EL
LUNFARDO DE LOS ARGENTINOS.
Por Eduardo Pérsico.
UNA COMUNICACIÓN DE PERSONA
A PERSONA.
El lenguaje en el hombre se desarrolló según se
aproximara a sus semejantes y usara más imitaciones de la naturaleza para
comunicarse, más cuando por el año 1492 según el reino de España sus navegantes
‘descubrieron América’, sabemos que quienes aquí habitaban no difundieron la
noticia gestualmente o con señales de humo; lo hicieron con ideas y palabras
consolidadas por su reiteración. Y de choza a choza o margen de un río al monte
o la montaña, los naturales de aquí se anunciarían la aparición de esos navíos
con su propio lenguaje. Más luego, la forzada adopción del castellano en el
territorio latinoamericano corresponde a una constante histórica donde el Poder
se impone sobre la particularidad de cada pueblo; algo ya aceptado por Napoleón
Bonaparte al asegurar que ‘un idioma es un dialecto con un ejército detrás’.
Así que toda comarca suele demostrarse con algún perfil particular y nosotros en
la Argentina,
ese juego de identidad resultó ser el
lunfardo, un código entre dos para que no
se entere un tercero.
Y el
escritor Nicolás Olivari, (La Musa de la Mala Pata) que al ser preguntado si él
hablaba lunfardo contestó ‘vea, yo
nací en Villa Luro en el año 1900, cuando aquello era un suburbio. Frecuenté el
trato de obreros, ex presidiarios, prostitutas y atorrantes, mis vecinos, y no
tuve tiempo de aprender eso’. Una respuesta de Olivari que recuperó Jorge
Calvetti y otros atribuyen a Roberto Arlt, (Los
Siete Locos, Los Lanzallamas, El Amor Brujo), aunque por tratarse de dos escritores fundacionales
de las letras de Buenos Aires, esa autoría atrae menos que la respuesta. Y el
mismo Roberto Arlt habló de este modo dialectal al polemizar con unos
académicos por 1940: ‘esto demuestra lo absurdo de enchalecar en una gramática
canónica las ideas cambiantes de los pueblos… y así esa gramática tendrían que
haberla respetado nuestros tatarabuelos; y en progresión llegaríamos a concluir
que de respetar ese idioma aquellos
antepasados, nosotros, hombres de hoy, de la radio y la ametralladora, hablaríamos el idioma de las cavernas´. Textual.
Si lo ético de cualquier escriba es no
subvertir o quitar eficacia comunicativa a la palabra, el lunfardo pudo
comenzar como una lengua de la gente de
mal vivir; pero esa definición iría perdiendo su secreto delictual al
convertirse en un guiño de comprensión popular ajeno a sus primeros cultores.
En el siglo veintiuno nadie discute que si este léxico surgió entre pocos para
despistar a los demás: ´el argot lunfardo constituye un habla rápida,
espontánea que brota de una manera natural... en vocablos y expresiones que
acuden fácil y prestamente a la lengua’, dice Mario E.Teruggi en Panorama del Lunfardo, Sudamericana,
1979. Y por ese rumbo y ya en los aciagos días de la década del ’70, que entre
los argentinos se abrían y cerraban
efímeras contraseñas al hablar y Humberto Costantini, quien recreara cierto
lenguaje coloquial en su libro En la Noche, supo ver que
entre perseguidos y perseguidores existían tantos códigos como grupos. Y ahí se
aprecia ‘código entre dos’ que bien es extensivo a otra actividad o profesión
con jerga propia. En tanto el habla de un pueblo es un sistema de signos
diferentes a otros de la misma especie, y al obtener principios y gramáticas
eso construye al fin un idioma. Un corpus donde cada lengua tiene
fisonomía, giros y particularidad, y por eso y sin idolatrar nuestros queribles
modismos, en Argentina hablamos castellano, en acuerdo a su gramática nos
entendemos con el mundo, y ese asunto por ahora no lo pensamos cambiar.
LENGUAJE, IDENTIDAD Y CULTURA,
El lenguaje nos diferencia entre
Civilización, - el amplio mapa de toda nuestra
manifestación- y Cultura, eso que sintetiza la estética peculiar de cada
grupo comunitario. La
Civilización cristaliza y estratifica el lenguaje, en tanto la Cultura lo desaliena y
hasta lo modifica con expresiones ‘contraculturales’. No pocas variaciones
estéticas de la contracultura fueron
luego estimadas como clásicas, y el lunfardo como arista cultural de los
argentinos, ocupó un párrafo en Radiografía
de la Pampa,
1933, de Ezequiel Martínez Estrada: ‘psicológicamente puede ocurrir a un idioma
algo peor que subdivirse en dialectos y cristalizar su forma al tiempo que se
limita y amputa. En el dialecto vive el alma local, el paisaje vernáculo; en el
idioma extenso o superficial la palabra desfallece y hasta reduce el número de
sus términos’. Y sigue don Ezequiel: ‘la actitud desafiadora del compadre, el
insulto, el neologismo de la jerga arrabalera son formas vengativas, afiladas y
secretas de herir. Ese oculto rencor contra una lengua de filiación paternal
puede conducir a dos formas de escribir
y hablar. Hablar al revés, al vesre,
es una forma patológica del odio cuanto no de la incapacidad. No pudiendo
usarse otro idioma, desdeñándoselo, en el trato social e íntimo se invierten
las sílabas con lo que el idioma, siendo el mismo, resulta ser lo inverso’.
Hasta aquí Martínez Estrada, un precursor de la psicología social en Argentina,
y más luego aparece de Juan José Hernández Arregui en ¿Qué es el Ser Nacional?, de 1963, quien anota la acción
regularizadora del grupo ‘porque la cultura está litografiada en su lengua las
variaciones idiomáticas se ejercen desde el pueblo’. Y para avalar esto, ya
Platón sabía que el pueblo es un
excelente maestro y su lenguaje es el hecho social más definitivo.
LOS PRIMEROS ESTUDIOSOS DEL TEMA.
Quienes en principio se
ocuparon de la lunfardesca no coincidieron; algunos la estimaron una jerga
gremial del delito y otros corrieron ese límite hacia ‘un jercicio
comunicativo’. Benigno Baldomero Lugones
fue el primero en llamarla ‘lunfardo’ en un par de artículos publicados en el
diario La Nación
por 1876; luego por 1896 Antonio
Dellepiane lo calificó ‘el idioma del delito’ y Alvaro Yunque más tarde habló
de ‘un lenguaje arrabalero’. Por 1927, Jorge Luis Borges dijo en El Idioma de los Argentinos ‘el lunfardo
es un vocabulario gremial como tantos otros, es la tecnología de la furca y de
la ganzúa’; y para Juan S. Piaggio eso mismo era un ‘léxico con argentinismos
del pueblo bajo’. Igualmente, en génesis ese vocabulario fue delictual y de
bajo fondo, y el mismo Dellepiane, abogado de tendencia lombrosiana, entendió que ‘el lunfardo existe con su intención
burlona, caricaturesca y su activa movilidad de cambio’. Y es innegable que lo
dinámico valoriza cada comunicación humana y por cuanto la movilidad del
lenguaje es constante, hoy ningún pueblo del mundo conversa en lengua muerta.
Muchas veces se dieron
como vocablos de la lunfardía términos que sirvieron al rebusque ocasional para
decir sin que se entere un tercero,
pero al no durar las horas de vuelo para entrar al imaginario popular,
desaparecieron. Mina, bulín, bacán o mishiadura, por
ejemplo, perviven en el hablar argentino con leves cambios de acepción, en
cuanto toda voz lunfarda debe transitar antes de convertirse en clásica, o sea, útil para dar
clase. A cada forma comunicativa la sostiene su reiteración, todo lenguaje
oculto al fin se pierde y el uso de cada vocablo vale a su decantación en solera,
para degustar luego según sea ya un vino placentero. ‘Ropagrosa’, modo del uniforme del vigilante
extensivo a su portador, se usó en los años
treinta y sucumbió al cambiar el ropaje policial. El término ‘palo’ que
por 1990 equivalía a un millón de pesos, - o ‘palo verde’, dólares- por el asalto financiero contra el país
argentino del año 2001, en pocos días perdió su valor expresivo. Otros vocablos
como ‘tuca’ al pucho de marihuana o ‘tuquera’ al canuto de aspirarlo, en poco
tiempo fenecieron; y esto nos remite a un reportaje que Paco Urondo le hiciera
por 1970 a
Julio Cortázar, de paso por Buenos Aires. Entonces a Cortázar le llamó la atención escuchar
la palabra ‘yeite’ porque al irse él se decía ‘guiye’, que en ambos casos
es asunto
fácil y beneficioso. tampoco conocía la palabra ‘luca’ para
decir mil pesos; pero pese a que esos avatares ocurran, al habitante de Buenos
Aires una mina sigue siendo una mina un bulín es un bulín; y sin esas dos
definiciones lo nuestro no sería vida…
(FIN
PRIMERA PARTE DE TRES)
Y SEGÚN OTRO LENGUAJE CODIFICADO.
Cada lenguaje codificado convoca
a una complicidad de condición y origen, y el lunfardo de los argentinos, -
irónico, procaz o corrosivo- siempre sugiere una humorada compinche. Algo
extraño a los guardianes del idioma que lo irían aceptando al comprender su
contexto temático y dejaron calificarlo sólo un argot meramente delincuencial,
en tanto n principio Benigno Baldomero Lugones, con dos artículos publicados en
La Nación de
Buenos Aires por 1879, hizo una descripción del mundo criminal y ameritó hablar
sobre lunfardos y ladrones en un sentido
más amplio. Algo que bien lo apreciaron un siglo más tarde Francisco Laplaza y Miguel Angel Lafuente, al
mencionar que siendo escribiente policial, ese Lugones recuperó una anónima
cuarteta. ‘Estando en el bolín polizando
se presentó el mayorengo, a portarlo en cana vengo. Su mina lo ha delatado’; cuya acepción sería ‘estando en su habitación
durmiendo se presentó el comisario: a llevarlo preso porque su mujer lo había
delatado’. Y aquí salvo el mayorengo,
en desuso hace tiempo por Comisario, bulín,
(bolín); apoliyando, (polizando), cana
y mina persisten en el siglo
veintiuno.
Luego de ese Lugones y en ya en 1884,
el abogado penalista Antonio Dellepiane presenta El
Idioma del Delito, trabajo donde agrega un diccionario de unas cuatrocientas palabras lunfas, sin apreciar
que ese código no sería sólo un recurso carcelario y sí una jerga dialectal tan
literaria como la gauchesca; esa otra forma de comunicación entonces mejor
calificada. Pero el muy certero José Gobello escribió por 1965: ‘el lunfardo
literario, que corresponde llamar lenguaje lunfardesco, es patrimonio de
escritores que jamás ejercieron la profesión del delito’, y al reeditarse El Idioma del Delito de Dellepiane en
1967, Juan Cicco prologó ‘el lunfardo, jerga privada de la mala vida porteña
cuando este autor la descifrara era un tecnicismo profesional que obligaba
rastrearlo en sus avatares morfológicos y semánticos; dificultad que
desapareció cuando el lunfardo dominara el habla cotidiana y familiar’. Dos
buenas opiniones ante la importancia de esta jerga en inquilinatos y
conventillos cargados de inmigrantes con lenguas diversas, donde muchos
divertidos giros lunfardescos sirvieron para fraternizar. Y no muy al margen,
si advertimos el histórico proceder delictual de la clase alta en Argentina’ el lunfardo debería ser su obligado hablar
cotidiano y no así entre los laburantes comunes, menos impunes y protegidos por
la Ley…
A fines del siglo pasado y entre
el proletariado con mayoría de inmigrantes italianos jóvenes y fuera del
mercado laboral precapitalista, se registró la mayor estadística delictual. Un
efecto enarbolado por el burdo criterio de Julián Martel en su libro La Bolsa, por 1910, retomado el escritor Juan
José Sebreli en Buenos Aires Vida
Cotidiana y Alienación, de 1965, quien con su habitual adolescencia revulsiva pontificó ‘el lunfardo devino en el lenguaje
común del sector desasimilado que intenta la destrucción simbólica de la
sociedad organizada, mediante la destrucción de su lenguaje’. Ignorando ese
autor que el pobrerío que él menciona, jamás soñó destruir la sociedad
organizada y así los hijos de esos desasimilados, serían los obreros y
empleados que por sentirse iguales y sin destruir ningún régimen
participaron de la movilidad social más
óptima y legítima del país hasta entonces. La producida de 1945 a 1955 con un
protagonismo popular que aún molesta a los exóticos y medievales ‘dueños del
destino nacional’ de los argentinos.
.
EXCESOS, IDENTIDADES Y GENERACIONES.
Por carecer de
estructura idiomática, prosodia, sintaxis y otras casquivanas de diccionario,
el lunfardo no es útil para conversar ni ser escrito. Aunque se rebusquen
etimologías o términos transitorios, en lunfardo es imposible conjugar un verbo
y eso lo acerca a otras jergas cercanas: el Chabón
de los argentinos al igual que Cara
entre los brasileños y Huevón a los
chilenos, significa torpe, desmañado o desconfiable, aunque según contexto o
entonación eso mismo cambia de lo cordial a lo insultante o al revés. ‘No llevemos las afecciones de las ideas al
accidente de las palabras’, dijo el venezolano Andres Bello (1781-1865) en su Gramática de la Lengua Castellana;
un error que repetirían muchos temerarios al relatar en lunfardo unos
pastiches sólo vistos por amigos del autor. De modo arbitrario el lunfardo deja
de ‘vestir’ al castellano y algunos letristas tangueros con torpes invenciones
mostraron bien debute y posta, (inmejorable),
que ninguna expresión popular tiene buen albergue en laboratorios de trasnoche.
Escribas seducidos por ese duende coloquial y metáforas del reísmo popular, que
exigen conocerse previamente, supieron malversar letras del tango con
lunfardías deformadoras del Imaginario Colectivo y la entretela de los argentinos...
Tango y lunfardo son dos
perfiles de nuestra identidad. No únicos pero rastro a seguir según lo hiciera
Ricardo Rojas en su libro Eurindia, al
concebir a la nacionalidad como una síntesis psicológica, un yo metafísico que se hace carne en un pueblo y que halla su lenguaje
en los símbolos de la cultura. Una valiosa definición de quiénes somos.
Al desarrollo del lunfardo fueron vitales las
multitudes llegadas a Buenos Aires desde 1860 a 1920. Alrededor de 1870 vivían en la ciudad 95.000 nativos y
93.000 extranjeros de distinto origen que en 1895 superaron a los nativos, y
por 1920 volvieron a un nativo por cada extranjero. Así no era esperable que
las herencias españolas y gauchescas de los argentinos; agredidas por un
proyecto agropecuario que excluía a los sectores sin tierra propia, y Alfredo
Mascia, en Política y Tango dice que
entonces el Compadre, habitante del orillaje respetable por macho y guapo con
resabios del culto hispánico, era
expulsado de su sitial por el progreso indetenible. Pronto ese prestigio
tuvo imitadores en el Compadrito, un sustituto que sin la proyección del
compadre otrora dueño de voluntades políticas y casi solitario, que tan bien
mentara Jorge Luis Borges en su poema El
Tango; ‘aunque la daga hostil o esa
otra daga, el tiempo, los perdieron en el fango, hoy, más allá del tiempo y de
la aciaga muerte, esos muertos viven en el tango’…
Ya entonces
Argentina, país inmigratorio con el grupo latino mayoritario en número, aunque
la sociedad se dispuso integrar a todos con una instancia política donde sin
mencionar el efecto y la causa, el Estado se mostró muy
eficaz. Al menos en la asimilación de las migraciones al darles puntos de
fusión a semejante avalancha muticultural: la escuela pública lacia gratuita y
obligatoria, más el matrimonio civil, jugaron a favor de una identidad nacional
que subyace en la imaginación popular. El Estado instituyó obligatoria la
escuela pública y como una consecuencia acaso no buscada por ese mismo Poder,
floreció en lectores y una industria cultural que fijaría muchas pautas de nuestra
conducta social.
En De la Colonia
a la Inmigración,
el tan preciso don Raúl Puigbó nos ilustró que la participación de los
extranjeros fue muy alta en materia económica y aún social a través del
matrimonio, y resultó casi nula en la participación política. Donde por tanta
diversidad cada grupo pretendía imponer su característica, con más las
diferencias entre viejos y jóvenes del mismo origen donde los descendientes
querían acriollarse con hábitos de la nueva tierra y sus improntas de
modernidad. Hasta existieron diferencias entre inmigrados de la misma región y
hasta alguna confrontación generacional silenciada, en tanto el contacto entre
los iguales en edad pero distintos
hábitos y origen, generó expresiones para compartir y compañerear, si cabe el
vocablo. Pronto los hijos de inmigrantes afirmarían su modo verbal
generalizador y comprensivo, con asimilación entre 1900 y 1930 cuando hijos y
nietos de la inmigración
coincidieron
en cierto arquetipo transgresor y punto de fusión de las identidades. En ese
caldero de latinos y eslavos con musulmanes católicos y judíos, el habla generó
la expresión unificadora de civilizaciones diversas, y si el lenguaje es un
transformador de la realidad, durante la primera mitad del siglo veinte, en
Buenos Aires el hablar lunfardo resultó un recurso desalienante y aglutinador
del gentío de los conventillos, y librarlos en algo de tantos precintos
idiomáticos que entorpecían la integración.
Apenas eso…
(FIN SEGUNDA PARTE DE TRES)
LA PREEMINENCIA ITALIANA.
En el período
de 1900 a
1930, la cuarta parte de la población de Buenos Aires y sus alrededores eran
italianos nativos y sus descendientes, y por debajo existía otro quince por
ciento de la suma de andaluces, gallegos, catalanes, vascos y demás llegados de
España por esos años. La colonia italiana pronto se manifestó en los hábitos
locales y por ahí el novelista Francisco A. Sicardi, a principios del siglo
dijo que ‘los inmigrantes italianos también daban algunos huéspedes al presidio
y vocablos al caló del bajo fondo’. Un perfil de los italianos tan útil para
rastrear los rumbos de la comarca más arrimada al Río de la Plata y esa matriz italiana
tantas voces lunfardas, y aunque existieran muchos términos con otra fuente,
veamos: si al lunfardo se lo vincula al desarrollo del tango como dos
andariveles hacia una misma identidad, paralelo a eso vemos la marca indeleble
del cuplé en los primeros tangos, incluyendo La
Morocha de Angel Villoldo. Y un fino poeta como Julio
Félix Royano, (El Mata; Animal de Presa;
Mururoa; Lunes de Dios) supo recordarnos a unos napolitanos y calabreses de
su niñez en Lanús y que él, hijo de gallegos, advirtió que el término
‘lunfardo’ en su concepción de ladrón y malviviente, les venía de ‘lombardo’.
El corte a la última sílaba de los napolitanos a la palabra, sonaba ‘Lum’ por
‘Lom’ y el parecido a F por B es una
inflexión propia italianos del sur. Y como el entretejido de las identidades no
suele hilarse de un solo ovillo, Domingo Casadevall, en El Tema de la Mala
Vida en el Teatro Nacional, (Editorial Kraft, 1957) después de enumerar
unos términos portugueses sumados al habla, dice que el lenguaje orillero y
lunfardo se fue bordando también con voces populares usadas en la España de los siglos XVI y
XVII, y ofrece ejemplos como ‘gayola’, ‘punto’ y hasta ‘pinta’, con el similar
sentido que hoy le damos. Además, sobre la Vida del Buscón, de Quevedo, escribió el
filólogo español Américo Castro que en el siglo XVI los pícaros usaban una
lengua propia ‘y de aquí el habla revesada
que consistía en dar la palabra del revés y pronunciar greno por negro’. Algo que hoy, siglo veintiuno, los argentinos por
negro cordialmente decimos grone. .
Asimilaciones y sincretismos
culturales deciden los perfiles de cada nuevo estilo, y advierten sobre lo
estéril estratificar o congelar las identidades
en algún tiempo. El nosotros somos así para siempre hoy ni
resuena ante una imbatible realidad que trae consigo la computación y otras brujerías…
HABITUAL RECURSO COTIDIANO.
A
través de generaciones el lunfardo logró permanecer y se sumó a
varias expresiones culturales que no serían de uso exclusivo de los argentinos.
Pero que su vigencia en cada período social de Argentina sostiene su sesgo
humorístico, juvenil y caricaturesco es indiscutible. Su aporte a expresiones
temporales lo hicieron un innegable fenómeno cultural, y el ida y vuelta de lo
lunfardesco a lo coloquial se aprecia en bien en el sainete, el más popular
género teatral costumbrista que junto al lenguaje del tango fijaron nuestra
memoria colectiva. Muchos jergales de gente
de mal vivir fueron escritos y cantados hasta adherirse al hablar
cotidiano, pero el lunfardo saltó a ser un método de divulgación por la
inclusión de sus voces por saineteros y poetas no sólo por ese
mango que te haga morfar, de Discépolo, sino por tantas líneas donde cualquier
argentino encuentra algo que lo involucre. El tema de la pobreza en los
inquilinatos y la inserción entre inmigrantes y nativos, no dejó sainete sin un
personaje compadrito o ‘cocoliche’ de expresarse en lunfardo; que siempre y en
la trama sostenían la defensa familiar, la autoridad paterna y las buenas
costumbres. Machietas mayoritarias en
el teatro argentino en su auge de mayor concurrencia al espectáculo, del veinte
a fines del cuarenta, hábito que ironizara a su modo Jorge Luis Borges diciendo
que muchos intelectuales concurrían el fin de semana a los teatros de la calle
Corrientes para recibir una dosis de
arrabal... Y sin embargo, según Luis Ordaz en Siete Sainetes Porteños están el drama, la acuarela nostálgica, el
equívoco por las distintas lenguas y un cierto trazo claroscuro y violento. Así
Buenos Aires recibió la materia prima del ‘cierto sainete de seres humanos’
confluyendo en sus calles y pueblos aledaños. Ricardo Rojas, quien entendía que
el teatro era un arte incompleto sin el aliento popular, y que toda minoría
culta puede alcanzar el goce de un teatro exótico pero la mayoría sensitiva,
exige un teatro propio que le represente el drama de su existencia. Algo que
remata Tulio Carella: a los nuevos
habitantes la tradición le es insuficiente para decir y a despecho de ella, introduce cambios y elementos estéticos que
alteran su fisonomía..
El sainete
definió el estilo argentino de vida con europeos que por ambición más
desarrollada iría desplazando al criollo,
pero no faltarían en segunda escena las multitudes hambrientas, desesperadas y
sin oficio que también acuñaron inflexiones para entenderse mejor con la
palabra. Y muchos con un modo novedoso de caminar que exacerbado por el
argentino nativo relevaría al compadre
pampeano condenado por la modernidad; eso que devino en el compadrito que agregara una nueva
expresión visual a la comarca y la novedosa jerga de comunicación, el
lunfardo.
LAS
VOCES MÁS DIFUNDIDAS.
En el glosario de voces en letras del
tango y la poesía lunfardesca más frecuentada,
evitamos citas de indudable
certeza de neolunfardos o
con etimología
científica, y poco abrevamos en
el ‘lunfardo canero’, - salvo en letras de tango- por saberlo más hermético por
códigos del encierro, y pesquisar esa vertiente hoy no agregaría demasiado. Las
letras de tango más apreciadas llegaron de Pascual Contursi y otros en adelante
hasta 1950, y el material posterior ni arrima a los vates mayores que
siguen en el favor popular. Nuestra
elección de la poesía y en especial con el soneto lunfardo, obedeció a la valía
de tantos autores contemporáneos que sin artilugios forzados, supieron secundar
a los Versos
Rantifusos, de Felipe Fernández, ‘Yacaré’; Semos Hermanos, de
Dante A.Linyera, La Crencha Engrasada de
Carlos de la Púa
y el Chapaleando
Barro, de Celedonio Flores en 1929. Y que desdijeron con libros
de sugestivo nivel literario que el no versificar en esa jerga que
se mandara Jorge Luis Borges, con sus palabras, sufriría la despótica imposición del
tiempo.
Y UN CHAN CHAN COMO FINAL DE TANGO.
El inicial cancionero popular de Buenos Aires,
considera como su precursor a Angel Villoldo, el vocero de los compadritos, por
autor de El Porteñito en 1903 y La
Morocha en pero ‘percanta que me amuraste en lo mejor de
mi vida’, primera estrofa de Mi Noche Triste escrita por Pascual Contursi y
entonada Carlos Gardel por 1917, nos prodigó cierto tono lunfardesco y estilo
de contarnos ‘ciertas cosas’. Ni el letrista Contursi o el mismo Gardel
estimarían tanta resonancia posterior, pero si el protagonista hubiera recordado a su amor ausente diciendo
‘mujer que me abandonaste en plena felicidad’ o algo idiomáticamente más
pulcro, ese tango jamás hubiera sido la íntima confesión de un porteño. Y hoy,
pese a los exacerbados machistas y dramáticas cantoras del tango, su toque
lunfardesco sigue en el siglo veintiuno entre los argentinos, en tanto otros
léxicos coloquiales como el slang de los yankis, el cockney londinense y la
giria brasilera no arraigaron tantos vocablos populares por faltar en sus
canciones esa otra literatura que los reiterasen Una consecuencia natural y divertida en el universo cultural de los
argentinos, fertilizado por ese lenguaje referente que más allá de ser un código entre dos para que no se entere un tercero, significa al fin
sustancial para interpretarse y parecerse mejor. Y sin gardelear más digamos
que sin alarde de ‘culminar una exhaustiva investigación’, rebuscar cierto
material de notorios autores y otros desconocidos, nos orienta a seguir
creyendo que si algo ayuda a entendernos más entre nosotros, vale la pena el
intento.
Año 2013. EP. .
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús,
Buenos Aires Argentina.
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