Jorge Luis Borges, otro argentino brillante y contradictorio.
Jorge Luis Borges,
otro argentino brillante y contradictorio.
Por Eduardo Pérsico
Pero
el Borges ciudadano fue un tipo insufrible…
Jorge Luis Borges, acaso el
escritor más representativo de la
literatura argentina, fue casi desconocido en nuestro país hasta que
desde Europa nos advirtieran de su calidad poética y narrativa; y como aguardar
la valoración ajena sea una tendencia nacional, se le atribuye ese
reconocimiento al crítico francés Roger Caillois. Episodio que en parte se repetiría con
Carlos Gardel, un cantor popular que luego de su éxito en los Estados Unidos
fuera en más un imbatible ídolo
nacional. Igualmente, tanto Borges como Gardel son exponentes de nuestra
comarca y si fueron publicitados lejos y
estimados luego aquí, antecedieron lo sucedido más cerca en el tiempo con Julio
Cortázar y Astor Piazzolla, también valiosos exponentes pero acaso menos
contradictorios.
Creemos que uno de los perfiles
literariamente más atractivos de Borges consistía en que él ‘escribía como si
estuviera escribiendo’, sin que lo presionara mucho la formalidad y hasta usando
la complicidad del lector. Con su manera lúdica al bromear sobre otros escritores, como al decir
de Federico García Lorca ‘que era un andaluz profesional’, o de Leopoldo
Lugones, un referente argentino una vez sentenció ‘es un hombre que se toma
demasiado en serio’. Pero la fantástica veta literaria de Borges no fue apenas
libresca sino que le llegó del propio país, y él la adornó con inflexiones de un
indudable escritor argentino. El mismo que al leerlo en voz alta se lo puede
imaginar diciendo ‘vea, yo le voy a contar, eso sucedió por esos años en cierto
arrabal de corralones y compadres’; fraseo casi lindante entre la porteñidad y
lo gauchesco. Y sin duda Borges fue un auténtico relator de nuestro país tan
signado por lo europeo, sin jungla en
una geografía casi transparente y con una escasa literatura rural que la describiera. Un escritor
también muy advertido de que nuestro aspecto nacional radicaba más en el modo
de contarnos que en lo descriptivo, y así el Borges narrador poco exhibe los
entornos pero se le adivinan. Y cuando usaba la primera persona exhibía cierta
miga coloquial para mejor identificarnos con la misma sencillez que usaba en el
trato personal. Esa manera que a rachas nos
pareciera estar oyendo a un compadrito porteño, sobrador y canchero y en mi
caso, al fin describirlo en un cuento como un payador de boliche: ‘un tal
Borges, el Inglesito que contrapunteara por milonga en un boliche de Turdera’.
Cuando lo conocí, por 1970, él aún polemizaba
que para escribir bien en castellano debíamos
leer al mexicano Alfonso Reyes, que al fin no era ninguna broma en tanto Borges
también era un implacable corrector. Como luciera en el cuento El Aleph que
confesara haberse demorado varias tardes entre ‘Beatriz Viterbo de frente al
trinchante, o reflejada en el trinchante’ hasta decidir de pronto ‘Beatriz
Viterbo de perfil en colores’. Y del Hombre de la Esquina Rosada, que
en un principio lo publicó como Hombres Pelearon en el suplemento de Crítica,
luego hizo otra versión oculta y recién por su tercer intento obtuvo el cuento
definitivo. Y era su verdad ‘ hay que publicar para no seguir
corrigiendo’.
La
primera vez que hablamos fue por 1973; yo escribía en la revista literaria
Ateneo, de Lanús, y solía visitar la Biblioteca Nacional
de la calle México cuando él la dirigía. Por entonces había un gran fervor por
el retorno peronista al gobierno, y José Edmundo Clemente que entonces
renunciara a la Vice
dirección y en 1976 llegada la dictadura militar fue nombrado Director, dejó todo
a cargo de Borges. Hasta el trato con los delegados gremiales, muy inquietos
por aquel tiempo con quienes prontamente debió hacer una reunión. Contaron el
señor Zolezzi y otra persona llamada Amón, empleados de la biblioteca, que los gremialistas
le plantearon Borges cosas que ellos mismos creyeron que lo aterrarían, pero
que al finalizar la reunión el mismo Borges les dijo ‘hay que atender más seguido a estos
muchachos; yo estoy de acuerdo con ellos en muchas cosas’. Algo dentro de
libreto para quienes no estimaran en Borges a un reaccionario absoluto, en
tanto en toda su obra él jamás descalificara al orillero, al gaucho, al negro o
a un laburante cualquiera.
Pero
el Borges ciudadano fue un tipo insufrible.
Un feroz contradictor que ostentaría su equívoco contra el peronismo más por la
fuerza convocante que por lo ideológico de ese movimiento, en una pose que lo crucificó
a esa retardada y medieval mística de la clase media alta argentina. Y aunque los escritores se
valoran por lo mejor de su obra, el peronismo arrinconó a Borges y a
otros ‘ilustrados’ en la idea de presenciar una copia del Fascismo italiano
pero ajeno al franquismo español, tan coloreado de una religiosidad confesional
más potable a la clase pudiente. Pero bué, a ese enfoque acotado y reaccionario
que jamás acepta la movilidad del tejido social y la liberación psicológica del
obrero ante el patrón, él se asoció negando que a esa actualización histórica de
la sociedad se alcanzó con el peronismo. Más otras certezas que el viejo Borges
en 1983 y última vez en verlo, me indicó a media sonrisa que le repitiera como diciendo
‘no me haga caso, señor, que yo estoy hablando en joda’. Y esa imagen con más
la de guitarrero de corbatín y saco oscuro son mis favoritas de un Jorge Luis
Borges, un escritor sin duda incuestionable y excelente.(junio del 2012)
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