jueves, 23 de septiembre de 2010

APRENDER EN FAMILIA. Cuento.

                                                                         
      
    Desde chico a Facundo le importaron las mujeres más que a cualquiera,
acaso porque lo ayudaron a crecer dos tías, hermanas de su padre. Dora, la
mayor, y otra alta y no muy delgada, la tía Ester, que cuando él cumplió
quince ya pasaba los cuarenta y era de bañarse con la puerta del baño a
medio cerrar. Sería algún desprecio a los encierros, a sentirse apresada,
pero vaya uno a saber esa actitud que a Facu comenzaron a ponerlo atento.
Porque si la tía Ester le avisaba 'dame la toalla' él debía entrar de
espaldas, 'ni se te ocurra espiar, mocoso', y darle el toallón color
violeta. Era así;  y una vez que se cubría lo animaba 'ahora podés mirar'
aunque de a poco fue siendo menos estricta porque una tarde que Dora salió y
no volvería temprano, la Ester le mostró bien las piernas, arriba de las
rodillas. 'Hasta ahí, nene, que ya sos grande', y se rió al jugar abriendo y
cerrando rápido el toallón hasta dejarse ver denuda entera por unos
segundos. ¡La tía Ester! Otro día lo llamó 'Facu, la toalla', y dejó que un
espejo del baño le reflejara sus tetas blancas y redondas al enjuagarlas con
lentitud bajo la ducha. ¿'Te gustó verme, espión'? Aunque después   Facundo
no entendió porqué ese día la tía Ester pareció ausente y se fue a dormir
temprano, sin hablar, y al día siguiente más bien le ordenó 'vamos a
bañarnos' y al entregarle el toallón violeta escuchó 'desnudate y vení vos
también'.  Y esa vez, aterido y queriendo mirar a cualquier parte, con su
ansiosa mano adolescente empezó el ir y venir una pastilla de jabón entre
las piernas de esa mujer que lo fregaba contra su pecho. Los dos mojados,
palpitantes, 'así nene, así', Facundo sintió el gemido risueño de la tía al
culminar y sin detenerse llevarlo también a él hasta un quejido sofocado y
placentero.

    Después de tanto entre los dos pasaron días sin miradas, de no haber
ocurrido, y al irse la tía Dora todo el fin de semana, - 'esta debe tener
algún viejo por ahí', la oyó hablar a Ester con una amiga- el viernes ella
no neceitó más que besarle el cuello un par de veces y ayudarlo a quitarle
el batón abierto. Y ahí Facu, con su reloj íntimo apresurado en esos días,
la miró ya sin temor al deslizarle las manos reconociendo nuevos lugares y
conmociones que escuchó 'apagá la tele y vení'. Y esa vez no sufrió la
sangre apresurada al ir repitiendo la ceremonia del jabón entre las piernas
de la mujer con caricias más profundas y pronto ella decidió 'vamos a la
cama', secándose apenas y apurados. Entonces, sin conocer el juego Facundo
lo siguió como si supiera, y con docilidad acompañó que le llevaran la
cabeza vientre abajo y casi jugando aprendería sin apremio; si después de
todo ella también le andaría por sus lugares secretos sólo cuidando 'no me
manches la sábana, nene'. Y según mujer fértil que guarda un preservativo
por si acaso, por un instante Facu debió erguirse al borde de la cama
sintiendo que transcurría un sueño cuando la tía Ester simuló cierto
protocolo al colocarle su forro bautismal. Y ya igualados amantes sin
ambages, con alegría cierta no sintieron ninguna diferencia cuando la hembra
mayor de cuarenta, alta y no muy delgada, abrió sus rotundas piernas al
vigoroso chico de quince años y de ojos bien abiertos, para homenajearse
íntegros sin debatir edades ni parentescos.
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