- Ella, Mariel, es un personaje inevitable que jamás deja de construirme la memoria – dijo el hombre y complacido repitió el renglón. Apreciaba sus palabras y su mujer, que a ratos desconocía, lo escuchaba hablar de esos seres que rodean a quien escribe, personajes despóticos con el ensueño y duendes de respirar junto al autor. Algo que los ajenos ven como locura del escriba, sin duda – redondeó el hombre y ella lo reacomodó de frente a la ventana.
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- … al conocernos con Mariel los años no fugaban y pronto vivimos juntos, - prosiguió y la mujer no contuvo una sonrisa-. Entonces ella aún vivía con una tal Pilar, una cantante española que volvía a su país, y al juntarnos no guardaba olvidos ni recuerdos desprolijos como estos que yo digo. Entre nosotros cada inquietud era envuelta en felicidad; las tardes de aguardar juntos el anochecer, el fugaz desvelo de los faroles o una lluvia melancólica tras el vidrio del bar, nos adhería tanto como el beso más profundo – reiteró lo dicho y su mujer entrecerró los ojos-. Cualquier encuentro resumía nuestra dicha, rozarnos las manos era anhelar que la estación se despoblara para besarnos en libertad. Todo nos unía y sabíamos andar frente a la lluvia que barnizaba la calle yendo a devorarnos en mi cuarto. Y en el deseo de aparearnos nos divertía su actuación para afirmar que el amor sólo vale con alegría, y fingir la voz recitando ‘coger riendo es revolucionario, chico’ al salir de la ducha quitando el toallón a su desnudez.
La mujer ahí sonrió con ganas y murmuró su nombre al acariciarle la nuca. Y él prosiguió. .
- … jamás habrá otra mujer y sin borronear papeles que junto a ella jamás prosperan, sigo buscando los términos entendibles para confesar porqué quise abandonarla para siempre – y perdió su mirada en la ventana. La mujer volvió a ordenarle su flequillo en la frente y esperó la última parte. .
- No imagino como decirlo: ella, Mariel, esa mujer con quien tanto tiempo nos amamos íntegros y me enseñó textos que yo desconocía, y ahí mi recuerdo se adelgaza y desvanece en un turbión de irrealidad libresca. Territorio confuso y estación sombría desde cuando ambos soñábamos la misma situación y paisaje parecido cada noche. Obsesión indescifrable o delirio límite por dormirnos siempre en un abrazo, que al final me obligó a eso tan terrible…
- Por favor Carlos, te hace mal – dijo ella sabiendo que restaba un renglón y él no la escucharía. .
- … laberinto de incertidumbre y de olvido; Mariel, personaje, delirio y absoluta mujer que sin remedio, ya les dije, hoy no deja de construirme la memoria – cerró el hombre ahora arrasado por sus propios duendes, esos viejos renglones que nunca publicara.
La mujer volvió a ordenarlo en el sillón. Ella seguía siendo Pilar, su esposa que nunca conociera España, con quien él se casara medio siglo atrás y juntos tuvieron dos hijos. Que últimamente los visitaban muy poco.
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