domingo, 16 de septiembre de 2012

El tango y el lunfardo, dos perfiles ajenos al coloniaje



      El Tango y el Lunfardo, dos perfiles ajenos al coloniaje.

                                                        Eduardo Pérsico.

unos tipos de sentirse superiores mientras nadie les pregunte en qué consiste eso.

        Sabiendo que más preocupan cuestiones sobre la economía y seguridad personal, no pareciera oportuno discutir el origen de algún valor cultural de una sociedad. Más en cuanto a esa ‘preocupación’ me pidió opinión el escritor colombiano Ramiro Lagos, excelente poeta y gustador del tango con quien charlamos a propósito, - y creo que por 1992- en la York University de Toronto, Canadá. Y si ‘en la huella andamos y arriero somos’, es bueno arrimarle renglones al asunto.

        Durante años se afirmó que el tango en Argentina era un género que naciera sin letras alrededor de 1880, originario rítmicamente de la habanera cubana y que en los márgenes rioplatenses de Uruguay Argentina recibiera letras prostibularias y otros giros olvidables. Esto último sería demostrable; más afirmar que los primeros tangos sólo fueron expresión bailable del compadrito es temerario por cuanto de ese personaje sustancial en nuestra iconografía,  ya por 1845 se ocupara Domingo Faustino Sarmiento, - múltiple y contradictorio personaje de la inteligencia argentina- al decir en ‘Facundo Civilización y Barbarie’ lo siguiente; ‘en Buenos Aires todavía está muy vivo el tipo popular español, y todos los movimientos del compadrito revelan al majo. El movimiento de los hombros, los ademanes, la colocación del sombrero y la manera de escupir entre colmillos es de un andaluz genuino’. Pero  conjeturar que ‘ese andaluz compadrito’ del que habla Sarmiento recién tuviera canto propio medio siglo más tarde, por el 1900, fue un rebusque  para ocultar cada integración y movilidad social que ocasionara la masiva inmigración recibida. Pareciera una exageración, más aunque el diario La Nación por 1875 publicara dos esbozos del lunfardo firmado por el joven Benigno Baldomero Lugones, el designio de la  clase superior mandante; - los Nosotros, unos tipos de sentirse superiores mientras nadie les pregunte en qué consiste eso- sería desinformar todo lo posible a propósito del gentío común. Y sucedió que ante la descomunal ganancia de tierras apropiadas que les sobraba para construir castillos en medio de la pampa, esa poderosa oligarquía eligió oscurecer cada reflejo del sujeto social de la periferia: desde el `populismo` del conventillo con los rejuntes étnicos que producía tanta diversidad de credos, al lunfardo y  la picaresca sainetera de la compañía de Alfredo Gobbi y su esposa, sería denostada. Aunque al fin la indetenible realidad instituyera al tango cantable con Angel Villoldo; un creativo autor fundacional por su tema ‘El Porteñito’ por 1903 que ratificara en 1905 con similar raíz andaluza en su trabajo más notorio, ‘La Morocha’, con música de Enrique Saborido para Lola Candales, cupletista ‘española’ de moda en Buenos Aires. Nadie discutiría si ‘La Morocha’ era un cuplé en tanto exhibía a una mujer argentina ‘la que no siente pesares y alegre pasa la vida junto a su noble gaucho porteño’, pero alentó a vincular más al tango con el lenguaje lunfardo. Ese argot, código o jerga entre dos para que no se entere un tercero; y esos dos perfiles, juntos o separados, curtirían una manera subyacente que al fin siempre exhibe el argentino común.

        Tango y lunfardo son independientes entre sí por distinción de género y origen, pero íntimamente los integra su distancia con todo tipo de coloniaje. Una actitud que nos obliga, risueñamente, a criticar el fervor tanguero ‘argentino francés’ de los años veinte y que provocara una  inusitada reacción de la revista ‘El Hogar’ ante el peligro ‘que a los porteños decentes, desde París le quisieran imponer el tango argentino’. Pero bué, entre nosotros siempre hubo gente con mucha reacción...   

        El tanguillo andaluz, la habanera y el sentimental fado portugués,  menos apreciado pero evidente, le resultaron tan sustanciales al tango cantable como a la milonga le fuera la guajira flamenca. El ‘déjese de tanta milonga, no hable usted de más’, enlazaría la guajira acriollada porteña al cante andaluz que en 1857 cantara el español Santiago Ramos en el Teatro Victoria  ‘me dijo un moza al verme, tomá mate, che, tomá mate, que en el Río de la Plata no se estila el chocolate’. Y por 1868 apareció ‘El negro Schicoba’, de José Palanzuelo organista de la Catedral con texto de Germán Mc.Key, actor panameño que cantara bien andaluz ‘un tango cara cun tango, un tango cara cun té, dame un besito mi negra ahora que nadie nos ve’. Más tarde Manuel Caballero Bonald, en  Danzas de Escuela Antigua recordaría el ‘Bartolo tenía una flauta con un agujero sólo y su madre le decía, tocá la flauta Bartolo’, que en Uruguay sería por milonga y en Argentina la tanguearían ‘Bartolo deja esa mina, yo no la quiero dejar, porque me calza me viste y me da para morfar’. Resonaría por 1870 el tango acriollado ‘Queco vení pal hueco, Queco, te tengo que hablar’, bien pronto ‘El Tango de la Casera’ o del Recoletero sería entonado y bailado por muchos porteños ‘dignos’ en las romerías de Recoleta o del Pilar. Certeza que a cada negación histórica suele diluirla el tiempo.  
      
       La música del tango sintió cambios en su armonía y composición sin perder su identidad, al igual aconteciera con ciertas letras desparejas y vulnerables que mágicamente  perviven en el estilo literario argentino. Y a pesar que su temática abrume de lo personal a lo social, o que la hechura musical de hoy exija ejecutantes muy aptos en  interpretarla, obviando esas vanas discusiones el tango según expresión cultural sostiene el sabor y carácter de su raíz. Que tan bien estimara el más lúcido Jorge Luis Borges, el de ‘El Idioma de los Argentinos’ de 1928 y que en 1930 expresara: ‘de valor desigual por proceder de plumas heterogéneas, las letras de tango son un inextrincable “corpus poeticum” argentino que los historiadores algún día vindicarán´. Estimando ‘esas imperfectas letras atesoradas en El Alma que Canta’, revista bien popular que sin duda él leyera por entonces. .    

         Y hasta aquí sin ánimo de ocultar contradicciones de nuestra comarca ni agrandar las dudas del amigo colombiano. (set,12)
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