ese gordo bufarrón.

Es que Julián jamás le perdonó a Müller divulgar cómo él persigue la Identidad y Señas Particulares del Ser Nacional, flor de dónde brotaría lo que fuera "si nadie te baja de un botellazo", supo decir don Rosell. Es que el gordo Director del Instituto denunciaba cuando Julian recorría veredones diurnos y nocturnos "metodológicamente", más otras frases que merecen un libro grueso, averiguando si la estatura del Ser Nacional es de un metro sesenta a un metro setenta, dos centímetros de tolerancia más o menos. ¿Y cómo desculó Julián semejante enigma? Con el método más sencillo y fácil que usaron los sabios más geniales de la especie humana, sentenció Müller: la observación al pedo. Así que Julián un día se instaló, anotador y centímetro en mano, de cuatro a cinco de la tarde en la esquina de Corrientes y Esmeralda, esquina nacional como ninguna con su piel ni con su voz, y como la identidad humana es ente metafísico más allá del individuo y la sociedad impiadosa, él ahí nomás desnudó su observación de toda connotación ontológica y se avivó de lo siguiente: quienes medían un metro cincuenta eran escolares sin estudios cursados para Ser, o seres de rasgo aborígen, por consiguiente antinacionales y de nulo interés para la encuesta. Los transeúntes con menos de uno sesenta eran "otros latinoamericanos" y los de metro setenta con ropa informal, sin bigote ni aires de granadero a caballo, fueron extraños de toda extrañeza y muy desconfiables. Y como lo nacional, bien lo aclaró el gordo, no debe ser extraño y sí inherente, Julián prosiguió en calles apartadas de las luces malas del centro que le hicieran meter la pata, relevando sitios donde la ausencia de caminantes en la alta noche invalidaban cualquier encuesta. Y sin anotar otros análisis factoriales según chamuyan los sociólogos, Julián resumió que por esos "barrios plateados por la luna rumores de milonga son toda tu fortuna", ciertamente existían rastros del Ser Nacional pero en otro horario. Por ejemplo, de las once a dos de la madrugada, supo Julián que por Mamberti y Juncal; esquina con sobrados ingredientes histórico culturales para ser Esquina Nacional Popular Autèntica, ENPA, durante tres noches de observación por ese triángulo estratégico sólo pasó raudo bajo la lluvia un encapotado yendo a la farmacia de don Manuel, sin permitir estimar altura, procedencia ni rasgos para calificar "Ser Nacional en Barrio Tìpico, a Medianoche". Entonces, antes de proseguir estudiando los deportes, la música, la flora, la fauna y los yuyos medicinales de la Nación, con un cachito más de tiempo, prometió Julián, haría un relevamiento de las mafias fugadoras de capital, jubilaciones de privilegio de promoverle juicios al Estado, que si seguís jodiendo vas a terminar flotando en un zanjón, pelotudo, le vaticinó su cuñado Santelli, el dueño de la mortuoria.
Otra manía de Julián es preguntarle al cocinero porqué no envenenó al padre por bautizarlo Remigio, y el otro responde Remigio es a mucha honra y lo recibí del bisabuelo Remigio ganador en 1937 de la Vuelta al Pago en bicicleta. Esto no molesta, pero oírlo cinco veces al día es una plomada que justifica cualquier homicidio, dijo el otro día Tadeo, un pintón profesor de algo que hace poco se mudó al barrio... Bueno, la termino: Julián le prometió al general Rodríguez conseguir pertrechos bélicos y se ocuparía; Julián farolea con esa tarea y si no lo atienden amenaza con meterse un tiro en el mate; al fin Julián confió que su rayadura venía del ochenta, aguanté una biaba muy fuerte con simulacro de fusilamiento, aunque al contar se arrepintió y la otra noche cambió ese libreto por un desembarco en Malvinas.
- Nos empujaron del barco porque ninguno quería bajar, y nos aguantamos seis días en un pozo de zorro con un oficialito llorón. Lloraba y no hacía más que llorar el mariconazo aquel.
Las cosas con Julián nunca se saben: promete darse un balazo y al rato se queja por la poca dedicación al Proyecto, se ofrece no se inquiete mi general, yo me ocuparé y si Presunto Rodríguez no le agradece, Julián lo verduguea milico de cabaret, por qué mierda te llamás Presunto.

- Ustedes no respetan a nadie; si cantara Gardel le tirarían manises, manga de atorrantes – se defiende el otro y sonríe al recordar el trato que le daban las mujeres del cabarute. "General, si llega mi marido dígale que no me espere" – siempre le recomendaba alguna y esa fue su linda época. La gente nochera lo saludaba buenas noches mi general y a la hora de cerrar él solía tomarse un trago con Ariel que por aquel tiempo conducía un colectivo de la ‘78 y recalaba en lo de Rosell pasada la medianoche. A veces se sentaba con ellos la Emilce, si no ligaba una dormida con alguien que le salvaba el jornal y eso pasa en cualquier oficio, se conformaba Ariel y se amuraba con Rodríguez hasta asomar el sol y llegar los madrugadores del café con leche. Buena época, pero el cabarute cerró y Emilce ni siquiera dejó un número telefónico.
- Llegaron las nenas del sauna y las putas nocheras al museo, - se consolaron la noche que Presunto Rodríguez le hizo pierna y Ariel la arremetió de whisky.
- Mi general, esta botella llega invicta y debemos derrotarla - y la fondearon sin recordar mujeres. Hasta las tres de la mañana, cuando ni acertaban la luz del baño y casi deciden atacar Wall Street a mano limpia. Pero postergaron el acto patriótico por derrumbe mutuo.


Tomar un café requiere largar el rollo

- Aquí tienen Cacho. Dos cafés, uno liviano.
- Gracias Rosell. Te presento a un amigo.
- Mucho gusto.
Igualmente, es un placer.
...
- Volviendo al tema, ¿si los ritos no ayudan, están en contra de mí?
- Bueno, los nuestros son sagrados. Pero el rito de esta gente es esperar aquí, sentados... Pero le ruego hablar de algo simple, maestro, sin dar examen.
-¿Y a qué dedicás el día, Cacho, al chamuyo y al blablablá?
- Le confieso: hago una tarea agotadora, en el Vaticano hay mucho papelerío. Para rogar un lugar cerca suyo hay millones de cartas.
-¿Y usás tu divino tiempo en eso? Mala costumbre, el cielo se gana de otro modo. Mala costumbre.
- Sólo dar una misa es un trabajo abrumador, maestro. No hay tiempo ni para un padrenuestro: colectas, excursiones a lugares venerados. Aunque por más que evitemos cualquier decadencia a usted jamás lo molestamos...
- Cacho, ¿la decadencia de quién? Porque algo huele a podrido en el aire.
- Teacher, usted pronunció una justa palabra. Algo huele mal en nuestra sagrada tierra.
- Largá el rollo Cacho, ¿qué pasa?
- Yo qué sé, mucho quilombo junto. El fanatismo musulmán es difícil, los judíos quieren todo para ellos y olvidan que está escrito: "Entonces Pedro, poniéndose en pie hablóles diciendo: varones judíos y todos los que habitáis en Jerusalém, oíd mis palabras que no estoy borracho como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día". Capítulo dos de Los Hechos, versículo catorce.
- Cacho, que no quiero escuchar textos antiguos, me aburren.
- Perdone mi énfasis por guiar mis ovejas del rebaño. ¿No recuerda ama a tu prójimo como a ti mismo?
- Menos Biblia y batime el justo, Cacho. ¿Qué pasa aquí ?
- Ya le dije, la maldad de los judíos ya pasó. Es una metáfora, se modificaron, menos con los palestinos. Hoy son menos egoístas y respetan, aunque la antigua hermandad de los esenios...
-¿Qué te pasa Cacho, le debés al mueblero que hablás tanto?
- Eso nunca, jefe, pagamos religiosamente.
- Entonces, menos franela y decime claro, ¿qué sucede?
- Señor, no quiero herirlo y usaré mi coraje para decirle: aquí todos los Santos Días se mueren de hambre cien mil chicos.
-¿Hoy mismo reventaron de hambre tantos pibes? No te creo, es una joda.
- Ojalá lo fuera, señor, pero de lunes a domingo sin feriados ni fiestas de guardar, llenaríamos un estadio de fútbol con chicos de cinco años que murieron de hambre ese día.
-/Qué atrocidad, qué hijadeputez/
- ... y me extraña que no diga qué barbaridad, Dios mío, tan común.
- Escuchame cartón, me hablás de esa porquería y te hacés el vivo. ¿Cien mil chicos mueren de hambre cada veinticuatro horas? Es una joda, no te creo.
- Cien mil pibes y los ancianos se cuentan aparte. Hay montones de viejos en la calle y ahora lo sabemos. La cibernética brinda números al instante.
- Yo te rompo el culo a patadas, cibernética. ¿Y qué hacen con los que no morfan?
- Los contamos a todos. Los muertos de hambre de cualquier culto o religión entran en la cuenta. Y le digo más: doscientos cincuenta millones chicos trabajan en este mundo. Ya está, se lo dije, Maestro.
-¿Y ahora mismo hay millones de pibes laburando? No me cargués, Cacho.
- Bueno, a esta hora la mitad y la otra mitad cuando amanece; por la rotación, no sé si me entiende.
- Eso lo entiendo otario, pero ¿falta comida?
- Le digo, faltar no falta, hay comida suficiente.
- ¿Y entonces, sobra gente que quiere comer?
- Gran Jefe, mirado así todo es sencillo, pero la criatura humana guarda insondables causas que explican el desequilibrio alimentario.
- Cacho, el domingo oiré tus huevadas, pero hoy no me jodas. Y te distraigo un minuto, ¿por qué ese hace piruetas con la silla de ruedas en la calle?
- El Perry, un célebre inválido del barrio; limpia vidrios en el semáforo.
- Podría tener otro rebusque, ¿no? Bueno, sigamos con tu coconfesión.
- Quisiera comportarme mejor, señor, y una respuesta sería que para alimentar a todos no alcanzan campos, mares ni los supermercados del mundo. Una minoría come demasiado, otros comen un poco y muchos no comen nucna y se mueren. Duele en el alma, pero es verdad.
-¿Te duele al alma, Cacho? Yo vi construcciones enormes, autos brillantes y gente festejando al sol. ¿Esos también corren la liebre?
- Y habrá visto mujeres muy hermosas, ¿no señor?. Bueno, un verdadero logro, un homenaje a la divina creación
- Sí Cacho, unas minas bárbaras, muy dispuestas. ¿También pasan hambre?
- Las mejores, no; tienen como alimentarse y algo más.
- ¿Y la igualdad de los seres humanos, dónde está?
- Bueno, es la sobrevivencia de los más aptos, señor.
- ¿Los más aptos para qué? ¿Para ellos o para la especie?
- Que sé yo....


Hay mostradores de contemplación incorporada

El dueño del bar entre mostrador y caja campanea el callejón donde los pibes se pegan con cerveza y fumo, las acrobacias de Perry en la silla rodante a semáforo y bocina, al frente un edificio de departamentos y la entrada del hotel por hora donde las mujeres, siempre, bajan el parasol del auto y asumen lentes oscuros...
Desde ese mirador don Rosell sospecha los movimientos, se adueña del escenario de la calle y eso lo divierte. "Espiar no es ninguna virtud" una vez lo prepeó Ariel pero don Rosell no acusó recibo y siguió vigilando a ese hombre que dos veces por semana entra al número setenta y cinco de la calle, toca el timbre mirando a los costados y empuja la puerta principal. El bolichero lo veía trasponer la puerta, ahí se encendía una lámpara del cuarto piso departamento dos y luego de una hora el hombre entraba al bar y mientras don Rosell llenaba un pocillo en la máquina, luego él pagaba con holgura su comunicación de teléfono, un café que tomaba de compromiso y salía saludando. Era aprecialbe su ropa y ese andar de persona acostumbrada; más de tanto controlar, don Rosell registró su número de teléfono, el discursito "¿querida?, en quince minutos llego" y alguna ternura a su mujer, del otro lado. También don Rosell imaginaría los juegos de alcoba del hombre con la mujer del cuarto piso, departamento dos; linda mina, cabello corto, alrededor de treinta años y que entrara a comprar una botella de whisky el último verano. Todos apreciaron sus piernas doradas al cruzar la avenida en pantalón corto; una hembra hermosa hace unos días fría en el baño por una dosis muy espesa, dijeron, y nadie supo más del asunto. Por entonces don Rosell anduvo inquieto, un policía de civil visitó el bar y charlaron en la mesa apartada tomando importado.
- Y todos amigos, cornudo de mierda, porque los canas sólo persiguen a los que afanan sin asociarlos, - lo insultó Silvina porque su marido hizo dos o tres llamados reservados y el hombre elegante no apareció más por el barrio. Don Rosell liquidó alguna deuda del negocio y nadie quiso enterarse.
- ¿Entendés Remigio? El mostrador es un mundo diminuto y de códigos indiscutibles – habrá explicado Rosell mientras pedaleaba al cocinero que levantó una ceja y a otra cosa.


Los lentes negros siempre de moda

El fulano de lentes negros miraba distraído el reflejo de las vías. Uno se acostumbra a todo, a meterse de atropellada mostrando la credencial y tranquilos señores, esto es un allanamiento, como a exhibir una nueve milímetros gritando nadie se mueva, esto es un asalto. Y si era imprescindible, darle un balazo en la cabeza a cualquiera; pensaba.
Otra persona entró a la estación a la hora indicada, dos y diez de la madrugada, fingió olvidarse un maletín en el asiento del andén y subió al tren casi en marcha. Lo convenido. Desde un quinto piso frente a la estación alguien encendió y apagó una linterna que vieron desde el bar. El andén quedó de nuevo solitario y se repitió la señal; el hombre de anteojos negros que caminaba distraído cerca de las vías levantó el maletín y salió de la estación.
Al principio solían tomar otras precauciones, pensaría al subir con parsimonia al auto y tranquilizar a su compañero. Vigilaban a la persona que entregaba el dinero, cambiaban los billetes y en una ocasión debieron truncarle el heroísmo a un policía que complicó las cosas y el entierro lo dieron por TV. Alguna vez prometieron soltar al hijo de quien pagara el rescate, pero ni bien contaron la plata llevaron al muchacho a un descampado y tras el disparo en la nuca taparon el pozo donde nunca lo hallarían. Acaso fuera esa vez...


¿Un buen fumador no enciende dos veces qué?

El ingeniero Gustavo Castiglión se levantó con la satisfacción del deber cumplido, se burló a sí mismo, y al paso acarició la espalda de Silvina. Ella lo acompañaría a la ducha y antes de regular el agua Castiglión se arrimó al botiquín del baño; hay espejos impiadosos, amplificadores de exigirse empezar con los abdominales, y los rostros de amor reciente en un hotel reflejan cierta ingenuidad deportiva. Ese individuo que rebota el vidrio no es un descarte, pensó Gustavo Castiglión, y sin añoranzas, el ajetreo pasional de hacía un rato le daba para sentirse bien. En cambio las mujeres aprecian los espejos de otro modo; el hábito de la exhibición física les viene en su naturaleza y sin no existieran espejos, igual usarían lápiz labial, pensó.

Para no seguir embretado con esas ideas Castiglión llamó a Silvina una vez entibiada el agua, costumbre de seis años, recordaría ella tapada por la sábana y demorando encender un cigarrillo. Luego de dos años habían vuelto a enamorarse juntos y a propósito del reencuentro algún bocón pontificaría que ningún buen fumador enciende dos veces el mismo cigarrillo. Como si el olvido se regulara a pura frase rebuscada, pensó al ayudar a Silvina a entrar bajo la ducha. Una vez ella había resbalado y la marca delatora en una nalga postergó los encuentros, y ahora jugaban a bañarse juntos, chiquilines con sensaciones cruzadas y a él, ese minuto le confirmaba que una buena sesión de amor despues de los sesenta, vale el doble. Desquite sobre el aburrimiento, reírse bajo un chorro de agua junto a esa mujer de ojos claros que amaba tanto. Y no importaba quién, habría dicho solamente vivimos una vez pero si bien lo hacemos, con eso basta...
Las canillas lucían flores celestes en la porcelana y recordaron una habitación junto al río. Sin nostalgia apreciaban aquella ternura erótica y profunda que inventaran, y a Gustavo Castiglión lo complacía guardarse la vez que al ensoñarse apretados ella, al suponerlo dormido, le dibujó un beso húmedo en su espalda y entró sigilosa al baño. El ni se movió y aquel minuto irrepetible sería igual a "te quiero" dicho en un gemido compartido.
- Si hay algo grotesco en el amor vespertino es el gorro plástico que usan las mujeres bajo la ducha – se rieron y envueltos en un toallón y fumar mirando el espejo del techo, prolongaron la diversión hasta el rito de la angustia existencial y las cavilaciones de Gustavo Castiglión.
- Mi amor, estamos aquí sin tener adónde ir. A esta hora yo andaría enrollado en algún renglón a completar y mejor es mirar los ojos de mi mujer en la cálida penumbra. La vida, mi amor, la vida; vivimos sin reconstrucción posible del ayer, remontando canciones desafinadas o fugando del tedio, tanguitos aburridos de todo tiempo pasado fue mejor; cada tragedia parece el diseño de algún loco y si la vida nos trató mal, qué puta vida. Aquí adentro somos nosotros, mi amor, afuera nadie nos contempla y aunque lloriqueamos por no parecernos un cachito más a Dios, mostramos esa soberbia tonta de explicar los naufragios, porqué el agua deja dibujos en la arena, el ángulo al volar el colibrí; mi amor, nos creímos el rol explicador sin avivarnos que si el mundo es una parodia, nosotros somos...

- Ingeniero Castiglión, nada ha cambiado, – se rió Silvina- ahora decime cuál es el Proyecto y si le explicaste al pibe qué significa la palabra "rol".
- Sí mi amor, pero ahora dejame disfrutar mi pena tanguera.
- Hacés bien, hoy te la ganaste.


La gente que festeja prefiere ser mucha

El viejo que leía los clasificados con una lupa se entusiasmó en mitos y adoraciones, y don Rosell le sirvió un cafecito atención de la casa para acompañar.
- Yo vi a la Señora por noviembre del '48, en el Club de los Ingleses que estaba donde luego edificaron unos departamentos, sobre la estación de Escalada, y ahí ella, María Eva Duarte de Perón, nos dijo que los ferrocarriles ya eran nuestros, que ese Club no sería más de los ingleses y en el futuro sería el Club Ferroviario más el nombre del General. No éramos muchos; Alvarez, Miglierina, Nunez, Requena; todos los de mi grado sin movernos y bien cerca de la Señora. Ella se veía delgada y de piel transparente y cuando crecí aprecié sus piernas; Evita era muy linda mina... Por entonces se construía la avenida Pavón y después de bautizar al Club Ferroviario nos dieron un sánguche y cruzamos por encima de unos tablones, y ahí la Ñata, esa modista amiga de mi vieja, me habló con su voz de pito decile a tu mamá que la señora tenía un chifón y unas medias de vidrio que valen un dineral. Pero yo a mi vieja nada, porque me deslumbró tanta gente que subía a un camión chiquito para ir a festejar otra conquista; sin bombos o abanderada de los humildes que entró en la inmortalidad a las veinte y veinticinco, que eso llegó más tarde.
- Tampoco existía volveré y seré millones.
- Por supuesto, la señora ni se enteró que eso era de un tal Howard Fast y unos alcahuetes se lo atribuyeron para quedar bien... Pero le digo don Rosell, aquella gente era la felicidad y así festejaron nacionalizar la flota, los ferrocarriles y los aviones, si con los años aplaudieron vender los teléfonos, el petróleo y los adoquines. Si me preguntara qué pretendía el gentío subiendo a los camiones luego de cambiar de nombre al Club de los Ingleses, no sé; tal vez quisieran lograr la soberanía, la independencia, recuperar las Malvinas o llenar la plaza vacía.
- Eso, tal vez sólo ansiaban batir el récord de llenado y gritar sintiéndose muchos, esa dicha enorme y mejor si luego los diarios traen fotos y uno participó sin preguntarse si valía la pena tanto gritar hasta caer en la cama cansado y feliz.
- Es que soplar a todo pulmón Viva Viva será como besar a la muchacha de la película o hacer un gol en el mundial, sin averiguar si tanto grito es la liberación psicológica del obrero o una viveza del enemigo vendepatria.
- Por eso digo, el asunto de los mitos no sirve para nada. ¿Para qué? Si los de arriba que se ríen de todo, ensalzan a la Señora comiendo con champán francés...
- Eso es de mala gente – concluyeron. Don Rosell siguió acomodando el mostrador y el viejo volvió su lupa a los clasificados; donde algunos solían decir que buscaba a Dios. En las vías traqueteaba un tren y la lluvia caería en cualquier momento. Y en otra mesa, Cacho y el extravagante la seguían.


Sin cirugía cerebral Blanes recordaría como cualquiera

Hace poco reapareció Blanes por el bar. Algunos ni lo registraron porque de verdad lo suponen un mentiroso gigante que sin permiso te desbarajusta la memoria. El ingeniero Castiglión me explicó que la cabeza de Blanes tiene engranajes para atrás, como cualquiera, hacia adelante y a los costados. No cualquiera, imaginate, pero él tuvo una operación en Stanford University por cuenta de la mafia que enseguida lo empleó en un trabajo bastante roñoso; bueno, es Blanes; y la CIA y el Mossad pusieron una parva de guita para implantarle la recordación circular Todo Servicio. Le metieron una cirugía con microscopios láser tan moderna que ni sale por Internet, dijo Remigio, pero cualquiera que entienda el genoma sabe que la memoria de Blanes es bien normal. Mirá, en un renglón le entendés todo: él recuerda como el faro de las ambulancias que alumbra alrededor y no se detiene, con cambios de velocidad Fórmula Uno.
Así que Blanes ese día entró cuando Julián iba por las armas del Proyecto; elementos disuasivos, y le ofreció ayuda. A Julián nada menos.
- Vos Blanes tanto sos rufián del FBI como barrabrava futbolero; un mal bicho. Ni me hables. El otro le repitió puedo ayudarte, yo conozco mucha gente, y Julián no le dio cinco de bola; y Blanes que es un especialista en saber el futuro se guardó piola porque Julián iba a darle una piña. Aunque no jodamos, una vez a Blanes yo lo vi recordar liviano, como si estuviera entrenando y es fenomenal. Si alguien consigue nombrar al presidente argentino en mil novecientos cuarenta tiene un marote de lujo, y él de eso sabe tanto como del negro que se curtía a la virreyna Sobremonte contra el aljibe, en 1807. Aunque la memoria no siempre es buena, dicen, y somos lo que fuimos, me batió el viejito don Baldo, de los clasificados. Y de anotar hasta la mirada ajena en mi cuaderno me voy avivando, así que un día le encargaré a Blanes que cuente mi pasado. Pedile una sesión de memoria feed-back aclarativa con mis asuntos olvidados, me dijo Vladimiro, y si el tipo se concentra sabré que me sucedió antes de llegar aquí y dónde jugaba con mi hermano a tener miedo. Y nos tapábamos con todas las cobijas, cuando mis viejos hablaban despacito y lo demás; seguro que a Blanes le gustaría hacerlo, para lucirse, no por otra cosa.

Yo seré un anónimo que ni las fotografías lo registran, pero si algo me entra en el cerebro, no sale más. Ni bien Vladimir me enseñó a escribir ligerito me decían "aprendé a manejar el lápiz que sirve para levantar juego" y hoy cada uno me cuenta sus pelotudeces.
- Así practicás, nene - al principio me sonaba diferente y al fin todo es un rejunte de antigüedades parecidas; madre, padre, la escuela, amoríos, encamadas, separaciones, amistades fallutas, trabajos pesados. Eso sí, casi nadie acusa que se pajeaba y si pasó una temporada en cana, porque la paja, los aprietes y la tortura son intimidades de cada uno, me sopló Müller al pasar. ¿Y por qué el relato se repite? Muy sencillo, cada anécdota proviene de otra, entrelazada y vuelta a tejer cruzando la trama del derecho y al bies, me dijo Vladi. Es un cansancio, un argumento que se amontona y cada uno lo hace crecer y hace la historia.

Vladi y el ingeniero Castiglión se divierten hablando de mujeres y con Tadeo usan contraseñas y sonrisas, pero una vez Remigio pidió un grande de tinto y se mandó algo de bajarle la guardia a cualquiera. Un verdadero despelote.
- Mi tío Lucas anudaba piolines entreverando unas cañas cortadas iguales y parejitas al construir el armazón de mi primer barrilete, pibe, - y esa frase me pareció mía desde antes, o de los otros al entrecruzar otra historia con otras cañas cortadas bien parejas y la misma recordación. Remigio habló de las manos oscuras de su tío al atar aquellos hilos, algo diferente, pero otros renglones yo los sabía de Vladi, de don Rosell, de Castiglión, de muchos. Seguro.
- Si al final cada uno suma su lamento barriletero hecho con papel de diario una tarde de mucho calor en algún patio, y ahora los barriletes se venden en el supermercado. Puta vida - y enseguida Castiglión agregó que en Centroamérica los llaman papalotes; qué ocurrencia, si barrilete es tan armonioso, - me guiñó un ojo- y para los españoles son cometas pero de puro bestias las remontan igual. Y me apuró diciendo al final nos comunicamos a pura añoranza y pasado, y para ordenarnos usamos la palabra: apenas un rumbo, pista difusa, rastro a un descubrimiento, artilugios. Barrilete, papalote, cometa, ningún juguete volandero existiría sin nombre porque cada palabra arrastra su propia memoria. ¿Me entendés o vas a putearme, pibe?
Y Blanes ni pelota, que todo eso ya lo sabe.


A esa hora en el bar siempre se comenta algo

La claridad aún permitía no encender las luces interiores; un instante del día que amortigua el crepúsculo. Las dos vitrinas del bar rebotaban las vigas del techo y el ocaso dejaba un efímero aire palaciego, capricho de reflejos apreciado mejor por alguna mirada de turista. Al pibe del mostrador ese ámbito lo predisponía a tomar dictados para no aburrirse o a inquietarse cuando Silvina andaba cerca y le agregaba fantasías a su cabeza. Castiglión, Tadeo, don Baldo que leía los clasificados con una lupa y jugara al truco con la muerte, también sabían de ese mágico instante en el bar de Rosell.

En la calle Pleasant, de Toronto, - empezó Tadeo- el cruce con Lawrence tiene seis turnos de semáforo y viajando al norte en una hora se toma el té en una geografía igual a Bariloche. No entiendo porqué a esta imagen, mi recuerdo la trenza con la Calle de los Cereales, en Salzburgo, me veo correteando a una mujer en la casa donde viviera Mozart y luego, al bajar del teleférico, esa hembra morena pretendía aumentar su encanto hablando un español novedoso. Veíamos rodar un tranvía y alguien miraba desganado por la ventanilla; aunque aquí, en mi memoria reaparece una garúa impiadosa en Denver un siniestro domingo, y la llovizna mojaba la testa de un caballo atado a un coche de plaza. Herraduras de goma contra natura y cuánta pena en su mirada, pobre matungo... Después viajo en un tren a Ottawa, el campo se parecía a nuestra llanura pampeana y tres tipos con botas amarillas muy altas pescaban en un arroyo ribeteado de nieve. Caía una lluvia liviana y en el vagón, el frío de afuera sería un castigo doloroso; la gente de por ahí no registra mucho la tristeza. Algún pasajero dormitaba detrás de mí y una muchacha leía una novela de espionaje; no era hermosa pero las pecas le agraciaban su cara redonda y al levantar la vista del libro sonrió al invitarme a su lado. Las mujeres han sido exorcizadas, quemadas en hogueras, psicoanalizadas, hoy le cambian el rostro con un bisturí; pero nadie sabe...
No intentamos explicar nada, -hablar era extraviarse en arduas traducciones- así que ella abrió su abrigo para que le acariciara el pecho y al frenar el tren recién dejamos de besarnos. No la olvidé.


- Tadeo te dicta un recuerdo y disfruta imitando a Blanes. Ya deberías avivarte pibe, si al final sólo somos memoria. Pero no la imagen del primer beso, o mucho antes aquella estampita familiar con padre madre y canción de cuna. Esa es una nostalgia sin profundidad ni gran calado, de cabotaje. La memoria sustantiva es mucho más; es anterior al antaño que prosigue en nosotros. Es memoria continua de continua memoria por cantidad de veces. Pibe, vos, yo y todos cargamos la emoción guardada hace mil siglos por la especie; la visión de alguien vislumbrando su propia muerte; eludir al tigre que hoy soñamos podría devorarnos nos transfirió su pavoroso miedo. Venimos de arrebatos, de semen, de caricias, y así por cien millones de besos al cuadrado. Al instante primero volvemos cada vez. Fugazmente pero volvemos sin explicaciones porque está en nosotros. ¡Es muy sencillo, pibe, nada complicado! Lo difícil es decirlo y que se entienda – susurró Castiglión y guardé el cuaderno.


Los de Relaciones Públicas tienen manera propia

Como en el loquero y en el bar algunos decían que el Proyecto perdía su empuje, una tarde Julián subió a un ómnibus vestido bien prolijo. Por la mañana Remigio le había recortado la pelambre colorada y él se procuró un regio baño caliente en el Deportivo, con toalla y jabón prestado. Subió al bondi y viajó sentado de ventanilla entreabierta mirando la calle, como el Gran Duque de la Falopa, que seguramente vive en alguna parte, pensó La luz ya empezaba a juntar sustancias grises y se oscurecía moviendo la tarde hacia la noche; y a ese instante, cuando todos los perfiles reflejan contraluces y las mujeres contonean mejor, los franceses lo llaman hora blu, o blue, o qué sé yo. Julián no encontró la palabra y no merecía mucha vuelta bautizar al claroscuro que el cielo muestra cada atardecer, pensaba cuando una mujer subió al colectivo y se sentó al costado.
- Qué suerte, un lugar libre – festejó la veterana señora. .
-¿Cierro la ventanilla? – exageró Julián su cordialidad.
- No por favor, yo bajo enseguida – agradeció la mujer a la gente correcta con aspecto bohemio.
- Es que hay señoras muy friolentas.
- No es mi caso, joven – y Julián le preguntó si sabía le hacen los musulmanes a las mujeres friolentas.
- Y seré curiosa, señor. ¿Qué le hacen?
- Se las cogen, señora. Es lo mejor para combatir el frío.
- Ah – cerró las nalgas la mujer y Julián sin mirarla, bajó en la puerta de la mortuoria Santelli. Servicios Mónaco, y lo recibió el portero.
-¿A quién buscás esta vez, colifa? Tenemos un servicio y Santelli no está.
- Soy el muerto y salí a tomar un café, tarado. Decile a tu patrón que llegó Julián o hay un escándalo.
- Esperá, loco de mierda.
Julián se quedó mirando a unos tipos acercados a un difunto, que siguieron fingiendo preguntarse ¿de dónde vengo, para qué todo? Porque la pretensión de entender la muerte es una gilada temeraria, pensaba Julián. ¿Qué tiene de comprensible que los ojos se conviertan en tierra? Y este momento, cuando la muerte no se adueñó aún de toda la escena, se percibe algún resto de vida dando vueltas por el ámbito. Energía cósmica, como si fuera verdad que la muerte definitiva, el no va más indiscutible recién ingresa al velorio en la medianoche y ahí se acaba la onda mental, la fuga del alma y el derecho a reclamar en ventanilla.
No debe ser lindo estar encajonado sin participar de la conversación y murmurar que el muerto era una persona incomparable. Decir eso de entrada es obligatorio, y al final denunciar hasta la mínima cabronada del tipo.
- Era un hijo de puta y si muere tanta gente buena, éste se lo merece.
Este finado es joven y la esposa ya habrá depositado las lágrimas oficiales, se dijo Julián, y si últimamente el hombre curtía su amor con otra mujer, la misma llegará de madrugada con un amigo, se acercará al cajón y antes que la sospecha agite la tribuna, saldrá besando el crucifijo como todos, para joder.
- Adelante señor, Santelli lo espera.
- Ahora me decís señor, basura.
- Al salir te estrangulo.

-¿Qué hacés Julián? -Santelli sonrió y Julián lo dejó de mano extendida.
- Vengo a verte por algo serio.
- Hablemos pero acompañame un trago –volvió a sonreír Santelli y levantó dos copas. ¿Hielo, Julián?
- Dos piedras. Y no me distraigas que lo mío es importante.
- No amenaces, Julián; te escucho y tomamos algo.
El despacho de Santelli muestra el ascenso de alguien uno que ganó guita de cualquier modo, suponía Julián. Paredes enmaderadas, un par de cuadros enmarcados y un jarrón refulgente sobre una mesita baja. Sin marinas ni naturaleza muerta, qué delicadeza...
- Un siglo que no te veía. ¿Dónde anduviste, Julián?
- Viajes de placer. Hotel cinco estrellas, diez semanas sin llover, sol toda la noche. Una maravilla, no tenés idea.
-¿Y por dónde queda eso, tan lindo?
- En las Galápagos, por la calle pasean unos monos grandotes y jirafas gordas que parecen elefantes. Y las minas son de no creer, Santelli; hermosas, las hijas del monarca ni me dejaron dormir la siesta. Me bañaban, desayuno en la cama, champán en unos cocos peludos que ni te cuento...
- Entonces la pasaste fenómeno, Julián.
- Y no te digo cómo la pasarías vos. Hay unos negros gigantes que calzan cuarenta y seis. No sabés; tienen locura por los tipos con anteojos y cara de boludo. Si visitás eso no volvés más Santelli, contraerías enlace con el hechicero.
-¿Viniste a joderme, Julián? - Santelli se acomodó los lentes.
- Te dije, tengo un Proyecto serio y a vos no te remuerde andar encajonando gente mientras el mundo sigue andando. ¿Qué puedo esperar?
- Gracias a esto tu hermana vive como una reina, Julián, y en veinte años de lechuza mortuoria afeité y vestí a miles que zarparon al otro mundo. Los mostré mejor que en vida, los dignifiqué.
- Sí, Evita dignifica... Santelli, a vos la muerte ajena te importa un carajo y te cojías a mi hermana en el zaguán.
- Esa casa no tenía zaguán y tu hermana es mi mujer hace quince años, loco de mierda. Decime Julián, ¿cómo saliste de Vietnam? –achicó la voz Santelli.
- Estoy en un Proyecto hermoso y vos me jodés porque aquí, en Africa o en París, los enterradores son iguales.
- En mi trabajo la muerte se entiende seriamente. Los demás ven una tragedia, la juventud entiende la muerte como algo vergonzoso, los viejos no hablan. La paranoia mortuoria no acepta que morirse es tan natural como nacer...
- Está bien, piraña del servicio fúnebre. Sos un ángel, Santelli, mi hermana no debería meterte los cuernos ni yo cobrarte el impuesto al Proyecto.
-¡Guita¡ ¿Cuánto querés? –Santelli respiró hondo.
- Nada de guita, es algo más. Vos conocés a rufianes que andan de pólvora y calibre, esos malandras de uniforme y apriete, y yo necesito armas. Fusiles, helicópteros, gomeras, lo que sea.
- Ah, eso es fácil, mañana te mando un submarino nuclear. Ruso, muy barato. Julián, ¿por qué no tomamos otro whisky y dejás de complicarme la vida? El negocio anda mal, los médicos nos roban la clientela y venís a mangarme aviones para la revolución. Andá a cagar.
-¿Qué revolución, imbécil? Esto no es andar a los tiros; es un Proyecto que dejará culo pal! norte al poder absoluto. Transformación ética del planeta, viejito; haz bien sin mirar a quien que las mujeres y los niños primero. ¿No entendés, turro? Se acabó la corporacion maléfica.
-¿No me digas? ¿Y ya anunciaron por Internet? Vos debería buscar ahí al Ser Nacional... Julián, tomá otro whisky y dejá de romperme las bolas, por favor.
- Santelli, Internet es hechicería en videoclips y nuestro Proyecto es inteligencia con alcurnia y ascendencia. Colaborás o elegí ya tu propio servicio, Santellí. Con una innovación moderna: disponga su pompa fúnebre.
- Calmate Julián y te sirvo otra.
- Basta de alcohol siniestro y me voy, pero si la próxima vez no regreso en u barco, chau Santelli. Saludos a mi hermana y conseguime documentos, no te olvides –y ahí Julián le acomodó los anteojos.
- Tu certificado de defunción sería un documento fenómeno.
- Portate bien Santelli, y tendrás tu negro de Galápagos, soltero.
Julián se fue saludando al portero y Santelli creyó un tanto prematuro llamar a Müller al Instituto.
- Chau, lechuzón.
- Morite, leproso – fingió seriedad el portero al despedirlo.


Resumen oficial sobre lo actuado

Esa noche Julián explicó la tarea que le encomendaran y como nadie apreció su misión en el Proyecto, dio cuenta de la hora exacta de subirse al colectivo y el acoso de una vieja cincuentona al invitarlo ir a un hotelito, que lo hizo bajar del ómnibus antes de llegar. Luego relató su lucha contra el pretoriano de la mortuoria, un patovica de dos metros, y como ya no convencía a nadie, Julián prometió.
- Las armas imprescindibles al Proyecto estarán aquí muy pronto, camaradas compañeros o correligionarios, que es igual.
El general Rodríguez se dormía y Julián igual le detalló las armas a recibir de un traficante internacional.
- Decime cómo se llama el tipo, que si vendió en Croacia o Ecuador yo lo conozco - le habló Blanes y Julián resolvió como diciendo conmigo no te hagas el misterioso, Blanes, que vas muerto. Ariel atronó el pueblo quiere saber de qué se trata y Julián recuperó pista con otra promesa.
- El hombre quería mandarme un par de motorizados, pero no hay cocheras y un tanque Sherman aquí sería llamativo.
Nadie lo contradijo y el ingeniero Castiglión quiso explicar la diferencia entre Proyecto y Plan, ya que hacía dos meses no desarrollaba su Teoría de la Ventana, que no es esa cosa cuadrangular que mira la gente y según Castiglión una ventana está vinculada con la filosofía y el psicoanálisis, o algo así, y acariciando su pelada sugería que si nadie sabe con propiedad de Ventanas, Planes ni Proyectos, él repetiría que un Proyecto es algo en perspectiva, la representación de una obra que se piensa realizar, y las palabras cambian al ser dichas en otro tiempo ya que un Proyecto es acompañado de bocetos, maquetas, apuntes y croquis, mientras un Plan detalla las medidas que se toman para ejecutar un Proyecto. Y agregó que saber eso no requería ser ingeniero y bastaba con no ser pelotudo. Julián se la masticó porque Castiglión puede explicar la diferencia entre oír y escuchar; táctica y estrategia; pueblo y popular; amar y querer; sociedad y comunidad, retorno y vuelta; y sigue explicando hasta la diferencia de ortega y gasset. Pero Castiglión abriría su discurso de la ventana al otro día y entonces nombraron la comisión que informaría al Director del Instituto, señor Müller. Sin escribir gordo Müller porque un documento histórico no acepta pendejadas, chabón, marido, trava, quépasamen, boludo, fiera, potra, loco, yerba, falopa, birra, y todo eso, bolú. Aunque el lenguaje se achique al borrarle lunfardo, milonga, turro, boliche, laburo, chorro, - vocablo que entre nosotros sería siempre plural, chorros- y mina, curtir, polvo, reputo, verso, gardel adjetivo y más vocablos a gusto del consumidor.
- Porque los muy universales no son de ninguna parte- se sintió dichoso Ariel de pronunciar eso y el ingeniero Castiglión lo cruzó enseguida.
- Esa idea sería mejor sin xenofobia...
Y ahí dejé de escribir porque el griterío llegó al andén ferroviario.


Las minas se reviraron y ¿sabés qué quilombo?

- ¿Ustedes saben que antes de "Caribe" yo hice puerta en otro boliche cerca de la estación? El dueño era un abogado que ni sabía dónde quedaba la noche y bautizó el lugar con un trabalengua; y para evitar la transa casera de lavacopas contrató a un marica. Miren si sería tarado; y las minas como siempre, a media luz son macanudas pero si se juntan cinco te arruinan el negocio y la existencia. Y si me atienden y el pibe anota les cuento que una noche, antes de abrir, las empleadas tomaron el control del "Witch's Nigth"; vean qué nombre fantasía había elegido el pelotudo ese...
- Esta ocupación en noche de sábado, es en defensa de nuestra fuente de trabajo, amenazada por un serio peligro de extinción - aseguró la Pelirroja mientras la Petisa Tetona apretaba al trompa contra la barra y el flaquito que atendía el mostrador siguió servilleteando las copas, indiferente y haciéndose el boludo.
-¿Se volvieron locas? –ni lo dejaron preguntar al dueño, porque Karina la Dulce le apretó la entrepierna con femenina precisión.
- Gordo cabrón, decís media palabra y te corto las bolas.
- Las fuerzas laborales expropiaremos esta empresa para terminar con la explotación del hombre por el hombre -siguió la Pelirroja un poco insegura en la frase final. El flaquito de la barra le daba letra y miraba un vaso a contraluz.
-¿Qué quieren chicas? - gimió el hombre y las mujeres impusieron: No vestir uniforme obligatorio de blusa transparente y medias negras, autorizando zapatillas deportivas y vaqueros de competir en el mercado adolescente no registrado en el gremio.
No aguantar el baboseo de guardaespaldas o funcionario público; igual calaña.
Ser diferenciadas de cualquier competidora desleal, putas finas, que empiojan la profesión con política y farándula.
Disponer de tiempo ilimitado con cada cliente que mire a los ojos y por la segunda copa se sienta poeta.
Participación en las ganancias de la empresa, que se apropia el sudor de nuestra frente.

El sitio de los sudores quedó confuso y las chicas no incluyeron más reivindicaciones, - qué palabra difícil- y firmaron el acuerdo con el propietario del "Witch's". Y con sonrisa encantadora recién le aflojaron la sevillana que delicadamente sostenía La Rubia de Pelo Largo.
- Chicas, ¿cómo le explico a mi mujer esto del feminismo y la liberación? - - Es fácil, chabón, ella lo va a entender.
Tadeo Varela y el ingeniero Castiglión lo ayudaron a Presunto Rodríguez en su relato trabajoso pero divertido, mi general, y al fin aprobaron copia textual. Y a propósito, me acordé del emotivo encuentro de Tadeo que supe por gente de otro barrio, pero viendo al estrafalario que chupa ginebra con Cacho en el rincón, menos averigua Dios y perdona.

Los tres se encontraron a unas cuadras de la cancha porque si Atlanta jugaba con Racing no era cosa de atropellarse con la multitud. Tadeo llegó un poco atrasado, entretenido por un amigo que me regaló una entrada, dijo, y enseguida se fueron caminando por Dorrego.
-Hoy ganamos, Tadeo - dijo el Bebe palmeándole el hombro.
-Dios te oiga, pero Racing viene primero y trae su hinchada -contestó Alberto al aparecer un malón de gente saliendo del subterráneo de Corrientes y flameando una bandera. Tadeo no hablaba.
- ¿Así que ya tenés entrada?
- Sí.
La montonera los alcanzó en la puerta del edificio donde vivía el Bebe, en la movida del gentío todos se perdieron de vista y recién al cruzar la vía Alberto preguntó.
- Che Bebe, ¿dónde se metió Tadeo?
- No sé, seguro anda por adelante - y siguieron hasta la esquina de Humboldt, regresaron por si Tadeo siguiera en la barrera del ferrocarril y buscaron hasta cuando el Bebe sentenció clausurar la búsqueda y entrar antes que empezara el partido. Y Alberto aceptó.
- ¡Qué tipo más boludo! ¿Dónde se habrá metido?
En los primeros minutos no sucedió nada interesante, salvo un derechazo del nueve de Atlanta por encima del travesaño y Tadeo metiendo con delicadeza la mano bajo la blusa de Nora. Ninguno de los equipos se preocupaba por atacar, en cambio Nora estiró una mano y dejó el dormitorio a media luz. Esos momentos iniciales prometían alternativas de interés: Racing desaprovechó un contragolpe al demorarse y Tadeo se quitó despacio la camisa mientras Nora cumplía el rito de acariciarle el pecho. En Atlanta, el medio campo era luchado, pero al abandonar Tadeo sus zapatillas, Nora, descalza, se subió sobre sus pies y lo trastabilló en la alfombra, riendo como chiquilina que era. El encuentro siguió sin mayores variantes hasta la media hora del primer tiempo, cuando Alberto reclamó un foul en el área de Racing y el Bebe lo secundó puteando al referí que pitaba siempre en contra de Atlanta; aunque no era reclamando penal que Nora y Tadeo se devoraban y ahí la mujer levantó las piernas al infinito silenciando un gemido cuando Tadeo se venía y en la misma jugada ella vulneraba la línea del gol, del alma, de todos los sentidos... En tanto Racing buscaba hacer valer su mejor condición física, Nora pegadita al Ruso luego de la primera gran emoción de la tarde, le murmuraba apenas barquitos en el pecho. Porque los del departamento contiguo no eran sordos ni ciegos como ese referí hijo de puta que hasta terminar el primer tiempo cero a cero pitó siempre en contra de Atlanta y ni cobró ese penal evidente al volcarse los dos sobre la alfombra del área chica.
En el descanso, Alberto y el Bebe estiraron la cabeza pero Tadeo ajeno a lo que se perdía por estar con sus ojos entornados y echando humo al cielorraso, el tarado, y como el clima era fresco los jugadores tomaron agua natural, Alberto y el Bebe manotearon dos vasitos de Pichi Cola y Nora, contrariando el reglamento, sirvió algo de whisky sin hielo.
Al principio del segundo tiempo no hubo acciones interesantes, salvo dos hamaques de izquierda a derecha del ocho de Atlanta y ambas manos de Tadeo recorriendo minucioso el cuerpo de Nora, recostados sobre la cama al cambiar de arco. Pero cuando Racing abrió el marcador tras un tiro libre que se desvió en un defensor, en la tarde estalló el griterío y ahí Nora advirtió la hora aunque el juego siguiera tan emocionante como en la primera etapa. Y faltando cinco minutos Alberto y el Beto no hallaban consuelo, Tadeo y Nora se besaron en una arremetida final antes de abrir sigilosos la puerta del departamento, por donde se filtró un mediocampista de Atlanta para anotar el justiciero uno a uno...
En los minutos de descuento Tadeo se apuró en llegar a la cancha, pudo averiguar cómo fueron los goles y alcanzó a ver un par de jugadas cansinas bajo un sol en retirada. Todo dicho, menos que al reencontrarse en la vereda Alberto le preguntó.
-¿Qué te pareció?
-Que el referí nos robó el partido -soltó Tadeo la consabida frase que el Bebe no le creyó.
-Callate, traidor, que otra vez te fuiste a la tribuna visitante. Con hinchas como vos nos vamos al descenso -sentenció el Bebe antes de entrar al edificio, donde su mujer estaría mirando televisión.


Proyecto en marcha a las cinco en punto

- Buenas tardes. Nos presentamos a las cinco en punto de la tarde, hora en que muere el torero de García Lorca, para empezar el ciclo de debates sobre el Proyecto, la vida y cuestiones conexas – saludó el Responsable Cultural del Proyecto al gordo Müller, que preguntó quién tomaba nota haciéndose el periodista Dante Panzeri y porqué no estaba ahí su amigo Julián. Alguien, de solapa levantada, le informó.
No te calentés, ese que anota reuniones sin fines de lucro no jode a nadie, y Julián cumple su Vanguardia Simbólica pelando una bolsa de papas en la cocina. No unas papas, una bolsa así.
Entonces decidieron que en adelante nadie informaría nombre, estudios cursados, último domicilio, ocupación ni esos datos que los uniformados preguntan sin entender o le exigen a un desocupado antes de rajarlo vaya que lo llamaremos; concluyó el espía número Cuatro, de nombre reservado. Así el gordo Müller oiría a los conjurados calculados en veinte y eran catorce o trece.
- La cifra es lo de menos, cuántos granaderos se congelaron en la cordillera no modifica nada; y si esta asamblea será secreta abramos una ventana que falta oxígeno y también el aire – exhaló un espía y debatieron veinte minutos sobre la poca ventilación que hay en las reuniones secretas.
- En todo evento clandestino esos detalles valen igual que controlar la entrada de la caverna. En la jabonería de Vieytes que nadie supo donde funcionaba - siguió el de los granaderos- el 13 de mayo de 1810 con cero grado y sin estufa, un ñoqui alcahuete del Virrey Cisneros arremetió joder coño, que nos asfixiamos y al abrir la ventana los realistas oyeron la conspiración patriota desde la vereda, como un radioteatro.
- Tras esa viñeta de Mayo, Müller juró no conocer a los catorce o trece y recién habilitó la asamblea.
- Que sea debate con pedido de informe - alguien expuso diez minutos poner en autos del asunto y otro fundamentó media hora sin parar.
- Ustedes dirán qué buscan - abrió Müller y ahí lo guapeó un pesado sindical.
- Vea macho, vinimos a darle una apretada - y cuando gritaron los catorce prevaleció uno de anteojos oscuros.
- Si el señor Director pregunta qué buscamos es un tarado, porque sabemos qué buscamos.
Müller no registró y el lentenegro se quejó porque la globalización en China multiplica su riqueza milenaria sin tirarle un hueso a los compañeros que visitan Beijing, y sin saber hacia dónde cayó el Muro de Berlín no sabremos venderle a los chinos y lo zurdos nos dejarán afuera.
- Entonces, ¿qué podemos venderle a los chinos?
- Si debemos comer salteado que los turros economistas no devuelvan el diploma - un chabón me gritó en la oreja.
. ¿Debemos saber las cosas o las cosas no deben saberse? - le tapó el discurso un flaco que yo conozco.
- No perdamos de vista nuestros objetivos ante los agentes de la antipatria - y un petiso enfundado en una media verde confesó que su nombre mexicano era Marcos y no lo diría pero igual se bancaba ventilar verdades de los siglos seculares, un montón, pero si me apuran cuáles son esas verdades no sé y pido un minuto para emprolijar mi tesis así las futuras voces no se quejan’. Cortala campeón; uno de espaldas evitó la cámara oculta de los Servicios Secretos del Instituto, el gordo Müller prendió otro cigarrillo y repitió bueno, ustedes dirán y los catorce o trece chillaron hablás como si nada, gordo de mierda, y un egresado de Puerto Madero promovió promover a corto plazo la concientización de la necesidad empresaria en Planificaciones Funcionales Paralelas o Combinaciones Globales Estratégicas descreídas por los defensores del Estado Protector. Un morocho elogió la jabalina lenta en Borneo Oriental durante la guerra napoleónica que no influyó mucho pero dolía su decadencia en los últimos siglos, digamos veinte.
Pero señores, - entró un pelado que yo conozco- ¿de qué hablamos? Si somos espías no escondamos el antifaz cuando al hotel alojamiento entra la mujer de uno con el hombre de otra, o viceversa, y somos todos responsables en la cadena del cogesterío veloz. Taxistas, porteros, fabricantes de condones y espejos en el techo, reguladores de bidet y demás actividades al servicio del pueblo, son la verdadera tragedia humana porque un turno sólo no pacifica al caldeado espíritu de romance vespertino. Si te fracturás en la bañera, ¿qué seguro cubre tu desbole? Ellos allá y nosotros acá, señores, si el reloj de arena de la historia hace al lecho matrimonial más aburrido que mirar un pozo, asumamos en serio la crisis de los valores...
Esa voz parecía de alguien conocido pero no debo decirlo.
- Pongamos fin a los hechos denunciados. No envidiar la suerte ajena. Sangre sudor y lágrimas. Volvamos por la revancha. Ladran Sancho señal que cabalgamos y Cuidemos la flauta que la serenata es larga -redondeó el Anteojito Frase sin oír pará boludo y ligar un sillazo inprevisto.

A las ocho de la noche el gordo Müller prendió otro cigarrillo y Remigio se bajó la bufanda y subió a la bicicleta.
- Me voy porque Julián está sólo en la cocina y luego se quejan si comemos tarde.
- Traidor, le gritaron; no tenés fibra conspiradora; a cara limpia no hay Proyecto. Andate a la mierda dijo Remigio y partió, pero el encapuchado arreció con las cartas echadas es injusto indefinir definiciones justas y propuso socorrer a los enfermos on line con fiebre cibernética.
- Menos desfiles de modelos y torneos de Golf, despertemos al gigante dormido y ataquemos los molinos quijotescos con tigres de papel; que es lindo.

No te cuento nada más. Escribí tres horas al mango y al final hubo una arremetida vigorosa de Julián.
- ¿No te parece un congreso borgiano, gordo?.
- Chau. Voy a pensarlo – dijo Müller y apagó la luz. El resto siguió enunciando el Proyecto pero yo largué por falta de fibra revolucionaria, me dijo el Anteojito...


Hablaron de todo y de mujeres casi nada

- Sí señor, hay mujeres muy hermosas en el mundo.
- Ya te dije, Cacho, divisé una minas bárbaras y muy dispuestas; y no parece que pasen hambre.
- Maestro Dios, en algunos sitios la crisis alimentaria no existe. Hay una proporción de la población del planeta tierra que le sobra nutrición, pero es inadecuada por exceso de colesterol LDL, que es el colesterol ladino, del malo, muchos carbohidratos y ácido úrico en la dieta. Hay obesidad y torturas sociales por el aumento de peso.
-/Ojo con llamarme Dios, Cacho, que te digo San Pedro/ Apenas me distraje un rato armaron una confusión infernal y de sopetón vos me recitás un reclame publicitario. Tomátelas.
- Vamos magistral, hizo más que distraerse; sopetón y reclame publicitario son de la época de Noé.
-¡Ni me hables de Noé, que se chupó hasta el corcho! ¿Entonces, unos pocos viven atiborrados de comida y la muchedumbre miserable, nada?
- Prosigo maestro. Sabemos que novecientos millones pasan hambre y hasta el año dos mil quince morirán ciento cuarenta millones de pibitos menores de cinco. Negros, blancos y otros colores; somos ligeros en computar datos.
- Que hay muchos ligeros ya me avivé. ¿Y por qué esa porquería de correr la coneja, Cacho?
- Es un dilema social, señor. Los pobres son muy tozudos; desprecian el sacrificio y al no ajustar sus asimetrías de intercambio a la realidad monetaria provocan efectos no queridos. Muchos eligen la pobreza sin adecuarse al mundo moderno; son addeptos de Satanás que contra la tecnología.
- Cacho, ¿son miserables y podrían tener de todo? Convencelos.
- No puedo, esa desigualdad requiere más tiempo que una misa. El misterio de la esencia humana, ¿vio?
-¿La diferencia de hambre viene de la esencia humana? ¿Estás seguro?
- Por favor gran jefe, no me obligue...
- Basta de verso y decime si ahora la tierra no tiene más raíces.
- De sobra, tiene más raíces que nunca. Pero, ¿usted les cree a quienes predican esa basura ideológica? No respetar a los dueños de la tierra es contra el mandato divino.
-¿Mandato mío, Cacho?
- Perdone, la vocación de servir excede mi alegato. ¿Qué me decía, señor?
- Que te vayas a la mierda. ¿Quiénes son los dueños de la tierra?
-/Cómo quiénes/ Los dueños con título de propiedad. ¿Usted no lo sabe?
- Los gusanos de la muerte no comen títulos de propiedad, Cacho.
- Lo entiendo maestro, la insobornable muerte y sus misterios, pero sería un pecado obligar al propietario que trabaje para otros. Si ellos no hay modernidad. Usted me entiende, señor, de lento tiene muy poco.
- Y por eso no entiendo algo, ¿esos propietarios, se organizan en grupo?
- Se llama cohesión, señor; la unión hace la fuerza.
- Mientras, los miserables cada uno por su lado. ¿Entonces?
- Según el caso, esa duda nos carcome, maestro.
- No lo creo, ustedes están con los ganadores, Pedro.
- Es lo que dicen algunos, señor. Por eso lo llamamos.
- ¿Por eso o por los muertos de hambre, turro?


Hay cosas que sí, pero algunas no tanto

De no haber entrado nunca al bar de Rosell yo no tendría este filo del escribir supersónico. Es que Dios los cría y ellos disponen, me enseñó esa joda el ingeniero Castiglión que cuando no tiene compadre se pasa la tarde mirando la vereda, el pliegue de cada baldosa y sin aflojar anotaciones en su libretita verde, que una vez le viché unos renglones y no le gustó. Y menos a la mujer de Rosell que una vez, lagrimeando de bronca, creo que hablaba de él. Le gustan todas, lo enloquece cualquier atorranta.
- Es que el tema del deseo las minas no lo saben – me agrandé.
- ¿Y los hombres lo saben, boludito? - me reputió Silvina.

Tadeo se mira bien con Silvina porque es un pintón, menor de cuarenta, profesor de algo pero que enseña matemáticas en su casa, y de él siempre se dicen cosas. Aunque no termina de meterse en el Proyecto participó en alguna reunión y el asunto lo divierte bastante. También; el otro día Tadeo pasó saludando y chau; se comenta mucho que la hija de no sé quién es muy pendeja y con Tadeo a otra cosa mariposa. Dos que participan de verdad son Ariel, el chofer de la 78, y el general Presunto Rodríguez. Esos eran de la madrugada y al principio yo los veía al levantarme y ellos por ahí, arreglando el mundo o esperando a la Emilce, una petisa que después te digo y laburaba copas en el Caribe, donde la llamaban Yeni y a media luz, decían, parecía más alta. Yo soñaba con sus tetas, los mayores decían muy buenas gomas y para don Rosell, veinte años más que Silvina, la Emilce tenía unos limones bárbaros.
- ¿Notás la diferencia? Lenguaje generacional, pibe -me apuntó Vladimir.
De madrugada Emilce volvía del cabaret para irse con Ariel, juntos, y a veces el general Rodríguez los acompañaba a la puerta mientras Rosell repetía que el colectivero sufría mucho por esa mujer.
- Ariel no es resentido sólo por manejar un colectivo; Emilce lo ayuda. Las hembras de la noche no son mujeres blandas, que se adaptan.
Y si Silvina andaba por ahí siempre el ingeniero Castiglión metía un bocadillo para mostrarse; algo de callarme si no quiero sentirme un botón.
- El nombre de quien comparte tu cobija es sagrado – me recomendaron varias veces pero me cuesta no abrir la boca, quizá porque no recuerde las cosas, igual que antes...
Una vez Silvina y Castiglión le propusieron a Emilce, la Yeni, que entrara a la piecita a mostrame sus tetas de ensueño. Así lo hacés debutar al pibe dijo el ingeniero, y yo ni atiné a decir que yo hacía rato, que se creían, pero Emilce me miró de arriba abajo, muy profesonal dijo dejámeló y yo seguí lavando las copas. Pero una noche ella llegó antes que Ariel y Silvina la encerró conmigo que estaba medio dormido y se quitó la ropa despacito: la blusa colorada, la pollerita de cuerina brillante y de medias negras al lado de la cama me habló haceme lugar nene y entró bajo la sábana. Bueno, aquí me viene la nebulosa y aunque yo sea circunciso hay momentos que no deben hablarse, se llevan; la Emilce conmigo, encima abajo y al costado, es el momento de mi vida y después, al barrer el negocio me sentí otro tipo, volando. Y como ahora escribo palabras mías, si no me entienden es mejor... La mujer del patrón tendría su promesa con el pelado Castiglión y esas historias del mundo; pero las minas son inentendibles, - Vladimiro afirma que no traen manual de instrucciones- y te digo que la Emilce tranquilamente se metía en mi cama. Le diría a Ariel que iba al baño y seguía derechito al fondo, haceme lugar nene me despertaba sin quitarse del todo la ropa, disfrutando el riesgo de coger a medio vestir. Conmigo, que no llegaba a los veinte y ella tenía más de treinta. La creía una mujer grande que se emocionaría al susurrar "¿nene, vos no serás loco como esos, no?" Mirá vos como es la vida...


¿Quién defiende a las pibas del amanecer?

Alguien comentó la resistencia de las pibas que cruzan la plaza a las cinco de la mañana, yendo, no viniendo, y con un frío que ni te cuento. Y qué cerca están las malas letras de los tangos de esa muchacha que al duro amanecer, - hora atonal, cinco de la mañana- despereza la calle y algún auto le guiña un requiebro, chofer con toda la cara de baboso.

Muchacha madrugante del alba: un merodeo de absurdo melodrama la quiere convocar, envolverla en esa realidad de costurerita dando malos pasos, que según Evaristo Carriego sin necesidad. Como si a una laburanta no le fuera esa blusa estupenda y las sandalias qué hermosas, dos tirillas doradas tan bien le quedarían... Pero los modistos no son giles al bardo y eligen a su clientela; porque obrera de fábrica, primeriza del día, es decir muy ausente, no entender bien las cosas, ignorar por lejanas cuestiones importantes: saraos, vernisages, alta costura, veraneos en el mar, galanes rubios. Resplandor de encandilarlo todo.

Mala letra de tango le manosea las nalgas y el alba despiadada es un metal helado golpeando pantorrillas, un gesto sin sonrisa que le cruza la cara. Y sus ojos tan dulces se endurecen de pena mirando una vidriera, entregadora celestina.

- Vladimir ¿de nuevo te asaltó la tanguedia nostalgiosa?
- Está dentro del juego. Los malversadores de la verdad trocan el envase y la muchachita fabriquera es la misma de siempre. Ingeniero, todo está igual nada cambiado, - se parodió Vladi un tanguito.
- Yo prefiero el envase actual. ¿Viste esa criatura, Vladi?
- Ultimo modelo, a estrenar...
- Dios te oiga – y recordó Castiglión a una chiquilina similar a esa que ahora cruzaba la avenida, cuando diciembre propiciaba festejos y por el ’75, - del año no dudaría- él la miró de frente y resultó un guiño ese entornar los ojos.
- ¿Viste que te miré en francés? - habló la mocosa al subir al auto embutida en un hot pant de moda, y ahora a Castiglión le acudía una sonrisa por su machismo desmañado al haber ganado por decisión del contrario.
- Vamos adonde quieras - él había escuchado esa propuesta indesechable y hasta el hotelito de Témperley no debió manejar mucho. Dos pisos encimados de habitaciones con ventanas al patio de estacionamiento, sin lujo ni farolitos; y con esa adolescente categórica la sesión anduvo discreta y sin acrobacia rebuscada. Un poco de ternura, la imprescindible caricia en alguna colina de la hembra joven y luego, un cigarrillo cara el techo ya separados del único cuerpo que construye el apareo.
- Al fin no me dijiste si sos casado - y por ahí un barullo inusual avisó que la división ambiental de las amuebladas no cambiaba, pero afuera crecían voces de prepotencia.
- ¿Estás casado o no? – ella segúia averiguando. Retumbaron dos disparos y un grito apagado, traspiés y tironeos al bajar la escalera, y caminá zurdito se oyó pronunciada en un eco. La chica seguía al verte yo me dije, con ese tipo yo me encamo y aún a Castiglión se le ocurre una respuesta que tal vez dijera.
- ¿Sos adivina, nena? Ahora están de moda los brujos - y quizá quiso volver sobre aquella boca blanda y piel flamante, pero empujones y cuerpos derribados conmovían el ámbito.
- ¿Qué pasa? – seguía la muchacha y él suponiendo tironeos y dientes apretados miró tras la ventana entornada. Abajo maniobraba un auto verde y el chofer - un gordo de camisa colorinche y careta de goma- ayudó a tironear de los pelos a un flaquito apenas vestido y voltearlo en el piso trasero. Sin salir de la cama y desamparada de ropa, la chica encendió otro cigarrillo, vení mi amor, contame pero ya los tipos cargaban a una mujer de pelo oscuro envuelta en una sábana y una pierna dorada colgó un segundo antes de cerrarse el baúl. La luna de diciembre les relumbró de última vez y el auto salió sin mucho apuro. Y ahora Castiglión recordaba haber traspuesto el silencio deslucido de tipo grande y asustado diciendo vestite, y conversando con Vladi de aquella chiquilina desnuda en medio de la habitación, le acude una tristeza trivial, indefinible; intento de quitarse la bruma del olvido.
-
-¿Qué te recuerda esa pendeja, Castiglión?
- Tovarich Vladimir, un fin de año arruinado por máscaras de la época.
- Me acuerdo, no invitados que hicieron de guapo su fiesta propia.


Un adolescente visita a su abuelo

Don Baldo el viejo de la lupa cada mes recibía dos visitas familiares: la de su hijo, a quien jamás veía, y la de un nieto cara de nada, según informara el gordo Müller cuidando su lenguaje. El hijo llegaba al Instituto con un par de bolsas de lavadero, dejaba la ropa limpia, embolsaba la sucia con la punta de los dedos y sin falta agregaba veinte dólares en efectivo al cheque de la mensualidad. Casi sin mirar, Müller guardaba el cheque en su bolsillo y los veinte dólares en un cajón del escritorio y veía irse al hombre que terminaba la ceremonia. El tipo tipo era socio de un laboratorio químico que estacionaba su auto alemán en la subida de asfalto negro bien cerca de la oficina, repetía la rutina mensual con el dueño del Instituto y salía con la premura de su estilo. Müller supo comentarle a Castiglión que por aquel fulano sentía un asco especial pero claro, pagador puntual y sin discutir los precios, al menos se ocupaba de mantener a su viejo en buen estado de presentación y cada tanto le donaba alguna muestra gratis que a Müller le sirvieran. En cambio, la visita del nieto se prolongaba más y alguna tarde alcanzó treita minutos. El muchacho un día caía a cualquier hora y en la galería aguardaba a don Balbo, su abuelo, el viejo que leía el diario con una lupa, que se sentaba de frente mirando a la arboleda. Acaso, un par de minutos, el viejo se ambientaba con el festival pajarero de afuera: calandrias ahuyentando gorriones luego perseguidas por los zorzales patoteros y dueños al fin del ámbito. Recién ahí el viejo principiaba a mirar o sublimar la indiferencia forzada a las preguntas cómo vá eso del estudio?, o más compinche, si le preguntaba haber visto algo de fútbol últimamente. El mucahcho actuaba su pose de volado por abtrusos territorios del pensamiento; una manera de ser, diría cualquiera, hasta que entraba a calcular cuánto restaba de la inusual cita y la intrusión del gordo Müller en la galería. Vamos don Balbo, es hora de recostarse un rato, y recién al verlo irse cansinamente le largaría al viejo sus escuetos discursos: sí abuelo. De eso me acuerdo, abuelo. Cuídese abuelo, para concluir la tarea acercándose a Müller que le entregaría, por cuenta de su padre, los veinte dólares.


La memoria de Blanes es abigarrada y polifuncional

Una vez Blanes me demostró como recordaba y casi muero de la emoción. Se acordaba raro; él nombraba a un heladero de pibe y yo lo oía llevando un carrito cubierto con un toldo de colores que en mi vida conocí, te lo aseguro; y saboreaba el helado sanguchito de crema y chocolate. Eso nada más, crema y chocolate, y sí recordaba a otro de heladerita al hombro anunciando vender frutilla, que de frutilla ni medio. Y Blanes también conoce eso por boca de ganso - si acusa una edad imprecisa y al escucharlo parece haber cumplido mil- aunque es un campeón de recordaciones que lo llevaron hasta Norteamérica a operarle el cerebro y le enchufaron una memoria circular última generación. Sí, un camelo, pero ¿quién se aguanta con semejante memoria? ¿Sabés que recordó Blanes una vez? La caída de Perón. Recuerda de modo desparejo, le critican, pero gracias a Dios alguien se ocupa de esas antigüedades y si el suceso fue antes o después no cuenta, lo valioso es si ocurrió. Y te decía, Blanes es un desordenado, es verdad, pero mira perdido y repite las imágenes de la mañana del 16 de setiembre de 1955: un muchacho somnoliento salía de su casa en Olivos y un vecino le informaba ¿viste Tito que al Hombre se la quieren dar de nuevo?, y sí le contestó el muchacho y en la oficina nadie decía una palabra y alguno murmuró que tres meses antes habían bombardeado la Plaza de Mayo y murieron muchos inocentes, y de otro escritorio se oyó el Hombre firmó un pagaré a noventa días; una broma desoída porque la principal preocupación aún era si suspenderían el fútbol ese fin de semana. Los viernes eran así, y ahí Blanes frenó y se mostró sombrío – me dijo Müller – y al memorizar la arenga que leyó un General de los sublevados sufrió un atropello palabrero: Sepan los compañeros trabajadores que comprometemos nuestro honor de soldados en que jamás consentiremos que sus derechos sean cercenados; y ahí nomás Blanes apuraba la lengua espíritu de solidaridad cristiana, porque el orden y la honradez administrativa, bla bla bla no sé cuánto; y se cerraba la proclama radial con la espada que hemos desenvainado para defender la enseña patria no se guardará sin honor. Y por ahí Blanes descansó y volvió a Tito, el muchacho oficinista que en la siguiente noche, sábado 17 de setiembre de 1955, sólo pensaba en pegarse meta y dale con su minita en un paredón por la Plaza Irlanda. La lluvia estaría al caer en cualquier momento y la piba llegaba de un edificio muy lindo de por ahí, con un abrigo largo y desnudita abajo. Porque la función comienza cuando usted llega, guachita que sabía de Bing Crosby y le nombraba boleros al chabón de barrio que viajaba de Olivos cada fin de semana para trincar en lo oscuro contra el paredón del colegio religioso, y esa noche Buenos Aires era una oscura desolación y un locutor entusiasta de Perón repetía estamos barriendo Córdoba como si barrieran de verdad. Cuánta pavada. La lluvia entraba y salía de la ciudad solitaria y el oficinista viajó de Olivos a Plaza Irlanda a la función empieza cuando usted llega de izarle la ropa a su noviecita, y dos tipos con impermeable y bigote afilado lo vieron llegar y lo apretaron feo, si ni cortaplumas tenía el Tito que tan asustado no supo decir qué hacía por ese barrio y lo bajaron de un escopetazo. Los tipos se persignaron y salieron del parque tranquilos, caminando por Gaona y llegando a la puerta del Policlínico Bancario uno de ellos encendió un cigarrillo; los de impermeable verde vendrían confundidos por tanto comunicado o calientes porque algo se les torcía y en cumplimiento del deber bajaron a un pendejo nunca visto. Y si alguien averiguaba, andá a saber, que al otro día por Olivos brotaron las imaginaciones y el Tito tenía los bolsillos llenos de balas y bombas hechas en la casa, miren al mosquita muerta.
Luego Blanes memora la Semana Trágica del año veinte y aparecen los cosacos de la montada rompiendo a sablazo limpio una reunión en una cristalería de Avellaneda, meta filo y contrafilo, pero a una cuadra del remolino una quinceañera de medias oscuras y un vestido gris como uniforme de asilo aprendía una mazurka en el piano y nerviosa daba unos chilliditos, y ahí Blanes tararea la canción y describe el gesto y las pataditas de la chica al equivocarse ‘da capo al segno’ de la partitura. Turro, simulás un trance de espiritistas que bailan mejilla a mejilla con los fantasmas en pena, lo acusa Julián cuando Blanes detalla tanto. Los recordadores deben luchar contra olvidadizos crónicos o chistosos baratos que piden anticipado el número de la quiniela y él se hace el burro, memoria menor dice y mira con bronca. Yo escuché mucho Blanes es mentira y en el dos mil importa un carajo la muerte de Perón o la Semana Trágica, o la memoria se la anticipa un periodista con el diario del mes que viene. Pero que Blanes recuerda, recuerda. Mirá, un pedazo grande así recuerda, yo te lo digo...


Demócrito, Leucipo y Hegel eran unos piolas bárbaros

- Creo que la memoria de Blanes ya estaría prevista en la doctrina atomista de la filosofía presocrática – jodió Castiglión como si debiera atenuar el rigor de esa noche áspera por ese barrio de la estación ferroviaria, supermercados, escaparates y putas al paso yendo y viniendo. Gentío reventado y sin anclaje que se intuía desde el bar.
- Sí señor, tiene razón el ingeniero –incitó Tadeo Varela apuntando que los atomistas fueron anteriores a los moleculares, otra especie de la misma familia pero más alimentada. Y por eso el pibe del mostrador adora a Blanes, porque su memoria anticipada no es ninguna patraña – cerró el Tadeo y cruzó Vladi el matricero, quien no sólo soportaba aprietes de minas lejanas, sino también al ingeniero Castiglión citando a Leucipo, Demócrito y otros presocráticos que Tadeo no vería en el gimnasio. Así que Castiglión tuvo pista para explicar, sencillamente.
- Porque Leucipo, Demócrito y otro flaco que ahora no me acuerdo tenían un pensamiento muy simple. Las teorías del ser y el no ser son anteriores a Sócrates, autor tan leído por 1990, avisó don Rosell que ignora el nombre del lavacopas pero con Sócrates, como los chanchos. Y Castiglión repitió.
- El asunto era sencillo para los presocráticos si sabían que el vacío y el lleno eran elementos primordiales.
- Con razón, está clarísimo - suscribieron todos- si el vacío es el no –ser y el lleno es el ser, la verdad es obvia. Un penal grande como una casa – distrajo una frase el Anteojito Gómez.
- Y si con esas huevadas los antiguos querían ser filósofos hicieron bien en morirse; no tenían derecho a entretener al pueblo con que el ser, lo lleno y sólido, valía tanto como el no - ser que viene todo vacío. Vamos manga de atorrantes, ¿qué clase de filosofía es esa, para televisión?. Cualquiera sabe que lleno es si está lleno y vacío es lo contrario, pero el progreso humano consiste en que algún chabón más rápido que el resto lo anuncie, como hicieron Leucipo y Demócrito que fueron casa por casa gritando que los llenos y los vacíos eran la causa material de todas las cosas, y así cualquiera puede cubrirse de gloria.
Ese descubrimiento de los presocráticos lo sabía hasta mi abuela, que era mi abuela, imagínense, y dos milenios después se ocupó Hegel con eso del ser y la nada, que por eso los europeos se metieron en una guerra de la sanputa.
Y creció un murmullo que oyeron en el andén ferroviario: al fin mencionaban en el boliche de Rosell a un cliente como Hegel, un tipo fenómeno que luego de dos copas entendía hasta los recuerdos adelantados de Blanes y se mandó un cuaderno entero hablando del pasado, su niñez en Europa antes que lo hicieran debutar y demás datos que sabe cualquier gil de la otra cuadra. Porque las teorías de Hegel son tan barriales que no hace falta la CNN para explicarla: facilísimo, los casilleros vacíos valen tanto como los llenos y a medida que se van llenando cambian de esencia, como dijo Kant.
- ¿Vieron que nunca es tarde para aprender? -y ahí don Rosell prometió pedalear con Remigio y avisarle no perjudicar el Proyecto dudando del anticipo de Blanes, porque Hegel ya había dicho que eso estaba bien y Hegel jamás fue un chanta...

Pero en la calle lloviznaba y para ver la noticia de trasnoche descorcharon otra y nostalgia va te acordás viene, alguien nombró al Profesor, histórico sabedor de todo lo que un burrero debe saber.
- ¡Qué Internet ni computadora on line¡ ¡El Profe sabía más de lo imprescindible, era insoportable! Decía Rimini, del stud Dolcevita por Fellini y Federico, ganó en San Isidro tal día del año tal empleando siete segundos dos quintos en los últimos cien, y hoy correrá los mil seiscientos con la monta del Moncho Fergusón. Sí señores, el Profesor seducía las estadísticas, se encamaba con ellas y al minetearlas perdía su mirada en lejanías.
- Me acuerdo cuando habló de Yatasto, caballo del pueblo tan querido como Penny Post, ¡un soberbio animal!, campeón de gran alzada que perdió la Triple Corona en el año cincuenta por un descuido del jockey Pellegrino que en el último metro de carrera se acordó que iba al bombo. Y de Empeñosa, yegüita récord de la milla en 1946 que no frenaba en el disco y seguía en la carrera siguiente... El hombre sólo sabe lo que recuerda y el Profesor registraba mancadas, aprontes y jeringas de cualquier caballo que relinchara en esta pampa desde hoy al Virreynato; y sentado cerca de la puerta, canoso y de empilche desgastado, se garroneaba su café y leche con medias lunas, merienda magra, augurando el futuro hípico de Occidente carrera por carrera. Su pálpito valía un montón así de kilates, y si el Profe marcaba ganador al número cuatro, chau, uno menos para elegir.
- Infalible el Profesor - acordaron todos y se fueron a dormir antes que la tele anunciara una ley contra el olvido. O el insomnio.


Señor, a la gente de aquí no le hable de escrituras

- Cambiando de tema, Cacho, para no amargarme del todo, ¿qué tal es la gente de aquí?
- La de este bar usted lo puede ver. Discuten, deliran, arreglan el mundo, y a ratos invaden terreno ajeno.
- ¿En qué sentido, Cacho?
- Y señor, en lo conceptual sermonean, predican, algo que no les corresponde, y critican como si alguien los autorizara para hacerlo. Opinan del aborto, del sentido filosófico de la ventana, la magia, el milagro y la eutanasia.
- ¿La qué?
- La eutanasia, señor, una muerte piadosa. Algunos reclaman el derecho a darle fin a la vida.
- ¿Y quién otorga ese derecho? Para hablar nadie debe pedir permiso.
- Bueno, es un decir, permiso a las autoridades; pero como usted me va a decir que autoridad viene de autor, de cosa propia, mejor no digo nada. ¿Vio al viejito que revisa el diario con una lupa? Jugó al truco con la muerte.
- Al truco, qué lindo, entonces es de los míos. ¿Y le ganó?
- Jefe, esa chanza no vale, es de televisión... Bueno, y dicen que con la lupa el viejo busca a Dios.
- Es difícil, pero andá a saber. Bueno Cacho, esos que se ríen fuerte, ¿también se mueren de hambre?
- No, son supervivientes, gente común de trabajar salteado; practican un sospechoso sentido de la vida; son diferentes, no tienen hijos.
- Cacho, gente común lo dijiste por decir, ¿no?.
- Tiene razón, master, nos cuestionan porque no tienen audacia para algo más importante que protestar. No acuerdan con la voluntad divina, señor.
- Algo de eso hay; no tener hijos...
- Lo dicho máster, creced y multiplicaos; viven en pecado.
- Sí, no engendrar es serio, ninguna especie elige eso. Aunque Cacho, habitan el mundo porque han sido creados. Tampoco seré tan modesto...
- Es muy sutil, señor, pero esta gente no es tan común ni tan buena. No quieren colaborar, se burlan, se quejan.
- ¿A colaborar con quién, Cacho?
- Con nosotros, gran jefe. Usted ya conoce nuestras necesidades.
- Tranquilizate Cacho, no entiendo eso de colaborar con ustedes y que la voluntad divina no acepta quejas. No seas mentiroso, San Pedro, además de la muerte el hombre trae insatisfacción y libertad. Lo hice así.
- Sí, pero estos proyectan reírse de las instituciones, señor.
- Cualquier institución es artificial, no me cargues, gil.
- Son dispuestas por los hombres, teacher; creaciones democráticas.
- Cacho, tu discurso es ensayado. ¿Y quienes protestan porque no comen?
- No es grave que protesten en el bar, pero...
- Adonde sea deben hacerlo. Reírse y discutir son virtudes; nadie está completo sin curiosidad y el conocimiento viene de la insatisfacción. ¿Me oís Cacho o no me das pelota?
- Padre, el mundo no será mundo al quejarse y reírse todo el día. La otra noche hablamos de vinos, de la calidad, de los tipos de uva sin discutir.
- Ahí está, eso me gusta Cacho.
- Y le cuento: don Rosell explicó el vino de solera, que al champagne los españoles lo nombran vino de cava y la distinto de un varietal a un genérico...
- No creo que eso fuera pecado, Cacho.
- Por favor, señor, de ninguna manera, pero Vladi el matricero discurseó el vino es bíblico.
- Ahí está, ese cuento no lo recuerdo, Cacho.
- Al bajar las aguas Noé lo festejó embriagándose y Dios lo reprendió –fue animándose el matricero.
- Ya te dije Cacho, Noé chupaba muchísimo, hasta la etiqueta.
- Pero la discordia la trajo el colectivero Ariel, asegurando que Dios le tiró la bronca y otro montón de groserías: "sos un gil de cuarta Noé, esta bien que te pegues unos tragos hondos porque zafaste de la inundación, pero agarrarse semejante pedo y andar haciendo papelones por el barrio es una gilada, viejo. ¿Usted le dijo eso, señor?
- Bueno Cacho, la alegría es buena sin darle máquina esterior. Sólo un estúpido necesita falopearse para estar alegre. Esa gilada la conozco...
- Señor, los términos irrespetuosos perjudican nuestra misión.
- La gente se queja se integra con el lenguaje, y el buen humor mejora la convivencia. Y dejate de joder, Pedro guardabosque gris.
- La alegría corrosiva es peligrosa, señor. Esta gente juega con las instituciones, ya le dije.
- Cacho, yo vine porque me rogaron y vos me querés empaquetar.
- ¿Hice algo malo, señor? Ya mismo me arrepiento. Perdón...
- No seas pícaro que ya te calé; defendés las instituciones y despreciás a una barra bolichera que se rie fuerte. ¿Qué te pasa, hace mucho que no cogés?
- Por Dios, ni hablar... Es que burlar las sagradas escrituras es peligroso. Esos tipos tienen un Proyecto propio de Satanás...
- No jodas Cacho; Satanás es un invento tan siniestro como la escritura de la tierra, y la preocupación debe ser la gente que soporta hambre, atorrante.
- Ya le dije, la modernidad exige sacrificios.
- ¿De quién?
- Eso le pregunto yo, máster. ¿De quién?
- Cacho, si me creas un boludo. ¿Los clientes de Rosell son buena gente o no?
- Y le dije, es gente sobreviviente...
- Insatisfechos, cargan el sentimiento de la muerte, sufren y lo mismo se ríen. ¿ Eso te molesta?
- Serían mejores si colaboraran con nosotros, señor.
- Aflojá con eso impronunciable y explicame porqué hay hambre.
- Es muy difícil, Maestro.


Los fantasmas nocturnos son bastante mujeriegos

A cierta hora los duendes se corporizan y los ángeles dejan las puntillas de bailarín clásico, metiendo mano bajo el escote y manoseando con denuedo tetas y caderas cercanas. Momento mágico cuando los gnomos empujan por un lugar en los mostradores, estaños, tablones, apoyaderos, barras y sitios despachadores de bebidas espirituosas; que así se nombran las copas en las borracherías del planeta donde los fantasmas trastabillan entre espías de Dios y molestadores del Rey. Según le canten las bolas.
-¿Los poetas son los espías de Dios?
- Sí, y también sirven para molestar al Rey.
- No siempre.
Así discurrirían los descarnados cuando Ariel comentó que Cacho dejó de visitar el bar porque se mujereaba mucho y no entendía los entredichos del código, donde siempre dependía de... Y la última visita Cacho la había hecho cuando el Padreé Pecado, el curita del barrio, entró por una botella de vino junto a una feligresa inmejorable y sonrió al saludo de Tadeo.
- Amar a una mujer es fácil, lo difícil es no amar a todas las demás, padre - y Cacho dejó su vinito rosado y escapó como loco que perdió la gorra.
- Esa chica del Padreé Pecado a Cacho le pareció la Virgen del Amor Unico.
- Es que la liberación de Cacho consiste en eliminar al otro.
Aquella noche, esas frases plantaron el tomate de la discordia. Allí el curita se ganó el reconocimiento al libre de espíritu y el fastidio del hipócrita de doble discurso, y quedó claro que el gran entretenimiento de los duendes nocturnos es debatir por los bodegones, rogando que los vasos del misterio no se acaben nunca. Y cuando Tadeo no logró redondear que las mujeres son la medida de cualquier hombre, lo cobijó Vladimir.
- Un torturador no se acuesta con una mujer que desprecie a un torturador - y ahí enhebraron como sería la mujer de un coronel y otras variantes infinitas. Las mujeres son nuestra exacta medida. La esposa de tal tipo es esposa de tal tipo, por algo será. Y por el mismo carril: es cierto, si las feministas siguen repitiendo que son mejores a los hombres arruinarán el negocio, y discutir el derecho de las mujeres es igual a discutir los atardeceres. Pero esa opinión inteligente pareciera de un hombre.
- Menos machismo, que las guachas pueden envenenarnos – advirtió Vladimiro.
- O abandonarnos – meditabundeó Ariel y Müller deslizó a mi hermana nunca la abandonaron, pobre. Y no hubo intención politiquera al nombrar a la hembra del presidente.
- A esa mina yo no la tocaría ni con un plumero – se rieron y el trance resultó de buena onda hasta para don Rosell.
- Pagarle pensión a la mujer de otro es darle pasto a un caballo de madera, pero los maridos siempre tenemos problema y los amantes nunca.
- Tiene razón don Rosell, - se animó Tadeo – un marido es lo que resta de un amante, y hay una turrada gigante atribuída al Ambrose Bierce: la virtud de la mujer fue una perversa invención del hombre.
Es sabido que a los duendes nocturnales les sobra tiempo y los espacios no se cubren con publicidad, pero nunca un fantasma que ambule entre vasos y mostradores pierde su tiempo discutiendo el fundamentalismo de Medio Oriente o el suicidio de la vaca loca, si la entresombra convoca los temas que más atraen al pensamiento verdadero. Por ejemplo Vladi aportó yo apuntaba mi fusil para suicidarme cuando la vi pasar, buena frase para sumar puntos, y Tadeo, gomía de Marcusse, volvió a la carga teorizando obscena no es una mujer mostrando los pelos del pubis; obsceno es un general exhibiendo sus medallas, que ovacionaron todos los parroquianos como un sincero homenaje al fantasma cuartelero que sodomiza, o técnicamente hablando, le rompe el culo al oficial de guardia en noches de luna llena. De ahí en más cada cual eligió rumbo y el ingeniero Castiglión quiso convencer que si una mujer es buena es óptima, pero si es mala es aún mejor; y cuando un hombre lo permite cualquier mujer se sacrificará por él, porque las minas adoran esa autoindulgencia. Hasta que Vladimiro devino plomizo.
- Luego de ver a la madre de un desaparecido, hablar de hombría es un lenguaje de guardaespalda - y siguieron renglones de forma. Mujer hermosa que duerme sola es una vergüenza para los hombres. La fealdad es un favor de Dios a ciertas mujeres para que sean virtuosas sin esfuerzo. Mujer es una palabra larga como un gemido, con un hombre adentro. Mujer, te extraño, devuélveme mi cuerpo.
Y esa noche Silvina se quedó levantada. Curioseando.


A don Baldo el de la lupa lo condecoró alguien famoso

-¿Y pibe, seguís con la historia del mundo? – el viejo don Baldo entró con ganas y me saludó raro.
- Si, claro, Estoy solo – le dije y advertí que era un veterano flaco, de traje gastado y corbata opaca. La patrona Silvina había dicho
- Ese pinta de figurín antiguo tiene más de ochenta y se esconde tras la lupa para fichar mujeres, como cualquiera.
- Antes reo no era cualquiera, había que merecerlo. Anotá.
- Si claro – anoté, y el viejo me sugirió conseguirme un sponsor porque ahora las cosas eran así. Aunque sería difícil porque yo era un otario de su misma clase.
- Están los vivos y los otarios de raza, como vos y yo. Mirá esto, - y sacó una medalla del bolsillo. ¿Ves? Yo no la muestro para ventajear, pero dice al compañero Teobaldo Dalesandro por su lealtad y militancia. Juan Perón. 1972. El mismo la firmó, no un alcahuete suyo.
- Sí claro - hablé apenas y él seguía.
...cualquier atorrante con esta chapa hubiera reclamado una embajada y yo sigo tirado como un tejo. ¿Qué me decís?
- Sí claro - y el viejo no aguantó.
-¿Me estás cargando, pibe? Me condecoraron en el reino de Boludia y vos decís si, claro. No entendés ni medio.
Iba a responder sí claro cuando entraron Müller y Tadeo Varela y él se guardó la medalla puteándome en voz baja. Es un viejo educado.


El truco criollo es un juego que requiere prontitud y astucia, y el viejo había jugado al truco con la muerte. Treinta puntos, lo que se dice un chico, recibiendo los naipes al tiempo de soplar un globo para no ahogarse. Olor a miedo de hospital, espalda a desgarrones por la sonda en las costillas y jugar al truco con la muerte; todo en un viaje, terapia intensiva...
-¿Cuándo supo que era la muerte, viejo? –movió Tadeo
-Llegó cuando sentí el ahogo y tras la neblina entró el médico, sobrando. El matasanos traía una baraja y la flaca empezó a repartir tan rápido que era imposible seguirla. Ella cambiaba de sitio cuando quería y no había tiempo ni de pasar, porque la muerte te trabaja de apuro; así que yo, que jamás fui manco en este juego, me encontré truqueando sin ver mi baraja. En la primera vuelta el de la cama contigua se fue al mazo y enseguida hubo otro en su lugar. Por momentos la flaca tenía la misma cara agrietada de la vieja del pelo revuelto que pasea un par de perros en la plaza, y de pronto era una muñeca japonesa con sonrisa de tarada. Sin joda; era la muerte complicando el recuerdo.
-¿Qué recuerdo, viejo?
-Me cuesta explicarlo, todo era una memoria amontonada con aroma a jabón blanco y mi vieja tarareando un tango. ¿Te imaginás, pibe, que recordé a mi vieja cantándose un tanguito al cambiarme la ropa? Y luego de levantarme alto me besaba al ponerme en la cuna; y de golpe me rompía la espalda aquella sonda de porquería...

En aquel hospital el viejo evocó que al rugir tanto el viento en los sauces del barrio nadie dormiría tranquilo esa noche, y se sintió pegado al pecho de su padre riéndose en una carcajada que oyera de nuevo fugazmente. Entonces divisó el valor de una carta pero la muerte no le dio respiro al juego y le mostró a su abuelo yéndose compadrón en el carro. Todo encerrado en una sola imagen, porque la muerte, vieja despeinada, sólo arrima recuerdos fugadores.

- ¿Se jugó la vida al truco?
- Esa frase no sirve de nada, pibe.
- ¿Nunca había visto la muerte, viejo?
- De pibe yo andaba curioseando una huelga ferroviaria y la muerte se me vino encima. Era un caballo negro con el cosaco desenvainado y las herraduras que le chispearon estrellitas, pero esa muerte no fue la que conocí esa noche, con todos los recuerdos rejuntados. Aquella muerte montaba un cojudo policial pariendo luciérnagas en los adoquines, así que esquivé el sablazo y a correr muchachos. Pero la muerte en serio fue un atropello del olvido, y aseguro que morirse es muy jodido. Más que soplar un globo por no asfixiarse y esa vieja desdentada que reparte baraja sin dar tregua, la muerte te arma un jodido entrevero de memoria.
-¿Eso es lo peor?
-No sé, tal vez lo peor sea saber que tu juego no tuvo importancia y pudo ser más divertido.

La muerte dijo falta envido; el viejo juntó una pulmonada y contestó quiero, un cuatro; la muerte dijo son buenas y el viejo sopló el globo hasta salir de terapia intensiva.


El General desapareció de los sitios que frecuentaba

Sí, hablando de Blanes no dije cómo empezó el Proyecto. Según se mire la cosa puede ser sencilla o complicada, y eso no es un descubrimiento para nadie, - si no preguntale a Colón, se rieron Ariel y el ingeniero- pero los que ahora dormimos en el Instituto, mal o bien, alguna vez pensamos hacer algo verdadero. Porque vos imaginate, yo vine primero para eso de la recuperación y Müller me mandó con Remigio a la cocina; a la semana el tipo me preguntó si me animaba a correr en bicicleta, yo ni subí a un triciclo y al toque me ascendieron al boliche de Rosell. Ahí todo bien, Silvina me acomodó la piecita donde funcionara una cancha de bochas, - de muy chico vi jugar a eso – y me indicó el trabajo.
- El piso y el mostrador, un espejo; con la cocina y el baño no joder - y si además de Rosell debo oír las calenturas de su mujer porque el viejo no se la mueve, estoy completo. Te repito, por el bar vienen unos que si empiezo a decir nos cansamos. Curdas, maricones, músicos, canas de uniforme y patrullero, civiles persiguiendo la merca; ‘vividores desde que llegó Garay’,. Y yo puedo conversar con cualquiera menos con la cana o meterme con Cacho, el misterioso. Y atenti si aparece el Inglesito, un viejo medio ciego amigo de Julián que habla en díficil y si no sabés enciclopedias el tipo te carga que ni te avivás. Swuí frecuenta distinta gente; laburantes son dos o tres que toman café con leche al amanecer y si nunca tienen un mango encima, qué van a mezclarse. Los nocturnos ajenos al esfuerzo son tan mala onda con el laburo que a mí, cuando me ven fregando el piso, me miran mal. ¿Qué raro no, siendo gente tan avivada..? Igual, más allá de los líos de Ariel con la Emilce o el ingeniero Castiglión con la mujer de Rosell, que un día te cuento, los sucesos alcanzan para un libro. Mirá, escribí tanto que estaríamos una semana y eso que las anotaciones del Proyecto son apenas.

Cacho hablaba con don Rosell y al escuchar Proyecto desapareció hace un mes; esa idea no le gusta y el gordo Müller le dice manguero, atorrante y todo eso. Es algo tan difícil que el ingeniero Castiglión me pidió no opinar...
¿Te conté que escribir a velocidad lo aprendí de Vladi el matricero; un sistema de no perder una letra y más moderno que los grabadores láser? Lo inventó Vladimiro y la traducción debo entenderla yo mismo como la taquigrafía que antiguamente usaban en el Congreso; era un banda de cien ñoquis y yo anoto solito y me sobra tiempo, qué ladrones. Te digo, empecé por apuntar cuánto gastaban los clientes y subiendo la velocidad, lo que hablaban; y en directa copio gestos y ademanes. Al principio algunos me cargaban y hoy preguntan ‘che, ¿qué cara pusieron los tipos que vinieron para agrandar el Instituto y los atendió el general Rodriguez?’ Porque claro, el general tenía su leyenda y ganó fama en todo el barrio por tirar una lechuza por la ventana. En realidad, le lechuza era un tragamonedas y Presunto Rodríguez se cansaba de meterle monedas y darle a la manija. Monedas de cuarto llamaba a las de veinticinco y el atorrante se creía estar jugando en Las Vegas aunque la lechuza no le devolvía ni por equivocación. Trácate a la manija, diez níqueles más, y a Rodríguez le subía la calentura y abandonaba. Por ahí don Rosell le servía una ginebra y lo calmaba en diez minutos.
- La próxima será, general, no se caliente - hasta esa noche de las cuarenta monedas y cuando todavía se oían las puteadas del general entró un tipo a usar el teléfono. Le sobraría un vuelto que metió en la máquina y la lechuza le escupió lo amontonado desde su fabricación, y mientras rodaban chirolas por el piso y el tipo las juntaba riéndose, Rodríguez dejó la gorra, se afirmó a lo bestia hasta despegar al tragamonedas de los clavos y lo tiró por la ventana. Don Rosell quería balearlo pero se aguantó ‘porque la lechuza vivía de contrabando y los juegos de azar están prohibidos’, se disculpó el general Rodríguez y anduvo un mes ‘lejos de los sitios que frecuentaba habitualmente’, metió el Anteojito.


Los trabalenguas son una gran gilada, pibe

Y al fin el Anteojito echó buena y una noche de treinta grados y todos dándole al barril de cerveza, se dio el gusto de invitar a su profesor de aforismos, un extraño de peluquín color granate que saludó dando la mano sin apretar un cachito ni fijando la mirada. Dudoso, dijo Vladi, y como él era también capaz de palabrear una hora entera sin decir nada, recibió al invitado con encendida palabra.
- En homenaje a la celebridad que nos visita, parlaremos un debate con avanzado lenguaje funcionario más dañino a la convivencia que al idioma.
- Bien dicho Vladi, - suscribió Castiglión- dando cuenta que la ingeniosidad es malversar el ingenio pa’ engrupir a la gilada. El profesor de Anteojito seguía sudando y esperando su demostración, sin atender a nadie.
- Entonces, pronunciar Flexibilización Instrumental Aplicada ya es desdeñable y de técnico menor.
- El método es del ingeniero Brockton, un hombre gracioso.
- Ese lenguaje no es gracioso, es una Mentira Operacional Integrada, que podría ser Operación Integracional Mentirosa, con igual resultado.
- El Macabro Desconcertador Conceptual tiene otros famosos mentores, y bastaría con leer una crítica literaria para enterarse cómo malgastar lenguaje.
- Sí señores. Lean el Sistemático Proyector Palabrero, que es funcional a la Planificación Transicional Anulativa y Deliberadamente Antiproyectista. Es decir, cualquier macaneo...
El profesor de Anteojito oyó sin escuchar y para agradecer la hospitalidad y la buena disposición de los presentes, se ajustó el peluquín y dijo un aforismo. Las heroicas paredes sostienen el techo, también heroico. Los demás lo miraron con ganas y el tipo, sin escuchar que alguien le preguntó al Anteojito dónde había obtenido ese vegetal, agregó algo de una botella rota en la playa y al toque abrió una cartera para repartir copia de sus últimas creaciones. Pidió permiso para pegar en la pared la creación de una noche inspirada y yo alcancé a leer tres o cuatro... Don Rosell llamó al Anteojito al mostrador y le habló por lo bajo.
- Anteojito, sacame a este pescado del negocio o se lo encargo al general Rodriguez. ¿Qué elegís?
- En mi barrio este pelotudo iba al arco – habló el gordo Müller y encendió un cigarrillo mientras en el bar comenzaba cierto Disparate Tumultuoso Inaudible por un Pronunciamiento Estentóreo Gritativo, hasta que Silvina desenvainó su eterno femenino.
- Silencio manga de infelices. ¿Quién le explica esas taradeces al chico del mostrador?.
Y yo casi la entiendo.


Parece que el amigo de Julián era un tal Borges

Ni bien entraron a opinar sobre la poesía significante y demás brujerías, sin aflojar el bastón Borges pidió salir a tomar aire.
- Un día la gente caminará hacia el sur - dijo mirando al cielo.
- Y se orientarán siguiendo a Las Tres Marías, según antiguos navegantes. Julián, que lo sostenía del brazo, le siguió el juego al viejo.
- O cumpliendo una voluntad de Dios; otra incierta constelación – por la comisura insinuó Borges una sonrisa jodona. Camine despacio señor, sin llevarme a remolque. Necesito estirar las piernas y descansar de tanta ironía sobre la vida y la fatalidad del tiempo. Eso ya me hincha, le aseguro.
- Le creo, Borges – y evitó Julián a un perro acostado en la vereda del Instituto.
- Cierta vez me regalaron un gato llamado Peppo, un nombre horrible. Yo lo bauticé Beppo, como un personaje de Byron; aunque el gato ni se enteró y siguió viviendo.
Julián sabía jugar de acompañante; no lo asombró esa recurrida opinión del ‘más grande escritor argentino’ y pensó que de haber nacido perro Borges sería un abacanado cocker spaniel, propiedad de alguna veterana que lo cepillaría a cada rato sin dejarlo siquiera trompetear tachos de basura en la madrugada. Afectado perro de living, soñador sin necesidades, Borges.
- Mi mundo casi no tuvo animales – insistió. Beppo fue un gato más ventajero que atorrante, se dejaba acariciar siempre dormido sobre el sillón. Una vez me tomaron fotos con un perro indolente que no era mío, y no sé, yo prefería el enigma que suponen los gatos... En verdad, por momentos lamento no haber sido un cuchillero de fama, pero también no recordar la sensación de arrancar una anguila de aquel barrial mierdoso que fuera el Maldonado, entre el griterío de los otros pibes. Hoy recordaría eso, pero me perdí la experiencia por demorarme con la palabra escrita. A veces a desgano.
- Nadie imagina a usted en menesteres de potrero, Borges.
- Porque siempre me rodearon seres equivocados; periodistas sonoros, aburridos intelectuales de tiempo completo. Y yo soy de esta ciudad que jamás pude abandonar. Algunas veces pregunté qué divierte a la gente de aquí y me respondieron cosas ajenas, estupideces. Muy pocos pudieron hablarme como a un porteño sobrador y canchero, que tanto pretendí ser; y espero que un día la gente caminará hacia el sur.
Sin llevarlo a remolque, Julián sostenía el caminar del viejo socio de nadie, criado tras una cancela colonial, ciego, piel transparente, inflexión inglesa al decir Borges quiere decir burgués, y por siempre, patrón de milongas y cuchilleros imaginarios.
- Una noche de invierno vine con unos amigos a este barrio de Barracas, a ver si relojeábamos algún guapo de esos que inventara la literatura. Hacía un frío tremendo y anduvimos bordeando el Riachuelo sin ver abierto ni un solo bodegón concurrido por gente de reírse fuerte y no tomarse muy en serio; esa inteligente manera de ser.

Julián conocía esa anécdota de Borges y aprovechó a darle su propia versión.
- Si no lo aburro, quiero contarle de un almacén de bebidas y dos payadores de contrapunto. Se provocaban lindo y uno era el Inglesito pero tenía su rostro, Borges; una seda oscura al cuello y zapatillas de carrero a rayas celestes, dejando ver sus guarangos empeines. Vine al sur porque estoy buscando un hombre de coraje y dicen que por acá sabe haber; compadreó el tipo mientras el otro cantor, que lucía una flor montada en la oreja, afinaba desprolijo su guitarra y apenas dijo no busqués roña, Inglesito, que te vas a arrepentir.
- Eso me gusta, señor. Lo escuché alguna vez y suena lindo, vea usted.
- Entonces prosigo Borges. El gallego de mirar fijo que atendía el boliche desancló una faca y dando un cojonudo planazo en la mugrienta tabla de cortar fiambre, puso fin al contrapunto. Sí, - los guapeó el hombre del mostrador- de madrugada por aquí cruzan al puerto unos estibadores muy guapos, hombres de aguante al infortunio; y ustedes dos no busquen pleito que los matones son de otro barrio.
- Esa historia la escuché otras veces y no me disgusta, señor. Quizá porque ahí yo, Borges, soy ese payador que disfrutaba provocando en los bodegones, el emborracharse con ginebra y hablar de minas como cualquier mortal.
-¿Quiere que volvamos, don Borges?
- Sí; la entrevista con sus amigos es insabora pero este frío me jode mucho.


Una reunión imprevista no siempre es histórica

Evitar que alguien escuche sus conversaciones no lo consigue ni Dios, así que los principales responsables del Proyecto organizaron una reunión relámpago en la oficina de Müller. Sin antifaces ni capucha, no más de catorce o trece y conferencia de cuatro minutos.
- Señores, debemos puntualizar nuestra verdadera intención renovadora antes que se cruce algún uniforme a prohibir todo - movió Müller apertura clásica y alguien advirtió que por ser una reunión fuera de agenda no demoraran en recordar a esos turros que nos metieron en Malvinas y si tomaban otro whisky desembarcábamos directamente en el centro de Londres, acotó otro que siguió dos minutos pidiendo evitar datos porque siempre existe un infiltrado aprovechador.
- Y que ya había anticipado Horacio, el poeta griego, a muchos fascinan las armas, los marciales clarines y la guerra que aborrecen las madres.
La frase del griego no venía al caso , pero...
- Seamos atentos; recibimos adhesiones sospechosas y algunas son bastante piolas. Para recaudar fondos, la medium oficial del gobierno patrio nos propone presentar en el quincho del Instituto a Wolfgans Amadeus y Frederic, a dos pianos; aunque convocarlos juntos la dejará destruida, lo hará.
- ¿Y a cambio?
- La atención de la boletería. No se olviden, es mujer de funcionario.
- Se aprueba –gritaron tres o cuatro.
- Por unanimidad, se aprueba - gritaron más. Y en los veinte segundos siguientes un confabulado dijo enfocar con su lupa al capitán Marvel y un diputado de apellido vasco, famoso por mirar el Cabildo diciendo lindo chalecito para hipotecar. Y el soplo histórico lo sopló una dolorida voz: viva el Proyecto aunque yo perezca. Así que Müller apagó la luz y afuera todos.


A Wall Street de madrugada y por el contrafrente

Ariel, colectivero de la línea ‘78, se dormitó leyendo en el diario datos de la deuda externa. No podía ser esa barbaridad, así que llenaría el tanque con gasoil y se largaría para Wall Street; y para no aburrirse, -sólo subir a la Panamericana era un tirón- invitaría al general Rodriguez.
¿A dónde? –le preguntó el portero del cabarute, embutido en el chaquetón largo y su gorra de cordones dorados.
-A Wall Street; con alguien que se banque dársela a los usureros.
-Bueno, vamos –se ajustó la gorra el portero y al toque entraron a Nueva York por la Quinta Avenida, que pese al tapón de taxis a las cinco de la tarde es más directo. Y por despuntar el vicio, en una parada de buses Ariel hizo subir a dos viejitas con sombrillas y vestidas de lo mejor, que se acomodaron en el primer asiento.
- Son de Boston, - le dijo el general Rodriguez. Las señoras bostonianas usan sombrilla y se sientan adelante.
¿Y a mí me lo decís? – Ariel asintió preguntando, y llegando a Washington Square anunció ‘terminan boletos de dólar’. Así que las viejitas bajaron sin mirar y como andaban de tránsito pesado entre el Village y las galerías del Soho, y a esa hora en Wall Street sólo quedaría abierta la Trinity Church, se preguntaron.
-¿Qué tomamos?
Y ahí nomás estacionaron el Scania y se mandaron a un denso bodegón; Ariel entró de guapo y el general Rodriguez alardeando con su gastada chaqueta bordó, se acercó a un marinero que saludó tragando la cerveza de una volcada.
-Che piojoso – lo apuró Ariel al barman- una ginebra en vaso sopero y un moscato para mi General.
- Y nada de white wine, viejito. Moscato – prepoteó Rodriguez Presunto guiñándole al marine que repitió inspirando medio litro.
- Vos tranquilo, Ariel, que este flanco lo cuido yo –y le hizo una venia al lobo marino de ojitos entrecerrados.
-Oie muchacho de recia barbilla y aspecto caucásico, buscamos en el vecindario a esos canallas de Wall Street y tú puedes ayudarnos. Ya que eres defensor de libertades en Panamá, Kuwait y Colombia, deberían darte jaqueca esos sucios tipos que si corren una coma de lugar tú debes morirte de hambre - dijo Ariel...
Se comenta que fuera del barco los marines se defienden con la mirada lejos y no dando bola, ya que estos valerosos navegan por exóticos mares y en tierra se ligan con mujeres livianas que le dan calabazas en ruinosas tabernas, proseguía Ariel mientras el barman prolijaba su moñito rojo sin acertar el envase de moscato.
-Bueno chico, se acaba mi paciencia y antes de una golpiza confiesa quiénes son esos hampones de Wall Street, que le daremos una tunda si no borran nuestra deuda.
-Bien dicho –bramó el general Rodriguez, de mano en la cintura tanteándose el hígado. El marine eructó su galón de birra y equilibró al salir.
-Oie alcornoque, dile a tus banqueros que pierden su estúpido tiempo en demandarnos a la Corte. No pagaremos un miserable céntimo – gritó Ariel siempre conectado al canal latino.
-Hiciste bien, así estos entiendan que con los argentinos no se jode.
Y salieron a buscar el colectivo estacionado en la West Broadway.
-¿Viste cómo arrugó el marine, general?
-Por favor Ariel, una vergüenza para los de uniforme.
Ariel se despertó la tarde siguiente.


El convenio de límites tiene renglones borrosos

Con cara de amargado, una mañana Rosell deshuesó un jamón sobre la tabla del fiambre como si luciera su habilidad ante Silvina, asustada en un rincón tras el mostrador, despeinada y y el camisón rosa de la madrugada... Esto no me parece mal ni bien decirlo sin remordimiento; don Rosell fue el primero en avisarme que de las mujeres debía cuidarme y ahí muchos hablaban de minas el día entero. Para Tadeo, un tipo pintón y muy viajado que no dejaba títere con cabeza, lo más importante era la sorpresa, la intriga, lo misterioso; al ingeniero Castiglión le gustaba decir las mujeres hicieron que me conociera mejor, y sería verdad. Aunque de su vida no deschava mucho, Ariel asegura que mujeres y hombres estamos en un bolillero de lotería, y hoy uno tiene suerte y levanta el noventa y nueve, y otro día saca el doble cero y se la debe aguantar. Es la vida, pibe, siempre es la vida. Eso sí, tengo bien aprendido que no vale nombrar con quien nos encamamos; es un asunto sagrado; y tanto es así que una noche el Padreé Pecado entró de sotana y catecismo - de catecismo, en joda- acompañado por una mina. Venía a comprar una botella de vino blanco y me avivé que circuncisos o circuncidados, nos parecemos; el curita no venía con una señora del barrio, no; había ligado un minón tremendo de pelito corto y medias oscuras que mientras Rosell le envolvía un vino caro yo le relojié las gambas y el curita me preguntó ¿y a vos que te pasa, pibe?. La mujer me sonrió, bien, con clase, que no quiero agrandrme, pero algo me insinuó... Entonces, como fidelidades y amoríos no merecen tragedietas de la tele y para felicidad del mundo entero, diría el Anteojito, mejor es el bolillero de Ariel donde hoy sacás el doble cero y mañana el noventa y nueve, ¿te avivaste?
Pero igual esa mañana la cara de Silvina no era muy feliz al mirar el barril de las aceitunas y las maniobras de Rosell deshuesando el jamón. Pensaría que ahí nomás le daría el pase y cuando Rosell apenas elevó el cuchillo yo entendí vos pendejo empaquetá que también te vas a la mierda; y como no me gusta discutir rajé a la piecita y detrás, se me ocurre que volando, entró Silvina con un dedo en los labios como el afiche de los hospitales y muy calladito dejé que me abriera la camisa y me besara el pecho y recordé a Emilce pero Silvina siguió bajando con la boca suavecito, muy suave, muy...
- Te apuraste mucho, pero igual me gustó - dijo al irse y me quedé un rato flotando con el pantalón caído y de pronto sonaron unos gritos de la sanputa... Aguantame si cambio el tema; en ese momento encararon unos tipos preguntando si habían llegado en mal momento, yo venía como bala hacia la puerta y don Rosell de nuevo con la cuchilla.
- Ordená el mostrador que debo atender a los señores - y Silvina resucitó entrando al cuarto de camisón transparente y al verla alguien diría aquí no ha pasado nada, señores, felices pascuas... Envuelto en una frazada bataraza apareció el general Rodriguez Presunto, medio apoliyado y eso impresionó a los tipos con cara de hambre que mecharon un protocolo de presentaciones para caerse de culo. –
- Fulano, de la Dirección de Catastro y Salud, y me acompaña el secretario Mengano, de la misma Dirección y Adjunto al Ministerio.
Don Rosell los esperaría porque se quitó el delantal roñoso y mucho gusto, soy Rosell titular de esta explotación comercial y me acompaña mi experto en asuntos limítrofes, el general Rodriguez’. Y la siguió advirtiendo que toda diferencia fronteriza él la consideraba junto al asistente en la materia, el reconocido general Rodriguez que usa esa vestimenta desde la Campaña al Desierto.
- Bien, nosotros hemos platicado con el señor Müller, Director del Instituto, quien nos requirió emprender el desalojo del predio.
- El señor Müller, excelente Director; ¿pero cómo ese borracho de vino tinto puede echarnos? – desaprovechó el general su timming diplomático y ahí Rosell le advirtió, sin putearlo, que los señores querían coimearlo y nada más; y el cuento era que su comercio era del Instituto y no gloriosa herencia de sus antepasados irlandeses.
- Don Rosell, no entreguemos territorio sin derramar sangre –blufeó Rodriguez al llevarle los pocillos a la mesa.
- Eso no será así, señores. Somos de Catastro y Salud sin portación de armas y nuestros geólogos coinciden que este es patrimonio del Instituto. Pero siempre hay un arreglo.
- Mis ancestros se revolverán en sus tumbas si te coimeo, ladrón, pero decí cuánto y la cortamos – apostó Rosell.
-¿Un sánguche de jamón serrano, muñeco? –el general le acarició la cara a uno.
- Sí, y alguna colaboración más – dijeron y apunté dos renglones de ‘sí, claro, colaboración. Por supuesto’. Después hubo otro café, ginebra, dejá la botella pibe, al mediodía seis sánguches de jamón murieron en combate y por la tarde Fulano y el general Rodriguez trastabillaron mucho para calcular la medianera que no estaba. Y al fin celebraron el histórico convenio de límites y soberanía con cabernet y cachitos de provolone.
- Muy bien, varón; ahora el bar con todo lo plantado y edificado pertenece al Instituto, más parroquianos en tránsito. Y sonríe que Dios te ama – firmaron los cuatro y se acabó. ¿Lo entendiste? Porque no me acuerdo si soñe todo o me lo anotaron. Pero ya está...
-
Siempre recuerdo cuando era pibe y jugábamos con mi hermano a tener miedo. ¿Nunca jugaste a eso? Nos metíamos en la cama diciendo qué miedo tendríamos esa noche, a veces llegaba una bruja y mi hermano más grande luchaba contra el monstruo del pantano. Más adelante llegó un miedo de taparse la cabeza sin respirar ; pero me contó Vladi que ese era un susto verdadero de un tiempo muy feo que pasé.

Bueno, de vuelta te digo del Instituto. Afuera nos tratan como locos, como si alguien pudiera hablar, pero de seguir el lío de la medianera dormiría en la estación, que si vieras el diario te morís. Pibes, viejas, tipos sin laburo tirados en los rincones; una malaria que ni Blanes conoce y eso que recita la guerra del catorce y si le piden que afloje con esa pálida se ofende y cuenta la ofensiva soviética de verano que los demás le darían un botellazo. Si Blanes agarra envión multidireccional es un lujo oírlo. ‘Al norte de los Cárpatos, el año 1944 golpeó a los ejércitos alemanes y los soviéticos presionaban en Sarny, frontera polaca en 1939. El derrumbe germano era cuestión de tiempo y en veinte días de lucha perdieron 350.000 hombres y en julio de 1944 el general Model anunció al Alto Mando Alemán que se iría rajando de la ciudad de Minsk, pero el generalato siguió chupando cerveza sin darle bola y el tipo entregó el rosquete el 9 de julio.
- No pronuncies esa fecha en vano - lo tocó Ariel pero Blanes dijo que las tropas rusas siguieron al Vístula y el 22 de julio los nazis venían perdiendo por goleada. Por ahí yo me sentía hundido en una trinchera con el barro hasta las rodillas, y Blanes tomó aire y abrió otro frente: el 30 de marzo de 1944 los nipones rodearon Imphall y en Kohima 3.500 ingleses apenas resistieron el ataque de unos 15.000 japoneses, que despacito despacito le rompieron el culito, entonó como en un tablón del Deportivo. Y en el Bolsón de La Falaise, en agosto del ‘44 un movimiento de pinzas atrapó al ejército alemán y le tiraron tantas bombas desde arriba que si el enemigo pelea sucio y te tira con soretes es imposible ganar la guerra, murió quejándose un alemán. Entonces Blanes frenó sin que le rompieran el mate, instancia que casi usó Müller pero Vladimir lo anticipó.
- No comparés Blanes, en la guerra se muere por sobrevivir, piojosamente, pero hay desvergonzadas muertes por el honor primario. Si peleás por una mujer ella no te pertenece; es igual a matarse por gritar más fuerte o cualquier mariconada diminuta.
- Hay luchas a muerte que nadie sabe porqué -me guiñó un ojo Vladi sabiendo que ya mismo Remigio contaría el sucedido en su pueblo metido en el cerro, donde por el noventa en el almacén montaron una tele sobre un cajón para ver un mundial de fútbol. Remigio dijo que jugaban Dinamarca y Portugal un partido parecido a Manchuria con Pergamino, sonrió al acordarse, y el hijo del bolichero le preguntó a uno que juntaba las cabras ¿vos de quién sos? y le otro no sé, de cualquiera. ¿Cómo de cualquiera? Tenés que ser de alguien, y un recién llegado copó la parada bueno, está bien, me gusta Dinamarca pero ahora soy de Portugal. Y Remigio repitió que eso había ocurrido bien lejos del pueblo y el desconocido cinchaba por uno y el hijo del bolichero por otro mordisqueando los dos un compromiso con el coraje, le sopló Castiglión para darle letra; y hubo un gol con un insulto encimado, te cagué jetón, y el otro esperó el empate contrario y la bronca crecía en cada mirada hasta otro gol donde se arremetieron y el hijo del bolichero levantó la faca de cortar el fiambre y al negrito alguien le alcanzó un cuchillo, -eso es muy borgiano, Remigio, lo cargó Vladimiro aunque el cocinero ni bola y los dos muchachitos salieron campo afuera a pelear en aquella lejanía sin que los ecos del miedo le llegaran a ningún millonario futbolero. ¡Qué boludos¡ se oyó apenitas, y Remigio recontó que los dos sudorosos y no sabiendo cuál era el origen del odio, se tantearon el coraje y la lerdura, buscando el contraluz favorable al amague y la embestida; y al llevarse la muerte por delante uno gimió "viva Dinamarca".
Y anoté hasta ahí porque no entendí nada...


El Proyecto empieza a ser un Proyecto

- ¿Ya sabemos qué venderle a los chinos? - preguntó el espía judío y el conocido diputado Martiarena ingresado a la Reunión Secreta del Comandante Müller en carácter de veedor, lo apuró fiero.
- Rusito, te conviene cerrar la boca.
A miradas algunos se preguntaron quién transaría con ese fulano de camisa y corbata italiana que los interrogaba.
¿Este Proyecto pretende ser espeso con tanto discurso pendejo de los pibes muertos de hambre y el país condenado a la banca internacional? ¿Qué pasamen? - siguió el tipo. Tenemos un destino de mierda, pero si quieren pelear deben aceptar dar batalla y evitar así la historieta del pasado, cuando luego de reventar una generación nos enteramos que sólo era una cacería desorganizada y las instituciones heroicas de la patria sólo sirvieron para robar televisores y pibitos recién nacidos. Así que ahora señores, ojo al piojo que la guerra es la guerra y a no pelotudear averiguando qué podemos venderle a los chinos y malversando la defensa de las buenas costumbres que no permitiremos olvidar.
Nadie interrumpió al diputado Martiarena callate loco pero Müller carraspeó en alemán y pidió continúe por favor, señor diputado, y el legislador afirmó ser amigo de Cacho.
- A quien ustedes deberían darle más pelota, anunció: la guerra es un hecho político ilegítimo en este mundo que olvida los valores tradicionales, pero igual existe y se ajusta a dos o tres reglas a respetar: debe hacerse para defenderse y luego el ganador explica ante las agencias noticiosas que fue atacado por la espalda. Como a mi hermana. Además, - siguió el diputado Alvaro Martiarena- los muertos deben ser contados al final, principalmente en Africa, para evitar marchas por la paz de las feministas y los negros travestis y degenerados. La guerra está prohibida, señores, según Carta de las Naciones Unidas, pero otros convenios internacionales fijan lo siguiente; que los hospitales no sean bombardeados; no matar población civil, mucha; se recojan los náufragos al hundirse un barco y se brinde buen trato a los prisioneros.
Y sonrió Martiarena, tan flojo a la carcajada.
- Como ven, manga de tarados, la guerra está prohibida para ustedes porque no tienen botes de rescatar náufragos o campos para concentrar prisioneros y ni siquiera un sarnoso hospital. Y la guerra está prohibida para evitar que cualquier atorrante pretenda hacerla, porque ¿ustedes quiénes son? Los muchachos con celulares y vidrios opacos o al pendejerío de los cineclubs y la música country. Ojo chabones que van otra vez a la picadora de carne – completó.
Bien mirado, el hombre amenazaba lindo y dos guapos sindicales quisieron darle la bienvenida porqué es un buen compañero, porqué es un buen compañero pero quien se decía comandante Marcos se calzó otra media en la cabeza; esta era de Ferro; y preguntó si la guerra era prohibida de verdad o una maniobra más del capitalismo burgués.
- Esa es una buena pregunta - lo secundó alguien con voz de pito y un culo que el legislador Martiarena se lo miró bien. Enseguida el tipo midió a todos como si fuera a darles un chancletazo y gritó silencio muertos del setenta, antes de abandonar la reunión tapándose la nariz.
Müller finalizó la reunión y cara de bragueta se acercó a uno que no identificaré y le dijo algo que no escribiré.
- Castiglión, ¿ese botón que se la tomó en serio, es tu amigo?
- ¿No lo invitaste vos?
- Yo, ni loco.
- Entonces cagamos.


Pensar mucho hace doler la cabeza

Esa muchacha conmigo tiene buena onda. Cuando fue la lluvia grande de julio, le serví café y hablamos un rato mientras aflojaba el agua y ella pudiera cruzar al andén. Es buena piba, por un tiempo estudió Derecho, me dijo que anduvo dos años sin hablar con el padre y había vuelto al barrio a saludarlo. Eso está bien, le dije. La avenida se iba oscureciendo, una botella de plástico navegaba por la inundación y casi hablo de mis barquitos de papel de cuando era chico, pero de suerte me callé la boca; aunque enseguida me mandé una gilada al preguntarle la diferencia entre profesión y oficio. Ella me preguntó si no me dolía la cabeza de tanto pensar y nos reímos. Detrás del vidrio seguía la lluvia y nos quedamos solos; la luz surgía de su pelo castaño y me sentí mal por mirarla como una mina que laburaba de eso. Pero esta parte de la escena no la recuerdo bien. No importa
-Mi viejo piensa que yirar la calle es una fatalidad en la vida, que yo no debería hacerlo. Pero ese es un tanguito, porque de las ganas de hacer el amor nadie opina – me hablaba como si prosiguiéramos una charla iniciada mucho antes y en el bar había un aire tibio, de ternura exclusiva para mí, y ella me enteraba que en el ‘milenario oficio’ las mujeres hacen el amor con todo y sencillamente por eso, son mujeres de la vida y pocas veces de uno sólo. Y que un buen método de medir las hambrunas en cualquier sitio, es contar las putas que caminan la calle; y cuando la mishiadura multiplica la oferta, gracias al tierno poder de su entrepierna una putita de barrio, si supera el coger por la comida llega a tapa de revista o esposa de algún ministro.
- ¿Y sabés, pibe? Eso te lo aplauden todos, porque más de una quisiera – y ahí atenuó una carcajada.
Acordarme de todo es difícil, pero con muchos clientes ellas se acostarían gratis por el gusto de hacerlo; y no lo dicen por orgullo profesional.
No sé, esta piba me hizo pensar; pero no mucho, porque si pienso mucho me duele la cabeza.


El amigo de Cacho a ratos pega algún grito

- Quizá ahora me entienda, señor.
- Te entiendo a pedazos, Cacho, y en cualquier cabaret del mundo yo me avivo si alguien le camina el yiro a una mina, quién negocia la merca y si el ‘puerta’ es buche del taquero. Entonces, para entenderte mejor, ¿qué es la modernidad?
- No sé, ¿qué quiere escuchar, que la pobreza es natural? Usted sabe que bienaventurados lo pobres porque de ellos será el reino de los cielos no sé, los tiempos cambiaron.
-¿La miseria es natural y correr la coneja es bendición divina? ¡No seas tan hijo de puta, Cacho!
- Magister, si yo curtiera ese lenguaje procaz, le diría que no entiendo ni medio.
- Aflojá pelotudo, y si de aguas y peces sabés tanto aclará si precisan otro diluvio. Pedí nomás, que en cuarenta días te lleno los ríos, los mares y la pileta chiquita del patio.
- No me haga chanzas, jefe, que con las cristalinas aguas sucede algo parecido a los ubérrimos campos, las feraces llanuras y las intrincadas selvas...
- Sin irte por las ramas Cacho, confesá.
-... por las aguas navegan flotas pesqueras y eficaces factorías, pero es imposible repartir un balde de cornalitos. Todos sabemos que los peces no se multiplican mágicamente y habrá pobres hasta el fin del tiempo.
-¿Me llamaste para esto, Cacho? Dale, mandá algo fuerte que el patrón nos mira con cara de bragueta.
-¿Una ginebrita?
- Fenómeno, para mí doble; necesito un empujón.

- Rosell, dos ginebras bien robustas.
- Listo Cacho, te las llevo.
- Decile con mucho hielo, Pedro.
- Mandame el balde, Rosell, es mejor.
- Por fin hacés algo. Si le agregás hielo de a poquito la ginebra pega menos... Sigamos, ¿quiénes son los vivos que cortan el bacalao?
- Maestro, algunos que hacen el reparto surgen de los mismos pobres; son los ganadores del sistema, las honrosas excepciones que serán faro de futuras generaciones.
- Sin gansadas, Cacho, aclarame si esos ‘ganadores’ orientan a los miserables para no ser usados de forro. ¿Un mundo sin mentirosos no sería más poético, con mejor gente?
- Sería un mundo bucólico, señor; bucólico pero ineficiente; y quienes suben escalones huyendo del pobrerío sirven de ejemplo a los de abajo.
- ¿Los idolatrados fabricantes de opinión, deportistas de músculo ágil y faranduleros? A esos trepadores ya les tomé el tiempo, Cacho, y existen otros degenerados que imagino.
- ¿Habla de los políticos, master?
- Voy de a poco, de esos me enteré que son coherentes para robar. Desde una bolsa de oro a una lapicera se roban todo; y a esa lista sumo las putas que conviven con esos malparidos que entre ardides y discursos postergan el quilombo inevitable.
- Lo suyo es aproximado; la Gran Cuestión la deciden los dueños milenarios.
- ¿Esos viven en catacumbas, Cacho?
- Ni soñando, los exitosos no habitan conventillos luego de obtener la sagrada libertad...
-...defendiendo la herencia familiar. Cacho, no aclarés más que se oscurece. Los dueños de la torta ¿ le dan una porción más grande a sus cómplices de moda?
- Señor, yo no diría complicidad; muchos ya temen que cuánto niegan al pobrerío lo gastarán en alambrados y guardianes, y si no reparten le matarán los nietos. ¡No respetar la capacidad individual oculta un peligro inaudito!
- Vamos Cacho, inaudito es desconocer el hambre y defender la herencia. Los que heredan largan antes que el resto y eso es trampa; pero según tu cibernética, Cacho, ¿quién se apropió de mares, llanuras, lluvias y sudor?
- Mi maestrazo, las cifras agregan confusión al tema.
- Cacho, en la cárcel se aprende que un gil es quien se engrupe que los demás son giles, y se come una púa en el costillar. Decime cómo es la repartija antes que pegue un soplido y derrumbe el escenario.
- Faltaría más, campeón. Le informo que entre seis mil millones de mortales, quince de cada cien se lleva sesenta del total. Más o menos por ahí.
- Hacelo sencillo. Hay quince menos mortales que mastican la torta casi completa y por el resto se matan ochenta y cinco miserables, más mortales. ¿Es así o estoy mamado?
- Lo ha dicho sobriamente, señor, y le ruego hacer algo por los pobres... Cada día son más, se multiplican y nada les detiene el apareo, no hay colecta que alcance y si usted no actúa habrá más encarcelados cada día.
-¿No piensan en una guerra que elimine el excedente, Cacho? Ustedes son capaces.
- Por favor, maestrazo, no seamos injustos; la guerra es una solución no querida, salvo si no hay otro remedio.
- Cacho, estoy maliciando que entre copa y copa vas a pedirme el reviente de cada pobre que reclame un pedazo más de pan, como dice el tango.
- Por favor, maestro, no me animaría a esa imprudencia. Una explosión moderna no dejaría ni el gato...
- Al fin hablaste como persona.
- Le ruego arreglar este problema, gran jefe. Sea bueno.
-/Qué bien/ ¿Me rogás remolcarte del barro, Cacho?
- Mejor diga que me preocupo, señor.
- Mirá, los exitosos y ganadores sabrán al toque si la mano les viene pesada. Ellos son más instruidos, deberías negar el saludo a esos mentirosos...
- Debo confesarle que eso no sería sencillo, master.
-...y si no aflojan matales un nieto. Total, se mueren tantos pibitos gratis cada día.
-¡Sus palabras son de ira, magnánimo. Me aterran!
- Magnánimo las pelotas. Y habilitá otra vuelta que el patrón nos mira mal.
- Rosell, otras dos.
- Una bien doble y más hielo.
- Listo Cacho, ya voy.

Y aquí perdí unos renglones porque don Rosell me dijo que dejara de chusmear y llenara el baldecito con hielo. Al buscar los cubitos no escribí porque Cacho y el extravagante iban tan de corrido que me dolía la mano derecha. Si querés te cuento otra cosa, pero aguantame que...


A veces el mundo entero entra al bar

Don Rosell dice que la gente entra a engañarse que algo sucede en el mundo y a demorar sus horas, discutiendo las pasiones ajenas. Ninguno niega que entran allí a esperar y Rosell aprecia si el ingeniero Castiglión, Vladi o Tadeo dicen que ellos se juntan para resistir otro asalto de los bárbaros contra la estirpe, sitiada por millones de olvidos; y preguntó ¿la gente sólo debe juntarse a conmemorar batallas, astronautas al cosmos o muertes condecoradas, si también puede festejar cada milagro cotidiano: la puntual lluvia del otoño, o el verano de siesta trabajosa? O las caderas de esa mujer que pasa, guiñó Tadeo y Castiglión festejó. Cualquiera tiene derecho a silenciarse en su laberinto, como el general Rodríguez al segundo vaso, y sin decirlo anhelan vitorear el retorno de algún dios renovado y sin fatiga.
- Estos dioses son cómicos que obedecen la comparsa – y don Rosell reclamó menos discurso para los disfrazados del mundo, y no criticar a dios que ahuyentan la clientela.
- - En realidad, dijo Tadeo, los habituales de aquí no gastan frases de gran calado y navegan con apuntes propios; dan por sabido lo que saben y aceptar a un reciénvenido siempre depende de... Y repitió: aceptar a cualquier reciénvenido siempre depende de...
Sin delirar demasiado, Ariel cree que la felicidad del hombre exige usar más el signo menos.
- Menos alienarse con muchos planes. Menos madrugones obligados. Menos vasos vacíos y menos proteger las pertenencias.
- Menos a todo menos a las mujeres, que excedernos es bueno y para eso estamos –desvió la vista Castiglión a una pendeja de falda corta y requirió pista con su Teoría de la Ventana.
- En el momento y la hora, por una ventana podemos ver íntegramente el mundo. En ella está desde la grandiosa visión al punto concentrador del absoluto; y por eso una ventana no es un rectángulo con vidrio, esa creencia de albañiles y ferreteros; y se convierte en un estado de ánimo. En algo que a veces la desnivela de sus dinteles. Una ventana, señores, es una fotografía íntima, un reclinatorio de confesión, y sin escuchar los palabreos inmobiliarios y las reuniones de consorcio, una ventana es un acto de contrición y fe.

La charla venía entonada. Con tanto calor Perry ni se aparecería por el semáforo y nadie se inquietó cuando dos tipos jóvenes entraron a charlar con don Rosell, de inmediato y en secreto. Otro se quedó en la puerta, distraído por el solazo de la vereda y ni vieron a Cacho y a su amigo misterioso, ese estrafalario que eternamente charla con él en la mesa del fondo. El ingeniero Castiglión descansó y con Vladi coincidieron en repetir una tesis sobre La Gente que han prometido registrar en la propiedad intelectual del barrio.
- Resulta que hay gente de primera, que es muy poca y nadie la conoce; de segunda, gran mayoría que ovaciona deportistas y aspira a robarle la mujer a cualquier malandra millonario; y gente de tercera especie son quienes lucen medallas y nos prepotean. Y según este panorama, -dijeron- la inscripción en cada categoría depende de...

Los dos tipos y el de la puerta salieron de raje; don Rosell no hablaba ocupado en desatarse las manos y quitarse de la boca el trapo rejilla. Cacho y su amigo siguieron chupando en la mesita apartada, así que no se enteró ni Dios. Pero de la caja, ¿qué podían llevarse?


A Vladi lo doblegan las fotos imperfectas

Eso exactamente, Vladi cada tanto amenazaba con mostrarme unas fotos que tomara en Cuba, y como yo sabía que soltaría el rollo levanté el anotador.

- Cualquiera sabe que las mujeres miran mejor la cámara, pero no me divierte repasar fotografías sin la mirada de Maite. Pasaron muchos veranos de aquel tiempo recaliente en Cárdenas y las fotos no me devuelven sus ojos. ¿Ves? Esta es una linda toma del mercado hecho por los españoles dos siglos atrás, testimonio colonial; al pibe avisando que no había cerveza en el pueblo le cacé justo la expresión; las fichas del dominó en la vereda y la toma del gordo con un pañuelo en la calva son buenas en serio; al viejo de dientes marrones se le pierde la sonrisa ingenua, qué lástima; la camisa con arabescos del vendedor de guarapo quedó bien definida y aquí el carricoche de Angel, antes de recorrer el pueblo entero por cinco dólares.
-Dejemos a la señora en su casa y luego andamos - y me acomodé al lado de Angel. Maite viajaba atrás, bajo la capota de hule descascarado.
-Angel, dile al argentino como la pasamos aquí en Cuba – ella dio parte al bajar y nos clavamos la vista sin retorno. Luego Angel me prestó las riendas y enfocó mi compadrear en el pescante. "Yunta oscura trotando en la noche, latigazo de alarde, sobón", entoné un tanguito y Angel no entendió ni medio. Aquí la antigua estación de trenes; en el murallón conseguí este manchòn de aceite sobre el agua, un lujo; la viejita cruzando en bicicleta alcanzó a reírse; aquí el mediodía es un infierno y a esa boya gigante no le puse el filtro necesario, salió brillosa.
- Esta boya es el monumento del pueblo. La trajo del mar hasta ahí el huracán del año veinte - Angel y su orgullo cardenense. Por aquí ya guardaba la cámara y aparecieron estos chicos que querían comprarme las zapatillas y el vaquero; y cualquier pibe atorrante del mundo vale un focazo.
- El enemigo nos pega con el consumo, que nos duele - comentó Angel y yo le pregunté qué podía untarle a mi quemadura de sol.
Y aquí por fin Maite, negra de mi corazón. Se agregaron unos tipos desenfocados, de ropa colorinche, y refulge el oscuro de sus piernas; mi cámara descubrió esa corta falda blanca al volver de su trabajo en la Telefónica. La blusa se vería más verdosa, no se aprecia bien, y en esta la pose es una canchereada reputona; pelo quebrado en dos sobre la frente y boca entreabierta de fiera que acecha. Me divierte esa actuación aunque no obtuve sus ojos. Poca luz, no sé. Luego viene ésta de mundo detenido, ella en soledad provinciana, el portal de la casa levemente rosa y atrás, la cortina de su habitación. Pero aquí sobresale entre dos coches estacionados y de nuevo mandonean sus piernas, mejora el cuadro; la blusa roja del escote define sus hombros huesudos al sostener un sombrero de paja contra la nuca. Aquí no es imprescindible ningún poema de Guillén, palmeras que se abaniquen ni páginas de Carpentier al aire; ella es Maite, inigualable, labios morados de hembra ceñida cintura exacta a mi fantasía. Así que luego de este focazo, señores, que el planeta prosiga su giro sin remordimiento.

Si descifrara los ojos de Maite volvería a la siesta del sábado en su habitación; ocurrencia de dos desconocidos de pronto desnudos, como adolescentes a la deriva y con temor de precipitar promesas de amor, que no dijimos.
- Yo no acostumbro hacer esto - sonrió al ayudarme a destrabarle el corpiño.
- Creo que yo tampoco - y ahogamos la carcajada en celebrar adheridos nuestra respiración.
Maite, trémolo oscuro, en la entresombra del cuarto su cuerpo era una satinada adivinación y mis palabras, sugerencias apenas de cuánto me gustaba.
- Con una piel como la mía, mi tatarabuela se ocultaría fácil en la selva – se divertía al saberse novedosa, pero vimos el resplandor de amarnos y al untar mis hombros escaldados con sus manos alargadas y fuertes, sentí que despertaba mi imbatible tristeza buenosaires. Así que por no quebrar el momento propuse quedarme a fotografiar su pueblo, Cárdenas metro a metro, y a escuchar que Angel me contara que de muchacho Fidel lo necesitó y él entró al monte con otro compadre, que después lo fusilaron por esa vaina tan fea de la droga.
Maite, tanto quise decirte y no acerté con la palabra cierta.

Con el vestido de bordados y tajos de su abuela yoruba, Maite aquí ostenta sus triunfales muslos y su risa es a todo diente; detrás la mesa de mi cumpleaños. Habían pasado tres meses y compré velas, langosta y Angel llegó a la fiesta con su mujer. ¿Dónde estará la camisa china que me regalaran? En esta se desplazó el lente y la sonrisa de Maite desborda, pero tampoco veo sus ojos. No eran muy oscuros sus ojos de azúcar quemada... No puedo recuperarlos; jamás conseguiré la ráfaga de esa tarde de amor, yo y Maite en alegría a un solo tiempo, absolutos, y la sonrisa tristona al salir de la ducha a subir sobre mis pies a reflejarnos la mirada.
- Y éste será el secreto que nos una, creencia yoruba, - dijo y de pronto principió la tristeza porque cobijados en un toallón no terminábamos nunca de secarnos y navegaron lágrimas entre mi pecho y su piel de hada negra más profunda que cualquier caricia. Y de nuevo se empañaron mis visiones del mundo, así que yo, sin huevos para llorar ni gritar Maite te quiero, salí a la calle a una celebración de la amargura. No hubo más fotos esa tarde de irme con Angel a meditar la lluvia cayendo en el mar y fondear una botella de Legendario. Que el ron sirve contra el mal del tango. Y antes de trabarnos la lengua de último trago y el matungo nos retornara por su cuenta, Angel y yo sentenciamos algunas verdades de la vida, pibe.
- Y te digo que Maite es una jeva muy mujer que no llora contigo de capricho; tú le entraste en el alma.
Angel, anotá esto. El amor sólo existe con alegría y coger riendo es revolucionario; - y muy en curda me deliré- yo volveré por ella, te lo juro.

La botella quedó flotando contra el muelle y el mancarrón volvió al paso, sin desvelarnos. El agua percutía la capota de hule negro y despintaba un mural del Che Guevara. Maite...

Vladi me miró. Cerré el cuaderno y atendí el agua de la máquina, pasada de temperatura.


Sibilinamente se dieron acuerdos y desacuerdos

Müller entró al pabellón asumiendo que la última vez nadie le habló una palabra y se bancó semidormido la historia de los dos pendejos acuchillándose por Dinamarca más allá del cerro. Remigio comentó que Müller aguantó su relato por miedo a ser envenenado con el guiso de osobuco, cuando el señor Director entró haciéndose el simpático y se sentó en el borde de una cama. ¿Quién duerme aquí? preguntó frotándose las manos peludas y cuando alguien dijo que era el catre de su amigo Julián, siguió hablando.
- - Me gustaría charlar un rato con ustedes, a ver si nos ponemos de acuerdo - empezó y a los cinco minutos había unos catorce o trece alrededor, rebobinando lo hecho unos días atrás a las cinco en punto de la tarde.
- Me resultó una experiencia interesante - y Müller siguió adulando el Proyecto para evitar que en el mundo continuara sucediendo aquello que todos bien sabemos, y era hora de unir los esfuerzos contra lo de siempre. De verdad, el gordo decía una palabra detrás de la otra, nunca al revés, pero de golpe tomó aire y propuso ‘mandarse al ataque por los laterales hasta la última línea’, - igual escribió el Anteojito en el boletín - y se armó un revuelo de gran puta porque Ariel lo cruzó; después me hizo anotar "vigorosamente"; y Müller frenó el discurso.
- Decime gordo maricón, ¿qué trabajo sucio estás preparando contra la hueste libertadora?.
- Ariel, dejá hablar al señor – dijo uno de los catorce.
-¡Qué señor! Este atorrante nos infiltró al diputado Martiarena – bramó Ariel y Müller dijo que el verdadero enemigo del Proyecto era alguien sibilinamente al tanto de la conjura. ¡Qué turro, debí escribir sibilinamente!
-¿Ese infiltrado es el amigo de Cacho? – sin suerte Vladimiro insistía en hablar del extraño y Müller aseguró que el gran opositor al Proyecto era el funerario Santelli que él conocía desde su inicio como lechuza.
- El marido de la hermana de Julián, que estaba muy buena y en el barrio todos se la querían coger pero la turrita picaba alto y sólo daba bola si tenías auto - y al toque me pidió- che gil, si anotás eso te hago pasear en el patrullero.
Yo le dije sí y no anoté por no discutir. Entonces Müller siguió prometiendo más información de ese Santelli, que bien sabía Julián, era un traficante internacional de armas y usa la mortuoria para blanquear guita como otros abren bailantas, un casino flotante o negocian futbolistas castigados de cocaína.
- Y sin decirle ni medio a Julián, el cuñado, debemos vigilar a ese corrupto.
Julián aseguró no enterarse de lo hablado y Müller ofreció su oficina para la próxima, prometiendo hacerla más secreta y de capucha. Al final de las anotaciones uno insistió con formar una comisión para financiar el Proyecto.


Si González erra otro penal lo matan

Remigio le dio asueto en la cocina a Julián para que viajara en colectivo al centro, pero mejor te cuento lo del Deportivo. Resulta que un sábado a la mañana yo anotaba con Tadeo ‘llegabas cuando agonizaba la tarde, entre fusilaciones de faroles y sombras. La calle estaba al sur...’que él le recita a las minas y se les caen las medias; pero yo escribía sin dejar de acomodar la heladera y lavar las copas porque ese día don Rosell casi asesina a la mujer y no lo aguantaba nadie. Por ahí se acercó el Anteojito Gómez a pedir si a la tarde alguno podía tomar el partido del Deportivo porque él haría una investigación periodística a la mujer del arquero contrario y la escracharía en un renuncio. Tadeo lo miró fijo, ¡qué maricón!, el Anteojito no acusó recibo y me propuso anotar quién hizo los goles y decir que el referí nos bombeó.
- Te presto mi credencial y en la entrada lo ves a Serafín.
Para ver al Deportivo don Rosell me dio calce y llegué tempranito, por la dudas alguien chillara porque de golpe yo aparecía viendo el partido desde la Especial. Pero no hubo problemas. Serafín nunca me pasó bola, pero le mostré el cartón que me diera Gómez, se apartó para que entrara y me dijo así que ahora sos periodista, atorrante, como si me conociera de toda la vida. Me senté bien arriba y esperé que empezara el partido con los de Argentinos, que venían punteros y no los aguanta nadie. Al terminar la preliminar empezó a caer una lluvia finita y de golpe, como una aparición, apareció la morocha más linda que vieron mis ojos; embutida en un pantalón de cuerina, esos que brillan, se sentó en el escalón de abajo y me preguntó cuándo empezaba la primera. Le dije en quince minutos y la miré como miro yo, vos sabés, como me enseñó la Emilce le gusta a las mujeres y ella entornó los ojos. Casi me muero, oscuros y redondos como dos uvas, una mina infernal, y eso me sacó del análisis previo del encuentro, como dice Gómez.
Al empezar el partido de primera la lluvia había pasado y uno de abajo mantenía una sombrilla abierta y le gritaton frenchiberuti, cerrá el paraguas que ya somos libres. Nos reímos y a los diez minutos Candotti, ese animal de ellos, nos embocó un tiro libre de treinta metros; esa pelota pudo ir a la cancha de al lado pero uno a cero. El Deportivo siguió poniendo hasta que el referí se acordó y le cobró un penal a favor. Era hora, dijo un gordo grandote debajo mío; que patee el bizco Páez pidió un viejito de los Vitalicios, Páez está lesionado desde la nochebuena del ‘48, cuando gritó muera Perón en la cola del pan dulce, un flaco de bandera y vincha le gritó en la oreja. Entonces fue a patear el burro González, que le pega a la pelota con un fierro y era el empate. González tomó carrera desde el túnel y reventó un cartel del Supermercado Fénix. La empaló muy abajo, opinó el viejito; andate a cagar, González, gritó el gordo grandote y lo siguieron puteando hasta el fin del primer tiempo. La morocha se dio vuelta y me ofreció un caramelo; de qué medio periodístico sos, le pregunté; de la revista El Gatito, me frunció la nariz. Yo me moría de calentura y hablamos una cosa y la otra hasta empezar el segundo tiempo. No pasaba nada, yo marcaba cada movimiento de la morocha y en eso Candotti le metió un patadón tremendo a Giménez. Debemos quejarnos a los Derechos Humanos, no puede ser que la AFA permita la tortura violenta. Pero faltando cinco minutos un chueco de ellos se llevó una pelota de casualidad entre cuatro y al enfrentar al arquero se tropezó y sacó un sombrero espectacular y el esférico se anidó en el fondo de las mallas; escribió después el Anteojito que copia a los españoles en lugar de gritar gol. Dos a cero, y después en la Plaza San Pedro te juran que Dios existe, déjense de joder, una vergüenza, si terminó tres a cero injustamente. Ni bien empezamos a bajar la tribuna me le atraqué firme a la morocha y la empecé a chamuyar, yo me conozco, no se escaparía así nomás y de sopetón clavé la pregunta clave.
- ¿Cómo te llamás?. La mina contestó ochenta y yo le susurré lo mismo que a González cuando erró el penal.


Blanes recordó un cachito para adelante

Sin ganas para distraerse hablando del Proyecto o sobre el amigo de Cacho, Blanes tuvo oportunidad de mostrar sus dotes de anticipación y como si proyectara una película nos dibujó a Julián yendo en el colectivo con la vista fija tras la ventanilla a la mortuoria de su cuñado Santelli. Ariel, por educación escucharía a Blanes, aunque fuera una mariconada hablar de un ausente, dijo, y lo habilitó para añorar las luchas escolares de Julián por el nombre recibido al nacer, que ni bien alguien le adosaba una ‘a’ el siguiente paso era agarrarse a piñas. Juliana te mujeriza, rebuscó su primer psicólogo, que si Julián acertaba un billete de lotería también le corregía algún conflicto de personalidad. Un absoluto chanta el terapeuta ese... Luego Blanes afirmó que Julián cambió por Héctor, otro nombre de duración fugaz por la beligerancia del fulano; siguiendo la letra hache eligió Hugo y cuando alguien le dijo no me gusta él contestó me importa un carajo, pero saltó a Sebastián, y por tan respetable que era una gilada, chau. Luego adoptó Alejandro; Müller a veces lo nombra y Julián lo niega igual que a Vicente, nombre de verdulero.
- Vino el de pelo colorado, Santelli – cuenta Blanes que habló el portero.
- No le preguntes nada y hacelo pasar – cuenta Blanes que habló Santelli.
- Hoy no insultó ni quiso suicidarse – agregó el portero.
- Qué hacés, sepulturero – y siguió memorizando Blanes que Julián venía detrás del portero y Santelli lo hizo sentar. Pero en ese momento Julián actúa de muy importante y sin tiempo que perder. Blanes describe la vestimenta de Santelli y sus movimientos, hombre de mundo al convidar whisky diciendo no hay gente importante, Julián; sólo hay gente ocupada, frase para inhumación de primera y carruaje a caballos que divierten turistas en Recoleta.
- Sentate Julián. Tomate un whisky – dijo Blanes que dijo Santelli.
- Tengo poco tiempo. Tenés un compromiso con nosotros, y si seguís conspirando en contra del Proyecto te reventarán la mortuoria. Debés ayudar – lo atropella Julián mientras Santelli sirve.
- Lo único que te interesa es mamarte con whisky, Santelli –y como ‘mamarte’es una expresión impropia de Julián, advirtió Vladi, Blanes se disculpa y relata la precisa respuesta de Santelli.
- Julián, tomo para olvidar que te debo dos cañones y un submarino atómico. Disculpame hermano, los conseguiré, no te suicides – y Santelli elevó la copa.
Blanes faroleaba con su memoria anticipada y Vladi el matricero le pidió que relatara sin disipaciones, idea que aprobaron cuatro y desaprobaron otros que no conté.
- Tu relato nos confunde - se oyó,
- Se confunden los tarados – dijo Blanes y siguieron me repetís tarado y te reviento, silencio, que llamar tarado a un compañero es contraproyecto, se dice contraplan, contraplan es más reaccionario que contraproyecto; y luego de cuarenta minutos de frase contra frase, Blanes arguyó que ese desorden le enturbió el diálogo entre Julián con Santelli y siguió sin escuchar a quienes distraían su anticipación a distancia.
- Santelli, el Proyecto aceptaría empresarios chorros, pero a vos te acusan de traidor hijo de puta. No es lo mismo – dijo Blanes que dijo Julián.
-¿Quién me acusa? – para destensar Santelli repitió los vasos.
- Según Müller, sos un espía enemigo, pero si donaras armas suspenderían tu fusilamiento – y ahí, dijo Blanes, Santelli repitió dejate de joder y tomemos una copa que tu hermana te manda saludos, y Julián le gritó mi hermana ignora que està casada con Rasputín.
- ¿Quién carajo es ese Rasputín? Julián, te hago una donación para tu Proyecto y la cortamos. Y decile al gordo Müller si todavía usa el chaleco de fuerza de la escuela secundaria. Porque vos al lado de ese violador sos un ángel –quiso seguir Santelli y Julián seguía gritando si pretendés donar un féretro, andá a cagar. Y se pierde la comunicación, confesó Blanes, porque los deudos de un velatorio en otro salón entraron a calmar el griterío.
Nuestra muerte merece respeto, pagamos el servicio y queremos la guita...

Entonces la recordación anticipada de Blanes no convenció a nadie y tras dos horas de argumentos entrecruzados, Ariel y el general Rodríguez igual defendieron a Blanes como agente internacional que podría ser útil al Proyecto, y siguieron hasta fijar el día para un plenario que contara con los delegados del interior a suscribir el Proyecto.
- ¿De qué delegados estás hablando, delirante? -preguntó Blanes.
- Los que hayan sido elegidos, que para eso está la Comisión de Diplomas nombrada al efecto - habló el Anteojito y el resto quedó sin anotar.


Breve contacto telefónico

La noche anterior, su mujer le había llenado la cabeza a Santelli con la historia de su hermano Julián, y ni bien aquel llegó a la empresa mortuoria llamó por teléfono al Instituto.
- Mulleri, habla Santelli. Decime gordo, ¿qué pensás hacer con mi cuñado? ¿Vos querés que se mate y yo me divorcie? Julián está más chapita que nunca, viene con ese Proyecto del carajo y nosotros te pagamos para atenderlo. ¿Qué una miseria? Cincuenta dólares, ¿qué más querés? Sí, se divierte las pelotas, vos te divertís. Y si Julián vuelve por mi negocio olvidate de la guita. Y no insultés por teléfono, gordo maricón. Que te recontra...


Hay adioses muy parecidos

La claridad fugaba entre autos luminosos y en la mesa apartada, una pareja traficaba las últimas ternuras. Un habitual del bar dejó de charlar con don Rosell y a ojeadas de sigiloso gato percibía la escena y el caer de la lluvia en los faroles. Quizá mañana, se decía, esa mujer no enamore con su mirar verde ni siquiera retenga este minuto. ¡Cuánta duda en los labios ponen las despedidas! Y a esos dos los agobiará el mercurio de los años, sus caricias serán patrulladas por el olvido y ninguno guardará voces cuando lleguen los amores nuevos. Y este minuto de ahora, interminable, de a poco se irá yendo a un arrabal de memoria quejumbrosa.
Sorbía el hombre su vaso y atendió al muchacho que se acercó a su mesa.
-¿Tiene fuego?
- Ya no fumo – y aquella escena le pareció en desuso, de antiguo cuadro: la mujer de mirar ausente era una repetida imagen, cada adiós parece diferente pero el tiempo los iguala, descolorido y sepia.
El muchacho se acercó al mostrador y don Rosell le encendió su cigarrillo. No cedía la lluvia tras el foco y eran escasos los autos por la calle. El hombre de la ventana recordó que la mujer de su nostalgia tenía manos de espuma, su cabeza era un entresueño sobre la almohada y el tiempo junto a ella cruzaba la habitación en puntas de pie, despreciando el temor de separarse. Siempre sería la última vez de rozarse la piel estremecida al perseguir una compacta manera del amor. Aunque la encamada furtiva sirve para llorarse juntos, fugaz cabriola que anhela la tibieza, los pájaros, el color de la risa y aguardar volverse a ver.
Al volver a sentarse el muchacho intentó acariciar una pierna de la mujer debajo de la mesa, ella lo miró sin verlo y le apartó la mano. El hombre de mirar por la ventana entendía que las caricias ya fueron ultimadas, los besos cayeron demolidos y que esa muchacha, igual que aquella de su recuerdo, manos de espuma, pronto será apagada sombra de otra sombra. El tiempo habrá quebrado su misterio y el arrozal de dientes no alumbrará su risa; ya él no aguardará su cabeza en la almohada ni su voz sin recuerdo.

La mujer salió presurosa del bar y al abrir su paraguas mirando la calzada revivió un adiós con siglos de ejercicio. El muchacho se demoró en pagar, indiferencia que el solitario de la ventana recordó como suya en otro tiempo. ¿ Quién reprime la precisa palabra que impide separarse?
La lluvia seguirá tras los faroles sin premura a rendirse, pensó el hombre de la ventana, y se volvió a conversar con don Rosell.


Hacer anotaciones no es tan sencillo

Parece mentira, yo aprendí a escribir ligerito desde que Vladimiro me dictó los primeros consejos, pero ese mismo día quise escribir y no me salió nada. Mirá vos, cualquiera piensa que una cosa trae la otra pero uno va retrocediendo tanto que al final olvidás el principio. No es fácil embocar la primera idea y la palabra inicial; y si llegás al renglón número veinte sentís que se te secó la cabeza. ¿Viste esos que pretenden hablar por radio? Es lo mismo; dice Blanes que basta con darle un micrófono y decirle hablá algo interesante diez minutos y enseguida el tipo se quiere suicidar. Porque blabla cualquiera, pero interesante es otra cosa.
Vladi era matricero pero si le preguntás se queda mirando y habla de su vocación de fotógrafo cuando chico, de cómo jugaba a la pelota de vereda a vereda y también, de golpe, nombra a su mujer que los Valerosos Uniformados la desaparecieron así Vladi se entregaba. Gustavo Castiglión dijo de ella belleza subversiva y jamás volvieron sobre el asunto... Bueno, Vladimir pretende que registre hasta las miradas, a fuerza de entrenamiento, y no me olvido que lo primero fue anotar sin pensar el significado. Pibe, primero los signos, una palabra, después la otra y la otra y luego descifrar la montonera de letras.
Yo manejo bien el lápiz y copio sin saber, pero todo; y la otra noche Vladi, el ingeniero y Tadeo se mandaron a fondo sobre el caos y la organización del caos. Porque todo suceso alrededor de cada uno es el caos, y si a lo hablado y sucedido le sumás imágenes se llama despelote inenarrable. Cuando se ordena una palabra y enseguida otra y eso continúa y continúa, se organiza el caos y hasta un relato. De un remolino debe atarse un piolín para que la gente entienda, y no interesa si alguien relata caminando, sentado, en una libreta de almacén o un procesador Super Nova Mil, porque lo verdadero en la vida, dice don Rosell, es hacer una cosa que le interese a otro. Yo escribo si puedo y vos leés si querés; ya sé, una gilada, pero si oyeras a Castiglión defender el encadenamiento de los hechos y el desenlace lógico, no pensarías igual. Y como dice Tadeo, un libro se lee como si desnudaras una mujer, anhelando su profundo secreto y porqué llegó a tus brazos. La posesión total...
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Ya sé, dan ganas de putearme, pero copié tanto de estructuras y de analizar el metatexto, con perdón de la palabra, que a estos tipos del bar no hay computadora que les vacíe el cerebro. Ellos pueden repasar una página íntegra por una línea que no entendieron; insoportables de primera; porque la escritura viene de una antigüedad tan lejana que nadie sabe. De ser tan vieja hay millones que dicen haberla inventado, como pasa siempre, pero la escritura viene de los egipcios, de la India, ¿no lo sabías?; de más atrás todavía, cuando empezó la humanidad y cualquier anotación se llamaba jeroglífico. Y de escribir como ahora, hace una montaña de siglos y siglos se encargaban los sacerdotes; y ahí pensé si estos turros quieren disfrazarme yo rajo. Pero era joda, siguieron explicando sin ponerme ninguna sotana y casi entendí. ¿Quién podía escribir, un esclavo? Ni soñando. ¿Alguien que tuviera mucha guita? Menos. Era muy fácil: escribían los sacerdotes y listo.


Gran función a sala llena

Fueron tres los artistas que pidieron actuar esa noche. Muy jóvenes, ni bien don Rosell aceptó si hacen menos barullo que los del heavy metal. Los muchachos no prometieron y acomodaron los instrumentos con la resignación profesional de aguardar al público, y al rato, quien se calzara un levitón colorado y una galerita torcida en la cabeza, comenzó. Yo sé que a Buenos Aires lo inventamos cien locos, cien tipos aburridos cerquita del suicidio.... Tuñón pasó hace un rato, me regaló angelitos; Erdosain se fue lento chapoteando su angustia, un barbudo anticuado me propone revueltas y gardeles de trapo cantando letras mustias...
- El Mingo Echeverri – apenas musitó alguien.
El muchacho hizo un vaivén chaplinesco de galera y reanudó el parlamento. El tiempo transcurrido es una sombra astuta como una desmemoria de sumergidas lluvias; una intuición apenas de ronda planetaria... Debo encontrar la calle que tendría una ventana con el misterio invicto de aquella mujer pálida que miraba la tarde con sus ojos de agua....
- El Mingo Echeverri, jamás publicado ni leído. Un ejemplo de discreción poética – reconoció el mismo que hablara antes y consiguió un aplauso. Uno sólo y suficiente.

Esa noche los policías no bloquearon la calle y sobre la avenida bamboleaba una llovizna demorada, turbia luz en los faroles, ojos de pez en playas de penumbra. Era mucho el frío y además del ingeniero Castiglión dictándole al lavacopas, un hombre ajeno tomaba una ginebra lerda, apartado y a solas. Un arpegio guitarrero se reiteró por sobre el bramar de la máquina cafetera y las voces ajustaron una tonada. Aprobados por uno que levantó breve el vaso, los tres artistas impusieron su fina envoltura al escenario improvisado en un rincón del bar. Afuera la noche continuaría sombría de garúa y tristeza, pero un intento blusero trepando las paredes y duendes del poema colgándose del techo convocaron candores y utopías. Entró al bar una pareja joven y fumada escapando del frío, el patrón apagó unas luces y el humo señoreaba en aquel aire de secreto. Sin hablarse, la segunda inteligencia de cada uno festejaba jodonamente el encuentro imprevisto y en selecta función, olvidando tanto olvido, a pura vocación de juglaría tres artistas se desgarraron ante una sala colmada por cinco espectadores. Que los ovacionaron, cinco, multitud que a esa noche del dos mil le puso la mueca del revés, definitivamente.


Un asadito por la decisión ciudadana

Un domingo de elecciones el bar no abrió sus puertas y fue ocasión de un asadito tras la oficina de Müller. Del antiguo esplendor de quincho con parrilla y estanque sólo quedaba un rectángulo sombreado por los acacios de bola donde el sol de octubre sesgaba la luz del mediodía. Una carpeta de pastito alisado alcanzó para la parrilla sobre puntales de ladrillos y una mesa de tablones encima de dos caballetes, más un fuentón con hielo para el bebestible.
- El tinto a quince grados y un vaso grande para el asador – ordenó don Rosell.
- Un parrillero sin vino tinto nunca sirve la carne a punto.
- Eso no se discute.

Todos dispuestos a sentirse bien: Remigio y el general Presunto Rodríguez controlando parrilla y fuego; Vladimir, tal vez demasiado serio, ordenando unas diapositivas tomadas en Cuba quince años antes y el pibe lavacopas, atento a su diario de la Liberación y las indicaciones de don Rosell. Menos al llegar Silvina embutida en un vaquero desteñido y tijereteado por encima de la rodilla, zapatillas de trote y una vincha colorada que resaltaba más sus ojos grises, que lo distrajo de verdad, la patrona estaba rebuena. Hubo un silencio y la mujer acondicionó las ensaladeras en la mesa.
- La condimentan a gusto y yo los dejo. Después de votar iré de mi hermana.
Habló en realidad para don Rosell, que movió la cabeza y al rato Silvina descendió la barranca en la bicicleta de su marido.
- Lindo día para darse una pedaleada – alguien malgastó saliva al llegar unas mitades de chorizo para hacer boca. Hablaban del fasto democrático, hábito más que convicción de quienes impiden todo, y de la kermese con tragicómicos de uniforme o comité.
- Bueno, al menos hoy votamos – dijo don Rosell.
- Los políticos son todos iguales – adelantó su última línea el general Rodríguez. Con el asado de tira se pidió refrescar el vino porque el calor pegaba lindo y dos horas más tarde, ya de diálogo trabajoso, Müller mencionó a Santelli el de la mortuoria, - no pudo pronunciar sepulturero- que lo telefoneara por Julián y se reputearon según compañeros del secundario. Remigio evitó hablar de Julián y al fin convinieron en darle algún impulso divertido al Proyecto.
- Si señor, alguna variante contra el aburrimiento.
- Sacudamos a la masa adormecida – sacudió al Anteojito Gómez.
- ¿Y qué, adueñarnos del cadáver de Perón? Eso ya lo hicieron – enigma de Castiglión.
-Menos pálida, por favor – se burlaron Remigio y Rodríguez al proponer un aplauso para el asador.


Asamblea suspendida por fuerza mayor.

Sin previo aviso por ser un acto de gran importancia, se realizó una reunión para discutir el informe de Julián "sobre el importante acuerdo alcanzado con Santelli y otros traficantes que darían pertrechos disuasivos para proseguir el Proyecto, y la decisión debería discutirse en un Plenario General del Comité Central Confederal donde cualquier resolución se aprobaría por tres cuartas partes de sus miembros. La asamblea será en lugar secreto y horario a comunicar", o sea en la oficina de Müller a las cinco en punto de la tarde y muere el torero, el próximo domingo.

Julián me hizo anotar esto y el interés creció tanto que Silvina me pidió dejar de pelotudear con los disparates de esos locos y la aguardara para hacer nuestras cosas con tiempo. La verdad, la patrona está rebuena pero el domingo hubo un revuelo que a las cinco no se veían autos por la avenida y la gente apuraba el paso. La calle quedó solitaria, una parejita en moto cruzó el semáforo colorado y entró de vuelo en la amueblada de la otra cuadra, antes que cerraran. Perry desapareció de la esquina y el bar se llenó de personas desconocidas más los catorce o trece del Proyecto, y el viejito de leer los clasificados con una lupa tartamudeó el fútbol es una novedosa religión, sin ateos, que también será desaprovechada. El general Rodríguez le reclamó a don Rosell un televisor más moderno, este blanco y negro es de los primeros pero aguanta, dijo el patrón, y aprovechando ese amontonamiento en el área yo pedí un rato para darme una ducha. Al entrar a la piecita Silvina ya se había metido bajo las cobijas, nene, vení conmigo que esos jugadores ganan mucha plata, y casi me olvido que la Selección empató cero a cero porque esa vez resultó más. Bueno, y a la Asamblea General del Comité Central Confederal no concurrió ni un alma porque con el fútbol no se juega.


El capitán Marvel es de la ETA

Müller disfruta de los contrapuntos que los chingolos acostumbran en la ramita más alta, y repiten la exhibición cada día. Cuando fue alumno de quinto grado Müller justificaba su hora de manualidades raspando un palo de escoba con un culo de botella, diciendo que fabricaba un puntero para regalarle a la maestra; fiuzz, fiuzz, el vidrio destellaba su reflejo verdoso desafiando al chingolito, primo hermano del gorrión de compadrear su canto en el patio; hasta que el pájaro no volvió más y ya nadie disfrutó del contrapunto. Y treinta años más tarde Müller esperaba al chingolo burlón que luego de ausentarse los zorzales, patrones del amanecer, copaba la pajarera murga del paisaje. Pero una mañana Müller recibió visitas.
- Buen día Müller. Le presento a mi representado, el capitán Marvel – se mandó el diputado Alvaro Martiarena con un ladero.
- Buen día, diputado. ¿A qué debo su grata visita? – el gordo Müller se apartó de la ventana al ver a Martiarena junto a un veterano de traje azul y pelo canoso cortado al rape, sentados frente al escritorio. "Prazer", lo saludó un tipo que Müller no imaginaría con una capa.
- La nuestra no es una grata visita, Müller: el capitán Marvel quiere saber qué mierda buscan con el Proyecto y las reuniones secretas. El capitán, sépalo usted, pertenece a la ETA.
- Por supuesto, ETA, Martiarena – asoció Müller, alejado de zorzales y gorriones.
- No seas zapallo, gordo; ETA significa Estrategic Trafic y la otra no me acuerdo, pero él propone un negocito interesante.
- Fenómeno, para eso estamos, Martiarena. ¿Hablamos en inglés? Yo fui al Piedrabuena de Lanús –propuso Müller y Marvel contestó fala divagar.
- Sin papelones, gordo, él sólo quiere que nadie amenace con cambiar el mundo. Y como el estudio de mercado del Pentágono dice que aquí puede organizarse un grueso quilombo, ellos exigen exclusividad en proveer las armas y saber donde serán usadas. Es una orden; y por precio, entrega y condiciones de facturación, deben hablar conmigo.
- Mìster Marvel, nuestro Proyecto es pasar el rato y no pelear entre miserables, pero deme una tarjeta que por suministros veremos al diputado Martiarena. Faltaba más – faló Müller en inglés y Marvel repitió fala divagar.
- Callate, gordo. El capitán Marvel conoce toda sudamérica y si volás por el aire no te asustes; estarías en la base de datos. Ellos conocen todo lo nuestro: edad, antecedentes; que los militares no califican y los banqueros blanquean los dineros de los señores empresarios vendedores de cocaína y otros productos. Y también que los Senadores arreglan por teléfono – redondeó Martiarena al salir y Marvel mostró su estilo.
- Muito obrigado, gordinho.


El agua caliente a la izquierda, igual que en Zurich

La avenida de Mayo pareciera inexistente antes de esa esquina ajetreada desde el alba por caminantes regulados a semáforo y silbato; donde la calle Florida se muestra menos distante de Buenos Aires y aún se llama Perú, reminiscencia histórica de imaginarios paraguas, 25 de mayo de 1810 y el pueblo quiere saber de qué se trata. Ocres láminas escolares, palomas ahuyentadas a multitud y bombo, octubres bullangueros con impreciso sabor a revancha; y por donde hubiera un proscenio de vivas y juramentaciones, en un bar de sillones canasta sobre el límite del Cabildo, está Tadeo Varela dándole sonrisa, verso y camelo a una rubia que conociera en el trámite de cambiar unos dólares la tarde anterior, sin ulterioridades. Dulce azafata suiza que luego se negó a ser regresada en taxi a su hotel, natural temor de turista en ciudad desconocida, se conformó Tadeo y escribió su dirección en una servilleta. Vreni Dietz, Kloten, Zurich; Tadeo leía Vreni y ella sonreía al intentar Freni aplicando sus dientes al labio inferior.
-My name is Freni Dietz - y Tadeo Varela aventuraba su tarzánico inglés esquivando vocablos reos en su palabrerío.
-¿Do you like another whisky?
Mejor sonaría juisky y si esta viajera al fondo del mapamundi entendiera la cierta intención de su ¿do you like? no se escandalizaría, seguro. Lo mismo, no cualquiera actúa de exponente tribal ante una extranjera, auténtica rubia, que escribiera Zurich como si lo invitara a su casa entre las cuatro y cinco de la tarde. Y ahora él dispone a voluntad llevarla a conocer Buenos Aires, protector de azafata indefensa en la riesgosa Gran Ciudad.
Tadeo pagó el whisky y salieron sin esperar el vuelto; luego explicaría que lo imprevible era otro secreto nacional.

-¿Ves? Esta es la imposible esquina de avenida de Mayo y Florida; calle abajo duerme la Casa Rosada Asiento Natural de las Autoridades; aquí está el Cabildo Abierto de 1810 y la diabólica Plaza de Mayo donde los guarangos se lavaron las patas en la fuente y las Madres de los Desaparecidos nos espabilan una vez por semana. Ese desperdicio de cemento es el Monumental Estadio de Fútbol que pagamos todos a tanto por gol; y por ser un bochorno visitar el arrabal no capitalista, esa confitería es la más costosa del planeta. Very expensive, Freni, pero hoy no entramos porque /mirá que casualidad/, este es mi departamento. Entremos sigilosos, en voz baja, doña Martha lo mismo nos escuchará y aprovechemos que una cama en soledad es ancha y ajena como la pampa; y si querés una ducha la llave de agua caliente es a izquierda, to the left, Freni, igual que en Zurich. ¿Sabías que no somos muy distintos? Ustedes, tan cronométricos, miden en décimas de micrones; nosotros, miserables de tanta inmensidad, mensuramos en hectáreas; pero cumpliendo con la especie y lejos de cualquier mapa sentiremos lo mismo que un milloncito de años atrás al protegernos en la íntima selva. Seremos sanguíneos según Dios manda, encendida la piel de primavera; y menos protocolo que ya es el tempo de darnos acrobacias de tigre silencioso; mandatos corporales y no tanta palabra... Ojalá esta inseguridad tuya no sea fingida y dejes de estar tensa en el centro de la habitación, sonrisa apenas y rubor de mujer sorprendida. Olvidate de todo, Freni, y no temblemos al besarnos porque si tu sonrojo iguala este ataque adolescente que me llegó de golpe, nuestro apareo defraudará la espectación popular boquiabierta por la sensualidad de los países rubios. No olvides que sos Freni Dietz, alhaja suiza de mi corazón sin derecho a portarte cual piba de mi barrio, hablándome del cantón donde naciste y cómo te peinaba tu madre para oír misa en la iglesia de Schauffhauser. O del novio que te inauguró la ternura al pasearte en la bici sobre el puentecito del Rhin. Nada puede distraer nuestra desnudez, no pierdas la mirada al contarme tu infancia ni renuncies a esta propuesta de noche inolvidable; tu precisión suiza puede probar que el amante argentino trae buena perfomance y poco rechazo de fabricación. Porque hacer el amor es el último modo de habitar el mundo que nos queda; bisnietos de quienes por el año veinte enriquecieron sastres londinenses comprando trajes por docena y dando un saltito al Canal de la Mancha, coparon los burdeles de Francia a punta de guita y vaca llevada en el barco. Reprimido y represor, morocho y argentino, rey de París, Freni; potentado con olor a bosta y despreciado por los rubiecitos de ojos azules como los tuyos. ¿No lo sabías? Es otro pueblerino secreto nacional; y como buena hembra de mundo civilizado no deberías abrazarme así ni arrobarte por mi beso en los párpados y en lenguaje mezclado lamentar tanta demora en conocernos. No viajaste a Buenos Aires para dormirte en mi pecho y tatuarme una melancolía que ya presiento, sino para presenciar malambo con boleadoras, oír ancianos cantores de tango de lengue al cuello y dejarme tu dirección en una servilleta del café. Papelito que al subirte al avión quedará arrugado en un bolsillo y por mucha ternura que inventemos, el olvido lo borrará del todo. Mordisco agrio de la fruta, borrón creciendo sobre la caricia en cada aeropuerto, Freni Dietz; la desmemoria llenará tu valija con alguna nueva mirada que pronto recibirán tu ojos. Y por más lloriqueo al despedirnos este momento se morirá de tiempo y el dolor al amarse de fuga y contrafuga.

Recién despierto y ya la luz detenida en el corazón de la mañana, Tadeo Varela escuchó a doña Martha por el patio y miró a Freni replegada sobre su propio cuerpo. Un mechón de pelo desordenaba el blanco de la almohada; él le apartó una mano abandonada sobre su vientre y la besó livianamente en un hombro, fotograma que fatalmente se iría adelgazando. Y demorando despertar a esa mujer que jamás volvería a ver; amor saboreado con la certeza de olvido inevitable; rebuscó fugarse dolidamente. Era cierto, las azafatas suizas también son seres humanos.


El Perry fue capaz de volar por el aire

Al proponerse entrar al siglo veintiuno mejor vestido que nunca, el Perry había elegido vestir la camiseta del ‘campeón del mundo y sus alrededores’. Y revivía la música tribunera, jugadores en el campo, un gol sobre la hora y cualquier triunfal domingo de buen sol. Para los veteranos del café de don Rosell ese rollo de Perry sería un bardo bastante infeliz, pero ser del glorioso equipo es un sentimiento, ¿qué saben los demás? no eran palabras al viento.
- Y en una de esas, Perry tiene razón – dijo una vez Silvina.
El Perry había visto el último modelo de camiseta en la vidriera de la estación y quería ese festejo; recibiría el nuevo milenio vistiendo la inviolable divisa, qué joder, y aunque la cami costaba ochenta pesos, - o dólares, según el de la tienda- y si sólo contaba nueve mangos, el asunto no sería sencillo. Cinco mangos los traía desde la mañana y otros cuatro fueron cayendo hasta las dos de la tarde, de a moneditas y meta limpiar parabrisas. En realidad, por amagar hacerlo y a veces solamente agitar el secador ante los choferes, hasta cuando el semáforo lo apuraba y poner cara de lástima estirando la mano para ligar algo. Dos y cuarto de la tarde y nueve cincuenta en el bolso; sería difícil conseguir la camiseta del campeón y tirar la vieja, descolorida y sin número en la espalda.

-Perdoname hermano, no tengo una moneda.

La tarde venía igual al resto del día; un rato de buena onda y el resto era ver pasar la vida. Las camionetas jamás sueltan una moneda, ni locos, y ese día los particulares andaban más cerca de la tragedia bancaria que del pan dulce. Por las seis de la tarde aumentaban los coches hacia las quintas con toda la prole encima y alguno soltó una doradita de un peso, un dólar. Gente de buena familia.
Pero él siempre firme en la esquina, el Perry, una institución, asombrando cada tanto al maniobrar con exactitud su entrada y salida entre los vehículos. Adelante; freno; para atrás y raudo escape de costado; aunque si quería llegar a ochenta no tenía ganas de mucho circo.

Acaso, algún distraído de esos que manejan de vidrio levantado y hablando por teléfono, lo instruiría para modificar su rutina comercial y mantener exclusividad en la explotación, y sin dejar de ser el Perry, abrir nuevos nichos no explotados vertebrando adecuadamente los flujos cambiantes de oferta y demanda. O alguna pelotudez parecida.

-¿Qué hacés pibe? Recién lo lavé.
-No hay de qué, atención de la casa.

El Perry esperó el rojo y levantó una rueda por una propina del piso; diez guitas; pero pasadas las siete y dieciocho mangos en el bolso nada se desprecia. Las aceleradas metían ritmo al eco de la calle y el atardecer del último día del milenio ya era un tiempo detenido y taciturno; y como en todo atardecer del planeta crecía ese instante donde cada figura parece recién dibujada. Ese momento fugaz y sobreimpreso que antecede a la sombra, sencillamente.

La tienda de la estación estaría por cerrar y el tránsito venía con tanto apuro que la gloriosa del Campeón no sería posible. De nuevo a esperar, reputió Perry. Quedaría para el otro milenio; y al arrimarse a la vereda antes que hubiera luz verde, un apurado le rozó una rueda de la silla y lo tiró a la mierda.


Al final el estrambótico se calentó en serio

- Cacho, ¿ me enteré que frente a una plaza con tu nombre existe una sede muy lujosa?
- Y sí, el Vaticano. Pero calcule, señor, ¡tántos años de trabajo!
-¿Y no saben esta calamidad del hambre?
- Sabemos todo y nuestro Gerente, de algún modo, siempre nos habla de la injusticia y la desigualdad.
-¿Cómo de algún modo? ¿Ese Gerente afronta que la hambruna es una hijadeputez o hace ruido con la boca?
- Cualquiera que oiga sin prejuicios a nuestro Gerente entendería que él prefiere a los pobres.
-/Qué bien, prefiere a los pobres/ ¿Y para preferirlos se hace compañero, comparte el pan, la cárcel y se pega el sida con los pobres?
- Se preocupa cada día más, señor. Por ejemplo, a los gerentes anteriores los traducía un hermeneuta. Ahora no..
-¿ Qué hace un hermeneuta?
- Interpretan los textos sagrados. Ellos estudian una antigua escritura o una arenga y descifran la verdad de cada palabra.
- Y mientras los meneutas estudian la encíclica del siglo pasado las personas se mueren de hambre hoy. Andá a joder a otro, Cacho, no me cargués.
- Pero ya le dije gran jefe, nuestro Gerente del año dos mil no los requiere y él pontifica su pensamiento sin perder jerarquía.
- ¿Entonces tu Gerente amontona palabras y nada más? Es un gil.
- La dignidad lo obliga a cierto estilo, Señor; y a no pronunciar las groserías lunfardas de algunos desbocados.
- Cacho, luego recordame que te meta una piña, pero ¿ese Gerente es uno con cara de tango triste?
- El mismo. Siempre le decimos que sonría y aproveche la imagen por la imagen misma, y él se resiste. Sabe mucho sobre comunicación, que el mensaje es el medio y todo eso de Mc Luhan; pero es muy serio.
-¿No será que los muy serios de la tierra no son tan serios?
- No magister; la gente seria es la que enfrenta la vida con seriedad. Los pobres tienen hijos a patadas porque no son serios; perdone mi exabrupto.
- No te preocupés Cacho; si ustedes pudieran matarían a todos los pobres.
- Sí, bueno no. ¿Cambiamos de tema, master ¡Y le decía, este Gerente es un ejecutivo: reza por los hambrientos y descalifica la guerra a cada rato.
-¿Y a quienes fabrican fanáticos y máquinas de hacer mierda a la gente, o multiplican la miseria cambiando una coma en la computadora; ¿ cómo los trata a esos?
- Le digo, enfrentar a ellos sería aventurado, señor; conmovería los cimientos de la civilización.
-¿Qué civilización, Cacho? ¿Este póker mafioso dónde el que reparte come y otros miran, es una civilización? Tomátelas, civilización. Esto es un corso a contramano.
- No es para tanto, teacher. El sistema exhibe logros; mejoró la ciencia, el promedio de vida, la comunicación, el ocio...
- No sabía que amabas tanto la ciencia... Ahora decime, si te aseguran que nadie más correría la coneja, ¿rajarían a los mercaderes del templo?
- Señor, por ahora es imposible; tenemos problema, convertiríamos al mundo en un infierno. Este año murieron cuarenta millones y usted puede darnos una mano; más adelante arreglamos como le parezca.
- Vos preferís un infierno exclusivo para los miserables. No hay arreglo Cacho, sin darle una patada a los turros de siempre?
- Debemos pensarlo máster; arriesgaríamos mucho.
-¿Y el derecho divino a darles un shot en el orto?
- Una vez lo pensé, pero hoy no me acuerdo... Además, los mercaderes de ahora son distintos, se organizaron, el Poder Financiero es un poder diferente, se entienden entre ellos.
-/Por supuesto/ Si llevan siglos acumulando, para imponer su moral contratan al puterío que toma sol y listo. Así no hay templo que aguante, Cacho.
- Usted me entiende, señor, todo es muy difícil.
-¿Y mientras entre todos encubren al asesino de la película, los pibitos siguen yendo al descenso, Cacho?
- Señor, de no ser así estaríamos en el Paraíso y ahí nos fue bastante mal. ¿Se acuerda?.
- De eso no recuerdo nada. Y de última te digo Cacho, menos serpiente y catecismo y a jugarse el puesto.
- Debería pensarlo, no estamos solos en el mundo, master.
- Cacho, eso de inventar responsables ya lo aprendí. ¿Ni un alma buena acepta barajar y dar de nuevo?
- El señor es nuestra salvación, sonríe, Dios te ama; ¡y qué bien nos vendría algún milagrito!. Por favor, campeón; un solo toque suyo arreglaría esta dificultad.
-/Tanta porquería es una dificultad y pedís un milagrito! Andá, no jodas más que rompo el boliche de Rosell y los alrededores.
-¿Otro copa, señor, la del estribo? Por favor, Dios, quédese con nosotros un tiempito. Después de todo, el milenio recién empieza.
- Chau Pedro, Cacho y todos tus gerentes. Me voy adónde el diablo perdió el poncho y que te garúe finito, sinvergüenza – y el extraño se volvió neblina.


- Che Cacho, ¿quién era el curda ese?
- Alguien maravilloso, pero no pude convencerlo.
-¿Y él a quién quiere engrupir?
- Es al revés, Rosell; él ya no se engrupe.
- Ma' sí, que se joda. ¿Pero qué guacho, nos cortó la luz?

Con el apagón anduve una hora por la caja de fusibles sosteniendo la linterna de don Rosell. ¡Si lo escucharas putear en la oscuridad¡
-Si vuelve ese grotesco bíblico, que Cacho se borre.
-¿Lo vieron al barbudo? Parecía que iba a quedarse eternamente hablando con Cacho. ¿No será el auténtico barbudo?
- No jodan, que mientras el salvaje adore efigies de bazar el divino verso será vigente, boludos.
Y se formalizó una discusión violenta a varias voces porque alguien volvió a gritar hay que matar los nietos de los mercaderes, y hubo tal quilombo que yo aproveché para no entender nada y por la mañana volvió la electricidad.


El tango me pone triste, de verdad

En el bar solían cumplirse celebraciones con vestidos a la usanza, y al decirse que el tango no entró al nuevo milenio por ser una aburrida parodia de la nostalgia, se promovió un desagravio para que el tango que nunca pasará al olvido quedara menos averiado.
- Los musulmanes prohibieron nuestra danza por un mandato del Papa Vaticano - movió el ruso de la tienda buscando dos perdices de un escopetazo.
- Si los fanáticos nos desoyen acallarán hasta el canto de los pájaros - primer silbido al Anteojito Gómez, Amateur de la Frase Frase.
- Desaparezcamos al inventor del Tango Epiléptico para Turistas – irrumpió el general Presunto Rodríguez, primer vaso.
- Tango deviene de "Tangó", que en lenguaje Guardabajo significa burlón y compadrito y en idioma Cheronca mercado de atorrantes africanos de época colonial - ilustró Castiglión, que con birrete de borla hojeaba "Ases de la Cultura" de Editorial Olímpica.
- Por favor, no confundamos; si al tanto no lo heredamos del calavera griego ni de la milonga ateniense, que en lengua Vivoratá quiere decir Mami, nos llega del canyengue senegalés afrocubano. Hay documentación de sobra, señores – porque si era de saber, Vladi sabía un pedazo muy grande.
- Lean a Sócrates y aprenderán - decretó un grotesco aporteñado con zapatos Elevantor.
- Si el ayatola Komeini clausuró las piernas de las minas, castigaría también un pedazo de barrio allá en Pompeya o no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz – anunció un canoso capa de Zorro, Corso de Burzaco 1940.
- El tango se pudrió cuando los autores famosos le cogieron la musa inspiradora a unos flacos pálidos de corbatines desteñidos y sombrero grasiento, por 1910. Y ya se decía ‘tango era el de antes’ – y Julián Malevo pañuelo al cuello pidió el paradero de la musa inspiradora antes que la relajaran del todo en los sex shop on line.
- Se sabe de fuente bien informada que el tango es contemporáneo al fado portugués, el choro brasilero, los bluseros negros y el lamento borincano. El gotán somos ahora y la bohemia estafada que se muera, para eso es bohemia y atorranta. Y a quejarse a la iglesia – y el Campeón de la Frase Frase agregó tres conocidas giladas de cosecha: Todo es relativo, Prometo no acabarte y Para eso están los amigos.
- Aguante Tokio; al gotán lo curten los reos de Kioto que hablan al vesre – dijo el tintorero del rioba que cada día plancha mejor.
- ¿ Y si no existieran, qué seríamos? – voz de Ariel.
- Hablo en serio, carajo - gritó el malevo Julián insinuando el bultito del cuchillo; o el bulto del cuchillito si prefieren. El Poeta que inventó la Esencia, el Duende Nocturno, el Espíritu Popular y la Poesía Sensiblera marca Reina del Plata, debe seguir con vida hasta la muerte.
- Si necesita poetas, un servidor – un hippie viejo le besó la mano y quería seguirla, pero Julián malevo no se enamora fácil si anda cerca Remigia la Colombina.
- No lo carguen, el malevo Julián habla de quien inventó a Buenos Aires y no de verseros full time que torturan el idioma a puro soneto. O si preguntás la hora te recitan y llegás tarde.
- Que respire el hablador -gimió uno de semblante triste por drama del arrabal; que los hay, no jodamos. Pobre arrabal.
-...y sepan que en un amanecer del fondín de Pedro Mendoza que envuelve la niebla del Riachuelo, el Poeta resolvió el mayor enigma arrabalero estancado durante nueve siglos en la inspiración popular. Estableció la rima de bandoneón con corazón; o al revés, según se use; y esa rima funcional nos salvó para siempre del vasallaje cancionero y la extranjería apátrida que se adueñara de nuestra riqueza prosódica.
- Muerte al baile turístico de la gamba revoleada y viva el tango calentito Sociedad de Fomento - contoneó la rubia Remigia, hormonas Colombina y pelo ensortijado.
- Amén - asintió un Pierrot y le tomó la ginebra.
-¿Para tocar un poco de rock pesado, tanto bardo, maestro? – apuró el pelo largo de la banda "Head Dirt", y agregó chabón, loco, quepasamen, loco, bolú, bardo, groso, marido, funk, full, fuckyou y federico, vigilante de la Federal.
-No se apure pibe, porque Malena canta el tango con voz de sombra por indicación de ese Poeta que le dije. Desde un ranchito de Alsina con un cerco de glicina él la llevó al bulín de la calle Ayacucho, tan jovencita que la disputaron, tangueramente hablando, los amigos del alma que entraron a la pieza y mientras él seguía fifando, afinaron la guitarra bien encordada y lustrosa para oír al bacán de voz gangosa con berretín de zorzal. Porque este benemérito Poeta, señores, inventó las siguientes Almas que quiero mencionar: el alma del arrabal, del bandoneón, del tango, del suburbio, del conventillo, de Buenos Aires y El Alma que Canta. Y cuando Galleguita la divina la que a la playa argentina llegó una tarde de abril, el Poeta le consiguió un conchabo en un decente cabaret de familia donde la fichó un paisano malvado loco por no haber logrado sus caricias y su amor, y de vuelta a La Coruña buchoneó pajeramente el quehacer de la Galleguita. Que se dedicaba a eso...
- Nada de eso; ella ejercía la profesión más antigua del mundo – aprovechó el Anteojito Frase que metió Gallego para ser alcahuete; Cada cuál hace de su culo un pito y Le haremos morder el polvo de la derrota, que no pintaba nada pero igual...
- Por eso la madre se murió de pena y la Galleguita anda triste y solita por un rincón del Pigall - eligió la tristeza uno de cara triste.
- Pigall, cabaret de dudosa existencia que nunca cerró su puerta a los tangueros - y el ingeniero sacudió su borla con "Records del Arte" y "Titanes en el Verbo", de Librería Cópula in Corpore Sano.
-¿Si no existieran qué seríamos? - renovó Ariel.
- Eso. Además del gallego paisano malvado, el tango tuvo rufianes notorios. Hubo uno que al ver a su perdido amor con otro, mariconeó en la lista de tus cosos, primero, primero yo, y varonilmente rajó de la kermesse. Porque deschavar el debut ajeno es de botón represivo, mi amigo – apuntó al orto de Silvina el viejito de la lupa.
- Hubo también un chabón rogando portero suba y dígale a esa ingrata, que aquí la espero, que no me voy. ¡Qué pálida, loco¡ - casi dijo el rockero de pelo largo pero no se le entendió, y Remigia la Colombina putaneó que ese no era sólo gil con las minas, también era gil con los porteros.
-¿Y el marido de llevátelo todo, mi pilcha y mi vento, pero a ella dejala porque es mi mujer sin preguntarle a la mina? – se remandó Silvina; ojos claros, pollera cortona, un culo memorable y pancarta desplegada de la Femme Liberata.
- Mi hermana era feminista, pero renunció por consejo de un muchacho que la coge donde sea – vocalizó don Rosell.
- Gran Machista, cornudo inmediato – le guiñó Castiglión y la bolichera sacudió el cartel gritando maricones, maricones.
- Muera el tango contorsivo y calisténico, y viva el Perón lunfardo, carajo – general Rodríguez, sexto tinto.
- Calisténico: que fa la calistenia. Lunfardo: según el Mingo Echeverri, el lunfardo es un código entre dos sin enterar a un tercero – canchereada del ingeniero, sin hojear.
- Vea Malevo Julián, su saber me resulta sospechoso y deje de mostrar su cuchillito que se lo voy a mear – tierna mirada de un lampiño de voz muy suavecita, muy.
- Ya te acabo – humilló Julián de botín enterizo- pero debemos enterarnos el porqué gustaron las letras aristocráticas. El mismo madrugante camino del taller soñaba que su mujer en el fragor del champán loca reiría por no llorar, sin avivarse que esa fiesta de patrones viajeros a París que al regresar a la casita de los viejos el criado los reconocía tan solo por la voz, a él no le pertenecía.
- Una patética absoluta – habló Emilce con su faso larga boquilla de salón Belle Epoque, reciclada para el evento de compañerear al Ariel; taco militar, pantalón con trencilla, su imborrable rostro colectivero y una pregunta desoída por todos. ¿Y si no existieran, qué seríamos?
- No menoscaben al pobrerío soñador de chupar botellas importadas, regalar tapados de armiño y mantener caballos de carrera. Nuestro Poeta Popular nunca les mató la ilusión, pero tampoco los avivó; y basta de surrealismo que el pueblo quiere saber de qué se trata - sugirió un patriota arrabalero de paragua y peluca parecido al gordo Müller.
- Así el Poeta inventó a Carlos Gardel; por integraciones del absurdo; y cuando a Carlitos lo adelgazaron como a un gardel cualunque para triunfarlo en USA canzoneteando pasodobles, el único que le bajó los humos fue su inventor, el Poeta Popular. Mirá gordito, le dijo en el café, si seguís siendo vocalista de la Paramount sin bodegones de intimidad, lágrima en tu voz y esos ayeres que puse en tu garganta, andá a gardelear a otra parte. Y minga de fotos garqueta con galera y bastón que te incendio en el sur diciendo Gardel es raro, lo han visto con otro. Entonces ahora mismo y con tu mejor sonrisa, cepillame los timbos, chansonnier.
- Ese asunto fue muy conocido. El Poeta lo amenazó con sacarle la magia y El Morocho del Abasto miró tangamente, cepillo en mano, gimoteó ¿qué me Contursi, Lepera? y entró a darle meta lustre y pomada Cobra a los tamangos del Poeta.
- ¿Ese Poeta conoce el rock nacional? – casi había entendido el de pelo largo mientras Pierrot soplaba el oído de Colombina y Julián torcía la mirada para no desgraciarse...
- El Poeta no era ningún gil. En la Tragedia de Medellín él pronunció se vino abajo como Gardel, doble lectura de conmiseración y resentimiento; le hubiera agradado decir a Jorge Luis Borges, un porteño sobrador y canchero no valorado por los otarios de cabaret...– inatajable verba la de Julián.
- Tragedia de Medellín: tragedia que una vez se produjo en Medellín. Doble lectura: leer aquí entendiendo allá – aclaró Castiglión que ajetreaba "Pensadores en el Ring", tomo cinco, biblioteca Púgil Park.
- Se acabó el aire gratis, Julián. Cortala - pegó otro apurón el lampiño de voz finita.
- Señor, debo informar que el Poeta Popular fue amor de la rubia Mireya; de Margarita que ahora la llaman Margot; y en un bulín mistongo desvirgó a Milonguita, de minifalda y trenzas con un beso de sol. Aunque el Poeta facturó publicidad por llenar hasta el borde la copa de champán, fumar tabaco inglés y otras promociones chivas.
- Mireya: rubia que acompañaba a su hermano, el guapo Cepeda, al bailongo de Hansen. Cepeda: primer guapo psicoanalizado de tango. Hansen: del verbo bailongo - el ingeniero Castiglión curtía quinta ginebra y ya gardeleaba a libro cerrado.
-¿Por qué la tanguería adoraba hipódromo y cabaret, y el laburante tanguero ya era un hambriento resignado? – se infiltró un bigotudo de libro bajo sobaco izquierdo.
- Camaradas tangueros, sepan que los nocturnos toman en joda al que fatiga por terror al trabajo. En el tango "Garufa", un letrista imperdonable, solito él, se burló de alguien que el sábado a la noche pretendía divertirse luego de yugar durante la semana meta laburo - sacudió el canoso su capa del Zorro y promovió un revisionismo tanguero en serio, profundo y desprejuiciado del populismo maniqueo. ¡Qué chanta!
-Garufa: burla impiadosa contra un tipo que ni entiende la burla. Tropezón: percance que rima con paredón bandoneón, emoción, canción, corazón, ilusión y millón. - respirón de Castiglión, que de saber tanto hinchaba las bolas.
- Viva Perón carajo, que nunca se disfrazó de milonguero - el conspicuo Rodríguez estribó otro vaso.
- Si la Canción Popular pregona una idea de pobre que conviene al rico, jamás tomaremos champán. Mirá si seremos boludos – casi pronunció el heavy pelo largo y siguió de bardo loco chabón bolú marido funk punk fashion y thing. El de paraguas amenazó con abrirlo y el Padreé Pecado entró por dos botellas de torrontés, compadreando sus religiosos pasos con una rubiecita. Feligresa.
-¿Confesión de trasnoche, Padreé Pecado?
-¿Cantará "Te bajaré al pesebre, villancico"? – lo provocaron unos inadaptados que dañan cualquier celebración popular, anotó el Anteojito y el Padreé Pecado perdonó. Un poco.
- Dios los conserve, pajeros hijos de puta.
-¿Y qué seríamos si no existieran el tango y el lunfardo? ¿Habitantes de Miami? – al fin completó Ariel cuando Emilce se iba sin dar vuelta la cara. Otra vez. Con otro. Flor de tango. Chon chon.
- Curtamos la moderna dos mil y menos arqueología - el violero heavy de pantalón brilloso pronunciando el bulto, sacudió un decibélico acorde metálico para cortar la mala onda pero silenció ante el Poeta Popular; flaco pálido de corbatín oscuro y sombrero grasiento, que entró a tomar su copa del olvido.

- La celebración prosiguió malevamente, – no despreció el Anteojito Gómez- y como la erótica tanguera crece de a dos, defendiendo su origen los guapos curtieron "Bésame mucho" hasta altas horas de la madrugada.


Un suceso cuando ya la gente no desaparecía tanto

Cuando nadie supo más de él, Tadeo no tenía cuarenta años. Profesor de educación física de un secundario, al mediodía solía comer algo liviano con una cerveza y a saltos, charlaba con don Rosell. Simpático y muy pintón, vivía a dos cuadras del bar y pocos conocían que alquilaba en los fondos de doña Martha, donde por la tarde preparaba en matemáticas a quienes se demoraban en conseguir la nota.
Una tarde Tadeo bajó del tren y caminó por el sendero de la placita, en la esquina cambió tres puteadas con el Perry y siguió de largo. Oscurecía y un auto estacionado mantenía una puerta entreabierta.

Las clases de Tadeo eran individuales. En su departamento sólo entraban dos o tres quinceañeros y la hija menor de esos del chalet de dos pisos y cochera gigantesca. El padre de la nena sigue siendo un alto policía; nunca lo vieron de uniforme y los autos que lo llevan no ostentan insignias y a veces, ni chapas de ninguna clase. Y aunque la gente tiene costumbre de agrandar todo, pasado el dos mil ese tipo aún debe ser un capo.

Realmente, de Tadeo no hubo más noticias de la noche a la mañana, porque al oscurecer del martes lo vieron pasar con el bolso azul al hombro y no muy apurado, tanto que don Rosell lo imaginó entretenido con alguna alumna; y esa sería una buena suposición porque don Rosell suponía mucho. También doña Martha, sabedora de todo, dijo haberlo visto sólo por la mañana; más aún, lo oyó caminar el pasillo y porque los martes Tadeo no recibía alumnos, por muy tarde que volviera ella lo escuchaba. Pero no le extrañó que la hija menor de ese importante comisario, según ella, el miércoles no llegara a su clase de cuatro a cinco cuando aún nadie sabía que de Tadeo ni noticias, y el misterio apareció el día que su hermano y doña Martha abrieron y había cuadernos sobre una mesa, la computadora apagada y el desparramo de alguien que vive solo. Y ya pasado el tiempo en que la gente desaparecía por miles y lo sencillo era decir por algo será, nadie habló del asunto. Aunque seguro que sus alumnos extrañarán mucho a Tadeo; incluída la chica del chalet, doce años y tan bonita.


El creador de la bandera casi paga la cena

Ariel se fracturó una pierna y debió aguantarse cuarenta días enyesado, sin salir a la calle. Alguien sugirió que había pisado una cáscara de whisky y para calmar su aburrimiento, Julián le trajo de la Biblioteca Alberdi dos novelas de Salgari y unos libros de historia argentina.
- A Sandokán y los filibusteros devolvelos a bordo - pero con tantas luchas por la independencia y la organización del país, Ariel se entusiasmó con arengas de libertad, cargas de caballería, pactos nocturnos y préstamos de la banca extranjera. Ariel supo enterarse de la mortalidad de los próceres y otras sospechas, y luego de serrucharse el yeso volvió al boliche y desafió a una apuesta difícil.
- Voy a tomarme una botella de ginebra sin respirar, en homenaje al general don Manuel Belgrano - y los demás siguieron oyendo llover porque no era la primera vez que Ariel dislocaba el ambiente. Pero al rato el loco repitió.
- Señores, pagaré una cena a todos si no empino una botella de un tirón, en memoria del inconmensurable general Belgrano, que al compararlo con otros personajes del elenco histórico es Gardel con todos sus guitarristas.
Y ante esa compadrada ninguno siguió acodado contra el estaño o mirando la avenida, y tras silenciosos acuerdos visuales le coparon la apuesta cuando Ariel ya gritaba que Manuel Belgrano, el Creador de la Bandera, por hombría hubiera apostado sin pestañar.
- Y él no jugaría para verme reventar cirrósico, sino porque Belgrano era un hombre que creía en la capacidad ajena y así sacó victorioso a un ejército. El era hombre de letras y no de prepotencias, pero igual lo hizo.
Y al pronunciar victorioso a un ejército Ariel elevó el brazo derecho como si empuñara un sable.
- Porque don Manuel Belgrano se calzó las botas y salió a remendar lo hecho por unos maricones condecorados, porque gracias a él, que supo morir en la vía y entregar su reloj para pagar deudas, nosotros una vez tuvimos Patria...

No faltaron descreídos, pero Ariel la seguiría y los convenció que los tilingos y malandras llegados más tarde en vez de vender su reloj empeñaron el nuestro, dijo, y don Manuel Belgrano, ejemplo de dignidad y renunciamiento, pagaría la cena si yo me escabio una botella de ginebra sin respirar. Y ahí nomás empezaron a contar cuántos se reunirían a cenar y don Rosell que donó la botella controlaría la competencia. Ariel se aflojó la camisa, respiró profundo hasta llenarse los pulmones con aire del almacén, dijo salud señores y largó. Los conocedores que esa ginebra hacía tópicos de lija en el garguero mantenían su atención en el pescuezo, la nuez subiendo y bajando. Uno, dos, tres, cuatro movimientos resultaron apresurados; luego tardaron un poco y el décimo trago resultó interminable. Ariel ojos clavados en el cielorraso, agarraba la botella con la mano izquierda mientras la derecha contenía un impulso de tantearse el estómago; hasta que por el trago doce Ariel fue quebrando las piernas, pareció achicarse y cayó al piso sin largar el vidrio ni desperdiciar su contenido. Y al llegar los primeros auxilios don Rosell dio su fallo.
- Perdiste Ariel, dejaste casi medio litro.
Cordialmente, al subirlo a la ambulancia el enfermero y el chofer ofrecieron un primer parte médico.
- Sonó, se le electrocutaron las enzimas.
Pero Ariel no se murió nada. A la semana entró al boliche sobrando a la concurrencia.
- Rosell, agua con limón - y apoyado en el estaño refirió el lavado de páncreas a manguera de bomberos y otras curaciones, sin olvidar que pagaría la cena ni bien juntara la guita.
- Porque quienes pretendemos imitar a don Manuel Belgrano, honramos la deuda aunque vendamos el catre.

Y Ariel cumplió; la comida tardará y Ariel ha de pagarla poco a poco, pero cumplió. Así que el futuro torneo de tragamonedas se denominará "Batalla de Tucumán" en homenaje a una genial desobediencia del general.
- Tenés razón, si queremos respeto debemos saber qué somos. Pero cortala con tanto prócer, Ariel, por favor – le repitió Castiglión aunque en el boliche nadie puede...


La campana sin resonancias satánicas una vez sonó

La campana de la iglesia entró a sacudirse por su cuenta y transcurrido el segundo día el Padreé Pecado llamó a los bomberos. Sin subir a la torre el desperfecto no tenía arreglo y el panadero del barrio iluminó la religiosa escena.
- Además de curtirse a la sobrina este curita no deja vivir a nadie. Hace diez años pasó lo mismo y en una semana de milagro vendí medialunas a lo bestia. Si será pelotudo...

El defecto requería cambiar dos piezas de bronce que dejaban rozar al badajo y la panza de campana, dijo Vladi. Así que en el taller mecánico le hicieron sitio y a lima, gubia y martillo se mandó dos chavetas y una argolla de acero para durar un siglo. Y en el barrio no solamente el panadero lamentó la ausencia de milagro; otros vecinos se acordaron de la vírgenes lloradoras, de la hemorragia de San Genaro y añoraron las sucursales de San Cayetano, que con el desempleo gracias a dios recaudaba multitudes en cualquier parroquia. Y por entenderse injusto que la iglesia local no promoviera el turismo, hubo una asamblea vecinal sin temario estricto, en tanto Vladi gozaba físicamente la resistencia y el olor al acero. Mientras, el bombero remontado en grúa al campanario esperaba los repuestos con botas y casco colorado, según primera figura.
- El otro cura era distinto, y antes de cambiarle la chaveta al badajo nos dejó una semana de milagro. La gente llenaba la iglesia, rezamor por televisión y abrieron dos kioscos de choripán en una cuadra – no aflojó el panadero y Müller movió la cabeza, como si pensara, al comentar con Castiglión la aventura de Vladimir. Esa novedad metalúrgica secundaría al martinetero Albornoz y los antropólogos a llegar un día.
- Es lindo que en el barrio plateado por la luna la gente se convoque y hable – pero enseguida derivaron al elogio de la incordura, los incordios que depredan la razón y otros andariveles psicologistas. Müller creyó que el panadero encarnaba el pensamiento liberal ortodoxo y entraron al taller para alentar a Vladimiro.
- ¿Y Vladi, cómo anda eso?
- Bien, en cinco minutos termino.
- ¿Viste cuánta gente?
- Y si el viento aumentara el sacudón, fiesta completa.
Según Vladi, para el Padreé Pecado quitarse el tedio y hablar de brujerías es sólo una apoyatura, porque lo buscado inconcientemente es realizar lo fantástico.
- Y fiel al orden pasional, sus apoyaturas son las minas.
Los bomberos recibieron las artesanías de Vladi y otra vez trabaron el badajo de la campana. Una pena; trunca la ocasión de presenciar un milagro se volvieron masticando un cachito de fracaso.


- Los milagros depredan la razón, muestran algo satánico.
- ¿No es bueno algo de incordura y milagrito, gordo?
- Es que un milagro fragmenta la realidad para controlarla mejor, por eso existen los religiosos manejadores del milagro.
- Una maravilla, ingeniero; casi una idea. ¿De quién será?
- No calienta, ¿pero quién fragmenta a esa pendeja que viene?
- Es la bendita sobrina, controlada y fragmentada religiosamente, Vladi.
- Esa criatura te borronea cualquier locura.
- Al contrario, aclara cualquier locura: el orden es ¿te gusta esa nena? Sano. ¿No te gusta? Colifa.
- Vladi, si quien decreta colifa puede alienar y encerrar, lo mismo sucede con la entrepierna y los milagros. Cambiar ética y cordura a piaccere no es casual; es parte de la dominación.
- Castiglión, deberías nombrar a quién le afanás cada idea.
- Eso lo escribió Sócrates en 1995. ¿Te acordás, Vladimir?
- Y la locura es tan feroz que al Proyecto de vanguardia simbólica ingresó un agente de verdad. Es para darse un tiro en las pelotas.
- Y si Julián quiere un territorio ideal para suicidarse, anda bien encaminado.
- Los grises no regalan ningún espacio, ingeniero. Y al fin Santelli le dará un revólver a Julián.
- Müller, pidamos la televisión, huelga de hambre, nos encadenamos a la reja, que venga el ministro de la UN.
- Romperle la bici a Remigio haría más quilombo.
- Gordo, hoy no comentaste tu locura – dijo Vladi y los tres ya abrían la boca porque sí.
- Se acabó, me rindo, soy oficialista: locura y delincuencia son lo mismo; enfrentemos la conspiración del Proyecto contra la tradición, Vladi. Quieren doblegar nuestra moral y en las manicomios habilitar cogederos infantiles. ¿No escuchaste al Cacho sagrado del planeta? Le dicen atorrante por defender verdades eternas . Resistamos, compañeros.
- Cuenta conmigo, gordo, soy muy resistente.
- La tierra para quién la trabaja y los delincuentes bajo tierra.
- Cada loco al manicomio y a cada cuerdo, ojo con hacerse el loco. Basta de molestar al Rey, Vladimir.
- Nunca molestamos a nadie, Müller. ¿Volvemos?
- ¿Adónde?


Gardel con espejos y laberintos

Blanes movió la cabeza y entendí que ya mismo debía levantar el anotador. Mientras me acomodaba él anunció soltar una recordación que lo venía apremiando, y la fecha del sucedido la pusiera cada uno a su antojo. Blanes debía rememorar de inmediato para evitar un reventón de la cabeza.

- Y fue por ahí cuando el Inglesito, que volviera de lucirse por milonga desde Turdera, entró al bar de Rosell y empezó a desovillar sobre Gardel y lo acontecido con su extraña muerte. Hoy confieso que no entendía así momas su manra de unir las palabras y al comprenderlas, ya el hombre andaba respirando en otra frase. Era para atender el Inglesito; buen payador del boliche Doña Rosa, por el potrero de los Iberra; al verlo hamacarse con sus dos manos en el mástil de la guitarra, hablando lindo del Zorzal Criollo y porqué los hombres agregan imaginaciones para contar su vida. No eran facilongas las opiniones que el Inglesito proponía al infinito, pero recupero su voz trabajosa y la mirada opaca al oírlo meditar esas utopías que adoran los pueblos.
-Acaso la historia verdadera, - dijo el Payador- requiera un poco de ficción para humanizar la estadística; que no significa nada sin la neblina de la imaginación y el mito. Eso pronunció el Inglesito en el almacén de Rosell, neblina de la imaginación y el mito, y de ojos entrecerrados al techo reacomodó una mano sobre la otra y hamacado en la guitarra aseguró que sin la suposición de creerse a Sancho y don Quijote la historia de España no tendría pies ni cabeza. Y habló ubicando cada palabra en su sitio, igual a ese personaje, Blanes, que contaba un cuento sin saber si lo recordaba o sólo recibía las voces a pronunciar en su relato. No era fácil seguirle la idea, y yo porfié no distraerme si pretendía conocer la muerte de Gardel y gustar la sal nutricia de lo verdadero, según amenizó el Inglesito, tan convencido que pocos renglones sobre la tragedia de junio del '35 tenían parentesco con la verdad.
- Solamente guardan alguna cercanía, - tartamudeó casi inaudible- y mucho papelerío debiera desecharse; salvo la opinión del historiador uruguayo Wilson P.Sarnari...
Era de ver al Payador que llegara de contrapuntear del Camino de las Tropas relatar con la actitud de quien estima lo extraordinario con toda simpleza. El Inglesito necesitó un resuello de silencio y se distrajo por algún túnel de recordación; y en este punto me crece la inseguridad, como si al hablar de Gardel y Jorge Luis Borges, el Inglesito, todo me hubiera ocurrido en horas de una realidad impenetrable. Lo mismo, hoy reconocería los rostros de aquellos parroquianos, quiénes esquivaban mirar de frente al Payador que al irse a morir tan lejos les debiera los rituales de su muerte y algún llanto televisivo. De aquella gente nadie perdonaba al pálido Inglesito que apoyaba su mentón en la guitarra, el haberse muerto sustrayéndoles el jolgorio fúnebre y sin fotos del jadeo final que alzarían como un trofeo. Por eso, al recordar siento haber vivido allí otro tiempo prestado; y parece ser que Wilson P.Sarnari, del cual el Inglesito guardaba memoria de una larga conversación en Montevideo, le refirió a él datos que ningún averiguador del "Pasión y Muerte de Carlos Gardel" conocía. A saber: el enigma de las horas previas al abordaje en aquel vuelo final del Zorzal Criollo; el nombre de quien le sirviera un café en el aeropuerto de Medellín; la enigmática mujer de acercarse por una dedicatoria y otras conjeturas que Wilson P.Sarnari tendría resueltas. Porque fueron muchas las invenciones y chimentos que el Payador iría despreciando sin borronear del todo su prestigioso misterio.
- Se dijo que el accidente vino por aquel mozo Lepera, amigo del cantor y continuo abrevador de Amado Nervo, - deslizó el Inglesito su juicio- que por un ardid sentimental con un amigo del cantor arremetió a balazos con toda la concurrencia. También se murmuró que por mejor prestigiar el buen humor argentino al piloto lo ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión; pero todas fueron habladurías de entrecasa, porque la verdadera muerte de Gardel seguirá en misterio... Y como el portador de un secreto siempre arrastra tragedia, subestimación de los demás recuerdos y desesperación por confesarse, cualquier verdad clandestina es insoportable - concluyó cansino el Inglesito.
Todo aquello se lo habría confiado en Montevideo el historiador Wilson P.Sarnari, quien luego de escuchar las milongas del Inglesito que con el tiempo serían leyenda, empezó a darle relación de la "Verdadera Muerte de Gardel" y otros asuntos. Como que antes del accidente, el Idolo de la Canción estuvo acompañado solamente por él; Sarnari y Gardel sólo a sólo, hablando del margen que rodea al hombre desbordado por el adular ajeno; esa difusa y despótica imposición del absurdo. Y nos relató el Inglesito que él supo aguantarse a pie firme los parlamentos del historiador uruguayo, reproduciendo a un Gardel desolado, marioneta de magia fugaz y perdido su gardeleo en callejones amenazantes. Artista de toda la virtud devenido en partiquino lugareño y malversado por nietos sonrisa rocanrol y extraños a la palabra tango. Porque Gardel supo retirarse a tiempo, él no era un botarate y tenía anticipada su memoria; y así le confió a Wilson P.Sarnari su temor por los tiempos venideros donde resonarían los aprovechadores de su voz luego que él debiera quemarse en Medellín. El Morocho le anticipó a Sarnari el uso que de su inflexión arrabalera harían los atorrantes que nunca faltan; memorizó a cuenta los titulares de los diarios amarillos que informarían de sus apariciones en Quito y Bogotá con el rostro deforme pero aclamado ni bien entonara la primera estrofa. Imaginerías tan grandes como los horarios de aquel vuelo, ya que hubo cinco horas en las que Gardel esperó en el aeródromo reanudar su viaje, conversando sobre cómo pesquisaría el periodismo barato, luego de su muerte, la tendencia de su entrepierna, el sitio donde naciera, las hazañas de seductor amoroso con suicidios de millonaria y un par de hijos que casualmente cantarían igual a él, aunque un poco diferente.
- Mucha tontera será glosada por nocheros de mostrador como si hablaran de virtudes propias - dijo el cantor a Sarnari, y luego le predijo el impiadoso final que le fijarían los congeladores del arte.
- Gardel es paradigmático, nadie cantará como él, repetirán los mediocres –y se lamentó el Payador por haber pronunciado paradigmático, una palabra olvidable; pero enseguida aireó el clima recordando que Enrico Caruso había pontificado que Carlitos tenía una lágrima en la voz.
- Esa fue una alabanza de italiano - soltó por las comisuras y prosiguió hablando de un Carlos Gardel solitario quien luego de ser confundido con una pasajero cualunque de un viaje en avión que jamás emprendería, reapareció en inciertos lugares con su lustroso smoking, el chambergo inclinado, aquel moñito a pintas o su perdonable atuendo de gaucho palaciego. Siempre Gardel, cantando y sonriendo, aunque ya no lo entendieran porque un día dispusieron de él multitudes y negociantes, para fabricar un Gardel producto terminado. El gran modernizador, nada menos, devenido en cómico de tablado polvoriento, chaplinesco de tercera recluido en un loquero o corrido a cascotazos por una barra futbolera.
- Una noche lejos de mi patria le escuché a Gardel cantar un tango deleznable, y sin embargo, de pronto lloré. Porque lo popular es un secreto en los pueblos, ¿no le parece? - preguntó el Inglesito hurgando los datos que oyera de Wilson P.Sarnari en esa noche lejana: Carlos Gardel internado en un depósito de viejos llamado geriátrico, ensayando frente a un espejo el peinado brilloso y su sonrisa luminosa, ignorado por los demás ancianos derruidos que también se mean encima. Según Sarnari, el Zorzal Criollo es otro cuerpo escaldado y sin retorno, y tirado en esa tumba previa cada noche entona en la ventana ‘lejano Buenos Aires qué lindo que has de estar’, hasta que lo acalla el enfermero.
- Además, luego de esa afirmación tan contundente, - aquí sugirió otra sonrisa el Payador - Sarnari deslizó un nuevo enigma. Pobre Carlitos, confundirlo con bufón de discoteca...
Y concluyendo el cuento de Jorge Luis, el Inglesito, antes o después de morirse en Ginebra hamacándose en el asta de su guitarra, o bastón, vaya uno a saber, un reciénvenido al bar nos truncó el relato.
- No crean más zonceras, - impuso con voz chillona el comedido- lo cierto fue que el 24 de junio del 35, al insuperable chansonnier Carlitos Gardel ni a la fuerza consiguieron subirlo al aeroplano. ¿A él lo iban a sentar en un cacharro que ni levantaría vuelo? Vamos, que no era ningún gil el Morocho.
- Y qué triste un Gardel sin poesía; esa eternidad - culminó trémulo Jorge Luis, el Inglesito, payador que se luciera en el boliche de don Rosell en el día y la hora que a ustedes mejor les venga – concluyó Blanes y llegó un silencio largo.


Claro, hay preguntas que no deberían hacerse

Del amigo de Cacho que saliera del bar envuelto en niebla se habló poco. El ingeniero Castiglión creyó tonto hablar mal de un ausente pero prometió encara a Cacho por su estùpida prédica de salvar el alma aunque te cagues de hambre.
- Y ni bien entre Cacho vos, milagrosamente, intentá anotar hasta las respiraciones - me aconsejó Vladi y empezó la cosa.

- Buenas, ¿que tal Rosell?
- Más o menos, Cacho. Los amigos querían verte.
- Se agradece.
- Menos agradece Dios y perdona. ¿Quién era el barbudo que lo acompañaba, Cacho?
- Un amigo. ¿Se debe algo?
- No, ya está, hizo el pagadios. Se hizo humo y apagó la luz.
- Aguantamos a farol la noche entera. ¿Su amigo no comparte el Proyecto?
- No vaya a creer, él es muy amplio – dijo Cacho y pareció equivocarse. Pero, ¿de qué proyecto habla, general?
- El Proyecto es secreto, no se dice.
- Cacho, cualquier interrogatorio es humillante, vos sabés, entonces decí quién era el tipo ese.
- Rosell, es mi amigo de toda la vida, a quien encomendarme; él no trae penumbra, él es la luz.
- Don Cacho, no invente palabras cruzadas.
- La buena gente es clara, Cacho. Hable como la gente.
- Bien dicho Vladi, sin intérprete ni hermeneuta. ¿Podría decirnos don Cacho si ese viejito de blanquecina barba que chupaba como una esponja y en desplantes de compadrito arrabalero lo insultó fulero; quien atronó la estantería y se esfumó; el mismo que ignoraba el hambre en este planeta y usted lo avivó, es el personaje que suponemos? – Cacho oyó la la encuesta de Castiglión y se largó al engorro.
- No, por favor, nada que ver, están equivocados, ni soñando, persiste un tendencioso malentendido. ¿De quién hablan?
- Cacho, seguís macaneando.
- Por favor Rosell, es pecado mentir.
- Disco de Los Plateros en el cincuenta...
-¿Y si tu amigo no era, por qué usa disfraz?
- Ingeniero, no es un disfraz. Es un hábito del señor.
-¿Señor con máyúscula? – murmuró Vladimiro.
- Hay periodistas muy imaginativos – y Cacho me ensartó una mirada que todavía...
-¿Qué piensa ese barbudo del hambre de los pibes?
- Nada, que es una claudicación de la especie.
-¿Y usted qué piensa, don Cacho?
- La verdad, no creo que sea para tanto.
- ¿Tanto qué? ¿Su amigo se equivoca al decirle que las naciones y el hambre son un invento de los poderosos?
- ¿Equivocarse él? Imposible, pero hay males mayores.
- Cacho, te ruego que menciones uno.
- La falta de fe, de caridad, el hombre alejado de lo Divino.
- Muy interesante; ¿y por qué la gente se aleja del Divino?.
- Si don Cacho, medite; oiremos con unción su profunda palabra. No somos vigilantes que lo apremian – guiñó Castiglión, imperceptible.
-¿La falta de fe y caridad?. Por Dios Cacho, ¿qué es la caridad? – y de bronca don Rosell se tomó un moscato.
- Diga. Y no oirá usted, le repito, ni el volido de un mosquito.
- Con finura y distinción, le damos nuestra atención.
- Cantá pronto, cacatúa, antes de sentir la púa.
- Señores, yo hablo en serio – musitó Cacho.
- Si, y en serio nos tomás en joda – se soltó Vladimiro. La caridad disimula la culpa, pretende enjuagarla, es la cruel guachada de un culpable.
- Detrás de su caridad, don Cacho, siempre hay un pícaro.
- Las hembras de la mafia hacen caridad, atorrante – Müller navegaba tercer whisky.
- Si ese barbudo fuera un auténtico reo sabría que la colecta mejora si te aprietan los huevos – y Rodríguez prometió algo de un cachetazo, que no registré.
- Por Dios, Rosell me conoce, hablemos correctamente...
- Le pedimos de buen modo, Cacho, hable.
- Según mi abuelo: hablá pronto, paparulo que te comés un virulo...
- Bueno, ¿qué quieren saber? ¿Quién era mi amigo? Un amigo.
- Eso ya lo dijo. ¿Está negando al Señor, con mayúscula?
- De ninguna manera, jamás lo haría.
- Cacho, dejate de boludear – recaliente don Rosell.
- Bueno, es muy largo de explicar. Es alguien que vino de visita y hablamos de lo nuestro. Existe alguna diferencia en el modo de ver las cosas. Nada más.
- ¿El barbudo te prohíbe las minas, Cacho?
- Disculpe Rodríguez, no entiendo su pregunta.
- General, investigar la entrepierna es de milico maricón; esa libertad es sagrada. No responda a eso, don Cacho.
- Hable humanamente, sin sermones. Podríamos preguntarle de tanto pozo petrolero, monjas, curas, hipocresías, el genoma, Copérnico, la limosna, los torturadores,
- Los tapados de armiño, penales sobre la hora, bienaventurados los pobres, desfiles de moda, la falacia deportiva,
- Dad de beber al sediento, la tristeza obrera, los barrios exclusivos, la esclavitud sin pecado concebida, Papas nazis, el domingo a la tarde, el oro amontonado, el que no trabaja no come, si una sobrina nos diera bola.
- Abreviemos Cacho: ¿qué te parece la realidad? – y el hombre se fue yendo con calma, majestuoso como jamás ellos lo vieran antes. La mano derecha a media asta, la mirada lejos; igual que en las estampitas.
- Como si recibiera un cross al plexo solar, Cacho rehuyó la pelea sin oír la cuenta arrodillado – bolada deportiva del Anteojito.
- Che Cacho, ¿ sabés qué le gritaron a González cuando erró el penal? – se largó Remigio, pero ya ni una sonrisa.


Blanes recuerda con el estilo que se le antoja

-Bueno, ahora que no jode nadie voy a recordarte a vos, pibe – me habló Blanes que al fin se decidió. Le dije que me preocupaba no aparecer en ninguna foto y prometió arreglar eso con Vladimiro, y por el momento él se acordaría de mi pasado antes de venir al Instituto. Me repitió que sólo recordaría mi vida porque él no era un coleccionista y poco le interesaba interpretar el pasado o el futuro; y en ese instante exacto me deslumbró al sentirme en brazos de mi mamá y como eso no tiene igual, es inexplicable y sería una gilada escribirlo. Luego tuve el sabor de unos caramelos durante cinco minutos; y llegaron cosas muy interesantes que ahora no quiero detallar para evitar desbarrancarme en la anécdota de la anécdota. Quién soy, cuándo dejé de vivir con mis viejos hace mucho, ni porqué mi memoria empieza limpiando mugre en la cocina de Remigio es un asunto mío, no le interesa a nadie y ni pienso divulgarlo. Es de tipo ordinario comparar tu verdadera vida con la historia inventada por los demás, porque los detalles borronean la historia verdadera y hacen una historieta; y así Blanes me convenció que no interesaba mucho aparecer en las fotografías si eso hace a la realidad de los que miran y no a la tuya, me dijo, Entonces, no divulgaré aquello que pretenden saber los demás porque mi memoria es mía, y anotaré renglones según se me ocurran y por anotar algo. Me dolió enterarme lo sucedido a mis viejos y mi hermano, el que jugaba conmigo a tener más miedo, eso es verdad... Blanes demostró ser un fenómeno verdadero y esa tarde me hizo recuperar el gusto a helado sanguchito crema y chocolate, una pelota amarilla que pateaba en un pasillo y la exacta forma de unas baldosas de la vereda; el lomo reluciente de un gato gris sobre una pared, aquel día recaliente de verano y yo aguardaba que llegara alguien a buscarme. Anduvimos por mi memoria al derecho y revés, y ahora me la llevo en la entretela, esperando mostrarla cuando se me ocurra. Por ahí, Blanes me hizo calmar un dolor horrendo de trompada al hígado cuando tenía quince años, habilitando en su lugar otro recuerdo más lindo, de nuevo en brazos de mi vieja. Un campeón el loco Blanes haciendo eso; y por ahí miré por la ventana del boliche y pensé que todos deberíamos meternos bien adentro de nosotros y conocer de primera mano la mínima porquería que podemos ser. No como si estuviéramos haciendo gimnasia mañanera para no engordar; cada tanto hundirse en la memoria profunda y poner culpas y miserias en la superficie; para saberse, sin mariconadas, murmuró Blanes que todo ese rato me llamó por mi nombre; que tampoco viene al caso ni pienso decirlo... Lo dicho: lo anterior pudo haber sido un invento mal hecho, y ahora que soy desde mi gemido inicial me basta y sobra. Por eso prefiero guardarlo para cuando quiera.

Blanes se quedó mirándome fijo un rato, le serví una cerveza y empecé a repasar la canilla cigüeña y el mostrador de estaño que don Rosell lo quiere bien lustrado. Fueron llegando los de siempre y Ariel lo provocó a Blanes a recordarse algo.
- ¿Cómo querés, adelante, atrás o a los costados?
- Elegí vos.
- Bueno, esto pudo suceder o acontecerá en cinco años o ahora mismo. Es una demostración de memoria perpetua que siempre sirve. Multiuso.
- ¿ Recordación al costado?
- Algo así, pero con mejora de fábrica.

Y sin dudar un minuto Blanes estrenó una recordación combinada de analógica con digital, de última generación y no difundida en el mercado.
- Por mucho tiempo los abuelos y bisabuelos hablaron que si no hacíamos bien los deberes los yankis mandarían los Marines. Y una vez; podría ser hoy, mañana o cuando ellos quieran; los Marines pisaron el territorio a unos kilómetros de la capital, por la Estancia Grande que desagua en el mar. A doscientas millas, sonreían quienes decían que los invasores no disparaban gratuitamente y de tan correctos dejaban un comprobante si carneaban una vaca. Los infantes llegaron, la única resistencia oficial fue rumorear que se empantanarían en un cangrejal y la invasión no cambiaría ningún hábito: en todo el país crecían filas del hambre tras un plato de comida; la clase disfrutante seguía los cursos en inglés y contratos en moneda extranjera; toda buena madre adiestraba a su hija para gozar cualquier violación de la soldadesca; y la juventud nativa no soñaba con llenar galpones de granos y escopetas para resistir, anhelando que la ocupación les concediera la visa de entrada a USA con menos trámite.
- Manga de cagones – se enojó Ariel pero Blanes no se distrajo y siguió contando.
- El invasor desplazaba laser líquido, misiles dribleadores y escuadrones de suicidas negros con apellido latino, y la única discordia surgió al negarse a pagar el peaje de la ruta costera y unos municipales exigieron documentación de sus tanquetas con patas telescópicas. Ahí mismo los Marines desviaron por caminos con menos resistencia administrativa, comiendo cordero y alguna bataraza colorada, tan novedosa, para entrar a la ciudad donde las cuarentonas patricias ya pedían sin demora los apremios enemigos. Pero de pronto la Liga Defensora de la Soberanía Nacional organizó una Colecta Patriótica, y eso fue una dura advertencia al invasor, se dijo, mientras la soldadesca se aburría por senderos de ver apenas algún castillesco casco estanciero. Atacar sin ser televisados era muy cruel para esos hombres preparados en desbaratar arteras emboscadas de nadie y al viento sus pabellones transmitidos vía satélite. El gaucho país invadido era tan neutral que ni participaba de sus propios asuntos, y el Presidente se adiestraba con otros nadadores de agua tibia tras el récord de zambullidas a beneficio de los inundados el año anterior. Pero la indiferencia enemiga al fragor de la batalla es la peor herida que puede recibir un guerrero.
- Si lo sabré yo – se jugó Presunto Rodríguez y el viejito de la lupa gritó menos boludeces, por favor.
- La indiferencia enemiga es un dolor tan lacerante que ni se estudia en las escuelas de uniforme, siguió Blanes. Entonces, en tanto era ignorada la invasión se publicitaban grotescos del Presidente, zambullones, el exterminio de jubilados que ya eran plaga y la llegada al país de unos antropólogos que medirían los huesos del pasado nacional. Y como del desembarco no se comentaba ni media palabra, los Marines de élite volvieron a sus lanchones con una bronca de la gran puta, preguntándose quién carajo había ordenado aquel desembarco inútil.

Ariel me pidió algo frío, Anteojito descubrió sonriente cipayos del imperialismo apátrida, y siguieron.


En los atardeceres la melancolía es mortal

Ya ni asombro tendría Julián; en ese retazo de tiempo, cobijando su soledad tras el galpón, se sentó desoyendo el bochinche de pájaros que retornaban del mundo. En cada atardecer trazado de violeta existe algo lujurioso, y un poco más allá, el viento seduce a la arboleda con requiebros. Es en esa melancolía cuando a Julián se le agiganta el corazón del aburrimiento; le resulta imposible seguir creyendo en verdades sacrosantas y sacronuevas, en peces de colores y en dioses tallados en madera. El futuro le parece una hebra infinita de promesas y cada una de ellas - categórica y rotunda- se vislumbra tramposa y miserable como la vida. Qué buen momento Julián, se acabará la muerte estúpida por patrióticos colores o por andar gritando justicia, justicia y de nuevo justicia Y él se repite un grito acallado tantas veces por el aullido uniformado del que manda o la sordera perpetua de quien nada entiende. Entonces, se atreve a pensar Julián, si todo aquello es apenas un rezongo de multitud aburrida en un estadio, este es el instante indicado para liquidarse. Acaso sea improbable que cuando un suicida observa el arma lo desborden los sabores perdidos, las parábolas de memorias, amores y trofeos de la piel, pero es verdad. Quien decide morir pretende el silencio de los olvidos, de su recordación y de la hambrienta fiera que sin remedio, nos mata el sueño y lo deja en un desvelo.

Julián, clavado en aquel traspatio del paisaje eleva a temblores un pequeño revólver y roza su garganta el indócil lengüetazo del miedo; y ya no existe nada ajeno a levantar el arma, a sentir los zapatos inmensamente grandes, a cuerpo que se encoge y sudor congelado. Afuera de esa escena quedan los ritos de cualquier tragedia y sus ojos se pierden en el revólver niquelado que a su nariz promete un olor a pólvora futura. Con su mano sobre el disparador le crece el cara a cara de una ancestral incógnita: estar vivo tal vez sea un movimiento involuntario, pentagrama vacío, bastidores de pintor en sombras; y al sentir el metal apoyado en su cabeza lo domina y devora la célebre inflexión de cobardía y coraje. Convertirse al fin en alguien que quiere ser... Dispara y el estampido no fue tan atronador.

El cuento que una vez leyera Julián hablaba de un suicida con arma de bajo calibre, que debió esperar la muerte con el proyectil frustrado contra su cabeza. Igual de burlesco.


¿Siempre el tiempo pasa en vano?

Antes del mediodía el pibe terminó una barrida al negocio y repasó un trapo rejilla al mostrador. Castiglión seguía mirando la ventana. La ausencia es una inapresable palabra fugadora que se asoma y nos huye. La despótica duda es dueña de la noche. Siempre. Y cada página tuya será un olvido, pibe. Las palabras jamás serán la salvación que aguardamos y por eso se repiten, repiten y repiten. Castiglión venía bajoneado y al chico del mostrador ya lo aburría copiarle el palabrerío. Sí, hay que amenazar con voltear el viento, cambiar el oriente de los ríos, reventar el globo. Repitamos la amenaza cada día aunque no logremos escapar de la red. Apenas tenemos verbos, puntos, sustantivos y comas; somos el equipo débil, pibe.


- Conseguime un taxi, nene – le pidio Silvina y agregó que antes le hiciera un café liviano. Mientras don Rosell despertaba ella andaría lejos, mostrándose ajustada y de taco alto; mujeres blandas, duras, de la noche o como sean, al fin te joden. Cuánta queja insoportable repetía ese marido y a esa altura, ella también le sonaba decadente somos débiles al pretender cambiar el destino a pura palabra, un matiz del reprimido. Silvina se preguntaba en qué hora la entusiasmó el verbo pesimista de Gustavo Castiglión; ya no disfrutaba los versos hoteleros o el furtivo arrime para quitarse las ganas. La piel reprende antes si el amor se desgaja, a dar vuelta la hoja que tanta angustia buenosaires es contagiosa; más inquietante es caminar sola por el centro y quién sabe, la ciudad es tan grande...
Lo mismo, el chaparrón obligó a Silvina a postergar el taxi y aunque desoyeron al viejito de la lupa asegurando que caería mierda del cielo, al rato la lluvia se mandó con furia. El horóscopo decía que las aguas llegarían en el signo de Leo, quinto del Zodíaco, - el gordo Müller entró empapado y puteando por quedarse sin teléfono y afirmó que si querían evitar una crisis de fé, la disposición de los astrólogos no debía alterarse de modo arbitrario. Más si llovía con tanto ahínco en Acuario, signo regente en Saturno y un cachito de Urano, puede ser un temporal bravío. Al anochecer se lo vio a Perry yéndose calle abajo flotando en su silla y Vladimiro aseguró que el tarot merecía un desagravio por haber vaticinado esa tormenta, y no así el servicio meteorológico que era un refugio de administrativos errátiles. El segundo día las bromas se gastaron y el agua descontrolada llegaba a todas las ciudades grandes, agotando en Amsterdam y París los paraguas y el calzado de goma; siempre la elegancia; un micro repleto de parejas y un altoparlante anunciando que se acaba el mundo entró al hotel del barrio para quedarse. Lo dicho por los quejosos de siempre esa vez no parecía desencaminado y se postergaron los torneos de golf, la equitación, los yates en navegación fueron auxiliados y al inundarse las quintas elegantes, recién se inquietó la gente linda que sólo anhelaban un aguacero favorable a la motonáutica y el skí acuático en el Riachuelo. Por el sexto día escasearon las provisiones y Silvina aprovechó el último resto de harina en cocinar unos panes; el gas se cortó de golpe, tres policías abandonaron el último patrullero y arrastrados por el agua recalaron en el bar, moribundos y sin pedir documentos. Subido al mostrador para acomodar el cuerpo del viejito de los clasificados que se entregó sonriendo a la justiciera precipitación fecal, don Rosell ordenó al pibe olvidar el anotador y echar al fuego las sobras de la cancha de bochas. El frío no es común si llueve rabiosamente, pero como la temperatura seguiría cayendo nutrirían la fogata con estanterías y robles heredados de la abuela. Esa noche el pastor televisivo pontificó sonriente que la tormenta fortalecería la unión familiar y se acabarán los divorcios; y ahí lo abuchearon lindo. Al ver noticiosos con árboles tronchados y récord de milímetros caídos, todos culpaban a todos por todo; el agua había perdido la magia de contemplarla cristalina tras los ventanales o de oír su murmullo durante el amor; de pronto la mierda era un embate de materia amarronada perforando el olfato y maldiciendo el aire. Al rato el mismo pastor volvió por la revancha y sermoneó tembloroso el insensato edifica su casa sobre la arena, descendió la lluvia y soplaron vientos de ímpetu en aquella casa y fue grande su ruina, aunque ninguno atendió una palabra de su aburrido renglón y al cortarse la luz definitivamente, apenas antes que cada uno entrara en su propio final, comentaron sobre si era natural que el amigo de Cacho se agarrara semejante bronca para mandar tanta mierda, y no se pusieron de acuerdo. En los barrios altos, al ser inútil ya subirse a los techos para seguir dando órdenes a cualquiera, las personas serias gritaban anatemas, imprecaciones y puteadas contra esos ladrones del Vaticano por no avisar a tiempo, mientras arreciaron los crimenes familiares por apropiarse de un salvavidas, algún neumático usado o el patito de la bañera.
De final, en la última pulmonada Vladimiro le tomó el pelo a Blanes por tanto olvido y él aseguró no tener memoria de un asunto que tapara los desfiles de modas, las cuentas bancarias, las casamatas privadas y las explicaciones. Castiglión y Müller acomodaron el cuerpo de Silvina junto a Rosell y supusieron como epílogo divertido organizar la evacuación de todos hacia la loma del Instituto. Eran sólo tres, y enseguida que el Anteojito Goméz se hundió sin decir una letra ellos dos alcanzaron el quincho, que de inmediato les cayó encima. El agua ocre resultó imbatible, soberbia, insobornable. Solidaridad y auxilio recuperaron su antiguo prestigio palabrero hasta entre los indiferentes que creían, presuntuosamente, que sabían nadar. Pero ya fue demasiado tarde.

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