lunes, 30 de agosto de 2010

LABERINTO DE GARDEL Y EL INGLESITO. Cuento.

Y fue por ahí cuando el Inglesito, que descollara por milonga en el almacén doña Rosa de Turdera, entró a desovillar sobre Gardel y su extraña muerte. Les confieso que no era fácil seguir bien la palabra en aquel hombre que al decirla ya andaría respirando en otra frase. Porque a Jorge Luis el Inglesito era un gusto verlo con sus manos sobre el mástil de la guitarra, y contarnos de Carlos Gardel, el Zorzal Criollo. Es sabido que los poetas lucen su buen decir si les parece, pero era de atender cada renglón del Inglesito, con su trémula voz y esa mirada de tornarse opaca al mencionar alguna utopía, ‘de esas que adoran los pueblos’.

- Yo creo que cualquier historia requiere cierta ficción que la humanice; ninguna estadística vale ante la imaginación y el mito, esas neblinas – pronunció en aquel bodegón oloroso a moscato y aceitunas. 'Neblinas de la imaginación y el mito', repitió elevando su mirada al techo y ensillar una mano con la otra. Y así, hamacado en su bastón o una guitarra; quíén sabe; prosiguió ‘yo creo que sin creerse lo de Sancho y don Quijote, la historia de España no tendría pies ni cabeza’.

Con su modesto ‘yo creo’ el Jorge Luis nos compartió una duda, pero siguió ubicando cada frase en su sitio como ese personaje que relatara un cuento sin recordar bien la historia pero sí las voces para decirla. Y según todos ansiaban conocer la muerte de Gardel ‘y gustar la sal nutricia de lo verdadero’, el Inglesito nos sugirió que algún párrafo de la tragedia gardeliana en junio del '35 tenía sombras de verdad, y otras ni eso..
- Las noticias divulgaron que Carlos Gardel, el artista más respetado en América del Sur, murió quemado en un accidente de aviación en Colombia, un rumor que el historiador uruguayo Wilson P.Sarnari también podía desecharse – tartamudeó casi inaudible ese payador por el Camino de las Tropas. Que además de su relato, era de disfrutar cada resuello de silencio al irse por sus túneles de recordación…

Sí, me gusta recordar aquel imprevisto de Gardel y Jorge Luis Borges, el Inglesito, que quizá aconteciera en una realidad secundaria, impenetrable, como el rostro de esos parroquianos esquivos con quien al irse a morir a Suiza, les quitara sus rituales de velorio y llanto televisivo. Que ese Jorge Luis se fuera a morir tan lejos, dejó a muchos sin la foto del último jadeo y el fúnebre despliegue del gentío, y tal vez también me hace sentir en un tiempo prestado y sin relojes, ante esa instancia donde un tal Wilson P.Sarnari hablara en Montevideo con el Inglesito, y le aflojara de una ‘Pasión y Muerte de Carlos Gardel’ difíciles de suponer. A saber: en las horas previas del Zorzal Criollo antes de abordar su vuelo en Medellín hubo una mujer que lo abordara y lo llevara con ella para siempre. Esa liviandad y otras que Wilson P.Sarnari le ilustrara, fueron algunas que Jorge Luis el Inglesito despreciara pero sin quitarle una sílaba. Lo mismo que hiciera con otros enigmas que le propusiera el prestigioso historiador uruguayo.

- También culparon de el accidente a ese mozo Lepera, amigo del cantor y continuo abrevador de Amado Nervo, - nos deslizó el Inglesito su juicio literario- que por un enredo de polleras arremetió a balazos con toda la concurrencia. No pocos afirmaron que por demostrar el buen humor argentino, al piloto lo ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión, más otros pergeños de involucrar a Gardel en un folletín de entrecasa. Pero nadie portador de un secreto resiste siempre; toda verdad clandestina es insoportable y al fin confesará…

Por ahí el Inglesito nos advirtió que hubo otras ideas que le confiara cansinamente el historiador Wilson P.Sarnari, quien luego de escucharle sus milongas que eran leyenda, le daría más relaciones de ´La Verdadera Muerte de Gardel´. Como que antes del accidente el cantor popular charlara solamente con él; Sarnari y Gardel sólo a sólo hablando de cuánto desborda al hombre la adulación ajena, esa despótica imposición del absurdo. Y el Inglesito hasta se jactaría aguantarse a pie firme el parlamento del estudioso uruguayo sobre un Gardel entristecido, desolada marioneta sin magia o gardeleo vagando en algún turbio callejón del olvido.

- Carlos Gardel, artista virtuoso malversado igual que un partiquino por tantos imitadores con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango. Porque Gardel supo retirarse a tiempo; y era tan anticipada su memoria que alcanzó a confiarle a Wilson P.Sarnari su temor por el eco de su voz luego que él debiera quemarse en Medellín. ‘Tengo miedo Sarnari que hagan de mí un muñeco publicitario. ¡Qué vergüenza!’ – y temería el Morocho del Abasto que su inflexión arrabalera en la voz la deformara algún atorrante que nunca falta; le recitó unos titulares de prensa infame anunciando actuaciones en Quito y Bogotá, ya arruinado por el incendio, - o ‘ircerdio’- pero aclamado al entonar su primera estrofa. Los ‘periodistas’ calcularían sus hembras, los equívocos de su entrepierna y el suicidio de una millonaria madre de algún hijo suyo. Que cantaría como él pero un poco diferente...

- Mucha imbecilidad fue glosada por los perpetuos nocheros – supo reiterar el historiador uruguayo Wilson P.Sarnari antes de predecir que a Gardel lo deformarían los congeladores del arte. ‘Nadie cantará como el paradigmático Gardel, pontificarán os mediocres’, y se disculpó Sarnari por ‘paradigmático’, una palabra desechable igual al decir de Enrico Caruso ‘Gardel tenía una lágrima en la voz’, esa ambigua alabanza de italiano.

Acaso por ahí Jorge Luis, el Inglesito, aflojó los labios y sin llegar a la sonrisa prosiguió con lo escuchado esa noche en Montevideo sobre un Carlos Gardel que jamás abordó ningún avión y seguiría de lustroso smoking, de chambergo inclinado, moñito a pintas o su imperdonable atuendo de gaucho palaciego, pero siempre Gardel cantando y sonriendo por más que lucraran con su gloria los negociantes de un ‘Gardel, producto terminado’. Él nada menos, El Gran Modernizador, ¿podría ser un cómico en el tablado de la costanera, o recluido en un loquero o apedreado por imbéciles de una barra futbolera? Por favor, ni en broma. .

- Una noche lejos de mi patria Argentina, le escuché a Gardel cantar un deleznable tango que nunca apreciaría – dijo el Inglesito. y al oirlo reviví cierta calle de Palermo con una madreselva trepando a una tapia. Y lloré un llanto dictado por la voz compadre de Gardel y acaso, porque lo popular es un secreto en los pueblos, ¿no les parece? – y nos preguntó el Inglesito si se puede pensar en un Gardel arrumbado en un geriátrico depósito de viejos ensayando frente al espejo su sonrisa luminosa, ignorado por los demás ancianos derruidos que también se mean encima. Y según Sarnari, el Zorzal quizá sea otro cuerpo sin retorno de esa tumba previa y cada tanto entona ‘tal vez una noche me encane la muerte, y chau Buenos Aires no te vuelvo a ver’, hasta que llega un enfermero y lo calla de un sopapo. Pero confundir a Carlitos con bufón de discoteca es algo imperdonable.
Alguien interrumpió con voz chillona y Jorge Luis el Inglesito, antes o después de morirse en Ginebra, no interesa, se hamacó en su bastón o guitarra y sonrió al escuchar ‘no crean tanta zoncera, señores. En ese día de 1935 nadie pudo subir a Carlitos en un aeroplano que ni levantaría vuelo, porque el Morocho no era ningún gil.
- Y sí, no es mala idea. Jamás existiría un Gardel sin poesía de eternidad - concluyó el payador por milongas en aquel bodegón de Turdera. O en el lugar y hora que se prefiera.
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