martes, 21 de diciembre de 2010

Un ideario constante y su procaz libreto. Opinión.


                   

                        …los sectores más reaccionarios a una posible movilidad social en Argentina aguardan cualquier flaqueza institucional, para arremeter y tumbar al gobierno                     


                                   Por Eduardo Pérsico. 

        Más que en ninguna clase social, en los sectores más altos de la escala es donde sus miembros más se ven obligados a un comportamiento colectivo. Algo que a primera vista parece contrariar a quienes, - férreos defensores de la libertad de elección individual en el discurso- están más vinculados entre sí hacia un objetivo común: la preponderancia de ese grupo sobre el resto de la sociedad toda. Dentro del mismo espíritu corporativo queda entramada la concepción clasista por sobre la conducta individual, y sin notarlo el rol consiste en permanecer en lo más profundo de esa integración. Una expresión clasista hasta llegar esta revalorización de la mujer como género, algo que puede cambiar el comportamiento del conjunto, en la clase ‘alta’  Argentina las relaciones sociales son la herencia que sostiene la cohesión social del privilegio y hoy día, de quienes presionan contra la movilidad del resto de la sociedad. Sin hablar de un serio ideario de clases, los ramplones libretos xenófobos, segregacionistas y baratos que recitan ‘ellos’ los mantiene en el ‘nosotros’, tozudos en darle reglas generales a un mundo que desconocen. Vale recordar que al sancionarse el voto femenino en Argentina y aplicarlo el gobierno peronista por 1950 por el fuerte impulso que a esa ley diera Eva Perón, la reconocida feminista Victoria Ocampo, figura señera de la oligarquía argentina que ya venía bregando por lo mismo, se opuso a ella ‘porque se trataba de una maniobra electoralista’. Un discurrir sectorial a ras del piso que suelen mostrar esos ‘nosotros’ que se sienten únicos en el mundo,  y a quienes si la realidad les demuestra una movilidad social que desprecian,  más la desprecian si no le atribuyen a ellos su eficacia. Chicos caprichosos, digamos. 

     Estos y otros rictus o cosmovisión de poder convence a ‘ellos’ de ser referentes de todo y así actúan. Aunque pierdan el manejo administrativo del gobierno no dejan de gestionar su posición mandante y hasta suponen que nadie lleva la cuenta de sus atrocidades ni conoce su actuación según clase dominante contra las mayorías desde nuestra fundación como país. Y  aunque retórico vale decir que los agroexportadores dueños de la tierra, por siempre vinculados a los intereses financieros internacionales, evasores impositivos y blanquedores de fortunas en paraísos fiscales, desde nuestro inicio como país estuvieron contra una igualitaria y responsable organización nacional. ‘Ante los señores de la tierra jamás se pudo’ suena  a certeza vergonzante y al caer el Irigoyenismo en 1930 como el Peronismo en 1955, - dos gobiernos electos con vocación progresista pero que ni amagaron una reforma agraria en esta geografía ‘castigada por la inmensidad’- esa clase alta se consolidó intacta y fortificada. Y al retornar ellos al poder fáctico y desembozado, se exhibieron discriminadores y feudales y aunque sin incidencia de los industriales también ricos pero menos primarios en las relaciones de capital y trabajo, ‘ellos’ persiguieron toda idea de organización laboral ya obtenida o creciente. De golpe la movilización sindical pasó a ser un delito penal y sin escándalo ni rubor ratificaron la enseñanza católica en una demostración lindante con la irracionalidad en un país más que afortunado por las variadas corrientes culturales que lo habitan. Pero claro, para ese medievalismo anormal actuaron ‘ellos’ y sus confesores frente al resto, ‘tan ignorable, pobres’, aunque el vaciamiento de creyentes en la misa y la disposición a nuevas maneras de la convivencia como abortos, matrimonios igualitarios y demás, el aporte divino ya acerca menos el cielo a los señores de la tierra.          

       Así en esta última quincena del año 2010 dentro y alrededor de la ciudad de Buenos Aires hubo varias ocupaciones ilegales de lugares públicos por gente que reclama su vivienda propia. Algo extemporáneo al agregarse no pocos inmigrantes de países limítrofes a la intrusión, donde fueron censadas varios miles de personas necesitadas y varios elementos sospechosos en un predio que debía cuidar el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, opuesto al central. Sin violencia la autoridad nacional los desalojó pero el clima de inseguridad pública quedó instalado y acicateado por los medios de comunicación y el desenfreno del gobierno opositor de la ciudad de Buenos Aires. Para desalojar a todos se lucieron algunos ‘barrabravas’ del desorden y el choque pagados nadie sabe cómo, pero los ocupantes en su mayoría eran familias de indigentes verdaderos y no hubo violencias mayores. Algo que la paleolítica derecha política del país no absorbió del todo al insistir en expulsar por la fuerza para luego, según hábito y costumbre, cargarle el precio político al enemigo de turno y en este caso, exigirle al gobierno constitucional evacuar la ocupación por la fuerza y capitalizar luego a su favor el costo político de la represión con armas de fuego. Un límite que Cristina Kirchner se niega a cruzar en esta instancia en que los monopolios  comunicadores del país en acuerdo con la derecha autóctona y perpetua, critican el Estado Ausente ante la inseguridad en una batalla más con el gobierno nacional que abarca también la nueva ley de comunicación audiovisual. Es sabido que los sectores más reaccionarios a una posible movilidad social en Argentina aguardan cualquier flaqueza institucional para arremeter y tumbar al gobierno actual, antes de llegar a una nueva elección de la presidente en octubre del 2011. Detrás de este manifiesto embate golpista no existe más que desactivar algo de lo actuado por esta administración contra sus intereses,  y de un golpe palaciego volver atrás no sólo lo sancionado en el rubro comunicaciones, sino también en los controles de las exportaciones, la posible averiguación de los dineros lavados en el exterior y otros avatares que inquietan a los dueños del Poder. Lo siguiente como la enumeración y antecedentes de actores, protagonistas y figurones secundarios puede esperar, en tanto sabemos que aunque cada  nombre resuene diferente todos ellos provienen de los mismos ‘nosotros’ sin idearios pero con esos libretos repetidos y siniestros que tanto hemos escuchado. dic.2010

domingo, 19 de diciembre de 2010

Renglones sin orden ni elección, 2010. Cuentos, poemas y...


                                                               
         

… y el olvido no siga en libertad.

           
         Toda estación de trenes duplica los silencios. Los rostros se pierden tras la lluvia y solo, doblemente solo al filo de la tarde, el escriba fatiga de ida y vuelta alguna frase: ‘cada pájaro del atardecer descarga la penumbra por los techos del mundo’ un poco lo consuela. Si al fin en cualquier soledad compadre a la nostalgia, bien nos puede aparecer un rostro lengua afuera, esa pena de burlar hacia uno mismo tan útil al olvido. Y tal vez por lo mismo, igual al deleitoso licor de un buen recuerdo el más tenaz  renglón de la memoria debe ser repetido del principio al cansancio, en el insomne combatir contra el olvido. El romántico juego por calles de nostalgia puede ser desmemoria, y no valen ventanas con mujer de enigmáticos ojos, si eso hace que el olvido nos derrote por siempre.

           Menos literatura señoras y señores; es de ley convocarle voces al silencio y  amotinar nuestro ayer frente a nosotros. La juventud perdida es siempre imaginaria, una sombra de tango lloviznoso en renglones que vuelven sin descanso, pero no le demos más tiempo ni un resquicio a que la historia cierta nos burle con tanta libertad. No hay medio paso atrás con el pasado, si transcurren más horas volverán nuestros sueños a ser flores de trapo o el lagrimear silencio por la derrota que nos clavó las uñas. Si nadie enjugó en  misas ser violada a destajo, es vano traficar con la tortura a nuestros muertos. Ya es tiempo de archivar tanta oración sabida si hay verdades con peso que aguardan pronunciarse. La historia habrá de mejorar si la ayudamos quitándole la amnesia y el silencio Ya lo hemos aprendido: el olvido en los pueblos es un fusil taimado de celoso gatillo que se dispara solo, y hay que estar muy atento para evitar suicidios.

          Siguió un rato el escriba borroneando ida y vuelta y según siempre ocurre, creyó haber escrito antes esos mismos renglones.             
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Todavía

No todos los instantes ya pasaron
y aún esperan tenaces,
imprevistos, furtivos.
Ocultos en la lluvia que enjuaga la ventana,
o en la invicta añoranza que irrumpe cada tanto.
Si algo ya nos dejó camino arriba.

Los momentos, parece,
no sólo son ayer de gorriones quebrando
el aire transparente de una tarde lejana.
Ni el sol recalentando la sangre adolescente.

Tal vez cada futuro es también una ausencia.
Sin el dulce regusto de niñez y nostalgia,
pudo ser un posible que no llegó a destino.

Sin aguardo de magia o resplandores
cada fugacidad es un acaso.
Muy íntimo y final. Sueño y milagro.
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Revancha de tus ojos

Cuento



                            El amor sólo existe con alegría y coger riendo es revolucionario. 
                No es divertido repasar fotos viejas sin la imbatible mirada de Maite.  Las mujeres presienten cualquier cámara cercana, es posible, pero en aquel recaliente verano cubano de Cárdenas en ninguna toma logré atrapar sus ojos. En estas sin ella todavía, en el mercado de los españoles dos siglos antes y ‘testimonio colonial’, a ese pibe diciendo ‘no hay cerveza en el pueblo’ le cacé preciso el gesto. En las del dominó jugado en la vereda se salvan el gordo de pañuelo en la cabeza, el viejo de los dientes marrones y la camisa con arabescos del vendedor de guarapo. Y aquí ya aparece Angel de pelo sujeto en la nuca diciendo ‘por cinco dólares verá el pueblo desde mi carro, y al pasar llevamos a la señora’. Así que ella, Maite, viajó como distraída bajo la capota de hule negro y recién nos habló al bajar. ‘Angel, dile al argentino como se vive en Cuba’, y dejarme su mirada sin retorno.
      Pedí las riendas para compadrear ‘yunta oscura trotando en la noche, latigazo de alarde, sobón´, y Angel capturó mi remedo de Homero Manzi. La antigua estación de trenes más la  viejita cruzando en bicicleta y el rebote de sol sobre la boya de la plazoleta, las enfoqué yo.
- Esta boya es símbolo de Cárdenas. La trajo el mar en el huracán del veinte – decía  Angel su afecto cardenalense y qué bien entraron estos chicos saludando. Ya se sabe, un pibe sonriendo salva al peor fotógrafo.   
- … el enemigo nos pega con el consumo- venía recitando Angel y yo queriendo saber qué podía untarme en las quemaduras. Y aquí Maite, negra de mi corazón; refulgen sus piernas y esta otra, saliendo de la Telefónica. La falda corta apaga desde la canchereada reputona de pelo revuelto y la boca entreabierta del acecho. No entraron bien sus ojos, no sé. En esta de su habitación perdí la luz pero el sombrero contra su nuca salva todo  defecto porque sí señores; sin versos del Nicolás Guillén, palmeras agitadas o páginas de Carpentier volando al viento, ella es Maite. Hembra de cintura exacta más el resto, y su risa forzando al planeta seguir sin remordimiento.
                    Aquí tampoco acerté; apremiados por aquella primera siesta desnudos de repente y botes a la deriva del amor. Qué pena no iluminar los ojos de aquel trémolo oscuro, absoluta mujer a la que silencié decirle cuánto me gustaba    .   
- Yo no acostumbro a esto – sonrió al destrabarle el corpiño.
- Y yo tampoco – y nos ahogamos de risa .
- Con una piel así, mi tatarabuela se ocultaba en la selva – se sentía novedosa ante el resplandor de un amor diferente y al adherirnos otra vez ya el olvido no sería tan fácil. Así que atraparía su vida y aquel pueblo foto a foto, o que Angel repitiera cuando Fidel lo convocó y él había entrado al monte con un compadre, ‘uno que luego fusilaron por esa vaina de la droga’. Pero luego del imprevisto ‘nos descuidamos y estoy preocupada; sería un problema’, de Maite, me atropelló nuestra ‘nostalgia buenosaires’ y ni acerté  una palabra que sirviera. .
        Acá con su vestido bordado para lucir sus  piernas; ‘herencia de mi abuela, arma secreta’, y unas cuantas de mi cumpleaños; velas, langosta y Angel con su mujer.   ¿Dónde quedó la camisa china que me regalaron? Esta desborda su alegría aunque sus ojos siguen sin buen enfoque; tal vez no fueran tan oscuros ‘sus ojos de azúcar quemada’ que yo tanto besara en la última tarde. Al irnos de la ducha su sonrisa ya no era y subida a mis pies nos llenamos la mirada de última vez.    
- Esto de robarnos los ojos será nuestro secreto. Creencia yoruba – pretendió reírse cuando lloviznaba la tristeza y el toallón secó lágrimas sobre mi pecho y su piel de hada negra. Mis visiones volvieron a nublarse y sin cojones para gritar ‘te quiero’ me escapé por esta celebración de la amargura, siempre a mano.
       Angel me ayudó a meditar la lluvia sobre el mar y vaciar una botella de Legendario, repitiendo ‘el ron calma bien los males si la vida es así, compadre’, y el matungo nos caminó el regreso sin desvelarnos. El bruma despintaba un mural del Che Guevara y  Angel por ahí me habló de frente: ‘Maite es una jeva muy mujer y tú le llegaste más que al alma, hermano’. Y le contesté ‘ya volveré a buscarla, te lo juro’, una tangueada pura frase.
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Momento Irrepetible. 

Del silencio a la sombra la luz teje su trama
prolija, minuciosa, sin dejar una hilacha. 
A bullicio los pibes van cubriendo la escena
y al abrirse la escuela, ya entonces entra el día.

Convención de torcazas, vaivenes, revoleos
y atávico misterio a perderse lejano.  
Cada instante protege su perfil más oculto, 
con ecos y sonidos de rumor callejero. 

El momento es flamante,
único, recién hecho,
con cielo más opaco y verdor melancólico.

Ahí cruza la vecina que ni siquiera mira
y ya se desmelenan las ansias por el barrio. 
Eso sí que es la vida, no jodamos.

Sin respuesta probable me abruma el universo 
y hoy quizá necesite imaginarme dioses
que certeros acierten tanto enigma y mis ojos.
Pero ninguno de ellos, aún, me ha convocado.

Nuestro último café.

Hay bares tan opacos que ni siquiera muestran,
el brillo de unos ojos al decir sin reflejos
‘dejamos de querernos, los dos bien lo sabemos’.

En la misma mirada juntamos las palabras,
las tardes en el cuarto, los ardientes desnudos,
 y sin la menor huella de la emoción que fuimos,
dejamos los ‘te quiero’ del lado del silencio.

Sin ecos ni rencor, simplemente pasado
salimos a la calle.
Y apenas nos dejamos una misma sonrisa,
cada cual por su lado.

Cuando llega el adiós por esas cosas,
no es bueno esperarlo en Buenos Aires.
Que en otoño y te extraño,
tiene este modo tan cruel con el olvido.

                                   ALICIA  PLANCHA  SU PAÑUELO.

                                                Sólo algo no existe; es el olvido. Jorge Luis Borges.
         Tal vez fuera la Madre Superiora quien dijera ´las alumnas reclaman por el gusto de hacerlo’, y en aquel atardecer de víspera increíble Daniela quince años. Ayer nadie la vio, mejor es no hablar de cosas tristes, o ’por algo será’; pero ella no aparece y en herencia de sueño que mantienen las hembras, la cepa de la espera les crece cada hora. Y a viento atravesado o en el mar más profundo, ninguna madre olvida ni un minuto su cría...
        Así que pronto anduvo Alicia por la Plaza de Mayo y de blanco pañuelo en la cabeza, junto  a otras apretada del brazo afirmando el mandato de la sangre. En ellas no valen cobardías ni palabras menores y recorren la Plaza sin el mínimo rezo, contrariando amenazas milicas o la cobarde frase ’yo no me meto en nada’. '¿Qué quieren esas locas desvelando a la gente que desconoce culpas?' - aullaron los 'valientes diarios de la patria' y otros palabreríos anunciando que nada sucediera. Pero, ¿hijos de quienes fueron los muchachos sin rastro tras letales pinchazos y tirados al río?
       Daniela no aparece y ni recuerda Alicia cómo aprendió a llorar en tono bajo sin inquietar los ruidos de la calle. Alguien se ha detenido pero sigue en la noche, el resonar de un timbre solamente es deseo y los autos que pasan se llevan la noticia, en tanto para Alicia no es verdad ese sueño de monstruos asesinos y sellados cuarteles.
      No regresa Daniela y Alicia carga entero su fusil de recuerdo. Con proyectil de tiempo ella orienta su búsqueda, si nada más que el aire con su manera antigua puede contar la historia sin rendirse un instante. Y a pesar de todos los pesares Alicia imagina a cada rato el rostro de quien robó a su hija; y lo trae de ida y vuelta con la furiosa pena de no olvidarlo nunca. Porque al fin, distraído en menesteres del cielo y esas cosas anduvo dios por esos días, sordo ajeno al minuto cuando Daniela quince años, de los pelos y en andas entre voces de mando y brutal reglamento, derrumbada en un piso de orín y violaciones. Y ha de seguir Alicia requiriendo a quién confió dios conducir la manada...
     Pero cada pregunta clavándose las uñas ha sido derrotada de tanto preguntarse. ¿Quién dispuso que Daniela quince años no volviera a decirle que unos tipos de anteojos apagados por cumplir unas órdenes bestiales, la arrastraron y luego lo demás igual de miserable? Hoy Daniela no está y Alicia plancha su pañuelo. Ya vuelta de los años sin consuelo anda su pena visceral contra las voces muertas de los comunicados. ’Señoras, investigaremos hasta las últimas consecuencias’ y otras jaranas que tanto han divertido a tipos de uniforme y de sotana. Pero Alicia pervive, ya sabe quién amenazara ’las alumnas no deben reclamar ni sonreír a destiempo’, infamia que también le duele cada hora. Y el nombre de pretores de astrales intereses al ordenar ’ni una sonrisa adolescente puede quitar al rezo de su sitio’; y más tarde Daniela aullara en medio del tormento.
      Han de seguir el sol clareando grises y el perfil del jazmín bajo la lluvia; nadie esquiva el fusil de la memoria aunque cambie su aspecto cada día. Sólo algo no existe, es el olvido, y el aire prosigue su relato si Alicia plancha el pañuelo que llevará a la Plaza.

Pasajeros del mismo viaje.

Cuento


Dos hombres repitieron durante años sus viajes en el mismo tren,  con salidas seis en punto y llegadas seis y quince a Constitución. Quien ya venía sentado leyendo era un empleado de Tribunales conocido por jueces y secretarios, que sonreía para sí al ver en el diario algo que trabajara en su escritorio. El otro, que suponía ‘este viene desde Temperley, tan cómodo’, viajaba de pie sobre el pasillo y era el padre de Jorgito; un pelo corto que por la tarde  tecleaba escalas en el piano, aún lejos de Bach y de Clementi.  El de viajar sentado pensaría que el mismo horario los igualaba ante las arengas del ministro de economía, ocultas amenazas oficiales y paros sorpresivos que engrosaban la charla de cada cual en su trabajo. Palabrerío donde después de ‘todos los días una huelga, qué barbaridad’ llegaba el irrisorio ‘este país  necesita alguien que mande’; aquel  aliento a comunicados militares, recomendaciones de uniforme con fuerza de ley y la bendición de dios para proteger la patria. Y cuando el calor renacía el yuyal entre las vías, ellos dos no se cruzaban en tanto sus vacaciones no coincidían. 

       Por los años setenta Jorgito, que ya era Jorge, consiguió trabajo como pianista y aquel verano sus padres se lucieron diciendo ‘sí, anda por la costa haciendo baladas, rock y esas cosas. Le va muy bien’. Y al retornar en otoño usando barba y un lenguaje enrevesado, ‘este Jorgito’ los preocupó. De pronto entre armonías de Bela Bartok y desenfados del Jazz Quartet, se trenzaría con sus nuevos amigos en descifrar el compromiso social del canto y si la música era el arte de apasionar la política. O cosas así. 

       Los dos pasajeros imaginarían al otro; trabajos, mujer, hijos; y también los acompasaba la idea sigilosa de la jubilación. Cierta vez hasta compartieron un asiento sin hablarse, pero de tanto Lanús a las seis y en quince minutos terminal Constitución, irían opacando trajes y corbatas y sospecharan los arpegios de lluvia tras el vidrio. Eso sí, sin dejar de apreciar a las muchachas volviendo del verano piel caoba, aquel tren  a tren tiempo a tiempo les cambiaría el   paisaje sin notarlo.

       Jorge sin más noticias se fue convirtiendo en un sollozo perpetuo de su madre, ‘dios quiera que por la música haya viajado lejos’, al tiempo que el empleado de Tribunales iría sabiendo de invisibles tratantes en negociar hijos de personas asesinadas. Desaparecidas. Y tantos ‘vaya uno a saber’ farfullados en pasillos y mingitorios del Palacio de la Justicia.  Igual, por los noticiosos litigarían generales contra brigadieres por más incienso en la iglesia, sin confesar el sitio de ningún oculto cementerio.  

Y pasados ya más de veinte años, cierta vez entrando a la terminal algún muchacho revoleó unos volantes y saltó a correr por el andén. Mirándose a ráfagas ambos leyeron algo del hambre y el gobierno usurpador y al bajar del tren,  quizá elevaran las cejas conviniendo. .    
- ¿Qué le parece si tomamos un café? – dijo uno sintiendo continuar un diálogo anterior.  
- Por supuesto. Después de tanto, ¿quién nos puede reclamar por llegar tarde? (abril 2010)





PREGUNTAS SIN OLVIDO.

                      
¿Dónde estarás, amor? Ni han devuelto tu nombre.
Aquel que tan breve parecía, íntimo, diminuto
al desnudarte silabeando tu nombre.

¿Es que aún tu aliento tibio sobrevuela
 el aire de una cárcel feroz y sin ventanas?

¿Y tu ojos, amor?

¿Siguen siendo tan grises absortos y redondos, 
tus ojos de encontrarnos decayendo la tarde? 
¿Esos dos brillos ansiosos de la vida
en calles fervorosas de canciones y pájaros?

Y también por tu ojos de mirarse en los míos 
Cruzarían los ultrajes de uniformes y absurdo. 
Con niños sollozantes robados en la noche   
y la pérfida mueca de banqueros y curas.

¿Dónde estarás amor?
¿No mantiene tu cuerpo el calor de una mano,
ni a tu piel la desvela un beso tembloroso?  

¿Y tu voz, amor mío?
¿Me nombró aquel minuto
 al sentirte arrastrada  y la gente impasible,
siguiendo su camino?

¿No me has llamado ni siquiera esa noche
 Sometida y violada por las fieras?
¿O mi nombre fue olvido   
  en la infamia constante de tu muerte? 

¿Más tanto nos quisimos, amor,
que callaste mi nombre?  (julio 2010)
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GUARACHA AL CORAZÓN.

                          Cuento.

          Esta noche en el Queens cantará Paquito, Rey de la Salsa, se alegra Juana y contonea ante el espejo sus rotundas tetas tucutum tum tum, y rebusca la ropa de atender en su ‘apartament’ diminuto pero en New York, que no era poco. Y en aquello de aguardar a un cliente; admirador amigo; calza sus medias negras, corpiño de sólo encaje y jubón de satén que permitiera ver y calentante, tacones sin pulsera de quitar fácil y bailar descalza que así es el juego. Y en meneadora soledad de pelearle al duro frío  de invierno se alista la Juana a puro tucutum tum tum de cuerpo entero, que tan bien  luce.

           Buen fin de semana se le ofrece; quizá caiga nieve en la ciudad y ella se apresta en atender al viejo Robert, infaltable si ya anunció caballeroso que vendría y él, espectador dos veces por semana de su guaracha calentona, es de cumplir horario y paga por contemplar a pleno su cuerpo categórico. Eso que se mira y no se toca disfruta el Robert, sólo desnudez cien dólares cada martes y viernes, que por más yanki ingenuo y frío según dicen de los yankis, a él le alegra el alma el tucutum tum tum de la guarachera Juana. Y hombre maduro exhausto de lengua afuera al subir los cuatro pisos, cuelga su chaqueta en el asta de una silla y  vuelca sobre la cama desbrozando bragueta en un ejercicio ejercitado. Para fingir mirar el techo, que ya la Juana se pegó el enjuague de axilas propio a mexicana de sudor caliente y principia el ritual de calentura. ‘Y mira chico’ le dice en español y acerca y retira según le enseñara su abuela la putanga.

           Juana se contonea a racha en lentitud, entorna los ojos porque su fantasía sirve en la ceremonia, y bien recuerda que anoche tanto la complacieron con las adulaciones en ‘El Patio’, donde de nuevo actuará el Paquito y a ella la endulza esa compatriotidad latina donde saben que ‘la Juana es hembra modelo de la publicidad’, y que su inglés hasta suena neoyorkino. Si para ella veinte es ‘tuani’ y ciudad se dice ‘cery’; aunque no logre su legal documento, a pesar de ser hembra afilada por muchos que cada noche convierten su trago en imperioso semen que le darían a ella, cada minuto más hermosa según los tragos de madrugada. Aunque sepan que a nadie le vale la corajeada latina  ni pasarse de manos con la Juana.

         Y ya vamos mi veterano Robert quietecito a recuperar resuello y fingir mirar el cielorraso que la Juana ya tucutum tum tum bien cerquita y limitado atuendo hace lo suyo. Proscenio de cuatro paredes y dos espejos más esa cama que con Robert nunca usara, meta y dale tucutum tum  mimbreando su lenta guaracha con el saliente  culo juvenil  que contoneado es infalible. Y Juana tan sabedora se apoya de revés en una silla y al elevar de cóncavo despliegue su trasero  la va luego de piernas largas a favor de oscuras transparencia. Y vaya de a poco tembleque tucutum tum tum con sus soberbias tetas ‘que la candela le baja de los hombros a esta niña’, se decía su abuela al entrenarla.

Ella, íntegro fetiche exclusivo para el bueno de Robert y venga Juana humedeciendo su boca coloreada por Dios para la eterna tarea de calentar a un macho; eso, que el hacerse mirar es oficio del cielo y mientras sudan obreras malpagadas o sirvientas a miserable precio, lo de Juana es virtud de hembra elegida. Codiciada al demostrar en tumbeos de guaracha tucutum tum tum, que nadie aprende en la primer encamada y cada oficio requiere requiere darle tiempo. ¿Y qué nombre daría Juana a ese hombre que la mira queriendo dormirse y amanecer con ella entre los brazos? Pero a no distraerse en aquello de ir perdiendo su poca ropa en danza lenta, prenda a prenda quitando breteles que la embretan, muévete pez perca percanta desbrozando escamas del misterio que le enciende calenturas a cualquiera con sólo imaginarte, Juana. Así que sigue bailando que en horitas ha de llegar la noche ya la verá el Paquito, Rey de la Salsa, que también prometió documentarla y jamás pudo, se dice al soltar al aire su corpiño y el viejo Robert en la cama de mirada fija y un hilito de baba, en tanto le guarachaba tucutum tum tum recibiendo la visitación de los caprichos compadres. Pero con todo, no es fácil entibiar el Village a puro contoneo.

- Siento frío, Robert. – cortó Juana su danza a pelvis descubierta y al vestirse descubrió una mano crispada del hombre en la camisa. Su guaracha tucutúm tum tum hizo lo suyo pero el buen Robert,  inmóvil, era un yanki correcto de no fingir caerse muerto en un cuarto piso sin ascensor.Y cuánta complicación Juana, justo un viernes que podría nevar en New York y por ahí actuaría Paquito, Rey de la Salsa.
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APARICIÓN DE LA OTRA. 

Cuento

           Aquel viernes la mujer cerró su estudio contable y viajaría a la costa sin manejar su auto. Ya saliendo de Buenos Aires en el último asiento de un ómnibus, a media tarde presintió el fin del verano. Ella andaba cerca de cumplir cincuenta años,  temible divisoria entre mujeres, y aquello también rondaría la inevitable  discusión que tendría con su marido en la casa de veraneo.  Algo nada agradable.
         
           Unos  futbolistas en los asientos cercanos quizá le aturdirían el viaje pero el hombre a su lado, sobre el pasillo, le sonrió que los muchachos viajaban cerca y le ofreció acomodarle el bolso en el portaequipaje. ‘Sí, gracias’ dijo y no sospechó nada en la tibia demora sobre su mano. Por una hora larga fueron cambiando frases de ocasión: ella habló de su hija de veinte años y no mencionó  estar casada con un político ‘siempre en campaña’, y el hombre, algo menor, reconoció ser un perpetuo viajante  ‘por ahora en seguros’ y divorciado hacía mucho tiempo.  El ómnibus iba a buen ritmo hacia cuando el día cae plomizo sobre el campo, y al descender el grupo futbolero y acallado el murmullo, los dos quedaron en el último asiento lejos y apartados del resto.  
     
             Al rato y tal vez no de improviso, el hombre le tomó una mano con decisión y le habló sonriendo ‘al fin solos’. Acaso ella fingió distraerse pero más bien nadie vería cuando él musitó ‘permiso’ al quitarle los anteojos. Ni apenas atinó al usual ‘¿qué hace?’ sin convicción al ablandar los labios al imprudente beso y como si obrara  por reflejo, aflojó una mano hacia el pecho del hombre debajo la camisa. Se apartaron a mirarse en los ojos y ya retomaron el juego que les conmovería más allá de la boca, creciente impulso tras ocultos fervores que refrena la especie. ‘Nuestra pasión también somos nosotros’, le recordó esa otra mujer que contuviera ella.
- Carlos-  pronunció él al separarse y rozar suave sus ojos con dos dedos.
- Daniela- pronunció por primera vez en tanto él ambulaba su mano infructuosa en destrabarle un cierre.  Y de haber sabido eso,  la otra, Daniela, hubiera vestido una falda liviana en lugar de ese incómodo pantalón vaquero, sonrió…
  
          Bajaron en el primer pueblo y entraron a una hostería donde él solía dormir. Sin demasiado preámbulo, en la habitación Carlos se adelantó a moderar el agua para bañarse juntos y al quitarse íntegramente la ropa, ella se alegró que ‘la otra’ le dispusiera esa  libertad. Y juntos derivaron a linderos con incitaciones que en sus sueños ella anhelaría traspasar. Sin apremios cada uno ahondaría la intimidad sin límite o precepto, hasta culminar en el primer temblor tan ajeno a misa y confesiones, y gloria de compartir aquel desborde entre desconocidos. 

          Desde empezar el viaje hubo horas en un tiempo sin medida relojera, y no por ser llamada diferente se sintió feliz. Ella o aquella imaginaria recién aparecida, amada con la intensidad que prometen los sueños, se convirtió en hembra plena con más gemidos que palabras en aquel regodeo de explorar socavones de su cuerpo. Y quizá tan sólo descubrieras eso, le diría Daniela… 

         Al anochecer pidieron algo de comer, coincidieron en dos copas  ‘del mejor vino blanco frío’  y charlando con alguna ternura al paso, se durmieron. Tal vez abrazados por un rato. A la mañana el hombre prometió ver a un cliente y volver pronto, la besó al salir y le puso en la mano sus datos y teléfonos ‘por cualquier cosa’. Ella dobló la tarjeta sin leerla y al verlo irse la dejó por ahí. Después recompuso su maquillaje, acomodó sin apuro el bolso de mano y dejó la habitación.

- ¿A qué hora hay micro a Buenos Aires? –preguntó.
- En veinte minutos – le dijeron. Así que tuvo tiempo para un jugo de fruta y subir al ómnibus que llegó puntual. (enero 2010)   



EXPERIMENTO.
 
   Sin que haya algún posible que pudiera evitarlo,  el sol despierta y anda sin pausa ni demora.  Su átomo de eternidad le corresponde. 
     De esa lumbre reciente que atenuó el horizonte, el mismo sol opaco en la alameda ya se entrega al designio de la tarde.

     Las luces y la noche son formato de tiempo.  Un impulso incesante sin pactos ni retrasos.  Nada apremia su espera. Lo perpetuo es latido riguroso y  el día volverá, qué duda cabe, pero anhelos constantes acrecientan la tarde.
     

      Si muere un pibe de hambre cada cinco segundos se agotaron los dioses de leyenda y milagro. No más sermón errátil de compartir los panes
si muere un pibe de hambre cada cinco segundos.  El perjurio de magias y cielos del arcano, son antiguos borrones caídos en desuso. La continua derrota de esperanzar la espera.
        Hambrientas multitudes sin hallar pertenencia, príncipes sonrientes al temblor del vencido, patrones de la tierra  y burlas del Poder son siglo veintiuno.
     
       De persistir sin cambio el peso de los cuerpos, el aire que se eleva y otras físicas claras, es frívolo joder a nuestra especie a toda hora. En cuanto  si todo es un incipiente ensayo, - acaso experimento- es hora de avisarnos.  
Y digamos también, sólo para saberlo. Agosto 2009.
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ENTONCES LOS GORRIONES.
                                             

      A esta brizna del mapa sólo llegan gorriones. Parlanchines perpetuos rebuscando semillas, voraces que revuelan del surco hacia el tejado,

     Y con ellos no lucen garzas multicolores, engreídos flamencos ni calandrias sonoras. Son pájaros a secas, sin trino con estirpe conmemoran el aire que anuncia lejanías, festivos con los pibes saliendo de la clase y le dan resonancia a rincones sin eco. Digamos esta calle, un átomo en el mundo.

      Más conociendo el barrio sabemos un secreto: por aquí no discurren cóndores imponentes ni cuervos papagayos de campanario y templo. Y por mucho que agiten cotorras noticieras, - especie que no vuela- no inquieta a los gorriones fauna lejos del barrio. Más bien no presumimos de heroico territorio, pero el águila teme que los pájaros se unan en un chillido. Y en la furia del hambre amotinen los aires y nada los detenga en un vuelo infinito.  Y entonces sea el Entonces.  Julio del 2009
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JUVENTUD DIVINO REFLEJO

                                  

                       Los años que se fueron son ideal de dicha reinventada. Nada le es imprevisto al templo juvenil, de dicha  desamor con sabor a tragedia. Y al sentir que la vida nos viene despareja, fin de etapa dorada y a otra cosa. Sin aula ni trabajo y alguna escena tampoco novedosa, a todo personaje corrido por el hambre lo tienta de  inmediato se un actor violento. Un dato muy exiguo que registra las Villas porque de  clase media arriba, no hay registro ni encuesta de sus adolescentes. Un barato recurso de fijarle delito a  la pobreza pero a  ‘chicos de su casa’, nunca. 
         
          Redoblan los lamentos si murió algún cantante y fulgura la rubia que se durmió desnuda, pero crece el olvido con los dientes del hambre que desgarra la especie. Ya no es noticia que tanto muerto de hambre nos retorna al primate, y muchos nos reiteran que un joven delincuente ya quebrado, si pueden endilgarle que acaba de balear a una embarazada, mejor luce en el informativo de la noche. Eso brilla didáctico al santificar la propiedad negando que cada crimen del hambre por el ocio obligado, son efecto previsto en cada uno. Y por más que el Poder le ordene al papa y sus obispos decir alguna frase por ‘esa infamia del hambre’, los curas cumplen hasta nueva orden y acaban con su parte. Que de inmediato han de copiar su rezo los agropecuarios adictos a la evasión de impuesto, agregando más renglones a la farsa..   
   
Cada cambio juvenil estilo es lógica en la historia, pero hoy parece aterrarlos emprender la existencia si el modo explotador tiene esta forma y rostro soltando  discurso de moralismo fácil. No hay juventud posible que pueda andar por calles con peldaños de niebla y sombra interminable, ni empezar cada día a comer como sea. Esa etapa de vida no es fábula estadística si la desgaja el hambre, aunque la juventud cargue crisis que agravan su trayecto, - vean a Freud y cofrades- y es conflicto en sí misma. Pero el poder insiste ‘con recital y ruido los jóvenes resisten’, en esa vuelta hacia el vacío les parece lejano el mundo en el que habitan. Al margen de tanta juventud pudiente del libreto que el Poder les reinventa, ¿qué hay del expulsado de madrugada y fábrica, laburante que ambula por los arrabales del sistema sin ninguna respuesta? Esos tan valederos que pretenden apenas, ver ganar a los buenos algún día.         
                       
LABERINTO DE GARDEL Y EL INGLESITO.

      Y fue por ahí cuando el Inglesito, que descollara por milonga en el almacén doña Rosa de Turdera, entró a desovillar sobre Gardel y su extraña muerte. Les confieso que no era fácil seguir bien la palabra en aquel hombre que al decirla ya andaría respirando en otra frase. Porque a Jorge Luis el Inglesito era un gusto verlo con sus manos sobre el mástil de la guitarra, y contarnos de Carlos Gardel, el Zorzal Criollo. Es sabido que los poetas lucen su buen decir si les parece, pero era de atender cada renglón del Inglesito, con su trémula voz y esa mirada de tornarse opaca al mencionar alguna utopía, ‘de esas que adoran los pueblos’.

- Yo creo que cualquier historia requiere cierta ficción que la humanice; ninguna estadística vale ante la imaginación y el mito, esas neblinas – pronunció en aquel bodegón oloroso a moscato y aceitunas. 'Neblinas de la imaginación y el mito', repitió elevando su mirada al techo y ensillar una mano con la otra. Y así, hamacado en su bastón o una guitarra; quíén sabe; prosiguió ‘yo creo que sin creerse lo de Sancho y don Quijote, la historia de España no tendría pies ni cabeza’.

     Con su modesto ‘yo creo’ el Jorge Luis nos compartió una duda,  pero siguió ubicando cada frase en su sitio como ese personaje que relatara un cuento sin recordar bien la historia pero sí las voces para decirla. Y según todos ansiaban conocer la muerte de Gardel ‘y gustar la sal nutricia de lo verdadero’, el Inglesito nos sugirió que algún párrafo de la tragedia gardeliana en junio del '35 tenía sombras de verdad, y otras ni eso..
- Las noticias divulgaron que Carlos Gardel, el artista más respetado en América del Sur, murió quemado en un accidente de aviación en Colombia, un rumor que el historiador uruguayo Wilson P.Sarnari también podía desecharse – tartamudeó casi inaudible ese payador por el Camino de las Tropas. Que además de su relato, era de disfrutar cada resuello de silencio al irse por sus túneles de  recordación…

         Sí, me gusta recordar aquel imprevisto de Gardel y Jorge Luis Borges, el Inglesito, que quizá aconteciera en una realidad secundaria, impenetrable, como el rostro de esos parroquianos esquivos con quien al irse a morir a Suiza, les quitara sus rituales de velorio y llanto televisivo. Que ese Jorge Luis se fuera a morir tan lejos, dejó a muchos sin la foto del último jadeo y el fúnebre despliegue del gentío, y tal vez también me hace sentir en un tiempo prestado y sin relojes, ante esa instancia donde un tal Wilson P.Sarnari hablara en Montevideo con el Inglesito, y le aflojara de una ‘Pasión y Muerte de Carlos Gardel’ difíciles de suponer. A saber: en las horas previas del Zorzal Criollo antes de abordar su vuelo en Medellín hubo una mujer que lo abordara y lo llevara con ella para siempre. Esa liviandad y otras que Wilson P.Sarnari le ilustrara, fueron algunas que Jorge Luis el Inglesito despreciara pero sin quitarle una sílaba. Lo mismo que hiciera con otros enigmas que le propusiera el prestigioso historiador uruguayo.

- También culparon de el accidente a ese mozo Lepera, amigo del cantor y continuo abrevador de Amado Nervo, - nos deslizó el Inglesito su juicio literario- que por un enredo de polleras arremetió a balazos con toda la concurrencia. No pocos afirmaron que por demostrar el buen humor argentino, al piloto lo ahorcaron con un lengue blanco al carretear el avión, más otros pergeños de involucrar a Gardel en un folletín de entrecasa. Pero nadie portador de un secreto resiste siempre; toda verdad clandestina es insoportable y al fin  confesará…

         Por ahí el Inglesito nos advirtió que hubo otras ideas que le confiara cansinamente el historiador Wilson P.Sarnari, quien luego de escucharle sus  milongas que eran leyenda, le daría más relaciones de ´La Verdadera Muerte de Gardel´. Como que antes del accidente el cantor popular charlara solamente con él; Sarnari y Gardel sólo a sólo hablando de cuánto desborda al hombre la adulación ajena, esa despótica imposición del absurdo. Y el Inglesito hasta se jactaría aguantarse a pie firme el parlamento del estudioso uruguayo sobre un Gardel entristecido, desolada marioneta sin magia o gardeleo vagando en algún turbio callejón del olvido.

- Carlos Gardel, artista virtuoso malversado igual que un partiquino por tantos imitadores  con sonrisa de rocanrol y ajenos a la palabra tango. Porque Gardel supo retirarse a tiempo; y era tan anticipada su memoria que alcanzó a confiarle a Wilson P.Sarnari su temor por el eco de su voz luego que él debiera quemarse en Medellín. ‘Tengo miedo Sarnari que hagan de mí un muñeco publicitario. ¡Qué vergüenza!’ – y temería el Morocho del Abasto que su inflexión arrabalera en la voz  la deformara algún atorrante que nunca falta; le recitó unos titulares de prensa infame anunciando actuaciones en Quito y Bogotá, ya arruinado por el incendio, - o ‘ircerdio’- pero aclamado al entonar su primera estrofa. Los ‘periodistas’ calcularían sus hembras, los equívocos de su entrepierna y el suicidio de una millonaria madre de  algún hijo suyo. Que cantaría como él pero un poco diferente...

- Mucha imbecilidad fue glosada por los perpetuos nocheros – supo reiterar el historiador uruguayo Wilson P.Sarnari antes de predecir que a Gardel lo deformarían los congeladores del arte. ‘Nadie cantará como el paradigmático Gardel, pontificarán os mediocres’, y se disculpó Sarnari por ‘paradigmático’, una palabra desechable igual al decir de Enrico Caruso ‘Gardel tenía una lágrima en la voz’, esa ambigua alabanza de italiano.

      Acaso por ahí Jorge Luis, el Inglesito, aflojó los labios y sin llegar a la sonrisa prosiguió con lo escuchado esa noche en Montevideo sobre un Carlos Gardel que jamás abordó ningún avión y seguiría de lustroso smoking, de chambergo inclinado, moñito a pintas o su imperdonable atuendo de gaucho palaciego, pero siempre Gardel cantando y sonriendo por más que lucraran con su gloria los negociantes de un ‘Gardel, producto terminado’. Él nada menos, El Gran Modernizador, ¿podría ser un cómico en el tablado de la costanera, o recluido en un loquero o apedreado por imbéciles de una barra futbolera? Por favor, ni en broma. .

- Una noche lejos de mi patria Argentina, le escuché a Gardel cantar un deleznable tango que nunca apreciaría – dijo el Inglesito. y al oirlo reviví cierta calle de Palermo con una madreselva trepando a una tapia. Y lloré un llanto dictado por la voz compadre de Gardel y acaso, porque lo popular es un secreto en los pueblos, ¿no les parece? – y nos preguntó el Inglesito si se puede pensar en un Gardel arrumbado en un geriátrico depósito de viejos ensayando frente al espejo su sonrisa luminosa, ignorado por los demás ancianos derruidos que también se mean encima. Y según Sarnari, el Zorzal quizá sea otro cuerpo sin retorno de esa tumba previa y cada tanto entona ‘tal vez una noche me encane la muerte, y chau Buenos Aires no te vuelvo a ver’, hasta que llega un enfermero y lo calla de un sopapo. Pero confundir a Carlitos con bufón de discoteca es algo imperdonable.
       Alguien interrumpió con voz chillona y Jorge Luis el Inglesito, antes o después de morirse en Ginebra, no interesa,  se hamacó en su bastón o guitarra y sonrió al escuchar ‘no crean tanta zoncera, señores. En ese día de 1935 nadie pudo subir a Carlitos en un aeroplano que ni levantaría vuelo, porque el Morocho no era ningún gil.     
- Y sí, no es mala idea. Jamás existiría un Gardel sin poesía de eternidad - concluyó el payador por milongas en aquel bodegón de Turdera. O en el lugar y hora que alguien prefiera.   
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INTENTO DE RESISTIR JUNTO A ESAS  PIBAS  LABURANTES QUE CRUZAN LA PLAZA DE LANÚS DE MADRUGADA,
A VECES CUANDO HACE UN FRÍO QUE NI TE CUENTO.

Que cerca están las malas letras de los tangos
de esa muchacha que al duro amanecer,
cinco de la mañana, despereza la calle.

Y de algún auto le guiñan un requiebro
Rubicundo nochero con toda la cara de baboso…

Un merodeo de absurdo melodrama la quiere convocar,
triste muchacha.
Envolverla en realidad pegajosa
de costurerita dando malos pasos
y según un ingenuo, sin necesidad.

Como si a ella no le es imprescindible
esa blusa tan linda, con el corte moderno.
Y esas sandalias, qué hermosas,
de sólo tres tirillas doradas que bien le quedarían.

Ser obrera de fábrica, madrugante del alba
es decir muy ausente.
No entender bien las cosas.
Ignorar por lejanas cuestiones importantes:
Saraos. Vernisagges. Alta costura.
Veraneos en el mar. Galanes rubios.

Ni compartir siquiera esas mullidas camas
en suntuosos privados con alguien divertido.

Mágicos bienestares. Felicidad. Deslumbre.
Donde el brillo incestuoso contraviene
nuestra verdad de adentro.

Mala letra de tango le manosea las nalgas
y la mañana es fría.

Es un metal deforme golpeando pantorrillas,
Un gesto sin sonrisa que le cruza la cara.
y endurece sus ojos al mirar la vidriera.  
Que es una celestina.
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CEUTA.
                       
                        Aquel sitio alucinante por donde caminara última vez en 1987.

Aquí vendrían los moros a ver el mar gigante
y tal vez antes de ello todo sería silencio.

   Llegarían remolinos del desierto infinito
 y las alas del pájaro serían infatigables
al cruzar la distancia desolada y desnuda.

   Dormiría en la arboleda un delirio de verdes
en errátiles días de horarios intangibles.
   Ni alguien recogería el fraseo de la lluvia
buscando la primera versión de una palabra.

  Tal vez, del monte Hacho se desprendiera Dios
en algún mediodía de soles desbocados.
Y acaso mostraría azorados sus ojos
cual gaviota extraviada en su propia tormenta.
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CANTOR DE PATIO

Nadie sabe que fue del guitarrero
alentado a vino tinto y madrugada.
Y que era un gusto verlo al apilarse
montado en las seis cuerdas desgastadas.

El cantor que por ahi sigue cantando
Vestía su corbatín y un saco oscuro.

Remontaba canciones nostalgiosas,
palabras amarillas del olvido,
Las índoles del viento en cada estrofa
y un contracanto bronca en el rasguido.

Destemplado cantor del barrio antiguo,
Adherido al valsecito de su patio.

Decía de andares con hembras y cuchillos,
y amaneceres lerdos y neblinas.
El cantor melancólico del patio
Tenía en la voz simpleza de glicinas.

Tal vez se fue de gira entre el cordaje
el guitarrero aquel, de patio y vino.
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   AQUEL VECINO.

El hombre se escribía su versito
Iluso que una vez alguien dijera:
‘sí, es el que yo les digo, uno bajito
que vive aquí nomás, a dos veredas’.

Nadie lo vería andar, sombra en la niebla,
Perdiendo sin cesar sitio en la fila.
O soledoso algún domingo al parque
Para saber quién era ese tipo de la estatua.

Todo cuánto buscó lo halló deshecho,
Sin gloria ni manera de un regreso.
La vida hizo la suya sin mirarlo,
Ni un cacho de atención. Menos que eso.

La muerte lo emparvó sin darle aviso.
Una siesta, cansao, siguió de largo.
El hijo no llegó, estaba en viaje.
La esposa lloriqueó, más que llorarlo.

‘De puro cabezón no vivió mucho’,
la mujer ya ni siquiera lo corneaba.
El mundo sigue igual. Murió el vecino
que soñaba versitos. Casi nada.
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   POLITEAMA
                       
                        Palabras desde aquel bar,
                           mi rincón que un otoño se fuera.

A este Buenos Aires lo inventamos cien locos,
Cien tipos aburridos cerquita del suicidio.
Y esta tarde me puse a mirarle la entraña
/boliche de mi barrio, cómo se habrán reído/

Los sábados se instalan sobre mi lado óseo,
Ese costado duro donde adormece el canto.
Y este sábado agosto llueve todas las lluvias
Y yo esperando a nadie. Lo hago de tanto en tanto.

Tuñón pasó hace un rato. Me regaló angelitos.
Erdosain se fue lento chapoteando su angustia.
Un protestón barbudo me propone revueltas
Y gardeles de trapo cantando letras mustias.

Un diariero aguachento bancando pulmonías.
Taxi, va una pareja y amueblada furtiva.
Va un cafisho empolvado que olvidó el almanaque,
rebusque vespertino de yiranta aburrida.

/Qué sábado a la tarde de lluvia y compañía/
Ni está el loco de siempre explicando razones,
y este costado duro donde recuesto el canto
hoy lo mastica el solfa de antiguas frustraciones.


Me lo comen las minas que habitaron mi sábana
y amasados acordes de insomnio guitarrero.
Esta astucia constante de estafarme yo mismo
y mi triste zoncera de creerme mosquetero.

Politeama, boliche, te inventaré otro sábado.
Con pibes que nos suban remando la alegría
y que canten gritando su manera futura,
aunque la tarde escurra pañales de agonía.

Que entren sin importarle lo que dijimos antes,
y si importa, que apenas nos digan buenas tardes.
Que esta mufa no siga llorando letanías,
y se muera el cafisho y el diarero se salve.

Yo te juro, me borro de escribirte palabras
Aunque aquella no vuelva cuando llegue ese día.
Ni le diré al mozaico que manotea la guita
/un feca cuatro mangos... qué cara está la vida/
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PRIMAVERA

 Buenos Aires tal vez sea el sueño de algún mago.
Pero ciudad inevitable y mía
que al guiñarle un cachito de sonrisa,
 dispone repintar la primavera.  
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 El setiembre fecundo de luz y veintiuno          
es un vaso repleto de vino gusto a ganas.
Lucen dos colegialas de pelo a contraviento,
el color de tus ojos y tu blusa floreada.

Un motín de sonrisas ha sublevado el aire.
Y en este mediodía de soles derramados
vaga un dios, de festejo entre nosotros.
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UN PRECISO MOMENTO.

                                              
Debo decir, señora, que es tiempo de cambiarnos el trato.
De rozarnos un poco más al saludarnos,
digamos, más de cerca,
ausentes que sus hijos y los míos,
esos algo más que indiferentes,
no aprecien ni sospechen que me aferro a 
su blusa al decir ‘hola’,
y usted sonríe al callar que le ha gustado.

O que aguarda más que una caricia al paso,
al desgaire,
no ternura liviana de algún desconocido, 
sino un apriete más audaz y sustantivo que brote le mi mano. 
Un toque anunciación,
no que le augure el reino de los cielos; ¿para qué tanto?
pero al menos le convoque tibieza debajo de su falda.
En mitad del salón y sin testigos.

Porque usted y yo, señora, en este instante,
defendemos la vida como pocos.
Al desprender botones tras la piel intocada
de su torso anhelante,
y sus caricias de camisa abierta al vello de mi pecho.

Sí, lo sabemos, somos grandes
si contamos los años y algún nieto,
pero los labios saben recorrer por donde
y diestros son los dedos contra mi cinturón y sus breteles.

Y el clima a desnudez, tan implacable y sin aviso,
ya nos tendió en la cama enteramente.

Si al fin esto es lo cierto.
Nuestras bocas y manos comprendieron
que no existe el ‘demasiado tarde’,
ni frases ya escuchadas de remontar pasados
ni secretos perpetuos para siempre y por nada.

 La verdad de la especie entró en nosotros, sepa.
En todos los sentidos a pleno y sudorosos,
a culminarnos juntos en el gemido mutuo
de este único cuerpo que es el suyo y el mío

Y acaso sea el momento, mi amor, de empezar a tutearnos…
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POESÍA  DEMANDA  ILUSIONADA.

                                              
                                Y la poesía también sirve
                                   para molestar al rey.

    Rayo que nos lacera el corazón,
cigarrillo de lenta ceniza meditada,
desvelo por la sombra que acecha 
en la ventana de la aurora, 
cada tanto, también,
la poesía refulge tornasoles presuntuosos.

Sí. Y alquimias para conmemorar, ‘señoras y señores,
que las mariposas son díscolas flores desertoras,
 o un grácil surrealismo de angelitos pintores’.

¿Qué se dice de tanto palabraje
que humilla nuestra urgencia,  
- desgarrada, raída, sueño hilachas de trapo-
y cruentos lagrimones del fracaso  
que nos clava las uñas, costillas bien adentro?

 ¿De qué van los versitos incoloros si cada 
dos segundos se muere un pibe de hambre en el planeta?
¿Verso a hechura de un dios que ignora su tarea?

  La poesía repite seguir creciendo al hombre. 
Poemas mano a mano sin soledad tan sola.
 El unísono grito de remeros constantes,
extenuados de capitanear este naufragio de
errátiles gorriones, entre vendavales y tormenta.
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12  DE OCTUBRE  DE  1492.
                   
                     Llegaron con sus cruces y lanzas asesinas,
                        y nosotros sólo éramos personas.

  Y un imprevisto amanecer vinieron y llegaron,
jineteando en el lomo del mar estrepitoso.
Del mar, motín de sal y oquedad milenaria
inmemoriales hombres pisaron nuestra playa.

Aquí vagaría el sol desflorando la sombra,
satinando la pampa que era una resonancia.
Interminable y sola extraviada en los mapas,
la pampa indoblegable de todas las centurias.

  De metales y arneses vinieron y llegaron,
y aquí sólo el silencio de Dios y sus verdades.
Esa verdad en silencio que repiten los tiempos
sin sermones confusos ni discurso inventado.

  La inmensidad, un delirio, ensueño y desmesura
quebrada por navíos que llegaron de lejos.

  Y dicen, no se sabe todavía,
que por casa no había eco de los galopes
de caballadas potras, crin al viento y relincho.

Ni siquiera el arrullo rasguido de una viola
conmovería la calma de los anocheceres.

  Llegaron esos hombres de metales y arneses
a tanto territorio de soledad muy sola.
A esta incesante fragua de agobiadores soles
y enrojecida siesta demorando el paisaje.

  Vinieron y llegaron cuando cada montaña,
peldaño de misterio,
colgaba de los aires su racimo de aroma.
Y los ríos libertarios disponían del reflejo
y el contracanto al canto de pedregal y orilla.

  Sí, aquí soltaría el viento su natural capricho
cargando los pulmones de albedrío pajarero.
Bailaba la hojarasca del repleto follaje
y tronaba el prodigio de la mágica lluvia.

  Esos hombres llegaron y en la playa, nosotros.
Nosotros en la playa del tiempo que les digo,
achicados de asombro por la grandiosa nave
y metálicos seres venidos desde el agua.

  Tanto temor callamos. Y tampoco dijimos
que tal vez allí mismo haya empezado el hambre.

  Y ciertamente digo: de una choza a la otra
con palabras invictas hablamos del suceso.
Contamos la noticia.
Porque había aquí palabras que unidas a las nuevas,
traídas en los barcos,
son memoria y enigma del saber quienes somos.
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TODAVÍA

No todos los instantes ya pasaron y aún aguardan tenaces. Imprevistos. Furtivos...

Ocultos en la lluvia que enjuaga la ventana,
o en la invicta añoranza que irrumpe cada tanto
si algo ya nos dejó camino arriba.

No son sólo un ayer de gorriones quebrando
el aire transparente de una tarde lejana.
Ni el sol febril curtiendo la sangre adolescente.

Tal vez cada futuro es también una ausencia.
Sin el dulce regusto de niñez y nostalgia,
un posible que ausente no alcanzó su destino.

Sin aguardo de magia o resplandores
cada fugacidad será un acaso
muy íntimo y final. Sueño y milagro.

Entonces. Todavía.
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FUGAZ COMO LA TARDE. 

                                  
Las palabras se pierden.
Ni bien rozan el aire su formato se esfuma,
hoja que deshilacha del silencio al olvido.

Esta ciudad ajena a sus ojos tan claros
y su complejo idioma,
una tarde nos hizo andar el mismo rumbo.

Buenos Aires crecida de cuartos transitorios
es pródiga en romances que hagan pasar el rato.

Algún brillo furtivo habremos visto juntos,
denuedo compartido por mostrarnos el alma.
Y acaso aconteciera, cachorros renacidos.
  
Al vestirnos y el juego de abrochar su corpiño
adherimos al beso piel abrazo y memoria.
Todo cuanto teníamos.

Minuto inolvidable, por decir de algún modo
sin pesares  de tango ni renglones que valgan.                                                    

Esa piel vuelve a rachas junto a sus ojos claros.
Y la voz siempre enigma ya confunde su nombre.
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UN   DIVINO  MEDIODÍA.


          Bajo un sol habitual en febrero, la inspectora de tránsito cumplía su tarea en la esquina más céntrica de Buenos Aires. Vestida con una blusa blanca sin mangas y una ceñida falda azul, subiendo y bajando de la calle la mujer ordenaba el paso de autos y  personas, y cuando un muchacho se le acercó para hablarle al oído se apartó extrañada. Al repetirse el turno de circular autos él  repitió el abordaje mirándola de frente y ella desviaría la vista por el descaro.
           
       Al rato y al tiempo de un cruce de personas, el muchacho joven, de camisa abierta y pantalón ajustado que lucía su piel tostada, volvió a hablarle. Algo imprevisto le diría para que la mujer negara moviendo su mano derecha y le respondiera algo con una sonrisa leve. La escena se reiteró y por ahí, ya menos separados, ella se preocuparía por alguna idea intrusa y se los veía en una negociación acaso extravagante. En un turno de los autos el muchacho porfiaría en alejarla del lugar y hubo segundos tensos, demorados, hasta que con presteza los dos caminaron hacia un edificio sobre  la misma vereda.
        
A la mujer una fuerza extraña se le impuso, subieron al primer piso como si fueran a cometer una travesura y en una oficina de ambiente sombreado; reflejo de una computadora encendida, un escritorio y dos o tres sillas separadas, la mujer pensó telegráficamente que su marido la mataría. Además   que nunca había visto a ese hombre joven que comenzó a besarla, le ayudaba a quitarse la ropa y a transitar un territorio inesperado. El muchacho tomándole las nalgas quedó debajo de su barbilla y ella volaría en un aroma de novedosa piel, entregada íntegra al recibir la rotunda visita entre sus  piernas. Un ritmo nuevo se le apropia y la erige desde la punta de sus pies desnudos, temblor que llega crece y se aleja cuando la boca definitiva del muchacho saboreaba sus labios. Entonces y los dos fuera del mundo, algún gemido fuga junto a palabras sin eco y el irrepetible y lacio abandono de lo definitivo...

    Hasta separarse no hablaron. El muchacho quedó ausentado sobre la silla con las piernas desnudas y quitándose el condón, y la inspectora se vistió apremiada en volver a su tarea. Desechando pensar en su marido y que ella habría imaginado eso alguna vez.

     Y quién sabe si al cruzarse en el infinito los dos ‘precursores’ no se felicitarían como siempre, sin palabras. El diablo con su canchero estilo de guiñar un ojo y dios, sencillamente, sonriendo con ganas.         
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VIBRANTE  IDILIO EN  EL ATLÉTICO.

                                                          
- Le cuento, yo trabajo en la imprenta del que hace la revista del Atlético, y este sábado me mandaron al partido con Lezama Juniors porque él tenía una investigación periodística, me dijo. ‘En la entrada lo ves a Serafín y anotá los goles que el resto lo escribo yo’, y para dar imagen me prestó un anotador de tapa dura y unos anteojos negros de los caros. Llegué y el portero Serafín que conozco de pibe me saludó ‘¿así que ahora sos periodista, vago de mierda?’, y me ubicó en la platea de privilegio. Como un bacán, y ni bien me acomodé me surgió como un surgimiento la mujer más linda que vieron mis ojos… Usted perdone doctor pero me gustan las frases lindas y era una morocha brutal enchufada en unos pantalones brillosos para enloquecer. Al preguntarme cuándo empezaba el partido yo ajusté los anteojos y la voz para decirle ‘en diez minutos’, pero le clavé a fondo la mirada fatal que tanto le gusta a las mujeres si yo las miro. Por supuesto, ella ahí mismo sintió mi personalidad como un golpe al corazón y entornó los ojos redondos y negros como dos luceros negros. Pero conmigo ojo porque se me ocurrió si la mina no pretendía sacarme del análisis previo del encuentro, aunque los dos ya flechados en lo profundo y miraditas van y palabritas vienen, se descargó un chaparrón que aprovechamos  para  acercarnos más. Algo pasajero pero lo mismo uno abrió una sombrilla grandota y otro de arriba le gritó ‘che frenchiberuti, cerrá el paraguas que ya somos libres’. Yo no entendí de qué se rieron cuatro o cinco tipos pero a la morocha y a mí casi nos joden el encanto. Esas cosas… Sí, en esa parte me duele bastante pero le sigo contando: empezó el partido, yo anoté el título de la nota Vibrante Triunfo del Atlético ante los Sanitarios de Lezama y a ella la deslumbró mi periodismo de anticipación, me dijo  aunque de entrada nomás la bestia Candotti, ese  animal del Lezama, nos  embocó un cañonazo de treinta metros y uno a cero. Entonces el Atlético reaccionó todos arriba alma corazón y vida, hasta que al petiso Pérez lo barrieron en el área y penal a favor nuestro. ‘Una instancia culminante del juego’, anoté con la mina cada vez más encimados. Un viejito de los vitalicios pidió ‘que lo tire el bizco Páez que  desorienta a los arqueros’ pero otro viejo le recordó que Páez había muerto en la navidad del ‘48 cuando gritó Muera Perón en la cola del pan dulce. Así que se preparó a patearlo el burro González ‘que bajo un denso y expectante silencio tomó carrera desde media cancha’, casi escribo;  pero la pelota pegó en el cartel del  Supermercado Fénix, en la vereda de enfrente, y la multitud de casi doscientos insultó a coro a la mamá y la hermana de González con frases irrepetibles’. No las anoté pero las recuerdo y ya le dije, ahí no me duele tanto doctor, más abajo.

      Al terminar el entretiempo y recomenzar el partido la morocha me convidó un caramelo, apoyando su mano en mi muslo que todavía la siento. Así que con mi clase habitual le pregunté ‘de qué medio periodístico sos’, ella frunció la naricita ‘de la revista El Gatito. ¿No la conocés?’. Toda una respuesta que me hizo subir la calentura a tres mil y en la misma jugada  al zurdo Jiménez le dieron una patada criminal, el referí no cobró, ellos salieron de contragolpe y dos a cero para los Sanitarios de Lezama. ‘¿Y ahora qué me dicen de los Derechos Humanos’, se largó el presidente del club, ‘no permitamos que en este viril deporte prolifere la tortura violenta’, pero el dueño del cabaret del barrio que ahora también es diputado del socialismo cristiano, lo hizo callar por eso de los humanos  ‘que repiten los comunistas’ y no tenía nada que ver. Mientras el partido seguía y con la mina íbamos a fondo ‘un delantero visitante de pura casualidad eludió a cuatro defensores del Atlético y anidó el esférico entre las mallas’. Tres a cero y a llorar a la iglesia, aunque si un día visita el Vaticano y le juran que Dios existe no le crea, es mentira. Ay, ahí sí, duele…Al fin íbamos saliendo y para que la morocha captara mi calidad natural le hice la pregunta clave en la orejita ¿cómo te llamás? Ella me suspiró ‘cincuenta dólares’ y sentí que en dos palabras me transcurriera un siglo.

¿Usted me habilita a contarle rápido qué sucedió de verdad? Al oír ‘cincuenta dólares’ en vez de gritarle igual que a González yo me quité los anteojos como si  terminara un verso y nos acercamos sin hablar ni bajar ninguno la mirada. Era linda de verdad, tal vez pasamos un minuto mirándonos con las manos juntas y cargadas de cierta dulzura dolorosa, algo que usted ni esperaría escuchar. Bueno, en ese momento yo pensaba sin pronunciar que cincuenta dólares jamás los había visto, porque era un pobre infeliz que recién vivía las dos horas más lindas de su vida, en tanto ella no me soltaba y su mirada se hizo más tristona, o dulce, no sé, para avisarme que sabía todo esa verdad que la gente parecida a nosotros nunca pronuncia. Para final me acercó algo los labios para hacerme sentir ‘gracias, yo también’ y sentí sus uñas hundidas en mi piel  al irse apurada. Porque claro, eso pasa entre personas como ella y yo; se nos venía su amigo, marido o queseyó a imponer que no siguiera perdiendo el tiempo. Y si yo estoy aquí, doctor, usted no necesita imaginar nada más. .
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SOÑANDO SUEÑOS  DE  TRAPO.

                                                             Cuento.                    

       Mi viejo y tres amigos armaban la tipografía y en una antigua Minerva imprimían unos volantes a repartir lejos del barrio. Una tarde que entramos al taller con el mate y las medias lunas, los cuatro buscaban resumir que el enemigo nos llenaba a cada uno de egoísmo, un arma impiadosa con la solidaridad. Sin esquivar alguna broma, entre ellos llevaría su  tiempo conjugar con brevedad la idea y al irnos mi madre les cuestionó el término enemigo, por estridente. Ella prefería que cada renglón fuera una voz de papel y no panfletos estilo ‘madrugada y fábrica sería lindo si nos explotaran menos’. Y menos en época de condecoradas arengas, advertencias a la población y aguas revueltas que exigían hablar en un murmullo.
                                                  
                 Hincar los dientes sobre el hueso del tiempo puede ser un ejercicio que aterra y atrae a la vez, que dicho así suena a retórica sentenciosa pero es un modo de empezar. Más bien, mis primeros rastros parecieran diluidos en su índole, estribaciones de la memoria o cadencia condenada en sí misma; aunque podría ser la voz sin después de mi madre, furtivo rescate que se esfuma sin retorno o el cosquilleo que sorprendiera mi mano en la inicial caricia al lomo de un caballo. Aunque de aquel recuerdo  dudo bastante por parecerme una desvaída rememoración recibida en la sangre; mis padres habitarían rumor de caballadas, chasquidos de rebenque, ecos de inundaciones suburbanas y silbos vigorosos de trasnochados compadres. Ellos venían de raíces que se iban licuando, inexorables, aunque aún defendían cada palabra de  acercarse al resto de la gente. Y así mi viejo compartía con tres o cuatro ‘el tiempo superado es una sombra astuta como una desmemoria de sumergidas lluvias, una intuición apenas de ronda planetaria, cegadora de rostros borradora de nombres’.

                 Hubiese preferido que mi viejo no muriera en un hospital por  una angina cualunque, pero y al fin de tanto repaso, entre mis primeros recuerdos brilla un tren allá abajo con sus ventanillas  iluminadas en el corazón de una noche lluviosa y mis ojos reinventando aquella imagen tras la ventana de mi casa. ¿Y cómo era aquel rincón del mundo costeado por las vías, mi lugar cuando pibe sin vereda de enfrente? Un  recuerdo difuso, pero en la escena brilla un tren chocante sobre sí al arrancar, y luego sus vagones serían veloces fotogramas a esfumarse cual un barco en enigmas de penumbra. Y esa escena cautivando mis ojos tendría un prisma diferente en el asombro, y alumbraría mejor ese muestrario fantasmal de seres infecundos, de rostros ausentes y doblemente solitarios en el silencio de voces humanas en los trenes de la madrugada. Cuerpos llevados por la noche como rehenes de un destino inviolable y al ser uno más, comprendí mejor las voces de papel de mi padre y sus tres camaradas que se llevaron las aguas revueltas del setenta. Tipos dispuestos a imprimir ‘los últimos serán los primeros en morirse de hambre’, y ‘el mejor negocio de los ricos es una pelea entre los pobres’.
     
        Mi madre, una feroz moderada, se decía, también apreciaba que el éxito y el egoísmo sólo eran sueños de trapo. Una oración a mi viejo y sus amigos le sonarían a moralina, ‘porque  los escondites del enemigo están en nosotros mismos’. (2009) 

                        ELEGÍA  A  UNA  VENTANA TROPICAL
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                                               Cuento.

     Desde que llegara de Uruguay a trabajar en la confección de camisas a medida,  en NuevaYork había vivido cómodo, y aunque su felicidad seguiría siendo otro asunto, algo cambió al desplomarse las torres por el año 2001. Y unos meses más tarde, al entrar al café de la calle Waverly charlando con un sirio llamado Ibrahim, lo detuvieron, lo interrogaron con esa sola manera conocida y cinco meses más tarde no veía necesario que un soldado lo arrastrara contra un escritorio donde otro, con insignias y pelo muy recortado,  le recitara en inglés un cuestionario que sabía de memoria: nombre, país de origen y condición. Y  la última, ‘¿condition?’, una ambigüedad con mala leche, la respondió en español  ‘persona’, porque en ese lugar correspondía. Igual lo amontonaron con otros en una celda donde las paredes sostenían una losa que servía de asiento, en un rincón una puerta encubría el retrete y bien arriba, vislumbró una ventana que permitía entrar algo de luz…Ese detalle lo distrajo y se dijo que depende de cada uno convertir cualquier nimiedad en el Aleph concentrador del mundo, la perspectiva inmejorable, la síntesis absoluta. Y en aquel encierro, con un poco de imaginación una ventana abandona su condición de accidente de la cartografía edilicia, pierde su equilibrio cuadrangular de metal, vidrio y madera, y deviene en el viaje de ida y vuelta que se proponga. Una ventana es un estado de ánimo que llega cargado de paisaje, revive la fantasía bullanguera de la infancia, la piel de la mujer que aún hoy preferimos y las risas del vino con amigos; y ya mismo deberían enterarse, - albañiles y arquitectos- que ese delirio ventanero incrementa y sublima el valor de las edificaciones: Y aunque cualquier fantasía desnivele al negocio de sus dinteles, eso es lo de menos; entonces según fueron redactados proclamas por la libertad y demás valores entrados en decadencia, la humanidad le debe una recuperación formal a cuánto simboliza una ventana. Por ejemplo, pensó, un manifiesto ventanero que no exceda de cuatro o cinco palabras y se frecuente en todos los idiomas. ¿Qué geometría supera a ese visor allá lejos para desbrozar enigmas y saltar hacia la libertad? Ni comparar con los sospechosos divanes o confesionarios donde se ejercitan actos de contricción y fé, porque toda  ventana nos revive las ansias de retornos y partidas, amores y dichas  demoradas en la curva del tiempo. Aunque también, nos tumba de impotencia al anunciar que en esa cárcel de Guantánamo donde lo seguirían torturando para confesar algo desconocido,  sólo había ese ventanuco allá arriba, lejos, inalcanzable. 


AGUA CALIENTE A LA IZQUIERDA, IGUAL QUE EN ZURICH
                    
                                                                       Cuento-                                       
          La avenida de Mayo en Buenos Aires no existe hasta cruzarse con Florida; ahí todavía calle Perú y menos pretensiosa de ser exclusiva y distante. Esquina ajetreada por caminantes regulados a semáforo y apuro bancario, que algún rezuma aire de   reminiscencia histórica: imaginarios paraguas del 25 de mayo de 1810 y ‘el pueblo quiere saber de qué se trata’, ocres láminas escolares con palomas resistentes a multitudes, bombos y el bullicio de algunos octubres con sabor a revancha. Y a dos veredas de esa esquina con ecos de vivas y juramentaciones, en un bar con sillones en la vereda límite del Cabildo, el Quelo Varela lidiaba a pura sonrisa, verso y camelo, a una rubia que el día anterior conociera en el trámite de cambiar unos dólares. Y la dulce azafata suiza que ayer se negara a seguir conversando, ahora casi con entusiasmo le anotaba su dirección en una servilleta de papel: Freni Dietz, Kloten, Zurich. Quelo en verdad leía ‘Vreni’ y ella aplicando sus dientes al labio inferior le sonreía ‘Freni’.
- Is my name - y él debía aventurar su tarzánico inglés al preguntar ‘¿do you like another whisky?’, cuando mejor sonaría 'juiski' pero igual valía si la viajera al fondo del mapamundi ya entendía la intención mayor de su ¿do you like? sin asustarse. Porque sí Quelo, se dijo, no cualquiera actúa de exponente tribal frente a una auténtica rubia europea que le escribió su dirección en Zurich como invitando a visitarla entre las cuatro y cinco de la tarde. Así que pagó y salieron a recorrer  Buenos Aires y él, Quelo Varela, protector de azafata suiza en ciudad extraña, algo  imprevisible y secreto a medida de los porteños. 
 
-¿Ves? Esta es la esquina de avenida de Mayo y Florida, al lado sucedió el Cabildo Abierto de 1810 y esta es la diabólica Plaza de Mayo donde los guarangos se lavaron las patas en la fuente en octubre del ’45 y luego las Madres de los Desaparecidos nos espabilaron una vez por semana, aunque muchos nunca lo  entendieron, y en esa Casa Rosada duermen las autoridades nacionales, una manera de decir. Después del barrio que desafía a puro lujo, ese desperdicio de cemento es el Monumental Estadio de Fútbol cuya refacción  pagamos a tanto por gol para disimular el arrabal no capitalista, y esa confitería casi en sombras es la más costosa del planeta. Very expensive, Freni, too much, pero hoy no entramos porque /mirá que casualidad/, este es mi departamento. Entremos sigilosos, en voz baja, a enterarnos que una cama solitaria es ancha y ajena como la pampa; y antes que me olvide, si querés ducharte la llave de agua caliente es la izquierda, to the left, Freni, igual que en Zurich. A propósito, ¿sabías que los sudacas no somos tan distintos? Ustedes son  cronométricos, miden exactos en décimas de micrones y nosotros miserables de tanta inmensidad, cualquier diferencia la mensuramos en hectáreas. Pero eso sí, vos y yo por mandato de la especie y ajenos a cualquier mapa, tendremos el mismo temblor de hace un milloncito de años al proteger nuestro apareo en la íntima selva. Entonces y sin protocolo, usemos esta encendida piel de primavera para envolvernos en acrobacias de tigre silencioso y pequeñas palabras; y por favor Freni, que tu rubor no sea fingido y dejes de estar tensa en el centro de la habitación, sonrisa apenas y rubor de hembra sorprendida en silencio. Es tiempo de no temblar al besarnos porque si tu sonrojo iguala a este ataque adolescente que me llegó de golpe, esta escena  defraudaría al espejismo sensual de los países rubios. No me niegues que sos Freni Dietz, alhaja suiza de mi corazón sin derecho a comportarte igual que  una piba de mi barrio, hablándome del cantón donde naciste y cómo te peinaban cuando eras chica antes de oír misa en la iglesia de Schauffhauser. O apretada a mí pecho sonrías al hablarme de aquel novio que inauguró tu ternura al llevarte en la bici tras el puentecito del Rhin, aunque parezca malgastar nuestra desnudez con miradas en los ojos al contarnos nuestra niñez y la verdadera historia. Eso no vale, no hay que renunciar a esta noche inolvidable, velada con resultado asegurado, Freni, y probemos con precisión suiza que el amante argentino es de buena perfomance y poco rechazo de fabricación. Ese es otro secreto nacional, mi amor, esta ficción de ganadores imbatibles del principio al fin y así nos va en la vida... Dulce, en este minuto yo ni cuento siquiera, pero hacer el amor pareciera el modo de mantenernos en el mundo, por bisnietos de quienes por el año veinte enriquecieron a los sastres londinenses comprando trajes por docena y luego, dando un saltito al Canal de la Mancha, coparon los burdeles de Francia a punta de guita y vaca llevada en el barco. Reprimido y represor morocho y argentino rey de París, Freni, que nadie te muestre lo contrario, millonario con olor a bosta despreciado por los rubiecitos de ojos azules… Como los tuyos, mi amor, y no te rías de tanto pueblerino secreto nacional porque vos, mujer hermosa del mundo civilizado, no deberías abrazarme así ni arrobarte por mi beso en los párpados ni en lenguaje mezclado lamentar tanta demora en conocernos. Nos equivocamos, amor, como esta lágrima; vos no viajaste a Buenos Aires a dormirte en mi pecho o a tatuarme esta melancolía feroz que ya presiento. Vos llegaste para ver malambo con boleadoras y oír falsetes de vetustos tangueros de pañuelo al cuello, y no a dejar tu letra en una servilleta de papel que al subirte al avión y por mucho recuerdo que inventemos, el olvido la borrará de un soplo. ¿Vos tampoco lo imaginaste así, Freni? Toda fruta guarda un mordisco agrio y habrá un borrón creciendo sobre esta caricia en el aeropuerto, a tu desmemoria la llenarán nuevas miradas y por mucho lloriqueo al despedirnos, nuestro intento de amarnos de fuga y contrafuga se morirá de tiempo… 

         Recién despierto y ya la luz detenida en el corazón de la mañana, Quelo Varela miró a Freni replegada sobre su propio cuerpo. Un mechón de pelo desordenaba el blanco de la almohada, fotograma a irse adelgazando; entonces le apartó una mano abandonada sobre su vientre y la besó en un hombro livianamente, demorando despertar a esa mujer que nunca volvería a ver. La  noche de amor con certeza de olvido inevitable había pasado y él rebuscó fugarse con cinismo doloroso y absurdo: ‘era cierto, las azafatas suizas también son seres humanos’.


                             YA VENDRÁN LOS ANTROPÓLOGOS.       
                                                                                     
                                               Cuento

     La lluvia no cesaba y los clientes nocturnos del bar seguirían la charla. Don Cosme, el enamorado de la historia ya se subía al discurso de  contar la muerte de Mariano Moreno en alta mar. - ‘y fue necesario tanta agua para apagar tanto fuego’- pero esa noche el matricero Vladimiro se le adelantó. . 

- Por el año ‘78, y aprovechando la distracción del Mundial de Fútbol, - encabezó y siguió que por entonces las fábricas cerraban sus puertas a destajo ‘porque liquidar la industria argentina ya había empezado y un sábado de lluvia sollozo buenosaires’, - el Vladi solía florearse- contó que él retocaría dos matrices en una forja que ese mediodía dejaría  veinte tipos sin laburo, y aprovechando la oportunidad llevó su cámara de fotos. Agregó que por ser un último jornal ese mediodía los laburantes cobrarían doble y se despedirían del galpón según corresponde: comiendo un asadazo con ritual pródigo en vino y réquiem para un lechón.
    
       Ahí Vladimiro se mostró algo serio al decir que volver a una fotografía de 1978  no siempre era simpático y todos entendieron.
- El matricero Vladimir llegó a la hora de morfar –  lo saludó el negro Albornoz. Algunos ya andaban como extrañados por los rincones del galpón, lavándose en los piletones y sin apuro, acomodando su ropa para llevarse a casa y diciendo pocas palabras. .
     
        En el boliche conocían ese relato pero esa noche, con tanta agua y frío en la calle…..
- ¿Y Albornoz, cuándo salís de vacaciones? – siguió contando el matricero
. - En marzo, Vladi. Los bacanes como yo veraneamos en marzo, con Frank Sinatra y otra gente amiga.                                                                  
 
         Ahí Vladimiro discurseó si la resignación de un operario al cocinarse frente a un horno de mil doscientos grados no sería algo humillante; aunque más grave sería si el tipo no supiera reírse.
- Todos esperamos que el lechón estuviera a punto y luego aquel ámbito guardaría los últimos rumores. Pero antes de reinar el atroz silencio de fábrica vacía, como si actuara una representación final, a pura pinza y mano de obra exquisita, sí señores, Albornoz martineteó un recorte de acero al rojo como si amasara un bollo de pizza. Y en diez minutos entregó para sortear entre nosotros un perfecto gancho de acomodar las brasas; oficio, artesanía, como se llame… Y dale Albornoz, - aclaró Vladi que ahí disparó una foto- que en tres mil años te descubrirán los antropólogos. Sí, y al estudiar tu obra de artesano diestro y el tótem que modelaste con un cacho de acero a más de mil grados, esos tipos explicarán tus hábitos y quizá, hasta cierta religión que nunca practicaste, Albornoz. Por supuesto, varón, también habrá antropólogos chantas que dirán ‘los metalúrgicos del siglo veinte practicaban una Dinámica Transicional Coordinada y Proyecciones Globales Totalizadas’, o trabalenguas de ‘Asumida Logística’ y demás versos. Esos que inventan los Licenciados en Animación Productiva y otras pelotudeces, pero sí Albornoz, los antropólogos pueden ser así, ¿no lo sabías?. Y si hoy llegaran no se asombrarían de nada, - les guiñó a todos- pero en treinta siglos esos estudiosos serán ‘deslumbrados por esta civilización y multitudes de científicos rendirían su merecido homenaje al mejor forjador en caliente que pisara este planeta’. Escribirán tu nombre, Albornoz, seguramente dirán ‘laborioso y abnegado padre de familia que ni el sábado se ponía en pedo’. No te olvides, registrarán infinitos párrafos y hermosas frases sobre vos, pero el lunes bien temprano, Albornoz, comprá el diario y salí a buscar laburo antes de morirte de hambre. Que algún día llegarán los antropólogos, vas a ver...
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APRENDER  EN  FAMILIA.
  
    Desde chico a Facundo le importaron las mujeres más que a cualquiera, acaso porque lo ayudaron a crecer dos tías, hermanas de su padre. Dora, la mayor, y otra alta y no muy delgada, la tía Ester, que cuando él cumplió quince ya pasaba los cuarenta y era de bañarse con la puerta del baño a medio cerrar. Sería algún desprecio a los encierros, a sentirse apresada, pero vaya uno a saber esa actitud que a Facu comenzaron a ponerlo atento. Porque si la tía Ester le avisaba ‘dame la toalla’ él debía entrar de espaldas, ‘ni se te ocurra espiar, mocoso’, y darle el toallón color violeta. Era así;  y una vez que se cubría lo animaba ‘ahora podés mirar’ aunque de a poco fue siendo menos estricta porque una tarde que Dora salió y no volvería temprano, la Ester le mostró bien las piernas, arriba de las rodillas. ‘Hasta ahí, nene, que ya sos grande’, y se rió al jugar abriendo y cerrando rápido el toallón hasta dejarse ver denuda entera por unos segundos. ¡La tía Ester! Otro día lo llamó ‘Facu, la toalla’, y dejó que un espejo del baño le reflejara sus tetas blancas y redondas al enjuagarlas con lentitud bajo la ducha. ¿’Te gustó verme, espión’? Aunque después   Facundo no entendió porqué ese día la tía Ester pareció ausente y se fue a dormir temprano, sin hablar, y al día siguiente más bien le ordenó ‘vamos a bañarnos’ y al entregarle el toallón violeta escuchó ‘desnudate y vení vos también’.  Y esa vez, aterido y queriendo mirar a cualquier parte, con su ansiosa mano adolescente empezó el ir y venir una pastilla de jabón entre las piernas de esa mujer que lo fregaba contra su pecho. Los dos mojados, palpitantes, ‘así nene, así’, Facundo sintió el gemido risueño de la tía al culminar y sin detenerse llevarlo también a él hasta un quejido sofocado y placentero.
      
    Después de tanto entre los dos pasaron días sin miradas, de no haber ocurrido, y al irse la tía Dora todo el fin de semana, - ‘esta debe tener algún viejo por ahí’, la oyó hablar a Ester con una amiga- el viernes ella no neceitó más que besarle el cuello un par de veces y ayudarlo a quitarle el batón abierto. Y ahí Facu, con su reloj íntimo apresurado en esos días, la miró ya sin temor al deslizarle las manos reconociendo nuevos lugares y conmociones que escuchó ‘apagá la tele y vení’. Y esa vez no sufrió la sangre apresurada al ir repitiendo la ceremonia del jabón entre las piernas de la mujer con caricias más profundas y pronto ella decidió ‘vamos a la cama’, secándose apenas y apurados. Entonces, sin conocer el juego Facundo lo siguió como si supiera, y con docilidad acompañó que le llevaran la cabeza vientre abajo y casi jugando aprendería sin apremio; si después de todo ella también le andaría por sus lugares secretos sólo cuidando ‘no me manches la sábana, nene’. Y según mujer fértil que guarda un preservativo por si acaso, por un instante Facu debió erguirse al borde de la cama sintiendo que transcurría un sueño cuando la tía Ester simuló cierto protocolo al colocarle su forro bautismal. Y ya igualados amantes sin ambages, con alegría cierta no sintieron ninguna diferencia cuando la hembra mayor de cuarenta, alta y no muy delgada, abrió sus rotundas piernas al vigoroso chico de quince años y de ojos bien abiertos, para homenajearse íntegros sin debatir edades ni parentescos.          



SECRETO  DE  RUTINA.
                                                       
                                               Cuento de Eduardo Pérsico.
             
            Al  levantarse el hombre no advirtió el guiño primaveral entre las florcitas del ciruelo. Era un día más; su esposa seguiría durmiendo, el pronóstico de la televisión no le informó de qué manera setiembre vestía el repliegue del invierno ni tampoco que el reloj de zorzales y calandrias desvelaría antes al vecindario. En su camino al tren el hombre sólo pensó en esa mujer que se le insinuaba detrás de una ventana, mojándose los labios y entornando o reabriendo su blusa; y esa mañana cuando ella  lo hizo entrar, ninguno se demoró en saludos ni presentaciones. La mujer no tan mayor, de piel sedosa y que solamente pidió ser amada sin urgencias, con lentitud, le hizo perder dos trenes de cada media hora.

- Señor Sánchez, hoy llegué tarde porque... –  intentó esa vez ante su Jefe. El otro, siguiendo su lectura le respondió ‘tranquilo Fernando, está bien’; oración o frase luego reiterada por meses.
       
      Fernando, - abreviando lo más posible- era Subjefe de la Dirección General de Política Presupuestaria Nacional, área Familia, un trabajo políticamente reservado para que algunos miraran por la ventana, otros leyeran el Diario y los desatentos como él, se entretuvieran en ignorar las imperfecciones del cielorraso. Pese a eso, el señor Sánchez a veces requería la atención de todos al hablar de un Ministro que un día caminó muy cerca de la oficina.  
   - Era el propio Ministro, anduvo por aquí y hasta lo vimos subir al auto. Una persona muy ocupada, se pueden imaginar, con esa responsabilidad –  recitaba Sánchez  y volvía a su lectura. 
    
      Un mediodía imprevisto,  el señor Sánchez avisó que durante una semana se iría de paseo con su mujer, - que nunca nombraba- y esa tarde la esposa de Fernando atendió un llamado que luego le comunicó.  
   - Ah, mañana podrás dormir más. Tu amiga irá de viaje con su marido y te avisarán cuando vuelvan. 
 - Gracias – dijo él.
  - De nada – contestó su mujer.
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UN EMOTIVO ENCUENTRO.
                                                          
                                                                       Cuento

      Si Atlanta jugaba con Rácing no sería bueno atropellarse con la multitud y habían decidido juntarse en el bar cercano a la cancha. El Ruso llegó un poco atrasado, entretenido por un amigo que le regalara una entrada, dijo, y los tres salieron caminando por Dorrego.
-Hoy ganamos, Ruso - dijo el Bebe palmeándole el hombro.
-Dios te oiga, pero Racing viene primero – agregó Alberto cuando del subterráneo de Corrientes surgió un malón flameando una bandera.
- ¿Así que vos ya tenés la entrada, Ruso?
- Sí.
      En la puerta del edificio donde vivía el Bebe un remolino de gente los separó y al cruzar la vía, Alberto preguntó.
- Che Bebe, ¿y el Ruso?
    - No sé, andará por ahí adelante. 
      Siguieron por Humboldt, retrocedieron a la barrera del ferrocarril y no verlo el Bebe suspendió la búsqueda.
- Vamos, ya empieza y este Ruso boludo ya vendrá.   
- ¿Dónde se habrá metido? – se dijo Alberto y entraron.

     En los primeros minutos no sucedió nada interesante, salvo un derechazo del nueve de Atlanta por encima del travesaño y el Ruso metiendo con delicadeza la mano bajo la blusa de Nora. Ninguno de los equipos se preocupaba por atacar, en cambio Nora estiró una mano y dejó el dormitorio a media luz. El inicio prometía: el diez de Racing se apresuró  en un contragolpe y el Ruso se quitó despacio la camisa mientras Nora cumplía el rito de acariciarle el pecho. En Atlanta, el medio campo era luchado, pero al abandonar el Ruso sus mocasines, Nora, descalza, se subió sobre sus pies y  trastabilló en la alfombra riendo como una chiquilina. El encuentro siguió sin variantes hasta la media hora, cuando Alberto reclamó un foul en el área de Racing y el Bebe lo secundó puteando al referí que pitaba siempre en contra de Atlanta. Sin reclamar ningún penal Nora y el Ruso se devoraban y la mujer levantó las piernas al infinito en un gemido cuando el Ruso se venía se venía y en la misma jugada ella cruzaba la línea del gol del alma y de todos los sentidos...
      En tanto Racing hacía valer su mejor condición física, luego de la primera emoción de la tarde Nora pegadita al Ruso le murmuraba en el oído, ya que los del departamento contiguo no eran sordos ni ciegos como ese referí hijo de puta que durante el primer tiempo cero a cero pitó siempre en contra de Atlanta y ni cobró un penal evidente al revolcarse los dos sobre la alfombra del área chica.
    
           En el entretiempo Alberto y el Bebe estiraron la cabeza pero no vieron al Ruso  que se perdía el partido por tener sus ojos entornados y echando humo al cielorraso, el tarado. Con el clima algo fresco los jugadores tomaron agua natural, Alberto y el Bebe manotearon dos vasitos de Pichi Cola y Nora, contrariando el reglamento de su casa, sirvió dos traguitos de whisky sin hielo.

      Al principio del segundo tiempo no hubo nada interesante, salvo dos cruces hacia la  izquierda del ocho de Atlanta y las manos del Ruso recorriendo minucioso el cuerpo de Nora, recostados en la cama al cambiar de arco. Pero cuando Racing abrió el marcador tras un tiro libre que desvió un defensor, hubo un griterío y ahí Nora y el Ruso se preguntaron  la hora aunque el juego seguía  emocionante como en la primera etapa. Faltando cinco minutos para terminar Alberto y el Beto no hallaban consuelo si no empataban, el Ruso y Nora se besaron en una arremetida final antes de abrir sigilosos la puerta del departamento por donde se filtró un delantero de Atlanta para anotar el justiciero uno a uno...
          El Ruso se apuró en llegar, averiguar cómo fueron los goles y todavía ver el final cansino bajo un sol en retirada. Todo dicho, y al reencontrarse en la vereda con sus amigos Alberto le preguntó.
-¿Qué te pareció, Ruso?
-Que el referí nos robó el partido -soltó la frase que el Bebe no le creyó.
-Callate traidor; que hoy te fuiste a la tribuna visitante. Con hinchas como vos nos vamos al descenso – se despidió riendo el Bebe ya entrando al edificio, donde su esposa estaría mirando televisión.
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