lunes, 19 de diciembre de 2011

Lunfardo en el Tango. (Prólogo y primera parte)



Opinión preliminar de José Andrés Rivas.

         No abundan los intelectuales que nos hablen con el conocimiento de Eduardo Pérsico sobre el Tango, el Lunfardo y otros perfiles de nuestra  identidad, y eso es una virtud a resaltar en el inicio de este libro.

         Al comienzo habrán sido dos hombres en una calle del suburbio, o la necesidad de pasar un secreto de modo que ningún otro pueda entenderlo. Una frase oída y luego cambiada o modificar un nombre porque la palabra usada no servía o alcanzaba. Los orígenes pueden haber sido muchos y que las expresiones después se confundieran y formaran ese lenguaje marginal  no en los libros pero sí en las palabras cotidiana Con el paso del tiempo los eruditos las aceptarían y serían corrientes en el comercio lingüístico de nuestra tierra, si al fin el lenguaje está en la calle y no sólo en los diccionarios y enciclopedias.
         Aquí el autor define al Lunfardo como “un código entre dos sin que se entere un tercero”, y esta definición sugiere un juego de dobles significados, el de escabullir y mostrar otra moneda para que alguien se lleve la equivocada. Y de esto sabe mucho el autor, ya que su largo ejercicio en el cuento y la novela se basa en decir lo que no digo, falsificar y confundir al lector; para llevarlo por otro camino y también darle testimonio de una vida y un tiempo del que no podemos escabullirnos. En última instancia, de ser nosotros mismos, porque más allá de los disensos y los apremios, el Lunfardo es todo eso: pasión por las máscaras, devoción por las palabras heredadas para luego traficarlas o deformarlas, ejercicio de transgresión basada en una profunda exaltación del individuo, su derecho a decir que no y poner mala cara. Y si a esto se agrega la frecuentación personal y de los textos de Jorge Luis Borges, -a   quien Pérsico le dedicó un cuento ambiguo y delicioso, ‘Laberinto de Gardel y el Inglesito’- bien  se explicaría porqué escribió este ensayo al que agrega un glosario con más de mil vocablos de la lunfardía. 
         Las demás razones tienen que ver con su fascinación por el tango y tanto que al final de su prólogo remeda el ‘chanchán’ de nuestra música ciudadana. La experiencia es muy simple: basta con pedirle a cualquiera que haga la onomatopeya musical del dos por cuatro y repetirá el mismo chanchán como final. Signo valioso en una época  en la que al tango lo deforma la gente que viene de otra música, o que quiere modernizar a Mozart o a Bach, “hacerla fácil” como diría algún entusiasta olvidando que entre otras virtudes, los tangueros ya tomaron la precaución de que su música fuera inmortal. Y cualquiera que se acercó alguna vez al lunfardo sabe muy bien que esa música, el tango, y ese lenguaje fueron siempre juntos como una pareja que mueve airosamente las “tabas” al mismo tiempo.
         Eduardo Pérsico recuerda una anécdota de Nicolás Olivari, también atribuida a Roberto Arlt: a ambos se les adjudica que por haber crecido en un suburbio fabril no tuvieron tiempo de aprender el lunfardo. La respuesta es sutil, ingeniosa y no exenta de justificaciones. Y aclara además que el lunfardo no es apenas una forma de decir y de nombrar la realidad para que sólo los iniciados la reconozcan, o sólo un lenguaje marginal secreto y grosero unido a lugares y conductas de mala fama, sino también una forma de vida. A esto se debe su permanencia en el tiempo y su empecinamiento en convivir con la vida cotidiana de los argentinos. En este terreno son y somos muchos los iniciados que antaño provenían del malevaje, del mundo marginal, de la vida rea y prostibularia que se resistía a ser absorbida, porque hoy el lunfardo está en todos nosotros como la sangre y los huesos. Y hasta en esa forma de amar, tener y sentir que poseemos todos sin saber de donde nos viene y se apodera de nosotros.
         La razón puede ser también el absurdo de querer hacer un país y una ciudad que se parezca y no se parezca a ese país de la imaginación, sobre una pampa sin límites ni orillas visibles. Este afán de exiliados y nostálgicos de otras tierras que quisieron que ésta fuera la suya, y de su esfuerzo por recordar una patria que habían perdido y que al paso del tiempo ya no era la misma. Y hasta con cierta rebeldía a ser devorados por los hombres que todavía se dicen mejores y más cultos... 
         Calle, suburbio, marginalidad son algunos de estos rostros. La tentación de un lenguaje secreto de hacer que el tercero no entienda porque el asunto es entre nosotros dos y el deseo de ser quienes somos en la forma de nombrar las cosas de todos los días. De todo ello está hecho el lenguaje que Pérsico recoge en este estudio casi informal y nada presuntuoso, pero seriamente ilustrativo. Las palabras de su minucioso Ensayo nos acercan a un intelectual en la materia, consciente que ese perfil  arrabalero es inherente a los habitantes de este país y no sería fructuoso ni soportable desechar semejante valor cultural.
           Un valioso libro que se une a la nutrida obra literaria de Eduardo Pérsico en poesía y narrativa, y para apreciar mejor a este excelente escritor argentino.  ____________________________________________________________

El doctor José Andrés Rivas, (UBA), es Académico Correspondiente de
la Academia Argentina de Letras. (2009).










DICE JOSÉ A. MARTÍNEZ SUÁREZ, CINEASTA Y EX MIEMBRO DE LA ACADEMIA PORTEÑA DEL LUNFARDO.

            El habla cotidiana suele cambiar por imperio de alguna moda aunque,  mayormente, por invenciones urdidas para ampliar la comunicación. Y el lunfardo de los argentinos, que según Eduardo Pérsico es “junto al tango los dos perfiles más relevantes de nuestra identidad, no los únicos pero sí los más visibles”, es un fenómeno jergal irrepetible en otros grupos sociales, en cuanto este duende coloquial y divertido mantenga intacto su carácter de “código entre dos para que no se entere un tercero”.
           Esta sucinta definición del lunfardo resume, quizá, vigentes polémicas sobre qué significa parecernos y ser idénticos los argentinos. Nadie desconocería hoy el sentido de apoliyar, mina o bulín, voces ya incluídas en el primer diccionario lunfardo, publicado en 1894, y aunque en su origen esa jerga fuera privativa “de la gente de mal vivir”, previo al glosario con más de mil doscientas voces lunfardas, Pérsico nos explica como esa calificación apresurada obedeció a que los primeros interesados en la materia eran vinculados al quehacer policial y carcelario. Y también nos ilustra que la difusión y permanencia del lunfardo en el habla de los argentinos es un fenómeno ligado más a la literatura que a la delincuencia. De modo diferente a cuanto aconteció con otras jergas dialectales, las voces de la lunfardía se instalaron en toda la sociedad por persistencia de las letras de los tangos, en su mayoría, y la poesía popular editada durante un siglo, donde hubo autores renombrados y muchos desconocidos; algunos recuperados aquí. Además, el procedimiento para difundir estos recursos de comunicación, el conocimiento de los mismos y el tratamiento ameno que Eduardo Pérsico, - narrador y poeta, según Borges “un reo que escribe para intelectuales”- le otorgó a un tema habitualmente árido una sapiencia que nos asegura un trabajo didáctico y de utilidad nada frecuente. Simplemente, un libro brillante. José A. Martínez Suárez.  .                  
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Del Lunfardo al Tango y su Literatura.
                                  
                     
Y si vieras la catrera como se pone cabrera cuando no nos vé a los dos. Pascual Contursi. (Mi Noche Triste, 1915).          
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 ... has rodao como potrillo que lo pechan en el codo, engrupida bien debute por la charla de un bacán. Celedonio Flores. (Audacia, 1925)    

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Cuando rajés los tamangos, buscando ese mango que te haga morfar... Enrique Santos Discépolo. (Yira, Yira. 1929).
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UNA COMUNICACIÓN DE  PERSONA  A  PERSONA.

      Se supone que el lenguaje en el hombre se desarrolló según aproximara ideas con sus semejantes y debiera usar más que onomatopeyas imitadoras de la naturaleza para comprenderse. Y reduciendo tiempo, cuando por el año 1492 según el reino de España sus navegantes ‘descubrieron América’ bien hoy sabemos que quienes habitaban nuestras playas no expresaron la noticia con movimientos corporales o señales de humo.  Lo hicieron con palabras ya consolidadas por su reiteración, ideas y conceptos. Por eso de choza a choza, de un margen al otro de los ríos o de la montaña al monte, los naturales de por aquí se dijeron la aparición de los navíos extraños con algún lenguaje de expresar pensamientos; y la forzada adopción del castellano en territorios latinoamericanos corresponde a una constante histórica: el Poder conquistador, técnico y económico, impone su condición la particularidad de cada pueblo. Nada menos; por cuanto toda comarca que no puede orientar la técnica ni la economía del planeta, suele identificarse tras alguna gimnasia del ocio; y en Argentina ese modo de ejercitar cierta identidad resultó el lunfardo, un código entre dos para que no se entere un tercero”.
               
       Los renglones previos los expuse en la Biblioteca Nacional de Madrid en un encuentro de escritores sobre el idioma castellano, convocado en 1987 cuando por ahí ya no había fundamentalistas de la paternidad hispana sobre América Latina, pero pocos sonreían al escuchar lo dicho por Napoleón Bonaparte mucho tiempo antes: “un idioma es un dialecto con un ejército detrás”; un sencillo renglón que convalida el derecho a elegir nuestro cauce de comunicación.

      Comenzaremos aquí recordando a Nicolás Olivari, (La Musa de la Mala Pata) que al ser preguntado si él hablaba lunfardo contestó “vea, yo nací en Villa Luro en el año 1900, cuando aquello era un suburbio. frecuenté el trato de obreros, ex presidiarios, las prostitutas y atorrantes que eran mis vecinos, y no he tenido tiempo de aprender eso”. Sabemos que esta respuesta de Olivari recuperada por Jorge Calvetti, también se le atribuye a Roberto Arlt, (Los Siete Locos, Los Lanzallamas, El Amor Brujo), y por ser dos agudos escritores fundacionales de la literatura de Buenos Aires, la autoría nos atrae menos que la respuesta. Si al fin el mismo Arlt supo valorar este fenómeno dialectal en una polémica con unos académicos por 1940: “este fenómeno  nos demuestra lo absurdo que es enchalecar en una gramática canónica, las ideas siempre cambiantes de los pueblos… y de hacerle caso a la gramática, tendrían que haberla respetado nuestros tatarabuelos y más atrás concluiríamos que de haber respetado al idioma aquellos antepasados, nosotros, los hombres de hoy de la radio y la ametralladora, aún hablaríamos el idioma de las cavernas”. 

Si lo ético de todo escriba ante la palabra es no subvertir su sentido o quitarle eficacia comunicativa, de ahí surge que el lunfardo empezó siendo una lengua "de la gente de mal vivir"; una definición facilonga, que al ir perdiendo su secreto delictual se convertiría en un guiño de comprensión popular más allá de sus primeros cultores. En el siglo veintiuno ya nadie discute que este léxico fuera esencialmente un  medio entre pocos para despistar a los demás: “el argot lunfardo constituye un habla rápida, espontánea que brota de una manera natural... en vocablos y expresiones que acuden fácil y prestamente a la lengua”, dice Mario E.Teruggi en Panorama del Lunfardo, Sudamericana, 1979. Y por ese rumbo vale que por los durísimos años del ’70, entre los grupos se abrían y cerraban efímeras contraseñas ajenas a cualquiera. Humberto Costantini, quien recreara el lenguaje coloquial de Buenos Aires en su libro En la Noche, supo ver que entre perseguidos y perseguidores existían tantos lenguajes como grupos, -  bien vale decir “ un código entre dos”- algo que podría extenderse a tantas profesiones y actividades con jerga propia. Y sin decirlo nos reitera que el habla de un pueblo es un sistema artificial de signos diferentes a otros sistemas de la misma especie, y por ende cada lengua tiene sus principios y gramática que en definitiva hacen un idioma. Un corpus donde cada lengua tiene su fisonomía, sus giros y particularidad, pero nos obliga a reconocer sin idolatrías y modismos o lunfardías aparte, que en Argentina hablamos castellano. Según su gramática nos entendemos con el mundo y eso,  por ahora, no queremos cambiarlo.

               

                      LENGUAJE, IDENTIDAD Y CULTURA,


          El lenguaje nos hace ver la diferencia entre Civilización, - lo instrumental de la realidad, el gran continente de manifestación- y la Cultura que resume la vocación y la estética peculiar de cada grupo comunitario. La Civilización a veces cristaliza y estratifica el lenguaje, en tanto la Cultura lo desaliena y modifica en expresiones “contraculturales”, suele decirse sin advertir que no pocas variaciones estéticas generada por la contracultura fueron  luego estimadas como clásicas. Y por ahí y apreciar al lunfardo como una sólida arista de la identidad cultural de los argentinos, vale recuperar un párrafo de Radiografía de la Pampa, 1933, de Ezequiel Martínez Estrada: “psicológicamente puede ocurrir a un idioma algo peor que subdivirse en dialectos y es cristalizarse en sus formas al tiempo que  se limita y amputa. En el dialecto vive el alma local, el paisaje vernáculo; en el idioma extenso o superficial la palabra desfallece hasta que se reduce el número de términos”. Y sigue: “la actitud desafiadora del compadre, el insulto, el neologismo de la jerga arrabalera son formas vengativas, afiladas y secretas de herir. Ese oculto rencor contra una lengua de filiación paternal que no nace con uno de la misma madre, puede haber conducido a  dos formas de escribir y hablar”. Hablar al revés, al “vesre”, es una forma patológica del odio cuanto no de la incapacidad. No pudiendo hablarse otro idioma, desdeñándoselo cuando se lo habla, para el trato social e íntimo de todo género se invierten las sílabas de las palabras con lo que el idioma, siendo el mismo, resulta ser lo inverso”. Hasta aquí la cita de Martínez Estrada, precursor de la psicología social en Argentina, en el tono conceptual que afinó Juan José Hernández Arregui más tarde en ¿Qué es el Ser Nacional?, de 1963, anotando que la lengua ejerce una acción regularizadora del grupo “y si la cultura está litografiada en su lengua y las variaciones idiomáticas se ejercen desde el pueblo”. Y ya Platón nos advirtió que el pueblo es excelente maestro y su lenguaje, un definitivo hecho social.        


            

           LOS  PRIMEROS ESTUDIOSOS  DEL TEMA.          

           
                     Quienes se ocuparon inicialmente de la materia lunfardesca no coincidieron en su calificación: algunos la estimaron una jerga gremial del delito y otros no aceptaron ese límite al denominar el mismo ejercicio comunicativo con otro nombre. Benigno Baldomero Lugones fue el primero en llamarla “lunfardo”; Antonio Dellepiane, “el idioma del delito; Alvaro Yunque habló  “un lenguaje arrabalero”; Jorge Luis Borges, en El Idioma de los Argentinos, de 1927, “el lunfardo es un vocabulario gremial como tantos otros, es la tecnología de la furca y de la ganzúa”; y para Juan S.Piaggio era un “léxico con argentinismos del pueblo bajo”. Aunque sin dudar que en su génesis este vocabulario fue delictual y del bajo fondo, el mismo Dellepiane, abogado de tendencia lombrosiana, entendió que “el lunfardo existe con su intención burlona, caricaturesca y su activa movilidad de cambio”. Pero nadie niega que lo dinámico es atributo de toda comunicación humana, que no hay quietud en creativa y en tanto la movilidad del lenguaje es constante, ningún pueblo del mundo conversa en lengua muerta.
                  No pocas veces se dieron como vocablos de la lunfardía términos transitorios  que sirvieron al rebusque ocasional para decir sin que se entere un tercero, pero no mantuvieron las horas de vuelo para fijarse en el imaginario popular. Mina, bulín, bacán o mishiadura, por ejemplo, están en varias etapas del hablar argentino con mínimos cambios en su acepción,  y aunque la permanencia pareciera una contradicción, podemos decir que las voces lunfardas deben transitar para convertirse en clásicas, aquello que orienta para dar clase. La comunicación se sustenta  en reiteración, el lenguaje oculto pierde significado y el uso de los vocablos equivale a su decantación  y espacio de solera para degustarlos como un vino placentero.  ‘Ropagrosa’, modo despectivo del uniforme del vigilante extensivo a su portador, fue común en los años  treinta y desapareció del léxico al cambiar el ropaje policial. El término ‘palo’ que por 1990 equivalía a un millón de pesos, - o ‘palo verde’ si eran dólares-  por el asalto financiero contra el país del año 2001 decayó y perdió su valor expresivo. Entre los adolescentes adictos  a consumir drogas y a veces pierden su capacidad, por el 2000 se los llamó “quebrados” o “reventados”, y por el año 2006 “limados”, “fisurados” o “quemados”. Estos y otros vocablos como “tuca” al pucho de marihuana o “taquera” al canuto de aspirarlo, permanecieran en el tiempo se convertirian en clásicos y en desuso desaparecerán.  Y nos ilustra un reportaje que Paco Urondo le hiciera por noviembre de 1970 a Julio Cortázar, de paso por Buenos Aires, y a Cortázar le llamó la atención escuchar la palabra “yeite”, porque para él al irse se decía “guiye”, y le dijo a Urondo que “yeite” era una novedad’. En ambos casos significa asunto fácil y beneficioso, pero Cortázar no sabía la palabra “luca” como equivalente a mil pesos, que en su  tiempo no existía.  Pero por más que estos avatares del lenguaje ocurran, para el habitante de Buenos Aires todavía una mina sigue siendo una mina, un bulín es un bulín y no otra cosa  porque de otro modo esto no sería vida… 
                    
                  De la génesis lunfardesca ya se aceptó que todo lenguaje codificado convoca a cierta complicidad, eso que iguala condición y origen, y por ser a ráfagas un recurso gremial exclusivo el lunfardo de los argentinos, irónico, procaz, corrosivo o ambiguo, alberga siempre una humorada compinche. Algo irreverente para los guardianes del idioma que también lo irían aceptando al comprender mejor cada contexto temático. Calificarlo como un argot ejercitado sólo por la delincuencia, - que en principio lo curtiera para disimularse- fue un apresuramiento de sus estudiosos en la Argentina antes del 1900, personalidades del fuero penal que no previeron en esa jerga una expresión literaria que tan bien se cotizaría más tarde. Benigno Baldomero Lugones, con dos artículos publicados en La Nación de Buenos Aires por 1879, hizo la primera descripción del mundo criminal y ameritó estudiar sobre los lunfardos y los ladrones en sentido amplio, según los lunfardólogos Francisco Laplaza y Miguel Angel Lafuente. Siendo escribiente policial Lugones recuperó esta anónima cuarteta: “Estando en el bolín polizando se presentó el mayorengo, a portarlo en cana vengo. Su mina lo ha delatado”; cuya acepción sería que estando en su habitación durmiendo se presentó el comisario: a llevarlo preso porque su mujer lo había delatado. Y salvo el mayorengo, en desuso hace tiempo por Comisario, bulín, (bolín); apoliyando, (polizando); cana y mina guardan vigencia en el siglo veintiuno.  
                   
        Ya en 1894, el abogado penalista y escritor Antonio Dellepiane presenta  El Idioma del Delito, un serio trabajo que agrega un diccionario con más de cuatrocientas palabras y su significado, aunque en su enfoque no apreció que el lunfardo sería un recurso no meramente carcelario y sí una jerga dialectal tan literaria como la gauchesca; esa otra forma de la comunicación menos descalificada. Y a propósito José Gobello escribió por 1965: “el lunfardo literario, que corresponde llamar lenguaje lunfardesco, es patrimonio de escritores que jamás ejercieron la profesión del delito”, y al reeditarse El Idioma del Delito de Dellepiane en 1967, Juan Cicco prologó lo siguiente: “el lunfardo, jerga privada de la mala vida porteña cuando este autor se entregó a descifrarlo, se caracterizaba por un tecnicismo profesional que hacía necesario rastrearlo en sus constantes avatares morfológicos y semánticos; dificultades que desaparecieron desde que el lunfardo dio su denominación al habla corriente, cotidiana y familiar”. Dos certezas que explican la importancia que la jerga tuvo en los inquilintos y conventillos  abarrotados de inmigrantes con lenguajes diversos  que en esos giros lunfardescos hallaron un modo de fraternizar. Además, si ante el clásico proceder  de las clases altas en la Argentina, el lunfardo delictual debería ser su modo comunicacional cotidiano y no tanto usual en los sectores más desprotegidos…
      A fines del siglo pasado y en el ámbito más bajo del proletariado harapiento con gran mayoría de inmigrantes italianos jóvenes, - un sector no cubierto por el mercado laboral de esa economía precapitalista-  fue entre ellos donde aumentó la estadística delictual. Efecto mal visto por el burdo criterio de Julián Martel en su libro  La Bolsa, por 1910 y también luego por el escritor Juan José Sebreli en Buenos Aires Vida Cotidiana y Alienación, de 1965, que con su habitual ‘adolescencia revulsiva’ pontificó “el lunfardo devino luego en el lenguaje común del sector desasimilado que intenta la destrucción simbólica de la sociedad organizada, mediante la destrucción de su lenguaje”. Sin notificarse el Sebreli que el pobrerío nunca quiso destruir la sociedad organizada,  y los hijos de esos “desasimilados” fueron luego obreros y empleados que por sentirse iguales y sin destruir el régimen que precisaba contenerlos, actuaron la movilidad social más legítima del país hasta esos días con un protagonismo a veces molesto para ciertos intelectuales. Pero claro….         

                
                
                  EXCESOS,  IDENTIDADES Y GENERACIONES.
                  
                             Igualmente y por carecer de estructura idiomática, prosodia, sintaxis y otras casquivanas del diccionario, el lunfardo no es apto para conversar ni ser escrito por mucho que se rebusquen etimologías o términos transitorios. En lunfardo no e posible conjugar un verbo pero divierten expresiones que pueden repetirse en otras jergas cercanas: el Chabón de los argentinos al igual que Cara entre los brasileños y Huevón a los chilenos, significa a veces torpe, desmañado o desconfiable, pero según contexto o entonación eso iría de lo cordial a lo insultante o o al revés.  No debemos trasladar las afecciones de las ideas al accidente de las palabras, dijo el venezolano Andres Bello (1781-1865) en su Gramática de la Lengua Castellana; error que más tarde  confirmaron algunos temerarios al relatar en lunfardo y sin medir sus invenciones arremetieron con unos pastiches apenas válidos para el autor y sus amistades. Usado de modo  arbitrario y con expresiones inoportunas, el lunfardo deja de ser enriquecedor de un idioma, el castellano, y así no pocos letristas tangueros con invenciones y términos de trasnoche sólo  confirmaron algo bien de bute y posta, (inmejorable): el lunfardo por ser una expresión popular no obtiene su mejor albergue en ningún laboratorio. Asímismo, en forzar esa jerga no faltaron los escribas seducidos por este duende coloquial que ofrece metáforas del reísmo popular de realzar cualquier relato, pero que deben conocerse y curtirse previamente. Y al malversar ese recurso dentro del mismo idioma principal, el castellano, perdieron la complicidad que guardamos los argentinos de Buenos Aires con el tango y el lunfardo; eso que algunos prefieren llamar  Imaginario Colectivo y otros nombramos como entretela... 
Tango y lunfardo son dos perfiles categóricos de nuestra identidad no únicos, pero un rastro a seguir según hiciera Ricardo Rojas,  al concebir en su libro Eurindia  a la nacionalidad como una síntesis psicológica, un yo metafísico que se hace carne en un pueblo y que halla su lenguaje en los símbolos de la cultura; .una valiosa definición de quiénes somos. 
                         
Al  desarrollo del lunfardo fueron vitales las multitudes llegadas a Buenos Aires desde 1860 a 1920. Por entonces los inmigrados alcanzaron proporciones mayoritarias en nuestra población y alrededor de  1870 vivían en la ciudad 95.000 nativos y 93.000 extranjeros de distinto origen; que en 1895 superaron a los nativos y por 1920 volvieron a un nativo por cada extranjero. Así no era esperable que las herencias españolas y gauchescas de los argentinos; decaídas por un proyecto agropecuario excluyente de los sectores sin tierra propia; permanecieran y Alfredo Mascia, en Política y Tango, dice que entonces el Compadre, habitante del orillaje respetable por macho, rencoroso, guapo y resabios del culto hispánico del honor, era expulsado de su sitial por el progreso indetenible. Pronto su prestigio tuvo imitadores en el Compadrito, un sustituto menor que sin la proyección del compadre, otrora dueño de muchas voluntades políticas y casi solitario y tan bien mentara Jorge Luis Borges en su poema El Tango;  aunque la daga hostil o esa otra daga, el tiempo, los perdieron en el fango, hoy, más allá del tiempo y de la aciaga muerte, esos muertos viven en el tango’…
                  
                            Ya Argentina era un país inmigratorio con el grupo étnico de mejor asimilación, el latino, mayoritario en número aunque la sociedad se mimetizó para integrarlos a todos con una instancia política donde sin de mencionar el efecto y la causa, el Estado se mostró altamente eficaz. Al menos, en la asimilación de las migraciones al prodigarles un punto de fusión a semejante avalancha muticultural: la escuela pública lacia gratuita y obligatoria, más el matrimonio civil, jugaron a favor de una identidad nacional que subyace en la imaginación popular. El Estado obligó a los ciudadanos a la escuela pública, y como una consecuencia quizá no prevista ni buscada por el mismo Poder, esa compulsión floreció en lectores y una industria cultural que con la creciente clase media fijaría muchas pautas de nuestra conducta social. 
                      
                      En De la Colonia a la Inmigración, el tan preciso don Raúl Puigbó ilustró que la participación de los extranjeros fue muy alta en materia económica y aún social, - a través del matrimonio-  y resultó casi nula en la participación política, sin desechar que por tanta diversidad cada grupo pretendía imponer su característica, con más las diferencias entre viejos y jóvenes de los mismos grupos étnicos, donde los descendientes querían acriollarse con hábitos de la nueva tierra y marcar improntas de modernidad. Hubo diferencias entre los inmigrados de la misma región y brotó una confrontación generacional silenciada, en tanto el contacto entre iguales en edad  pero distintos hábitos y origen, generó expresiones para compartir y compañerear, si cabe el  vocablo. Y los hijos de los inmigrantes irían afirmando un modo verbal comprensivo, cuya asimilación abarcó entre 1900 y 1930 cuando en hijos y nietos de la inmigración coincidieron arquetipos de un estilo transgresor y punto de fusión de las identidades. En un caldero de   latinos y eslavos con musulmanes católicos y judíos, el habla generó la mejor expresión unificadora y sin barreras de civilizaciones diversas. Y si el lenguaje es un transformador de la realidad,  durante la primera mitad del siglo veinte, en Buenos Aires el hablar lunfardo resultó un recurso desalienante y aglutinador del gentío hacinado en los conventillos, al librarlos en algo de los férreos precintos idiomáticos que entorpecían la integración.  Apenas eso…

               
     
     LA PREEMINENCIA  ITALIANA.
                   
                   En el período de 1900 a 1930, la cuarta parte de la población de Buenos Aires y sus alrededores eran italianos nativos y sus descendientes. Por debajo de ellos otro quince  por ciento de la totalidad inmigratoria era una suma de andaluces, gallegos, catalanes, vascos y demás venidos de  España en la misma época. La colonia italiana se manifestó en los hábitos y las costumbres nativas y por ahí Francisco A. Sicardi, novelista, a inicios del siglo dijo que cada tanto los inmigrantes italianos daban algunos huéspedes al presidio y vocablos al caló del bajo fondo. Un perfil no exclusivo de los italianos pero útil para rastrear los rumbos de la comarca más arrimada al Río de la Plata y cierta matriz italiana en gran parte de las voces lunfardas. Es innegable que existieran muchos términos con otra fuente y veamos: si al lunfardo se lo vincula siempre al desarrollo del tango, dos andariveles a una misma identidad, paralelos y separados si vemos la indudable influencia andaluza que tuvieron los primeros tangos. El poeta Julio Félix Royano, (Animal de Presa; Mururoa; Lunes de Dios) supo recordar a napolitanos y calabreses de su niñez en Lanús y que él, hijo de gallegos, advirtió que el término ‘lunfardo’, en su concepción de ladrón y malviviente nos venía de ‘lombardo’. El corte a la última sílaba de los napolitanos a la palabra, sonaba ‘Lum’ por ‘Lom’  y el parecido a F por B es una inflexión propia italianos del sur. Y Domingo Casadevall, en El Tema de la Mala Vida en el Teatro Nacional,  (Editorial Kraft, 1957) después de enumerar varios términos portugueses incorporados al habla, nos dice que el lenguaje orillero y lunfardo propiamente dicho se fue bordando también con las voces populares usadas en la España de los siglos XVI y XVII, y ofrece ejemplos como ‘gayola’, ‘punto’ y hasta ‘pinta’, con los similares sentidos  que hoy  le damos. Además, sobre la Vida del Buscón, de Quevedo, escribió el filólogo español Américo Castro que en el siglo XVI los pícaros usaban una lengua especial para no ser comprendidos, ‘y de aquí el habla revesada que consistía en dar la palabra del revés y pronunciar greno por negro’. Algo que nos advierte que en siglo veintiuno, los argentinos por negro cordialmente decimos grone, ...  
                       
                      Las asimilaciones y sincretismos de las culturas decidieron no pocos perfiles del nuevo estilo, y sugiere lo estéril que implica estratificar y congelar las identidades nacionales en el tiempo. Nosotros somos así y lo demás no importa, suena ingenuo ante la imbatible realidad histórica.

    HABITUAL RECURSO COTIDIANO.  
                
              A  través de generaciones el lunfardo logró permanecer y se sumó a casi varias expresiones culturales que no son serían de uso exclusivo de los argentinos. Algo discutible; pero que su vigencia en cada período social de Argentina sostiene su sesgo humorístico y juvenil; histriónico y caricaturesco es indiscutible. Su aporte incluso a expresiones temporales lo hicieron un innegable fenómeno cultural, y el ida y vuelta de lo lunfardesco a lo coloquial se aprecia en la absorción de sus voces por el sainete, el más popular género teatral costumbrista que junto a las indelebles letras del tango fijaron nuestra memoria colectiva. Muchos jergales de gente de mal vivir fueron escritos y cantados hasta adherirse al hablar cotidiano, pero aquí el lunfardo saltó de efímera tradición oral a ser un método de divulgación por la recuperación que hicieron de sus voces saineteros y poetas al darle pemanencia no sólo a ese mango que te haga morfar, de Discépolo, sino a tantas líneas categóricas donde todo argentino suele hallar algún párrafo que lo involucre. El tema de la pobreza en los inquilinatos y la inserción entre inmigrantes y nativos  no hubo sainete sin un personaje parlanchín, compadritos o ‘cocoliches’ de expresarse en lunfardo; que casi siempre y en la trama sostenían la defensa familiar, la autoridad paterna y las buenas costumbres. Machietas mayoritarias en el teatro de los argentinos en su época de mayor concurrencia al espectáculo de verdadero auge del veinte a fines del cuarenta, hábito que  ironizara  fiel a su modo Jorge Luis Borges, al decir que muchos intelectuales concurrían el fin de semana a los teatros de la calle Corrientes para recibir una dosis de arrabal... Y sin embargo,  según Luis Ordaz en Siete Sainetes Porteños, que allí están el drama, la acuarela nostálgica, el equívoco por las distintas lenguas y un cierto trazo claroscuro y violento. Así Buenos Aires recibió la materia prima del ‘cierto sainete de seres humanos’ diferentes confluyendo en en sus calles y pueblos aledaños. Ricardo Rojas, quien entendía que el teatro era un arte de vida incompleta sin el aliento popular, agregó  que toda minoría culta puede alcanzar el goce de un teatro exótico pero la mayoría sensitiva exige un teatro propio que le represente el drama de su existencia. Algo que remata Tulio Carella: a los nuevos habitantes la tradición le es insuficiente para decir y a despecho de ella, introduce cambios y elementos estéticos que alteran su fisonomía..       
                         
                      El sainete definió el estilo argentino de vida y al europeo que por laboriosidad,  profesión y ambición más desarrollada  iría desplazando al criollo. Pese a que en ese entorno no faltarían en segunda escena las multitudes hambrientas, desesperadas y sin oficio que también acuñaron inflexiones para entenderse mejor con la palabra; muchos de hasta un modo novedoso al caminar que de apoco y exacerbado por el argentino nativo que relevaría al compadre  pampeano condenado por la modernidad, devino en el compadrito, que además de darle una nueva expresión visual a la comarca abundó a la novedosa jerga de comunicación, el lunfardo.   
                      


  LAS  VOCES  MÁS  DIFUNDIDAS.
                         
      En el glosario de voces en letras del tango y la poesía lunfardesca más frecuentada,  evitamos citas de indudable certeza de neolunfardos  o con etimología científica, y  poco abrevamos en el ‘lunfardo canero’, - salvo en letras de tango- por saberlo más cambiante y hermético por códigos del encierro, y pesquisar esa vertiente hoy no agregaría demasiado. Las letras de tango más apreciadas llegaron de Pascual Contursi y algún otro en adelante hasta 1950, y el material posterior ni arrima a los vates mayores que por avanzados siguen  en el favor popular. Nuestra elección de la poesía y en especial con el soneto lunfardo, obedeció a la valía de tantos autores contemporáneos que sin artilugios forzados, supieron secundar a los Versos Rantifusos, de Felipe Fernández, ‘Yacaré’; Semos Hermanos, de Dante A.Linyera, La Crencha Engrasada de Carlos de la Púa y el Chapaleando Barro, de Celedonio Flores en 1929. Y que desdijeron con decenas de libros de sugestivo nivel literario, que aquello de no versificar en esa jerga que se mandara Jorge Luis Borges, con palabras del mismo sufriera alguna despótica imposición del tiempo.

                        
                        Y UN CHAN  CHAN COMO FINAL DE TANGO.
                          
                     El inicial cancionero popular de Buenos Aires, en grandes trazos, a Angel Villoldo, el vocero de los compadritos, según José Gobello y autor de El Porteñito en 1903 y La Morocha en 1905 como precursor, pero ‘percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida’, primera estrofa de Mi Noche Triste escrita por Pascual Contursi y entonara Carlos Gardel por 1917, nos prodigó a muchísimos cierto tono lunfardesco y estilo de contarnos ‘ciertas cosas’. Ni el letrista Contursi o el mismo Gardel estimarían tanta resonancia posterior, pero si el sufriente protagonista  hubiera recordado a su amor ausente diciendo ‘mujer que me abandonaste en plena felicidad’ o algo idiomáticamente más pulcro, ese tango jamás hubiera sido la íntima confesión de un porteño. Y hoy, pese a los exacerbados machistas y dramáticas cantoras del tango, su cierto toque lunfardesco sigue en el siglo veintiuno entre los argentinos en tanto no pocos  léxicos coloquiales como el slang de los yankis, el cockney londinense y la misma giria brasilera no arraigaron tantos vocablos populares por falta de canciones y otra literatura que los reiterasen  Una consecuencia natural  y divertida en el universo cultural de los argentinos, fertilizado por ese lenguaje referente  que más allá de código entre dos para que no se entere un tercero, significó al fin algo sustancial para interpretarse y parecerse mejor. Y sin gardelear más digamos que sin alarde de ‘culminar una exhaustiva investigación’, rebuscar algo de material de tantos notorios autores y algunos desconocidos, nos orienta a seguir creyendo que si algo ayuda a entendernos más entre nosotros, vale la pena el intento.              
                                                                                           Año 201l. EP.  .  
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jueves, 8 de diciembre de 2011

Ella del recuerdo a la imaginación. Cuento. .

Ella del recuerdo a la imaginación.    
                                    Por Eduardo Pérsico.
                            Cada palabra arrastra su propia memoria.
-         Y al final del juego, el rey, la reina y los peones caen a la misma caja – balbuceó don Ricardo al juntar las piezas del ajedrez. Afuera el domingo pintaba algo anochecido y el viejo emprendió un relato que Carlos, su enfermero, conocía en detalles.  

- Por el año cuarenta en todo el país sólo veraneaban los bacanes,  y Mar del Plata iba del asilo Unzué, la Perla, la Bristol y barrios de calles rellenadas con escombros del Casino viejo. Yo andaba por los veinte años y ‘promesa del ajedrez nacional’ entré a un torneo magistral en el hotel Provincial – ahí secaba la frase el viejo, recuperaba aire y seguía conque los extranjeros se juntaban a chupar whisky por litros y un español muy divertido, al sentarse a jugar le propuso ‘si me aguantas cuarenta jugadas te pago a esa buscona que anda por ahí’. Como por la movida cincuenta él pudo ganarle el tipo cumplió su palabra y la Bety lo visitaría en la habitación.
-         - Era hermosa, algo mayor que yo y como las cosas no salieron bien al repintarse los labios ella me prometió que volvería por su cuenta – dijo don Ricardo que por ese renglón solía pedir ‘Carlitos, serví dos vasos de vino, por favor’.   

      - Hoy a eso no lo acompaño, Ricardo – contestó el muchacho sin moverse de su lado.    
- … así que dos días después la Bety volvió a verme en el hotel; sin tacos altos ni medias negras ella era una piba común de veinticinco años que a sonrisa y ternura me enseñaría a jugar en la cama sin apremio. ‘En el amor nadie gana ni pierde, nene’, y ella que al nombrarla Beatriz se apretó a mi pecho como si me necesitara, esa tarde inauguró mi sentir a una mujer entre mis brazos. Y pasados tantos años, suele retornar la imagen de ella al irse ‘gracias por llamarme  Beatriz pero yo seré siempre la Bety’, y acariciarme la cara. Una visión  que revivo junto al momento de aquel único cuerpo que construimos juntos, algo que en mi añoranza ni le  imagino los rigores del tiempo sobre nosotros dos. Algo extraño, ¿no?. Pero ella era una pupila de Matías Argüello que ahí pesaba mucho y la iba de taxista sobre un Nash de color verde. Un renombrado personaje que cierta noche le supo manotear el revolver de un malandra que lo apuntaba, ‘mañana te lo devuelvo, guacho’, y con los años su grito resonaría por la costa siempre más estridente.          

        Desde la habitación se veía a las sombras adueñadas del patio y Carlos el enfermero, bien sabía que luego de cierto silencio el viejo hablaría de las fotografías de los jugadores extranjeros en la Villa Ocampo con Victoria, la dueña de casa, y enseguida entraba en unos fraseos divagantes y contradictorios. Nunca iguales eran esas invenciones que lo harían sentir mejor, admitía el enfermero y bien lo escuchaba, pero que en ese atardecer en retirada parecieron suspendidas. Igual a otra parrafada que don Ricardo repetía con fruición:  ‘siempre recupero la mirada lluviosa de la Betty en un bar de Buenos Aires, cuando perdió de vista al Argüello y eligió venirse conmigo a  Barracas. La  época del adiós a la ropa llamativa con medias negras aunque a toda hora éramos dos cachorros insaciables. Aunque vos lo sabés, pibe, esta ciudad pareciera borrar a la gente pero nada le costó al Argüello encontrarme una tarde en el Argentino de Ajedrez. ¿Usted me busca, don?, me le animé,  y quizá por andar lejos de su ámbito aquel guapo perdió firmeza y me invitó a charlar el asunto con buen modo, tomando un café. Y si usté está seguro que ella vivirá mejor,  yo me abro. Pero si no, ojo, me apuró pero yo me la jugué, Carlitos: Argüello, váyase de aquí tranquilo que yo sé bien lo que hago. Y el tipo se fue.  

       El enfermero prefería no desangelar aquel desplante de guapeza  imaginario que contenía cierto estilo, y esa vez el viejo tampoco pronunciaría. 
- Viviendo en Buenos Aires un tiempo anduvimos bien, como ya te dije, hasta que al  llevarla conmigo a un torneo en Necochea y todavía el apareo se fogoneaba por su cuenta, volvimos a pasarla mal. Peor que la primera vez y tal vez por eso yo perdí tan mal con Rosetto,  y del regreso recupero el tornasol de la tarde sobre su pelo y que casi sin hablarnos nos bajamos los dos en Mar del Plata. Su mirada había perdido adolescencia y anduvimos la estación ferroviaria en silencio, si al fin una palabra o un roce aumentaría la pena. Y hasta supongo ver unos rasgos de neblina al partir el tren a Buenos Aires y allá la Bety, otra vez de cintura ajustada y medias oscuras subiendo al Nash del Argüello. Reducida a ser siempre ella sólo en mi memoria - una frase que ya ni asomaría.  

        El enfermero no reprimió una lágrima al prolijarle un mechón de pelo y acomodar su cuerpo sobre la cama. Y recién levantó el teléfono. (Dic.011)
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    Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.  

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Borges, no peronista y escritor argentino sin dudar.

y la llegada del peronismo arrinconó a Borges y a muchos ‘ilustrados’ en que esa novedosa vertiente era una copia del fascismo italiano.

          Por fortuna y más en esta instancia revulsiva que se disfruta en el planeta, expresar conceptos es casi una obligación y esa virtud, sin ahondarle el abuso de algún caso, por fortuna nos permite expresar algún  desacuerdo tardío pero atendible. En este caso y en un debate radial de campaña política en Argentina, ‘un peronista tradicional’ así se nombró, y sin que mucho Borges viniera al caso predicó ‘ese escritor nunca entendió nada de este país’ y más adelante  reiteró ‘si  Borges nunca fue peronista, mal podía decir algo de lo popular’.  Pero bué…

            Cierto perfil  de Jorge Luis Borges mostraría que él escribía ‘como si estuviera escribiendo’ y convidara con un guiño al lector a secundarlo. Sin fijar una afirmación tan liviana como sus ironías a ciertos colegas anteriores o contemporáneos más festejadas que su misma obra, la inflexión del lenguaje a Borges no le llegó por ilustración literaria sino desde lo raigal y profundo del país.  Sólo apreciando su  lenguaje y ningún otro atributo de estilo, él fue un escritor argentino sin ambages ni rodeos y con la propia voz de su comarca. Esto a pesar de las dudas y objeciones baratas que recibiera su ‘soberanía cultural’ y el apremio ideológico que entre argentinos es inevitable, en tanto nuestras contradicciones hasta geográficas para integrarnos persisten  y la mayoría de los actores  desde 1810 en adelante,  no quedarían afuera de algún debate. Aunque en última instancia considerar a Borges un escritor reaccionario o antipopular implica no haber leído bien ni mal su obra, donde no existe la mínima descalificación a los orilleros, gauchos, negros ni obreros o laburantes.  Certeza que más a una relectura aguda de su obra merecería menos remilgos populistas en desuso y argumentos sustentables no contra su técnica sino contra su ética literaria. Dejando a Borges por sus ocurrencias ‘antiperonistas’ que pudieron ser caudalosas y a veces inciertas con mucha resonancia posterior, pero que seguramente no incluyeron suscribir ´viva el cáncer’ al morir Eva Perón.    

          Asimismo y a pesar que los escritores se  valoran por lo mejor de su obra, la llegada del peronismo arrinconó a Borges y a muchos ‘ilustrados’ en que esa novedosa vertiente política era una                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  copiadel autoritario Fascismo italiano, en principio cuando cierta oposición antiperonista no creía apropiado vincular al peronismo con el feroz  franquismo soportado en España. Así como fascismo y franquismo fueron bastante similares, entre los argentinos creyentes siempre fue mejor visto el franquismo, un régimen quizá más cruel y primitivo pero adherido a lo eclesiástico y confesional. Tan fue así que el primer gobierno peronista en 1946 incluyó o fue obligado a incluir Religión en las escuelas primarias, más otras acalladas concesiones a la Iglesia Catòlica sin que sus opositores, con Borges incluido, ni cuestionaran esos giros medievales. A pesar de reprobar con ferocidad y por índole de clase contra la movilidad del tejido social en el país y la liberación psicológica del obrero ante el patrón. Dos aciertos civilizadores que actualizaron la historia de los argentinos y que por el año 1983, seamos justos, en una charla informal al mismo Borges le interesó hablar de ‘esa modernización’ y pidió que le prolijaran el concepto.   

            Bien vale al valorar a este escritor tan contradictorio como otros argentinos notorios, que al publicarse en 1926  ‘Don Segundo Sombra’ de Ricardo Gúiraldes, un libro apreciado entonces como la obra más saliente de los martinferristas, Borges lo entendió inigualable por los pasajes de naturalismo criollista casi inaugural que advirtiera. Poco después, en 1928, él publica ‘El Idioma de los Argentinos’, un trabajo sustancial en limitar la tendencia hispánica contraria al ‘voseo’ entre otros términos, ni caer tampoco en hablar ‘como peón de estancia, matrero o valentón’ pero mucho menos ‘ese español internacional sin posibilidad de patria ninguna’. Por entonces tanto Arturo Capdevila y Monner Sanz, - a quién Borges calificara de ‘un Virrey clandestino’- defendían la línea idiomática de Madrid contando en su mismo equipo a Ricardo Rojas y al nacionalista Raúl Scalabrini Ortiz. Nada menos este último que había escrito ‘El Hombre que está sólo y espera’ y duros artículos vinculando a los ferrocarriles con nuestra dependencia frente al imperialismo inglés. Esas cosas.

           Y en el avance de la controversia de Borges con el españolista Américo Castro, del Instituto Hispánico de la Universidad de Buenos Aires y el respaldo de Menéndez Pidal y del argentino Ricardo Rojas y en diferentes etapas hasta 1941, él desarticuló con ironías los ataques a nuestra manera de expresar que no acabaría apenas en una demolición de Américo Castro sino de varios ilustrados argentinos de época. Hasta bromear ‘no observo que los españoles hablen mejor que nosotros. Hablan en voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes ignoran la duda’ Y  repetiría ‘los españoles hablan muy mal el español, pero lo respetan mucho porque lo consideran un idioma extanjero’. Asunto que podría no ser sustantivo para juzgar la argentinidad de Borges pero que de haber acontecido al revés, lo seguirían enjuiciando.

              Pero bué, los críticos de Jorge Luis Borges ni registran  que él fue un  iniciador en incluir lunfardías en la poesía ‘culta’ y en ‘El general Quiroga va en coche al muere’: dice ‘el madrejón reseco sin una sé de agua, y la luna atorrando en el frío del alba’. No a la muerte sino al muere, una porteñidad de título y trascartón ‘atorrando’ por durmiendo, era chucear a los españolistas rancios como al borrar la ‘d’  final acentuando la última vocal; usté, verdá, salú,  sé y alguna otra por ahí. Así que negarle porteñidad  a quien escribiera milongas como ‘E l Títere’, ‘Jacinto Chiclana,  o localia sudamericana al autor de ‘Poema Conjetural’ sobre Narciso de Laprida, es lo mismo que menguarle la argentinidad porque no era peronista. Que además de una inexistencia como infundio suena a estruendosa estupidez. (Nov..011).

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viernes, 4 de noviembre de 2011

Indignados ocupantes y nuevas voces de alerta. Nov.011.

     Indignados ocupantes y nuevas voces de alerta.   

Por Eduardo Pérsico.

     Quizá con premeditada estridencia al presentarse ‘en sociedad’, el grupo de cinco países mencionados como BRICS, - Brasil Rusia India China y Sudáfrica-  hizo una concreta toma de posición en la Cumbre de Jefes de Estado del Grupo de los 20 (G20) desarrollada en Cannes, Francia por esots primeros días de noviembre 2011. Un encuentro donde los países del foro debieran debatir la actualidad económica de los europeos y preferentemente de Grecia, país al que se suman España y algún otro que atraviesan una crisis poco usual en esa región. Digamos invisible hasta que la realidad empezó a ejercer su dureza sobre sus economías basadas abiertamente en la ficción financiera de generar dinero sin más atributo de llamarse dinero. Pero al aparecer este casi novedoso grupo de países en debates de fondo hasta hoy concertadas y dirigidas por las tradicionales potencias económicas- hoy certeramente debilitadas- pone no pocas preguntas sobre la futura relación de fuerzas internacionales. Que no se explicitan pero subyacen en el íntimo tejjido de las relaciones de fuerza entre las Primeras Potencias y los obedientes países del Tercer Mundo. Dos calificaciones sólo vigentes para ciertos comunicadores sociales, ya descubiertos y a veces deshilachados. "Nos juntamos a conversar sobre la necesidad de tener una posición unificada del BRICS", sentenció a la prensa el presidente ruso Dimitri Medvedev en nombre de este grupo de contrapeso y diferenciado en no pocos temas del área occidental articulada siempre por los Estados Unidos y lo países más pudientes de la Europa del Oeste. Entre quienes solían ubicarse hasta hace bien poco los mismos españoles ‘indignados’ y no que  los mismos españoles que desde junio del 2011 se bancan que los despidan del trabajo sin mucho límite judicial, la feroz reducción del gasto público con más de un veinte por ciento de desocupación los llevará bien pronto al nivel de la Grecia actual.  Pero claro, si hay que proseguir dentro del Primer Mundo nos sacrificamos, muchos pensarán y hacen el esfuerzo por más que tantos fabricantes de opinión al servicio del Poder les inculcan que la Economía es una Ciencia y no una ideología al servicio del sector mandante, según les viene aconteciendo en todo Europa. Y tanto han jerarquizado los colocadores de dinero por el dinero mismo la felicidad que significa para el hombre común obtener un crédito, que el resultado es este caos con aire de  cataclismo que ocasionó esa estrategia. Que se agravará a medida que de esa orientación suicida se sigan apartando los sectores y países productores bienes de capital. Un pequeño detalle desechado por los ganadores hasta que por estos meses los ‘países periféricos’ verdaderamente productores fabricantes de riqueza,  -alimentos y combustibles por mencionar algo- han resuelto dejar de lado semejante juego. Pero bué, un Citibank en NY el 3/11/2011 vale el ejemplo y la foto.

                           N.York, jueves 3 de noviembre. 14hs, ocupantes del Citybank.  

         Aunque pareciera algo muy complejo, la globalización que nos llegó aliada a Internet y los impiadosos medios corporativos de información, ha generado las manifestaciones callejeras de indignados, occupy y descontentos de vario pelaje y convicción que ya visualizan cualquier ‘herramienta del explotador’ contrario al interés de la comarca. Un auspicioso giro conceptual cuando el interés de los financistas tanto discrepa con la necesidad popular, que aún desarticulada y sin orientación precisa, esta vez improvisa acciones no previstas por esa minoría que dispone el destino de los siete mil millones de humanos que sumamos estos días.  Y por supuesto, no mucho debería sorprender que esta crisis de año 2011 en Europa sea una réplica de la ocurrida en Argentina en el 2001, hasta en las expresiones del gentío ‘indignado’ en las  calles tan parientes del ‘que se vayan todos’ gritado durante semanas. Aunque claro, por razones de orgullo paternalista tanto europeos como norteamericanos no entiendan eso como un antecedente por hallarnos tan lejos, lo generado en América Latina por tanto feroz y desparejo ajuste presupuestario fue un cambio generacional en la interpretación de la historia. Que nadie duda también ocurrirá en los ‘países centrales’, - por decir de algún modo- en tanto sigan estimando que esos  resultados son ajenos a la identidad de sus pueblos. Algo que sin análisis  suponen hoy los políticos en USA y Europa, desechando que la condición humana ante la necesidad y el hambre no tiene tantas variantes culturales categorizadas como algunos sociólogos de entrecasa predican. La apremiante  necesidad de comer es similar en todo el planeta y un enfoque forzado y voluntarista de semejante realidad puede llevar a multitudes y comarcas a discordias impredecibles y violentas. Porque no jodamos, estos mecanismos del hambreo y el ajuste igual acciona en los almibarados ciudadanos de clase media en peligro, que en los reductos mayoritarios de mortales sin ‘estilo ni ropa.  Y por decirlo más bien correctamente, señores, con el hambre que nos iguala a todos no se jode. (Nov.011)
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Primavera en el barrio. Poema. (Set.011).

       PRIMAVERA  EN  EL BARRIO.

                                   
     El setiembre encendido de luz y veintiuno
es un vaso hasta el borde de un vino gusto a ganas.
     Disfruta una muchacha su pelo a contraviento
 y el pródigo despliegue de su blusa floreada.

     Es que el aire deshace casi como al descuido
el nudo abigarrado que tejiera el invierno.
    Y el cielo de mi barrio, tan modesto y discreto,
hoy reluce en destellos de adornar el paisaje.    
  
    Tras acortar su falda por cortejar el día  
mi vecina sonríe a un guiño cuando pasa. 
    Si el clima o un tal vez pudiera convencerla   
de aflojar ya las riendas que luego es el olvido…  
   
     Así que en el festejo de soles derramados
aguardo que los duendes sensuales y sanguíneos
le indiquen nuestra arcaica sugestión al cruzarnos:        
    la erótica mirada de la especie desnuda. (Set.2011)  

    

viernes, 9 de septiembre de 2011

Cuento Africano.

            Cuento Africano. 

                       
                                   Por Eduardo Pérsico. .     


Ni bien entró al aula  del costoso colegio privado de Buenos Aires, el maestro de literatura  leyó en el pizarrón: “ …y al sorprender de nuevo al  mono grandote encima de Chita, su mona favorita, Tarzán desenfundó de entre sus ropas la nueve milímetros y al gorila ese le aujerió el balero”.
El hombre con buena experiencia educativa preguntó quién había escrito eso y una adolescente, tan rebuena como todas esas de corta falda escocesa, le contestó. .
- Eso lo escribió José Luis Borges cuando vivía antes de morirse en su novela Cuentos Africanos,  profe- .

Como el tipo ni pensó tirarse del cuarto piso para  caer sobre un taxi y quedar tullido para el resto del viaje, dijo ‘ahora vuelvo’ y se fue a la dirección del instituto.

- ¿Y eso que escribieron los chicos es tan equivocado? Mirá vos, yo no lo sabía. Pero si acá buscás todo perfecto, sonaste viejo. Y te digo más, aunque los padres nos traten de  hijos de puta y todo lo demás, esto se arregla aumentado la cuota mensual y listo- dijo la directora y el profesor asintió. Así que enseguida también coincidieron en que a esos jóvenes  adolescentes hay que entenderlos y no hay más vuelta que darle. Set.2011    

Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.