jueves, 24 de marzo de 2011

Argucias del olvido. Cuento.

       
       Creo que debiera pronunciar algunas cosas y al fin, decirlas en voz alta. Tras la ventanilla  el sol renacido en primavera  formateaba  los  árboles que tren a tren cambiaban  su diseño. Era diario ese viaje cuando murió mi padre por golpear a mi madre, según tanto hiciera antes de separarse, y una tarde volvió para forzarla a compartir la cama. Esas cosas, y como nadie supo que yo retorné a mi casa de improviso, ni se dijo ‘cuestiones de familia’ o frases parecidas.  
  

       El tiempo moja su perpetuo pincel y sin aviso repinta con su sal cada memoria.  Si nuestra gran verdad son los recuerdos las horas desfiguran hasta el calor materno recibido; la máxima ternura que nos brindara el mundo. Jamás yo pensaría, un veinteañero, cruzarme con mi padre al irse de mi casa ajustando su ropa y detrás, más que verla suponer a mi madre cubriéndose la cara lloriqueando, a medio vestir y un pie descalzo, desmadejada. Y enseguida, - pasaron ya más de treinta años-  aquel hombre, mi padre, derrumbado en el piso y mi madre diciendo ‘no le sigas pegando’, es una infiel secuencia congelada.  

     Sin embargo conmigo persisten desvaídas visiones. Risas de la niñez irrepetibles, cierto beso fugaz y temeroso ya sin rastro en la calle donde fuera, un ‘te quiero’ esfumado de pasión transitoria en un anochecer donde quizá  llovía. Y aquel incierto inicio ardientes y desnudos, en un cuarto prestado con alguien que tampoco hoy recuerde mi nombre y no sienta por eso ningún rincón vacío.
   
      El instante cuando mi madre dejó de lloriquear y los dos nos callamos ya sin mirar ese cuerpo allí en el suelo, son raudos fotogramas de ida vuelta y retorno sin fijar una imagen. Conspiración o pacto de silencio da lo mismo que fuera; cualquier palabra sobra si enfrente no hay testigos y al comprenderlo ella prefirió dejarme solo. Lo que hice después en solitario y por enigmas que son de cada uno, trae voces sin retorno y ajenas al asunto.  
   
     La desmemoria no es artera ni cruel; afanosa acomoda los ultrajes y apaga los reclamos que acusan la conciencia  Es transcurrir de tiempo con su precio de olvido, un imbatible eco de otros opacos ecos y silencio que pronto nos acalla el daño que le hicimos a otro. Ningún torturador recuerda cada noche el aullar de una víctima o el rechazo de una mujer violada; esa crueldad bien pronto la oculta en palabreos, ‘obligación, cumplir con su tarea los altos intereses’ y demás artilugios. No existe un criminal con piel que  perciba o la traspase su traición ni su crimen; fortín de negaciones protegiendo su olvido.

     También lo imaginario, invención que por siempre concurre a la memoria, atenúa y tranquiliza culpas del asesino. El de uniforme robando niños en la alta noche y la señora que nobleza obliga, pagara ese servicio de apropiarse, al reinventar la historia y borrarle los rastros asesinos ambos se tornaron invisibles. No saben no contestan han dejado de ser; y como una muerte previa los devoró la amnesia.
   
    Así que del instante cuando maté a mi padre espero que me lleguen las palabras y empezar a decirlo. (3/2011).
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.

1 comentario:

  1. Eduardo:
    La verdad es cruel según se la mire. Las circunstancias que diseñan esa crueldad pueden ser una mera poesía o un puñal que nos asesina a diario. ¿Ejemplos? El mundo. Mirá Bush, la reserva federal de EEUU, Wall Strett, los milicos de América latina. Hay genocidios massivos, sin embargo esos hombres no se cuestionan nada. Son tan estúpidos que el objetivo para lograr unas moneda a más justifica todos los delitos. Ya estoy viejo y, desde la modestia, uno consigue comprender cuando hay que irrigar una rosa para que brote sobre una duda culposa.

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