martes, 9 de octubre de 2012

UN INQUIETANTE MAESTRO. Cuento.



UN  INQUIETANTE MAESTRO.                                                                     

            Cuento.

            ..y si decía del hambre, ese profe no era ningún loco lindo.       
       
            El hombre nos daba clase los jueves y hacía divertido su trabajo. Amaba las palabras y nos enseñaba a volverlas ‘voces con miga, inflexiones verdaderas y no caprichos algebraicos y gelatinosos’. Un personaje era el tipo al sonreírnos ‘cuando el atardecer guía el  contoneo de una piba del barrio, las palabras cargan otro peso’, y también se mostraba serio al dictarnos hasta el cansancio ‘si cada palabra arrastra su propia memoria, maestra puede recordarnos a una señora sabedora de todo’. Solía encenderse al afirmar que al cuidar cada palabra ‘estas dejan de ser imprecisiones oblicuas y misteriosas con pretensiones gramaticales’; y nos guiñaba al hacernos copiar cada  entrecomillado en el cuaderno.
         
        Era interesante aquel maestro de Villa Las Acequias, ni quince mil habitantes y salvo unos pocos inquietos por desatar su propia cuerda, a la mayoría su verba no le caía bien ni mal; aunque al decirnos que varios nombres muy históricos entre nosotros debieran ‘escribirse en minúscula’, nos provocó para discutir feo hasta el fin  de la clase. Aunque otra vez al sugerirnos aprovechar bien nuestro tiempo ‘porque la juventud es una carcajada vital y única’, la inolvidable Celina, - palabras mayores-  anotó en el pizarrón ‘saborear el amor con alegría es todo lo que somos’, la aplaudimos por esa idea de libertad que predicaba el profe. A quien entre nosotros, ya le íbamos valorando con cierto orgullo que tiempo atrás él visitara nuestro pueblo detrás de un amorío.

- Sí, hace un tiempo el fulano ese sabía andar por la Villa – largó un viejo en voz baja.
- ¿ La jugaba de galán misterioso?
-  Nada de eso, un asunto con una solterona – un chimento que Benítez, que fuera monaguillo y renunciara con mucha bronca pese a ser hijo del farmacéutico, aprovechó para decirnos que el maestro no era ningún loco lindo. Y en un ataque discursivo nos advirtió que el profe al comentar la realidad y aquello de multiplicar los panes, hablaba muy en serio. Como lo hiciera al dictarnos ‘cada pibe que muere de hambre es una derrota de dios’; un renglón que el Benítez nos repitiera casi gritando como si eso le concediera mayor fuerza. .
     
       /Qué adolescencia, por favor/ A pesar que de improviso se complicó todo al reiniciar las clases por el mes de marzo, y una noche también en la Villa se acabaron los políticos de la región y como a los uniformados que llegaron a mandar ninguno los conocía, ellos aprovecharon para no saludar a nadie. Y al suspenderse las charlas de la biblioteca pública y prohibida que fueran las reuniones en la plaza, se apagaron todas las conversaciones y mucho tardamos en nombrar al profe de literatura; y lo hicimos en voz sospechosamente baja. De aquel maestro que esperando el ómnibus nocturno cada jueves sabía tomarse un par de ginebras en el bar de la Terminal, nadie escucharía otro  comentario. Y tanto digerimos la imposición de ese olvido que jamás supimos si al menos, él llegó a cumplir con su ritual bolichero o si alguna vez arribó a su casa en Buenos Aires. Y aunque por largo tiempo todos los diarios nos avisaran del abatimiento en combate de tantos peligrosos guerrilleros, allí tampoco descubrimos su nombre. (Oc.12)   ______________________________________________________________________
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina. 

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