viernes, 30 de mayo de 2014

¿Un imprevisto hallazgo?



¿Un imprevisto hallazgo?.
                                     
Cuento, por Eduardo Pérsico.
                  
… y esa noche apagaron la tele para conversar.
     
      - Es sencillo Carina, yo me mudaré con mi marido y vos podrías mudarte con mi vieja. Te ahorrarías pagar alquiler y las dos se harían compañía - dijo la hija de Laura. Y Carina aceptó diciendo ‘con tu mamá nos apreciamos mucho’ y a otra cosa. 

       En el inicio de vivir en la misma casa, - Laura, cuarenta y cinco y madre de Lucía a los veinte,  y Carina cinco años menor y dos veces separada- se harian muy amigas al coincidir en gustos de comida o series de televisión. Y cuando la muchacha comentara que se veía muy gorda, Laura la tranquilizó.
- Estás regia pero igual yo me ocuparé de vos.
   Y además de agitarse con estiramientos y flexiones cada tarde, las dos se habituaron a cerrar la gimnasia besándose en la mejilla. Un gesto que repetirían al pasar por cualquier causa.       

    Luego de transcurridas unas cuantas semanas y Carina debía ir al cumpleaños de un sobrino,  Laura le recortó el  cabello y prometió darle sus masajes ‘milagrosos’, así  que al salir de la ducha la muchacha se bajó el toallón y la otra, inclinada sobre su cuerpo además de masajearla la besaría muy suave en la boca dos o tres veces. A eso Carina más bien pretendió actuar un gesto de sorpresa y por la noche, ya en el sillón de tomar el ritual vaso de vino blanco, apagaron la tele para conversar. 
-         Yo fui pupila en un colegio - dijo Carina y Laura reiteró aquello de haberse casado muy joven y que al morir su marido ella se sintió envejecer.
-         Al fin, la ternura entre mujeres es algo natural- se dirían de paso y al demorar ambas la mirada más de lo usual, sellaron ese acuerdo en el que Laura volviera a besarla y las dos se aflojaran entregadas a caricias más tiernas y profundas. Y en esa misma escena, al descubrirse las dos en un espejo casi adheridas mirándose a los ojos y luego Laura buscara besarla vientre abajo, Carina musitó un ‘por favor, me estás enloquciendo’. Pero claro, ya los sentidos actuaban sin retorno y de lo demás quien sabe…

    Acaso Carina con su éxtasis y Laura con su íntima inquietud recién lograda por primera vez, se desvelarían con tibieza hasta la madrugada en un feliz territorio que anhelaran recorrer acaso sin saberlo. (junio04)
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jueves, 15 de mayo de 2014

EL PRECISO MOMENTO. Cuento breve.



El preciso momento.

               Debo decir, señora, que ya es tiempo de cambiarnos el trato y rozarnos algo más al saludarnos. Digamos,  hacerlo más cercano cuando ausentes sus hijos y los míos –más que indiferentes- ni sospechan que recorro su blusa al decir ‘hola’, ni que usted sonríe porque le ha gustado y aguarde algo más sustantivo que una caricia al paso. No que augure el reino de los cielos; ¿para qué tanto? Pero al menos convoque algo debajo de su falda en mitad del salón y sin testigos. Porque usted y yo en este instante, defendemos la vida al desprender botones hacia su torso anhelante, en tanto su caricia ya navega el vello de mi pecho.Nosotros somos grandes, bien lo sabemos al recontar los años y algún nieto. Más los labios todo saben y diestros son los dedos en ejercicios de ternura. Nuestras bocas bien conocen que no existe el ‘demasiado tarde’ ni argucias de remontar el pasado eternamente. La verdad de la especie entró en nosotros y a pleno de la mutua ternura en este único cuerpo que es el suyo y el mío. Y también sea la hora, señora, de empezar a tutearnos… (2014)
_______________________________________________________________________________________________________________________________________________Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
                                               www.eduardopersico.blogspot.com 

lunes, 5 de mayo de 2014

Julio Cortazar y un vistazo a lo popular.


        Julio Cortázar y un vistazo a lo popular.

                                               Por Eduardo Pérsico.
              
…y me parece bueno decir que yo iba a esa milonga por los monstruos.
  
     La aproximación inicial al nombre de Julio Cortázar me llegaría al terminar el colegio primario en 1948 y yo ingresara como aprendiz al taller mecànico frente a su casa de la calle Rodriguez Peña y Alvear, en Banfield. El entonces tendría tendría más de treinta años y no creo que anduviera mucho por el barrio. Además, mi inquietud literaria llegaría más tarde por otros escritores, guiado por el inolvidable Raúl Larra con sus biografías sobre Lisandro de la Torre, ‘el solitario de Pinas’, y de Roberto Arlt, ‘el torturado’. Así empezamos y por ahí andaría la cosa…

       Unos cuantos años más tarde y cuando Julio Cortázar era ya figura de la vida literaria del ambiente, leería Las puertas del cielo, un cuento que transcurre en el popular bailongo Palermo Palace en 1942, y publicado en  Bestiario por 1951. Y acepto que me molestara repensar esa veta ‘elitista’ del personaje narrador; un abogado de clase media que denominaría ‘monstruos’ a esos argentinos laburantes que frecuentaban aquella milonga barata. Personas con otro estilo y otras pautas al fin bastante iguales a mi entorno, donde antes de los veinte años curtiamos la diversión de ir a bailar cada fin de semana; acaso como una constante que sin más explicaciones que valieran la pena, fuera un recurso por mejorar la convivencia con los demás, quiérase o no. Así que discurriendo por esa certeza y a propósito del cuento Las puertas del cielo, tras su lectura y relectura acaso me condicionara en descubrir ciertos términos de ensañamiento con tipos y ambiente del mismo relato. Que hasta podrían ser estimados muy mal por cualquier lector, en cuanto la persistente adhesión a un encono primario y desmedido en contra de una escenografía con personajes incluídos, que más bien aquí denuncian la visión escasa y mezquina de un amplio entorno desconocido y casi ignorado por el autor. Donde caen en la volteada de esa impiadosa visión los frecuentadores de milongas de ‘medio fondo’ iguales a nosotros; ese Palermo Palace, que Julio Cortázar renombrara Santa Fe Palace,  por extensión de visitantes habituales abarcaba desde La Enramada por ahí cerca de los bailongos de la costa de Quilmes, tan pintorescos. Sitios aquí descriptos o más bien imaginados con una visión poco amable y descalificadora de quienes así se divertían y ‘nos sentíamos vivir’. Según en este cuento él mismo Cortázar acepta de Mauro y Celina, dos personajes realzados sin duda por esa calidad narrativa habitual en él. Ese innegable escritor argentino que en este relato se desgasta en ‘asombros’ de un reciénvenido, más bien propios a la desdeñosa premura que suelen usar los ‘críticos comprometidos’ con cualquier asunto o escenografía no comprensible por ellos, y mucho menos  en tanto resulte ajena a su entorno. Tal vez un pequeño detalle pero aquí muy certero.

      Y en este cuento que sabemos escrito en 1944 y sin apenas sugerencias del peronismo venidero, igual en el país se insinuaba cierta movilidad que más se pronunciaría de 1945 en adelante, perìodo donde tanto se modificara el entretejido social de los argentinos por factores sumados a la creciente migración provinciana hacia Buenos Aires. Esa instancia que entre otras muchas venían cambiando el crecimiento  de la comunidad toda, y en cuanto para eso sobran las estadísticas demostrativas, quiéranse o no, semejantes certezas numéricas nunca deberían merecer el `desgano` del escritor Julio Cortazar en abundantes renglones de su cuento Las Puertas del cielo. Y veamos algunos: Me parece bueno decir que yo iba a esa milonga por los monstruos, y no sé de otras donde se den tantos juntos. Bajan de regiones vagas de la ciudad… las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes…las mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas…A ellos les da ahora por el pelo suelto y alto en el medio, jopos enormes y amaricados sin nada que ver con la cara brutal más abajo…Además está el olor, no se concibe a los monstruos sin ese olor a talco mojado contra la piel, a fruta pasada. Uno sospecha los lavajes presurosos, el trapo húmedo por la cara y los sobacos…También se oxigenan, las negras levantan mazorcas rígidas sobre la tierra espesa de la cara… De donde salen, què profesiones los disimulan de día, qué oscuras servidumbres los aislan y disfrazan. Los monstruos se enlazan con grave acatamiento. El polvo en la cara de todas ellas y una costra blancuzca detrás de las placas pardas trasluciendo” .

        Por supuesto esta transcripción es fiel pero no absoluta, así que resulta muy útil  apreciar la premura descriptiva y casi ceñida a lo escenográfico que relata. Casi como si fuera habitual ese rictus de una intelectualidad en viaje de ida, tan habituada a denostrar  ‘el malgusto popular’ como si ellos fueran los superadores de todo aquello que imponga hábitos y costumbres. Un feroz percance que suponemos, no mereciera la autoría narrativa del argentino Julio Cortázar; el mismo escritor luego reconocido además de su obra por sus frecuentes y elogiables actitudes personales. Y aunque esta visión que comentamos Cortázar también la tuviera. Pero bué….(marzo 014)
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.


Fotos algo borroneadas. Cuento



Fotos algo borroneadas.

Cuento de Eduardo Pérsico.

              Repasar fotos sin ver nítidos los ojos de Ali me contradice. Se sabe que toda mujer presiente una cámara cerca pero pese a esas semanas que pasamos juntos, ninguna toma me devuelve su mirada. En esta del mercado y al pibe diciendo ‘no hay cerveza en el pueblo’ le cacé también a ella la expresión como en esta otra de tipos  jugando al dominó en la vereda. Las dos siguientes del viejo que cubre su calva con un pañuelo y luego exhibe feliz  sus dientes marrones, también ella se asoma. Luego no tomé al decirme el cochero Julio ‘por cinco dólares paseamos todo el pueblo en mi carro. Llevamos a la señora y luego andamos’, y ahí nos vimos. Ella viajó atrás bajo la capota de hule negro y al bajar me dejó su honda mirada al decir ‘Julio, dile al argentino como vivimos aquí en Cuba’, y ya en la siguiente el cochero me había confiado las riendas para enfocar él mismo mi compadrear en el pescante. Así que me dí el gusto de tararear ‘yunta oscura trotando en la noche, latigazo de alarde, sobón´, con una disculpa al digno Homero Manzi…  
   Por aquí se ven varios focazos del cochero Julio a la desolada estación de trenes, se divisa el vaivén de una mancha de aceite en el agua y a una viejita en bicicleta en pleno mediodía; buenas ideas con malos enfoques.  
- Mira, esa boya es el símbolo de este pueblo. Entró del mar con el huracán del año veinte y quedó allí, sobre la plaza– y ahí Julio malgastó su orgullo pueblero mientras yo cacé a unos pibes que envidiaban mis zapatillas. Y oficio aparte, es imbatible la sonrisa de cualquier pibe atorrante del planeta. 
-  Es que el enemigo nos pega con el consumo – y en cuanto Julio me inició el discurso le pregunté qué untarme en la quemadura del sol, y ahí recién aparece la primera toma de Ali. Negra de mi corazón y entre muestras de ropa colorinche refulge su piel oscura. En esta otra viene de su trabajo en la tienda, el pelo en la frente y su pose canchera de fiera en acecho pero hasta aquí en ninguna se aprecian sus ojos. Por suerte más tarde capturé ese clima de mundo detenido tras el cortinado rosa de su habitación, el derroche de luz en su escote y este focazo que agiganta a cualquier fotógrafo; mujer oscura en un tornasol donde ajusta un sombrero pajizo contra la nuca. /Qué poemas del Nicolás Guillén ni palmeras de Alejo Carpentier sueltas al viento/. Ella, Ali, mujer de cintura gruesa y ajena al  modelaje que vivía en Cárdenas y sólo al sugerir su ternura burlona en la mirada, era  una incitación a que el planeta siguiera su girar sin remordimiento. Quien sin palabrerío me enseñara que el amor solo existe con alegría y amar riendo es revolucionario; y en cuanto las fotos no registran todo, no existen las de nosotros dos boteros a la deriva, sin promesas y nuestra respiración fuera mutua. Y qué tan bien se apreciaban sus ojos.
- Vos tan blanquito, ¿imaginas a mi abuela ocultada en la selva? – bien sabía reírse al saberse novedosa y luego del resplandor de esa ternura, aceitara la quemadura de mis hombros. Todavía no repasé las tomas de su pueblo metro a metro pero aquí alguien enfocó la mesa de mi cumpleaños: velas, langosta, mucha cerveza, Julio con su mujer. ¿Dónde habré dejado la camisa china que me regalaron? Aquí la sonrisa de Ali se desborda menos y sus ojos parecieran volver a negarse. En verdad, no muy oscuros ‘sus ojos de azúcar quemada’ y siento ajena la tristeza de la última tarde; de contención de un solo lloriqueo y a un solo tiempo. Ni ella subida sobre mis pies a reflejarnos la mirada porque esa vez, juntos los dos y en silencio, le quitábamos el cuerpo a la tristeza. Y en aquel sin palabras de lágrimas sobre mi pecho y su rotundo cuerpo de hada negra última vez, carecí del coraje de musitar, al menos, su nombre diminuto. Ali, yo me protegí con esa porteña celebración de la amargura, que entre nosotros anda siempre a mano.
      Así al interpretar juntos con el cochero Julio la lluvia sobre el mar y una botella de Legendario ‘que calma todos los males’, y él repitiera constante ‘la vida es así, compadre’, el  matungo optó por llevarnos sin desvelarnos hasta el bus hacia La Habana. Atrás la botella de ron se hundía en el muelle y el aguacero crepitando en la capota despintara un mural del Che Guevara, así que de final Julio me sacudió jodidamente.  ‘Ali es una jeva muy mujer y tú le entraste en el alma, che’. Y en esa neblina profunda tal vez yo le tangueara ‘ya volveré a buscarla, te lo juro’. Aunque yo Ali, vos sabés... (abril.014)
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Eduardo Pérsico  nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina