Hay
gestos y modales para oponerse a todo.
Por
Eduardo Pérsico.
Entre los
argentinos, la siempre activa clase alta suele suscribir el rugido izquierdista
o seudo revolucionario de sus jóvenes, en tanto estimen lo dicho como un gesto
más bien ‘decorativo’. Y en cuanto tampoco vale exagerar, al aparecer el
Ernesto Che Guevara, un clase media alta que sin quedarse en el discurso se
tomara La Revolución
en serio, desde su misma clase hoy forcejean para ungirlo en un ícono de la
publicidad y ‘al diablo’ con su histórica convicción. Porque léase bien claro,
cierta aparente elegancia en alguna
actitud es perdonable, pero cuestionar el Poder y la injusta propiedad de la
tierra es más que inadecuado ‘un gesto
de muy mala educación’; supo bromear cierta vez la aristocrática Victoria
Ocampo. Así y un pasito más adelante, hablar de latifundios y cuentas bancarias
ocultas está prohibido en toda
conversación entre personas de cierto nivel, y esa internalizada convicción
clasista que también establece y organiza sus patrones de conducta, fija los
límites que nunca se difuminan ni se tornan imprecisos entre sus miembros. La
conducta de clase alta puede sostener perfiles propios de un individuo, pero si
este se vuelve ambivalente al interés grupal la compulsión del grupo no demora
en aplicarse críticamente en su contra, que el ‘desclasado’ no tardará en
percibirlo. No pocas veces ocurriría que dentro de la clase alta argentina
hubiera algún tipo de crisis por la interpretación o conveniencia de seguir algún
devenir histórico; y desde el enfrentamiento entre Carlos Tejedor y los Alsina
por 1870 la otra seria disidencia de 1916 se produjo cuando asumiera la
presidencia Hipólito Irigoyen por sobre el interés de la entonces clase
mandante. Y bien cerca de nuestros días, quiérase o no, hubo notorias
broncas internas de clase alta al verse
compelidas a no interferir el retorno de Juan Domingo Perón a Buenos Aires
luego de su permanencia durante años en España. .
Acaso
más bien por estilo pero sin cambios, esta demorada clase social en Argentina
ejerce su intemperancia ante cualquier expresión política popular seria. A
ellos los inquieta toda multitud no adicta a su proyecto, y aún los sigue
irritando el peronismo al exhibir su atributo coreográfico al reunir
muchedumbres en la calle. Esa realidad más que preocuparlos los enfurece como
un desafío a la ‘autoridad’ de ellos dentro del tejido social, y por cuanto en
Argentina y toda América Latina esto pareciera una comedia o fábula repetida,
la creciente y masiva participación
política popular más que originarle a los personeros del Poder una adecuación o
reelaboración conceptual ante un escenario novedoso y molesto, sus miembros
optan por la reacción violenta que su libreto de clase mantiene siempre en vigencia.
La matanza de la Patagonia Trágica
por los años veinte y el bombardeo sobre Plaza de Mayo en 1955 no difieren y
exhibieron ácidamente ese espíritu, y a pesar que semejante reacción se simula
a veces ser una reacción individual, íntegramente los expresa a quienes
rechazan el mínimo desvío o
interferencia en su voluntad de mando. Ellos disponen sin que ello les demande mayores
explicaciones por quienes actuaron por su encargo o les interese mayormente la
secuela de lo actuado, y así veamos a los militares y demás sirvientes sin
uniforme que en la Argentina
produjeron treinta mil desaparecidos en los años del setenta, y hoy
encarcelados o vagar de paseo de un juzgado a otro. Esos mismos ejecutores que
luego de cumplir según mandaderos subalternos el ‘trabajo sucio’ de torturar y
asesinar personas, ni se enteraron que actuaban exclusivamente para reencauzar
la historia según la necesidad de un privilegiado Poder oligárquico.
Pero
bué, son esas cosas; y en Argentina esa constante se demostró nítida en las
presidencias de Carlos Saúl Menem de 1989 a 1999, quien absoluto obediente de los
dictados económicos de privatizaciones, reducción del gasto público asistencial
y cero control a los evasores y lavadores de dinero, recibiera el favor y apoyo
de las clases altas que sonrisa mediante, halagarían hasta su aspecto de
´peronista moderno’. Que en su caso consistió en aplicar las órdenes del
liberalismo económico financiero, cuyo estallido en Argentina se diera durante
el año 2001, y hoy agobian a los ciudadanos de una Europa que en ciertas
regiones pareciera desmembrarse. Y que sugestivamente, es una instancia que
permite unir esos dos episodios por su
resultado similar: en ambas crisis las clases privilegiadas salieron del asunto
sin sufrir daños materiales, que prolijamente y de manera equitativa debieron
ser repartidos entre los más bajo de la escala. Porque si hablamos de
igualdades jurídicas y democráticas, - y esta última calamidad europea bien lo
dice- en todo el mundo y cuando lo necesitan, las clases altas conocen todas
las recetas y respuestas para separarse de cualquier igualdad. (oct.012).
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