lunes, 5 de mayo de 2014

Fotos algo borroneadas. Cuento



Fotos algo borroneadas.

Cuento de Eduardo Pérsico.

              Repasar fotos sin ver nítidos los ojos de Ali me contradice. Se sabe que toda mujer presiente una cámara cerca pero pese a esas semanas que pasamos juntos, ninguna toma me devuelve su mirada. En esta del mercado y al pibe diciendo ‘no hay cerveza en el pueblo’ le cacé también a ella la expresión como en esta otra de tipos  jugando al dominó en la vereda. Las dos siguientes del viejo que cubre su calva con un pañuelo y luego exhibe feliz  sus dientes marrones, también ella se asoma. Luego no tomé al decirme el cochero Julio ‘por cinco dólares paseamos todo el pueblo en mi carro. Llevamos a la señora y luego andamos’, y ahí nos vimos. Ella viajó atrás bajo la capota de hule negro y al bajar me dejó su honda mirada al decir ‘Julio, dile al argentino como vivimos aquí en Cuba’, y ya en la siguiente el cochero me había confiado las riendas para enfocar él mismo mi compadrear en el pescante. Así que me dí el gusto de tararear ‘yunta oscura trotando en la noche, latigazo de alarde, sobón´, con una disculpa al digno Homero Manzi…  
   Por aquí se ven varios focazos del cochero Julio a la desolada estación de trenes, se divisa el vaivén de una mancha de aceite en el agua y a una viejita en bicicleta en pleno mediodía; buenas ideas con malos enfoques.  
- Mira, esa boya es el símbolo de este pueblo. Entró del mar con el huracán del año veinte y quedó allí, sobre la plaza– y ahí Julio malgastó su orgullo pueblero mientras yo cacé a unos pibes que envidiaban mis zapatillas. Y oficio aparte, es imbatible la sonrisa de cualquier pibe atorrante del planeta. 
-  Es que el enemigo nos pega con el consumo – y en cuanto Julio me inició el discurso le pregunté qué untarme en la quemadura del sol, y ahí recién aparece la primera toma de Ali. Negra de mi corazón y entre muestras de ropa colorinche refulge su piel oscura. En esta otra viene de su trabajo en la tienda, el pelo en la frente y su pose canchera de fiera en acecho pero hasta aquí en ninguna se aprecian sus ojos. Por suerte más tarde capturé ese clima de mundo detenido tras el cortinado rosa de su habitación, el derroche de luz en su escote y este focazo que agiganta a cualquier fotógrafo; mujer oscura en un tornasol donde ajusta un sombrero pajizo contra la nuca. /Qué poemas del Nicolás Guillén ni palmeras de Alejo Carpentier sueltas al viento/. Ella, Ali, mujer de cintura gruesa y ajena al  modelaje que vivía en Cárdenas y sólo al sugerir su ternura burlona en la mirada, era  una incitación a que el planeta siguiera su girar sin remordimiento. Quien sin palabrerío me enseñara que el amor solo existe con alegría y amar riendo es revolucionario; y en cuanto las fotos no registran todo, no existen las de nosotros dos boteros a la deriva, sin promesas y nuestra respiración fuera mutua. Y qué tan bien se apreciaban sus ojos.
- Vos tan blanquito, ¿imaginas a mi abuela ocultada en la selva? – bien sabía reírse al saberse novedosa y luego del resplandor de esa ternura, aceitara la quemadura de mis hombros. Todavía no repasé las tomas de su pueblo metro a metro pero aquí alguien enfocó la mesa de mi cumpleaños: velas, langosta, mucha cerveza, Julio con su mujer. ¿Dónde habré dejado la camisa china que me regalaron? Aquí la sonrisa de Ali se desborda menos y sus ojos parecieran volver a negarse. En verdad, no muy oscuros ‘sus ojos de azúcar quemada’ y siento ajena la tristeza de la última tarde; de contención de un solo lloriqueo y a un solo tiempo. Ni ella subida sobre mis pies a reflejarnos la mirada porque esa vez, juntos los dos y en silencio, le quitábamos el cuerpo a la tristeza. Y en aquel sin palabras de lágrimas sobre mi pecho y su rotundo cuerpo de hada negra última vez, carecí del coraje de musitar, al menos, su nombre diminuto. Ali, yo me protegí con esa porteña celebración de la amargura, que entre nosotros anda siempre a mano.
      Así al interpretar juntos con el cochero Julio la lluvia sobre el mar y una botella de Legendario ‘que calma todos los males’, y él repitiera constante ‘la vida es así, compadre’, el  matungo optó por llevarnos sin desvelarnos hasta el bus hacia La Habana. Atrás la botella de ron se hundía en el muelle y el aguacero crepitando en la capota despintara un mural del Che Guevara, así que de final Julio me sacudió jodidamente.  ‘Ali es una jeva muy mujer y tú le entraste en el alma, che’. Y en esa neblina profunda tal vez yo le tangueara ‘ya volveré a buscarla, te lo juro’. Aunque yo Ali, vos sabés... (abril.014)
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Eduardo Pérsico  nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina

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