miércoles, 18 de junio de 2014

Y de pronto únicamente un cuerpo. Cuento.

Y de pronto únicamente un cuerpo.    

                            Cuento de  Eduardo Pérsico.

 y ambos se buscaran en ese lacio y recóndito volver hacia uno mismo. 
     Bajo un sol de verano la mujer ordenaba el tránsito en la esquina más céntrica de Buenos Aires. De blusa blanca sin mangas, ceñida falda azul y  subiendo y bajando de vereda a calzada, oyó una frase al oído. Quizá  pensara ‘qué descaro’ y en el siguiente cruce de personas un muchacho de piel tostada y camisa abierta la abordaría de frente. Ella movió una mano en responderle y en cuadros siguientes ambos rodearían una negociación de trance tenso… Demorado hasta rumbear a un edificio de la misma vereda.
      Quizá a ella la impulsara alguna inconfesable fantasía en tanto subían a una oficina del primer piso, - ámbito con tenue luz sobre un escritorio- y  ni imaginara comentar un juego por el cual su marido la mataría. En tanto el muchacho sin dejar de besarla tiernamente la llevara hacia un territorio de nalgas descubiertas y a ese instante sin reservas donde el deseo dispone los precisos lugares. Más y esto tal vez quién lo sabe, ambos a un tiempo ansiaran ser amados una vez en la vida, siendo únicamente un cuerpo con una boca mutua y en un gemido único. Lacio y recóndito volver hacia uno mismo.
      Al separarse no se dijeron nada. El muchacho ausentado en la silla y la inspectora presurosa en volver al trabajo, jamás imaginaran aquel encuentro guiado cada uno por sus duendes ocultos. Y hasta algún  fantasioso de un celestial designio podría suponer que fieles a su estilo, en ese instante el muy canchero diablo guiñara un ojo y dios, enarcando las cejas, ocultara en silencio cierta cordial sonrisa. (jun..014)   __________________________________________________________
   Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.



jueves, 5 de junio de 2014

Cuando la esposa de Perón nos visitara. Cuento.



Cuando la esposa de Perón nos visitara. 

Cuento
                                                                                 
                                                               Por Eduardo Pérsico
                       
…y la señorita Dora luego nos diría que la señora Eva Perón era muy inteligente.                                                                                                        
   
       De cuando pibe recuerdo la llegada de Perón en el ’45 y que en 1948 Evita, su mujer, visitara mi barrio y también que ella muriera el sábado 26 de julio de 1952 a las veinte y veinticinco y esa noche no hubo música ni en las fiestas familiares.   Provocando que más de uno protestara en el café y el ‘recontra republicano’ gallego  nos rajara de su negocio ‘afuera manga de pendejos que esto es muy serio’. Así que todos lo entendimos bien calladitos y Julián ofreció ir a tomar mate a su casa porque los viejos no estaban, allá fuimos.

      Al principio nos aburrimos de tanto repetirnos LRA Radio del Estado ‘ha muerto la señora María Eva Duarte de Perón, Jefa Espiritual de la Nación’, y entre nosotros alguno diría  ‘se sabía, estaba muy enferma’. Además de hablar del asunto sin notarlo sin que ninguno supiera que al morir Evita un par de horas antes,  las obreras de las textiles o las fosforeras de Avellaneda lloraban lágrimas en serio porque ‘la señora del Presidente las había hecho respetar’. Algo que horrorizaba a quienes la nombrarían ‘esa mujer’, ‘la puta esa’ o ‘la mujer del látigo’ y hasta celebrando  en alguna pared ‘Viva el Cáncer’. Algo que nos ilustraría años más tarde para entender porqué contra esa mujer de treinta y tres años y casada con el presidente Perón,  la ‘clase alta argentina’ depositara su odio más persistente hasta entonces...  
     
       Así que de manera imprevista en una noche de sábado,  la música sacra resonaría junto a los dados por los rincones de un absoluto casino sin ajenidad ni diferencia entre peronistas y ‘contreras’. En tanto muchos pero muchos ya iban rumbo al velatorio otros jugaban por guita a lo que fuera y a medianoche pocos se preguntarían si Evita era más peronista que Perón o esas cuestiones, ya instalado el ‘gran escolaso en todo el país’ como se lo llamara.          
       
      También por 1948 yo completé el colegio primario y vi bien de cerca a la señora María Eva Duarte de Perón en el ya nombrado Club Ferroviario. Ese que fuera el exclusivo club del personal jerárquico del ferrocarril inglés en Escalada, donde por las tardes unas señoras de pollerita blanca porfiaban en embocar la bocha entre unos alambres y por la noche en ese mismo campo de juego, entrenaban los del rugby que nosotros no sabíamos cómo no se agarraban a piñas a cada rato. Y al nacionalizarse el ferrocarril fuimos a ese club vestidos de guardapolvo blanco los quinto y sexto grado de mujeres y de varones para ver a la señora Eva Duarte de Perón, que nos recordaría que ya los ferrocarriles eran nuestros y que ese lugar no sería más de los ingleses y se llamaría Club Ferroviario; además que ahí nosotros jugaríamos al fútbol. Era el mes de noviembre de 1948 y los alumnos más grandes de mi escuela estuvimos de pie frente a Evita; que la reimagino como luego supe que ella fuera. Delgada y de una piel transparente, sobre ese tablado un metro sobre nosotros y al otro día los grandes comentarían que el maestro del quinto varones y el portero Germán hablaron mucho de sus piernas. Y la señorita Dora, del sexto  mujeres que la acompañara desde que llegara a Escalada nos diría que charlando con ella la señora Evita demostraba ser muy inteligente. Dos condiciones que más tarde yo calculé imperdonables para quienes la nombraban ‘la yegua esa’.   

      Al irnos luego de renombrar al Club que bien pronto alguien convirtiera en Club Ferroviario Presidente Perón, nos dieron un sánguche y al cruzar sobre unos tablones la avenida que estaban recontruyendo, una amiga de mi vieja me recordó ‘decile a tu mamá Angela que Evita usa unas medias de vidrio que valen un dineral’. Algo que no recuerdo si le  informé a mi vieja pero sí que esa vez no hubo bombos ni cornetas y al irnos vimos a muchos hombres subir a un camión para ir a otro festejo. Ya de grande me preguntaría porqué  todos esas personas tan sensibles a la liberación del obrero ante el patrón y de vivar a los gritos la nacionalización de la flota, los ferrocarriles y los aviones, fueron los anteriores de otras que luego actuaran tan diferentes. Digamos, ‘seguidores’ que años más tarde y en nombre de iguales símbolos con Evita incluída,  por los años noventa festejaran vender los teléfonos, el petróleo y hasta los adoquines.   
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina. (jun.014).