A veces la poesía...
Por
Eduardo Pérsico.
Sigilosa
la tarde
va sombra a sombra hacia la noche
y allí la poesía es un rayo que nos
lacera el corazón, o ambula entre vigilias
de lento cigarrillo hasta anunciar el alba. Más si la
poesía celebra solo que ‘las mariposas son flores desertoras o graciosa inventiva de angelitos pintores’, es un inútil suicidio de palabras. Y sin que ni una palabra decline su sentido, no carguemos con más lírica amnesia a este tiempo
zurcido con hilachas de trapo.
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PREGUNTAS
SIN OLVIDO.
¿Dónde estarás, amor? Ni han
devuelto tu nombre.
El mismo que tan breve parecía,
íntimo y diminuto.
cuatro letras de silabear tu
nombre.
¿Es que tu aliento tibio todavía sobrevuela
el aire de una cárcel feroz y sin
ventanas?
¿Y tu ojos, amor?
¿Siguen siendo tan grises
absortos y redondos,
tus ojos de juntarnos decayendo la tarde?
Esos brillos amantes de la
vida
en calles encendidas de canciones y pájaros.
Y también por tu ojos al
reflejar los míos
cruzarían los ultrajes de uniforme y absurdo.
Con niños sollozantes robados
en la noche
y la indolente mueca de banqueros y curas.
¿Dónde estarás amor?
¿No sostiene tu cuerpo caricias de mis manos,
ni a tu piel la desvela mi beso tembloroso?
¿Y tu voz amor mío?
¿Ni me nombró siquiera al saberte arrastrada
y la gente impasible siguiendo su
camino?
¿No me nombraste amor ni
apenas esa noche
sometida y violada?
¿El pronunciarme apenas fue tu
olvido
en esa infamia perpetua de tu
muerte?
¿O tanto nos quisimos, amor,
que callaste mi nombre?
AQUEL
VECINO.
El hombre se escribía sus versitos
iluso
que una vez alguien dijera:
‘sí,
es el que yo le digo, uno bajito
que
vive aquí nomás, a dos veredas’.
Nadie lo vería andar, sombra en la niebla,
perdiendo
sin chistar sitio en la fila.
O
ir soledoso algún domingo al parque
a
charlar con el caballo de la estatua.
Cada renglón se volvería amarillo
sin
ese revivir de verlo impreso.
El
tiempo transcurrió sin registrarlo.
Ni
un guiño de atención. Menos que eso.
La muerte lo cargó sin darle aviso
y
una siesta, cansao, siguió de largo.
El
hijo ni llegó, estaría en viaje.
Su
mujer gimoteó más que llorarlo.
‘Por no cuidarse. Voy a extrañarlo mucho’,
ella
que ni siquiera lo corneaba.
El
mundo sigue igual. Sonó el vecino
que
escribía sus versitos. Casi nada.
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El setiembre ya pródigo de luz y veintiuno es un vaso colmado de vino gusto a ganas. Se ufana una muchacha soltar su pelo al viento
y al pródigo despliegue de su blusa floreada.
Hoy que el aire deshace casi como al descuido
el nudo abigarrado que tejiera el invierno,
el cielo de mi barrio, tan modesto y discreto,
le propone al paisaje realzarle los reflejos.
Sonríe una vecina mi guiño cuando pasa, hoy que acortó su falda por festejar el día. ¿ Y si una tarde lograra convencerla
de aflojar ya sus riendas, que el tiempo todo olvida..?
Es propicio el deslumbre de soles derramados
en invocar momentos de remotos ancestros.
Cuando tras la incitante mirada al divisarnos
le seguiría el festejo de la especie desnuda. (2014)
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús,
Buenos Aires, Argentina.
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