Hay ojos sin olvido.
Cuento de Eduardo Pérsico.
Cada añoranza suele sernos amable, siempre
que nada escarbe con otras presunciones.
El hombre que volviera de recorrer el barrio sin hallar un solo
recuerdo sin distancia, esa vez se bromeó que su paso no detendría el ciclo planetario
ni a los autos que apuraban la calle. Volviendo a ese contorno donde viviera
Agnieszka pero Ani era más sencillo, por más que igual ella cargara un apellido
eslavo de arduas consonantes, estudiaba astronomía y le resaltaban sus ojos claros al decir ‘Saúl,
así somos más nosotros’ al culminar el divertido amor que los juntaba. Porque ellos
que ya andarían por los treinta años, sin debates complejos habían aprendido a naturalizar
esa ternura sin metas ni futuros homenajes; algo que él no volvería a percibir en
ese ámbito barrial ya sin viejos perfiles.
- Espero que tus ‘papis’ no llamen a la
puerta – comentó en la primera noche juntos.
- Ellos viven en
planta baja y nos envidian, no te inquietes - dijo Ani y se rieron.
Quizá el ayer es una sombra
astuta o lluvia sumergida en algo incierto, y ya nada devuelve el teatral gesto
de silencio de Agnieszka al salir él de su cuarto en cualquier amanecer, con sus
padres cómplices del encuentro y algún vecino que lo saludaría ya bien crecido
el día. Pero el amor de ayer es tiempo congelado y al fin queda en su sitio,
igual que retomar la voz de una mujer lejana es intención perdida. Y acaso en
ese ámbito de jardines desaparecidos, Saúl se sonriera por esa pretensión de revivir instantes que
siempre era tarea de los dioses antiguos…
Cada añoranza suele sernos amable
siempre que nada escarbe con otras presunciones, y al acordarse Saúl de algún viejo
acertijo que Ani le dijera cuando comenzó aquella mala historia de hipotecas y préstamos
familiares, de ese tiempo él prefirió imaginarse caminando al aclarar por su
auto estacionado por ahí, comprar el diario y demorarse en el café antes de ir a la
financiera de su padre. Pero en cuanto a la memoria no siempre le coincide el recuadro
del paisaje, en ese mismo atardecer le habló el diariero.
- ¿Usted busca el chalet de los polacos? Supo
estar donde ahora hay dos edificios altos. Era muy buena gente, y la hija Ani
una rubiecita que estaba buenísima – y de pronto ahí el tipo lo sacudió al Saúl
fijándole los ojos bien firme y sin olvido.
- Y usted debe imaginarlo,
señor; hace como veinte años un malparido que nunca falta los estafó hasta dejarlos
sin la casa y ellos debieron irse lejos- le recalcó sonoro el patrón del viejo kiosco y ornato de ese barrio,
al seguir con lo suyo. (2012).
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en
Lanús, Buenos Aires, Argentina.
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