domingo, 23 de septiembre de 2012

Verde y blanco a franjas verticales. Cuento.




      VERDE Y BLANCO  A  FRANJAS  VERTICALES.
                                              
                                       Cuento de Eduardo Pérsico.  
    
                                               …y su padre de grandota sonrisa gardeliana le preguntó ‘¿te gustó?’, él dijo ‘sí, mucho’ y el viejo redondeó ‘ojalá siempre te acuerdes’..


           ‘Por la última fecha del Campeonato de Primera División, en cancha de Banfield se enfrentaron el local y San Lorenzo. Ganó Banfield tres a uno y culminó así una buena campaña en el torneo’, anunció un diario el 8 de noviembre de 1942. 

          Aquel domingo del ’42 Pablito había sido levantado por su padre al festejar un gol de Banfield y la  imagen de camisetas verdes y blancas lo acompañaría siempre, y  por los años cincuenta probaría en el club su valor futbolero pero ya entonces los jugadores vivían lejos del barrio. Acaso desde ahí cambiarían sus vocaciones y aquellas alegrías que de chico crecían en su corazón, le harían repetir ‘el fútbol es otro servidor del Poder’; aunque la vez en que vendiendo libros por alguna provincia  y ser invitado a pelotear con otros viajantes, íntimamente disfrutó jugar vestido con el color de sus amores: verde y blanco a franjas verticales.
     
        Más en los años setenta algo lacerante desmadejó a Pablo: unos tipos con capuchas de pesquisar escritos rompieron su casa en la alta noche, violaron a su mujer y en una dependencia embanderada lo torturaron a gusto. Algo muy ajeno a una reseña deportiva en cuanto en una madrugada cualquiera, malherido hasta en su recuerdo de infancia, lo tirarían desde un auto y a otra cosa. Así que ya por los ochenta Pablo recaló en España y al afincarse en Sevilla, un amigo imprevisible lo iría integrando a compartir tabernas, agasajos y hasta una tarde de toros. Cuando él, Pablo, tan contrario al atavismo de la muerte gratuita, en un  luminoso 12 de octubre vomitara en la plaza de La Maestranza cuando el diestro Rafael de Luca, que esa tarde saliera por la Puerta del Príncipe, faenaba su segundo toro.
      
        Pero ya por entonces, cada domingo y acaso sin notarlo la dueña del piso que rentaba en esa calle La María, salía del mediodía al crepúsculo y de retorno, a veces con la mirada sin convicción se recostaba en un sillón a recordar, sencillamente. Y en aquel abismo de visiones mezcladas vería la alegría de su viejo con él en brazos al festejar un gol del chueco Farro, al azulgrana vasco Lángara colorado de furia pateando aquella pelota gigantesca y al negro Silvera, zurdo sonriente y jorobeta de correr contra la línea igual que una gallina. Tal vez su vida entera en esos fotogramas del Banfield tres San Lorenzo uno, cuando saliendo del estadio su padre de sombrero rancho y grandota sonrisa gardeliana le preguntó ‘¿te gustó?’, él dijo ‘sí, mucho’ y el viejo redondeó ‘ojalá siempre te acuerdes’...
         
      Hasta que por los noventa y en otro cansino atardecer de domingo, a Pablo le sacudió el pecho ese dolor profundo, definitivo, y al acomodarlo unos vecinos hallaron una camiseta futbolera  debajo de su cuerpo. ‘Del Betis’, comentó uno;  y sí, verde y blanco a franjas verticales.

Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El tango y el lunfardo, dos perfiles ajenos al coloniaje



      El Tango y el Lunfardo, dos perfiles ajenos al coloniaje.

                                                        Eduardo Pérsico.

unos tipos de sentirse superiores mientras nadie les pregunte en qué consiste eso.

        Sabiendo que más preocupan cuestiones sobre la economía y seguridad personal, no pareciera oportuno discutir el origen de algún valor cultural de una sociedad. Más en cuanto a esa ‘preocupación’ me pidió opinión el escritor colombiano Ramiro Lagos, excelente poeta y gustador del tango con quien charlamos a propósito, - y creo que por 1992- en la York University de Toronto, Canadá. Y si ‘en la huella andamos y arriero somos’, es bueno arrimarle renglones al asunto.

        Durante años se afirmó que el tango en Argentina era un género que naciera sin letras alrededor de 1880, originario rítmicamente de la habanera cubana y que en los márgenes rioplatenses de Uruguay Argentina recibiera letras prostibularias y otros giros olvidables. Esto último sería demostrable; más afirmar que los primeros tangos sólo fueron expresión bailable del compadrito es temerario por cuanto de ese personaje sustancial en nuestra iconografía,  ya por 1845 se ocupara Domingo Faustino Sarmiento, - múltiple y contradictorio personaje de la inteligencia argentina- al decir en ‘Facundo Civilización y Barbarie’ lo siguiente; ‘en Buenos Aires todavía está muy vivo el tipo popular español, y todos los movimientos del compadrito revelan al majo. El movimiento de los hombros, los ademanes, la colocación del sombrero y la manera de escupir entre colmillos es de un andaluz genuino’. Pero  conjeturar que ‘ese andaluz compadrito’ del que habla Sarmiento recién tuviera canto propio medio siglo más tarde, por el 1900, fue un rebusque  para ocultar cada integración y movilidad social que ocasionara la masiva inmigración recibida. Pareciera una exageración, más aunque el diario La Nación por 1875 publicara dos esbozos del lunfardo firmado por el joven Benigno Baldomero Lugones, el designio de la  clase superior mandante; - los Nosotros, unos tipos de sentirse superiores mientras nadie les pregunte en qué consiste eso- sería desinformar todo lo posible a propósito del gentío común. Y sucedió que ante la descomunal ganancia de tierras apropiadas que les sobraba para construir castillos en medio de la pampa, esa poderosa oligarquía eligió oscurecer cada reflejo del sujeto social de la periferia: desde el `populismo` del conventillo con los rejuntes étnicos que producía tanta diversidad de credos, al lunfardo y  la picaresca sainetera de la compañía de Alfredo Gobbi y su esposa, sería denostada. Aunque al fin la indetenible realidad instituyera al tango cantable con Angel Villoldo; un creativo autor fundacional por su tema ‘El Porteñito’ por 1903 que ratificara en 1905 con similar raíz andaluza en su trabajo más notorio, ‘La Morocha’, con música de Enrique Saborido para Lola Candales, cupletista ‘española’ de moda en Buenos Aires. Nadie discutiría si ‘La Morocha’ era un cuplé en tanto exhibía a una mujer argentina ‘la que no siente pesares y alegre pasa la vida junto a su noble gaucho porteño’, pero alentó a vincular más al tango con el lenguaje lunfardo. Ese argot, código o jerga entre dos para que no se entere un tercero; y esos dos perfiles, juntos o separados, curtirían una manera subyacente que al fin siempre exhibe el argentino común.

        Tango y lunfardo son independientes entre sí por distinción de género y origen, pero íntimamente los integra su distancia con todo tipo de coloniaje. Una actitud que nos obliga, risueñamente, a criticar el fervor tanguero ‘argentino francés’ de los años veinte y que provocara una  inusitada reacción de la revista ‘El Hogar’ ante el peligro ‘que a los porteños decentes, desde París le quisieran imponer el tango argentino’. Pero bué, entre nosotros siempre hubo gente con mucha reacción...   

        El tanguillo andaluz, la habanera y el sentimental fado portugués,  menos apreciado pero evidente, le resultaron tan sustanciales al tango cantable como a la milonga le fuera la guajira flamenca. El ‘déjese de tanta milonga, no hable usted de más’, enlazaría la guajira acriollada porteña al cante andaluz que en 1857 cantara el español Santiago Ramos en el Teatro Victoria  ‘me dijo un moza al verme, tomá mate, che, tomá mate, que en el Río de la Plata no se estila el chocolate’. Y por 1868 apareció ‘El negro Schicoba’, de José Palanzuelo organista de la Catedral con texto de Germán Mc.Key, actor panameño que cantara bien andaluz ‘un tango cara cun tango, un tango cara cun té, dame un besito mi negra ahora que nadie nos ve’. Más tarde Manuel Caballero Bonald, en  Danzas de Escuela Antigua recordaría el ‘Bartolo tenía una flauta con un agujero sólo y su madre le decía, tocá la flauta Bartolo’, que en Uruguay sería por milonga y en Argentina la tanguearían ‘Bartolo deja esa mina, yo no la quiero dejar, porque me calza me viste y me da para morfar’. Resonaría por 1870 el tango acriollado ‘Queco vení pal hueco, Queco, te tengo que hablar’, bien pronto ‘El Tango de la Casera’ o del Recoletero sería entonado y bailado por muchos porteños ‘dignos’ en las romerías de Recoleta o del Pilar. Certeza que a cada negación histórica suele diluirla el tiempo.  
      
       La música del tango sintió cambios en su armonía y composición sin perder su identidad, al igual aconteciera con ciertas letras desparejas y vulnerables que mágicamente  perviven en el estilo literario argentino. Y a pesar que su temática abrume de lo personal a lo social, o que la hechura musical de hoy exija ejecutantes muy aptos en  interpretarla, obviando esas vanas discusiones el tango según expresión cultural sostiene el sabor y carácter de su raíz. Que tan bien estimara el más lúcido Jorge Luis Borges, el de ‘El Idioma de los Argentinos’ de 1928 y que en 1930 expresara: ‘de valor desigual por proceder de plumas heterogéneas, las letras de tango son un inextrincable “corpus poeticum” argentino que los historiadores algún día vindicarán´. Estimando ‘esas imperfectas letras atesoradas en El Alma que Canta’, revista bien popular que sin duda él leyera por entonces. .    

         Y hasta aquí sin ánimo de ocultar contradicciones de nuestra comarca ni agrandar las dudas del amigo colombiano. (set,12)
__________________________________________________________
 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Guaracha al Corazón. Cuento.



GUARACHA AL CORAZÓN.

                           Por Eduardo Pérsico.

          Esta noche en el Queens cantará Paquito, Rey de la Salsa, se alegra Juana y contonea ante el espejo sus rotundas tetas tucutum tum tum en tanto elige la ropa de atender en su pequeño ‘apartament’ de New Cork, que no era poco. Y en el aguardo de un cliente se embute en sus medias negras, corpiño de sólo encaje y jubón de satén que algo le deja ver,  y sus tacones de quitar fácil para bailar descalza según el juego. Así en soledad y contra el duro frío se menea la Juana a puro tucutum tum tum de cuerpo entero, que bien tanto le luce.

           Buen fin de semana se le promete; acaso caiga nieve y ella se alista para el viejo Robert, infaltable si ya anunció caballeroso que vendría y él, espectador cada semana de su guaracha calentona es de cumplir horario y bien le paga por admirar su cuerpo categórico. Eso que se mira y no se toca y bien disfruta el Robert sólo desnudez cien dólares cada viernes, que pese a yanki ingenuo y frío según se dice siempre, él tanto se renueva ante el tucutum tum tum de la guarachera Juana. Por más hombre maduro de lengua afuera por subir cuatro pisos que cuelga su chaqueta en el asta de una silla y se extiende en la cama desbrozando bragueta en un reflejo ejercitado. De perder la mirada como apreciando el techo pero ya la Juana se enjuagó las axilas de sudor caliente y principia su ritual de calentura;  ‘y mira chico’ le dice en español insinuando in crescendo sus encantos según aprendiera de su abuela la putanga.

           Se contonea la Juana en lentitud al entornar sus ojos, fantasía de la ceremonia pero ahí mismo recuerda cuánto ayer la adularan en ‘El Patio’ donde de nuevo esa noche ha de actuar el Paquito. Y a ella tanto endulza esa atención latina donde se dice ‘la Juana es hembra modelo de publicidad y su inglés ya suena neoyorkino’. Si para ella veinte es ‘tuani’ y ciudad se dice ‘cery’ aunque no logre su legal documento por más que sea hembra tan deseada por muchos. Que al fin y cada noche pretenden convertir su trago en imperioso semen con ella a cada rato más hermosa según crezca la madrugada, aunque esos mismos tipos bien entienden que con Juana no hay viveza o coraje latino que la puedan si antes no se le paga…

         Pero ya vamos mi veterano Robert quietecito casi fingiendo mirar el cielorraso que la Juana ya tucutum tum tum bien cerquita y poco atuendo viene haciendo lo suyo, entre cuatro paredes dos espejos y esa cama que con Robert nunca usara, meta y dale tucutum tum mimbreando su lenta guaracha de culo juvenil que con buen contoneo es infalible. Y la Juana se apoya de revés en una silla y de cóncavo despliegue su trasero y esas piernas más largas a favor de oscuras transparencia. Con más su infalible tembleque tucutum tum tum con sus soberbias tetas ‘que la candela le baja de los hombros a esta jeva’ repetía su abuela al entrenarla.

      Ella en ese momento íntegro fetiche para el bueno de Robert y venga Juana humedeciendo su boca diseñada por Dios para inquietar varones, que el hacerse mirar es oficio del cielo y mientras existan obreras malpagadas o sirvientas a miserable precio, lo de Juana es virtud de ser hembra elegida. Tan codiciada en sus tumbeos de guaracha tucutum tum tum que nadie aprende con su primer cliente y cada oficio exige darse tiempo, sí señores. Pero a no distraerse Juana, si ya debes andar de escasa ropa en danza lenta de quitarse quitando breteles que te embretan; y muévete pez perca percanta desbrozando tus escamas de misterio que enciende a cualquier tipo con sólo imaginarte. Así que sigue bailando si esa noche ya te verá el Paquito, Rey de la Salsa, que también prometió documentarla y nunca pudo...

      Al aire su corpiño y el viejo Robert ya de mirada fija y ella en final de guaracha tucutum tum tum se despedía porque jamás es fácil entibiar el Village a puro contoneo.
- Siento frío, Robert. – cortó Juana su danza a pelvis descubierta y recién  descubrió una mano del hombre crispada en la camisa. Su guaracha tucutúm tum tum hizo lo suyo pero el buen Robert un yanki tan correcto no era de fingir caerse muerto en un cuarto piso sin ascensor. Un viernes al anochecer en que ya nevaba sobre New York y en un rato actuaría Paquito el Rey de la Salsa. (Set.012).
_________________________________________________________________